sábado, 30 de marzo de 2019

La historia, el perdón y el picorcillo patriótico

«Gijón te pide perdón», se oyó a finales de los ochenta en el Teatro de la Laboral. Montserrat Caballé había tenido que dejar de cantar porque le había caído encima un inesperado  hilillo de agua de lluvia por una gotera que tenía aquel teatro todavía sin restaurar, arrastrando como arrastraba su interminable etapa postfranquista y predemocrática. Algo debió atragantar alguna gestión del presidente de México, López Obrador, y se le vino a la cabeza a Hernán Cortés. Así que exige a España que le pida perdón, como Gijón a la diva. La petición del mexicano cayó en estas tierras como esas sustancias que nos inyectan para que su reacción intensifique el contraste del riñón y el médico vea dónde está la piedra. Unas gotas de la colonización sobre la caldera patria y los desmemoriados, que no saben nada de Franco porque recordar es de rencorosos, muestran una memoria hipermétrope, borrosa para lo próximo y nítida para lo remoto. Casi arman otra manifestación en Colón, con Froilán incluido, por la patria difamada y ofendida.
La historia, como la memoria individual, es creativa. A pesar de ser pasado no para de moldearse y recrearse. Es como un baúl lleno de precedentes que justifican cualquier cosa, un tesoro inagotable para tener razón. Pérez Reverte explicó alguna vez la tolerancia o desidia con que Roma permitía que los bárbaros pasaran sus fronteras y entraran en el flujo sanguíneo del imperio, para que después esos mismos bárbaros fueran parte de la corrosión que llevó a su caída. Una lección que le permite la observación de que los inmigrantes hacen el papel de nuevos bárbaros y Europa es el imperio tambaleante. Pero la misma historia podría haberle servido para la tesis contraria. Roma fue durante siglos una civilización poderosa y en muchos sentidos brillante. Y la forma en que creció fue precisamente naturalizando como romanos a los foráneos y haciendo propio lo ajeno. La misma historia que nos muestra la inmigración como un peligro nos la muestra como elemento de grandeza. Y no sólo Roma. EEUU alcanzó su tamaño actual a base de acumular recién llegados. La historia es muy generosa y da la razón una cosa y la contraria. Y cuanta menos historia sepa la gente, mejor. Si la historia bien conocida es creativa y nos da suministro para justificar cualquier chuscada, la ignorancia de la historia la hace todavía más fértil. Los ocurrentes se hacen más audaces porque, al desconocer ellos los hechos o dar por sentado que los desconoce el público, no hay hechos conocidos que desmientan ninguna extravagancia. Quizá por eso la historia es una de las materias que fue encogiendo en las sucesivas reformas educativas.
La actividad política no es un buen escenario para reflexionar sobre la historia. Sería saludable que el conocimiento de la historia empapara la acción política, pero los tiempos y propósitos de la política no pueden hacer con la historia más que bromas. Por eso el desafío de López Obrador no puede dar lugar a ningún debate de interés, sino a bufonadas. Los episodios históricos ni pueden presentarse enjuiciados anacrónicamente desde el pensamiento actual ni pueden presentarse silenciando lo que el pensamiento actual tiene obligación de considerar relevante. Por ejemplo, la Constitución de 1812 no puede estudiarse como la confirmación de una sociedad machista, como si fuera una constitución hecha en nuestros días. Pero no es ningún anacronismo especificar que el voto era solo masculino. La mirada actual a leyes del pasado tiene que incluir si las mujeres votaban o si el sufragio masculino era universal o había que tener cierta renta para votar. Evitar el anacronismo no puede llevar a aplanar el tiempo y contar solo lo que tiene correspondencia en el mundo actual. No se puede estudiar un proceso como el da la colonización de América desde las categorías actuales, evidentemente, ni desde esas categorías andar pidiendo perdón, reponiendo agravios o atribuyéndose laureles imperiales. Hasta después de la Segunda Guerra Mundial no se estableció internacionalmente que la colonización era una cosa fea y no un timbre de gloria. Pero es lógico que se especifique de alguna manera en el estudio de la historia que las colonizaciones fueron episodios violentos y rapaces. Si al crearse las Naciones Unidas después de la Segunda Guerra Mundial se impuso la descolonización de las colonias y se prohibieron nuevos procesos de invasión y colonización, es porque se aceptó que esos procesos no eran momentos brillantes de la historia de la humanidad, como dice Casado como un palurdo. Es normal que los países que fueron colonias quieran un relato respetuoso en las antiguas potencias coloniales (muy antiguas en nuestro caso).
Pero los ritmos políticos no son el recipiente adecuado para tareas tan demoradas como la investigación y la transmisión de la historia. La política se mueve en ciclos cortos y es una actividad práctica, donde todo aboca a acciones inmediatas. Si un historiador dice que hasta 1713 Gibraltar era español, constata un hecho. Si dice lo mismo un político, reivindica algo, porque en política toda afirmación es el argumento que apunta a una acción. López Obrador no propone un relato de la historia y su transmisión, sino que hace política. Desconozco cuál es propósito de esa acción política, aunque supongo que sea un movimiento de política internacional. Pero lógicamente aquí suscita reacciones políticas y por tanto, desde el punto de vista del conocimiento de la historia, pobres o disparatadas. El gobierno responde con una simpleza porque hace política y una respuesta más matizada abre un debate político oportuno o inoportuno. Porque así es el relato de la historia en política; no es verdadero o falso, es oportuno o inoportuno, útil o estéril, provocador o apaciguador. Las verdades o falsedades son cosa de historiadores.
Las derechas se vivifican y llenan de electricidad con estos enredos patrióticos. Nunca me convencieron los izquierdistas que ponen su ideología como argumento para sus propuestas, es decir, no me convencen los argumentos con el formato: «la sanidad debe ser pública porque España necesita un giro a la izquierda». Me gusta percibir ideología y coherencia, pero cuando la ideología es el argumento siempre sospecho falta de razonamiento y rigidez de catecismo. Pero el pecado se limita a la simpleza. Más grave es que el argumento sea la patria. Cuando se argumentan las posiciones políticas por patriotismo, se incurre en la misma simpleza que cuando se argumentan por la ideología. Pero se añade el pecado de la exclusión sectaria: si se afirma algo por español y patriota, quien no lo acepte será antiespañol y enemigo. La pulla de López Obrador derramada sobre las derechas es como una gota reactiva sobre una mezcla y muestran ese sectarismo disfrazado de patriotismo con el que pretenden anegar todos los debates. Quieren despido libre, ya no ocultan que quieren privatizar la sanidad y entregar la educación a la Iglesia e ir eliminando las pensiones y lo quieren sin que se hable de ello. Quieren que el ruido de defensa de la patria, amenazada por separatistas o injuriada por López Obrador, no deje oír el ruido de los martillazos con que quieren derruir el estado de bienestar, tan claramente establecido en la Constitución como la unidad del Estado. Seguramente Rivera y Casado creen patriótico discutir lo que se hizo o no se hizo en las andanzas colonizadoras de hace siglos. Y a la vez dirán que es pasado que el PP usara hace dos días a nuestra policía con periodicuchos y empresarios para espionajes y falsificaciones contra rivales políticos. Decía Woody Allen que con un método de lectura rápida había leído Guerra y pazen veinte minutos y todo lo que había entendido es que algo pasaba con unos rusos. Ese es el nivel de quien hace 11 asignaturas en un fin de semana y un máster en un recreo. Mucho tienen que bajar las aguas de la competencia y el talento para que se haga visible Suárez Illana.

Idiotas acabaremos, pero no hoy

Supongamos que un alemán al que acabo de conocer en Praga me dice que estuvo de vacaciones en una ciudad que se llama Gijón, y me aclara que está en el norte de España, en la costa. Seguramente, antes de que el alemán continuase con más detalles, yo lo interrumpiría para decirle que precisamente yo soy de allí y que conozco bien Gijón. Cuando nos hablan, entendemos lo que nos dicen, pero también el perfil de ignorancia y conocimiento que nos atribuyen. Interrumpo al alemán porque noto que él cree que ignoro cosas que sé y quiero ajustarlo a mi perfil cognitivo real. Teniendo en cuenta que, por la proximidad de las elecciones, nuestros líderes están dirigiéndose a nosotros todos los días, y oyendo lo que estamos oyendo, cabe preguntarse por el perfil de ignorancia y conocimiento que nos atribuyen. Es pedante preguntárselo así, pero quería dar el respaldo técnico que merece la forma popular de hacerse la pregunta: ¿se creen que somos idiotas?
Cierta forma de propaganda y de publicidad se basa en infantilizar a la audiencia. Tendemos a nivelarnos con nuestro interlocutor. Cualquiera puede ver que cuando hablamos con un niño hasta atiplamos la voz. Cuando el interlocutor nos habla como si fuéramos menores, y por ese mecanismo inconsciente de adecuarnos al perfil de quien nos habla, acabamos por hablar y razonar como menores. Es una magia que tiene el lenguaje. Una vez increpé a una teleoperadora de Vodafone y le pregunté si le ordenaban en la empresa que me hablase así. Si yo pedía una aclaración, contestaba con una oferta, y si trataba de reconducir el tema ella parecía creer que no había entendido la oferta y entonces me daba más información improcedente. Literalmente, se hacía la tonta, y noté que yo mismo empezaba a simplificar la sintaxis de mis frases, a reducir mi vocabulario y a ralentizar mi pronunciación como si estuviera hablando realmente con una tonta; es decir, yo mismo iba pareciendo cada vez más tonto e incapaz de explicarme. Si hubiera seguido el diálogo, hubiera acabado hablando con monosílabos y después con onomatopeyas.
Como una cosa es ser parcial y otra ser maniqueo, me gustaría poder decir que la tendencia a insultar nuestra inteligencia y mayoría de edad está bien repartida en todos los bandos. Algo de eso hay, desde luego, pero las derechas se están destacando en necedad y ramplonería. Las derechas vienen insistiendo machaconamente en disparates que se repiten como un mantra hasta circular como clichés: las leyes de igualdad enfrentan a hombres con mujeres, la izquierda y los independentistas quieren destruir España, hay que aplicar el 155 en Cataluña y Sánchez es rehén de los chavistas. Casado, que sabe cómo parar a millones de inmigrantes, no sabe cómo proteger a mujeres amenazadas. Rivera, fiel a la estrategia de inventar problemas para proponer soluciones, quiere que la policía pueda tirar puertas sin mandato judicial, en plan Corcuera, para detener la inseguridad de uno de los países más seguros del mundo. Ni pío de la recesión económica que se anuncia; ni de la ausencia desesperante de un sistema de financiación autonómica; ni de una educación patas arriba, con una ley remendada sin perspectiva de ser aplicada ni sustituida (solo hablan sobre su privatización, es decir, sobre cuál será el momio que trinque la Iglesia). No sé si en algún momento alguien que pase por aquí dirá algo de Asturias, algo, por ejemplo, sobre la población y la industria, que se van de Asturias como se va el agua de una bolsa con un descosido; o sobre que siga siendo un safari llegar a Asturias o salir de ella (lo más parecido a un plan de comunicaciones fue el ministro Ábalos con un megáfono diciendo naderías a unos manifestantes; solo le faltaba un cucurucho en la cabeza para ser más cercano). Todo esto deben ser cosas de adultos y de lo que se trata es de que votemos con la mente de un niño.
Pero estos clichés, por burdos que sean los embustes que expresan, hacen su función en el ambiente electoral. La propaganda funciona mejor si conviertes a los convencidos en propagandistas de chigre o de tertulia y si les haces creer que entienden de lo que están hablando. La aplicación Siri, de Apple, está programada para simular inteligencia. Al terminar la frase anterior le dije a Siri «estoy harto de ese ruido» y me respondió: «espero que no sea culpa mía». Parece humana. Pero no lo es. Siri no sabe lo que dice. Junta expresiones prefabricadas y las pronuncia cuando el programa detecta ciertos indicios del tipo de expresión que parece una continuación natural del diálogo. Este es el valor de los clichés en la propaganda. Cualquier bobo puede juntar trozos prefabricados de pensamiento, con su correspondiente expresión manida y repetida, y creer que está razonando. Marta Sanz nos regaló hace poco, además de sus siempre jugosas palabras, la referencia a la tipología de idiotas propuesta por Marcia Tiburi y Rubens Casada. Los consumidores de estos clichés caen en la categoría de «ignorante orgulhoso». Por necias que sean las consignas, estas arman en la mente de estas personas una simulación de inteligencia humana que les hace sentir que tienen ideas y que están informadas. Y así se propagan las bobadas hasta hacerse una infección.
A la contaminación ambiental de las derechas, se suma el goteo de veteranos desorientados. Todos tenemos certezas. Conviene que no sean muchas, porque la certeza es muchas veces lo que distingue la opinión de la idiotez. Pero todos las tenemos y a veces los tiempos cambian y nuestras certezas no encajan. En ese caso nos vamos sintiendo minoría o perdedores, si somos capaces de racionalizar nuestras convicciones y entender el proceso que las hace minoritarias. Pero si no podemos racionalizarlas, si simplemente no entendemos los tiempos, nos desorientamos y sentimos todo lo que desafía nuestras certezas como una amenaza. Entonces la gente se hace agria y siente los tiempos como una degradación de una etapa anterior donde todo era más auténtico. Y si encima antes pintaban algo, por haber sido vicepresidentes o emblemas de la Movida, pues sueltan sus frustraciones en términos cada vez más parecidos a los clichés contaminantes de las derechas. Por eso Leguina se irrita con las feministas, Alfonso Guerra ve eficacia económica en las dictaduras, Joaquín Sabina apoya a Arcadi Espada, de tan asfixiado como está de corrección política y Carmen Maura homenajea a los hombres, cansada de tanto MeeToo(quizás esté cansada también de las decenas de asesinatos machistas de cada año y de que una mujer no pueda andar sola por la noche sin padecer babosadas de distintos pelajes; pero de los movimientos de denuncia es seguro que está cansada). El propio Llamazares presenta a Actúa como opción para una izquierda huérfana de partidos porque todos se fueron hacia el independentismo (oímos todos los días esa música y esa letra). En la tipología de Tiburi y Casada, estos son los idiotas «representantes do conhecimento paranoico», y no se prodigaron cuando Rajoy nos quitaba salario y derechos porque a eso se oponían, pero con ideas claras. Se pronuncian cuando se desorientan, cuando los tiempos traen algo que sienten como amenaza de sus certezas, y antes de darse cuenta están siendo tontos útiles y parte de la contaminación ultra.
Por supuesto, las derechas se destacan, pero no son las únicas. Sánchez está también abonado a tratarnos como niños fichando famosos y diciendo obviedades sobre lo que no importa. De Podemos aún no sabemos nada. Cuando vuelva, veremos.
El juego de tratarnos como menores puede funcionar, pero la propaganda no siempre funciona. Puede que los problemas se hagan demasiado reales como para seguir embobados por fichajes y chicos guapos con másteres de baratillo y los únicos que acaben pareciendo idiotas son los que nos querían hacer idiotas a los demás.

Mentiras en campaña. No nos engañemos sobre los engaños

Si un cocinero echa guindilla en nuestra comida sin saberlo nosotros, la comida nos picará. Pero si algún analista perspicaz nos revela que la comida llevaba guindilla, la comida seguirá picando, aunque ya conozcamos la astucia. Las derechas están haciendo un despliegue inusual de mentiras y manipulaciones que hace prever una campaña llena de whatsapps colectivos alarmados y de redes sociales infectadas de embustes. Cada vez que se destapa la falsedad de una mentira quedamos con la sensación de que se neutralizaron sus efectos. Y cada vez que alguien desenmascara alguna artimaña de propaganda y confusión también suponemos que la treta ya no funcionará. Pero lo cierto es que aunque tomemos conciencia de que la comida lleva guindilla, la comida seguirá picando. Y el analista o lector que crea que, mostrando las falsedades de las derechas, sus fullerías se hacen pólvora mojada, es mejor que despierte. Las mentiras en campaña siguen cumpliendo su función aunque ya no engañen a nadie, porque en realidad nunca pretendieron engañar. Al menos no fue su principal propósito. Repasemos algunos de esos propósitos.
En primer lugar, las mentiras groseras favorecen la eficacia de discursos falaces más rebajados. La acumulación y reiteración de mentiras hace que la realidad acabe bailoteando dentro de las palabras como el mango de un martillo ya muy trabajado. Las mentiras acaban creando holgura entre las palabras y los hechos, a base de forzar la horma que regula su acoplamiento, y por esa holgura se filtran discursos engañosos que no funcionarían si no tuviéramos la mente dada de sí por tanto embuste. Pensemos, por ejemplo, en el talante que ofrece Juan Vázquez. Su mensaje arranca de la moderación. Intenta añadir eficacia y optimismo, pero el enganche emocional de partida es recuperar la moderación. Su condición de socialdemócrata lo lleva a C’s porque, dice, el PSOE se desplazó hacia posiciones radicales. Por solvente y respetado que sea Juan Vázquez (y no seré yo quien le niegue ninguna de las dos condiciones), los hechos son tozudos: es imposible que nadie pueda pensar en serio que Sánchez es extremista y Casado moderado, por lo que la insistencia de Rivera en acuerdos a la andaluza (con el PP sí y con el PSOE no, y no es no) no es una oferta de moderación; la manifestación de Colón, con tanto viva España y Sánchez traidor, no fue moderada; la presentación de España Ciudadana envuelta en rojigualda y cargada de nacionalismo patriotero, con Marta Sánchez escarneciendo el himno nacional, no fue un acto moderado; la patochada del candidato naranja llariego al Parlamento nacional, Ignacio Prendes, de que Torra sería el ministro de exteriores de Sánchez, no fue moderada, sino un desbarre extremista. El pacto con Vox en Andalucía no es un infundio, como señala Vázquez. Vox tiene en Andalucía un pacto con el PP con medidas concretas para el gobierno del que forma parte C’s: que sea [(Vox PP) C’s], o sea [Vox (PP C’s)], pongamos donde pongamos el paréntesis, se cumple la propiedad asociativa. Y lo que C’s dice de la violencia de género está escrito en su programa electoral, no hay que inventarlo: exactamente lo que ahora exige Vox. C’s no es una opción moderada y no propone pactos con partidos moderados. Yo creo que Vázquez sí es moderado y buscará pactar con el PSOE. No es esa la cuestión que me interesa. Lo que quiero resaltar es que él razona su candidatura por C’s asumiendo el discurso de Rivera, según el cual hay que alejarse de Sánchez por extremista, que es a lo que venía todo esto. Si no fuera por las mentiras desorbitadas y continuas de Casado y Rivera, no tendría eficacia el discurso falaz de que Sánchez abandonó el espacio moderado del PSOE. Para bien y para mal, Sánchez es moderado. Como decía, las mentiras desmesuradas no engañan, pero deforman el canal para que quepan otras mentiras de menos voltaje que sí pueden engañar.
En segundo lugar, las mentiras hiperbólicas destiñen. Son un ruido que hacen sentir ruidosas las razones que debatan con ellas e inaudibles todas las demás. Los independentistas no apoyaron la moción de censura para poner a Sánchez, sino para echar a Rajoy. Nada indica que tuvieran un pacto de gobierno. Esto es tan cierto como que, si no hubieran apoyado la moción de censura, tampoco sería por tener un pacto de gobierno con Rajoy. Esto es racional. A base de repetir que Sánchez pactó romper España con los independentistas, que es un traidor y un felón, a base manifestarse en Colón por la patria en peligro y contra el traidor, con semejantes truenos, la idea simple, racional y coherente con los hechos de que no hubo pacto de gobierno con los independentistas, tiene que expresarse con tal resistencia, que acaba pareciendo una parte más de una refriega bronca. Y por supuesto, el PSC y Podemos (en parte con merecimiento y en parte no) quedan inaudibles. Qué más da que no engañes si acabas ensuciando el discurso del contrario.
En tercer lugar, las emociones y los dogmas necesitan tener palabras en las que expresarse, desahogarse y mantenerse. Cuando le hacen callar a uno, cuando nos quedamos sin palabras, parece que perdemos y hasta sentimos nuestra posición más débil. Necesitamos un discurso que gritar para sentir fuerte nuestra convicción, para no callar y, sobre todo, para que no nos hagan callar. Uno de los aspectos más desesperantes de los miembros de una secta es que tienen respuesta para todo. No hay contradicción o error que se les diga que no tenga su enloquecida réplica. La expresión de que Pedro Sánchez quiere vender España a los independentistas no tiene sentido en sí misma: ¿la va a vender como Rusia vendió Alaska a los americanos? Que la violencia de género bajó cinco puntos con Rajoy es una patraña. Que las ruedas de prensa del Gobierno sean una irregularidad es el colmo del cinismo. Pero todo esto da lenguaje y sustento a quien realmente está muy enfadado con Sánchez para que no se calle. No importa que sean mentiras: son palabras, y con ellas tiene esqueleto su malestar.
Y en cuarto lugar, relacionado con lo anterior, las mentiras son la letra, pero muchas veces lo relevante es la música. Puede que nadie se crea que Torra vaya a ser ministro de exteriores de Sánchez, pero puede que esa afirmación falsa exprese su estado emocional. Cuando surgen conflictos en entornos laborales y alguien dice que habría que partirle la cara a no sé qué compañero o que es un trepa que no sabe más que lamer el culo a no sé quién, muchas veces son exageraciones absurdas si somos literales. Lo único real es que alguien está muy enfadado con alguien y esas expresiones falsas por absurdamente hiperbólicas crean el molde emocional que dibuja su estado de ánimo. Las mentiras en campaña muchas veces saben que no engañan, pero sí enlazan con estados emocionales y los amplifican.
Así pues, es una evidencia la densidad de patrañas y embustes que las derechas están prodigando, con dosis variables de desvergüenza. Pero no es el engaño lo que buscan. Buscan colar patrañas más leves, que una cosa y la contraria parezca el mismo ruido, que los sentimientos extremistas no se queden callados y agitar pasiones espurias. Que no engañen no significa que no funcionen No hay más receta para ahogar sus efectos que no reaccionar. La irracionalidad y mendacidad, al no tener base en los hechos ni en el razonamiento, no tienen más nutriente que la reacción que suscitan, el puro ruido que hacen al rozar con el buen juicio de los demás. A veces lo eficaz es ignorar.
(Por cierto, la mayoría de los embustes son contra Sánchez, pocos son contra Podemos y sus dirigentes deberían saber por qué. El silencio de Vox tiene explicación estratégica, pero no el de Podemos. Deberían empezar a decir algo que no sea reacción a lo que hacen otros. Y pronto).

8 de marzo, día de puertas abiertas

La Corona, entre otros, podía haber aprovechado alguna ganga. El 8 de marzo fue un día de ofertas y oportunidades. Vayamos por partes. El feminismo en sí, la obligación de igualdad, es muy exigente durante 364 días al año. Es exigente porque hablamos de una igualdad radical. Cuando hablamos de igualdad social, no pretendemos que todo el mundo gane exactamente lo mismo, sino que la desigualdad no alcance la desmesura y nadie quede por debajo de la dignidad (que es mucho más que la subsistencia). Cuando hablamos de igualdad de oportunidades, en cambio, la igualdad de la que hablamos es radical y literal. Y cuando hablamos de igualdad de género también. Radical y literal. Y es exigente porque cuando la mujer dejó de ser legal o fácticamente un ser dependiente y el sistema tuvo que asumir que la mitad de la población adulta era efectivamente población adulta, la ingeniería social que nos sostiene tuvo que hacer muchos reajustes, no todos armónicos. Es exigente porque el sistema tiene que volver a reajustarse para encajar el reparto y coste de todas esas horas que media población dedica a atender a tres generaciones: marido, hijos y padres. Es muy exigente porque tiende a subvertir la estructura de la familia y la familia opera como una metáfora, como una estructura abarcable con la que se piensan las estructuras mayores del orden social y político. Es exigente porque enfoca y denuncia conductas de abuso que se enmascaraban en envolturas dulzonas y tramposas de amor romántico o en una privacidad hogareña mal entendida. Es exigente porque señala los casos más graves que suponen poco esfuerzo de coherencia, pero también los menos graves que forman por acumulación el suelo fértil para los graves y que roen la conducta cotidiana de la mayoría. Lo más grave es que maten a mujeres. Es grave, pero es fácil ser coherente con la denuncia: basta con no matar a mujeres para ser coherente y eso es muy fácil. Pero las pequeñas inercias domésticas, los pequeños gestos de la vida social que retienen por acumulación estereotipos y desventajas, esos llamados micromachismos que tanto arañan e irritan, sí comprometen porque chirrían en nuestra conducta cotidiana como cristales molidos.
Y todo esto es muy exigente. Se nota que lo es porque se abrió alguna espita en alguna parte, saltó alguna pinza en algún momento, y el ansia de igualdad se hizo torrencial e impaciente y las telarañas de resistencia se hicieron visibles. La misoginia de la Iglesia se hizo estruendo. Las reacciones de la ultraderecha tienen aire de trinchera asustada. Los conservadores moderados inventaron feminismos liberales llenos de esas razones cuyo sentido «no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello», como se decía en D. Quijotesobre las sinrazones de Alonso Quijano. Algunos veteranos socialistas, irritados en una sociedad cambiante en la que son irrelevantes ellos y sus recuerdos, con lo que ellos fueron, se llenaron de pulgas y se contornean con incomodidad perorando apoyo al feminismo «de verdad» y rugiendo su decadencia contra el feminismo «radical», que es la pura y simple exigencia de igualdad en lo grande y en lo pequeño. Por eso, es difícil y exigente la conducta y la reivindicación igualitaria 364 días de cada año, sobre todo de un tiempo a esta parte.
El día 8 de marzo tiene una importancia evidente en la reivindicación igualitaria. Es una jornada que ayuda mucho a que todos los demás días el feminismo sea exigente, impaciente e impetuoso. Pero es un día de puertas abiertas en el que puede entrar en las dependencias del feminismo gente ajena a esa sensibilidad y salir con un pin en la solapa. La fecha, a la vez que combativa, se va haciendo institucional y en alguna medida rutinaria. Esto no es malo, porque lo que tiene de inercia el día 8 no deja de ser parte del sedimento que los movimientos igualitarios van dejando en los tiempos y el grito que representa la jornada, al hacerse cíclico como un tam tam, hace el efecto de la mano que agita rítmicamente una cuerda y mantiene la vibración. Pero todo lo que se hace institucional se basa en la repetición esperada y siempre crea una espuma que sólo retiene ya desleído el sabor del grito de base. Pasa con el primero de mayo y otras jornadas. Por eso el día 8 hubo puños apretados contra crímenes machistas sobre los que una capa de mercadeo electoral miserable se superpuso a la capa de indolencia cómplice que ya conocíamos. Pero también hubo una oferta en el Masymás de hojaldres rellenos, con forma de lazo feminista, a un euro con veinticinco.
Como digo, el 8 de marzo es una jornada clave de seguimiento obligado, pero curiosamente es el día en el que menos cuesta corear consignas feministas dando palmas. Una jornada de puertas abiertas en toda regla, y bienvenida sea. Y empecé este artículo con un recuerdo para la Corona. Es una pena que no acudiera a la jornada de puertas abiertas, al menos el día del año en que se puede hacer con menos compromiso columpiándose en esa espuma de tópicos de los días institucionales. Podía haber aprovechado alguna oferta. Hubiera tenido dos valores, uno para compensar deudas y otro para aquilatar el valor simbólico de la Corona. Hablo de compensar deudas, porque la Casa Real ya nos debe unas cuantas, y no hablo solo de Juan Carlos I. Ya que Felipe VI inició su reinado con el ultra Rouco Varela en ceremonia, ya que sus discursos hicieron coros sonrojantes con los de Rajoy, que irrumpió en el incendio catalán con un bidón de gasolina y que dejó como si tal cosa al pijo de Froilán ir de manifestación con los fachas contra Pedro Sánchez, para compensar un poco y ser por un día el Rey de todas las Españas, podía tener un gesto institucional con el Día de la Mujer y la reivindicación feminista, aunque sea sólo en referencia a los aspectos de más lesa humanidad. Sería un gesto que deslizara en alguna nota o declaración oficial la expresión «violencia de género», no pasa nada porque Abascal, Casado y Rivera tengan un berrinche pasajero. Y hubiera tenido un segundo valor. La Corona sólo puede tener un valor simbólico en una democracia. Esto quiere decir que, para empezar, no tiene que estorbar. Como mínimo, que decore sin molestar. Pero también sirve para normalizar cosas y ayudar al avance de los tiempos. Nada normaliza más la normalidad de la homosexualidad que un gesto institucional del Rey; o la normalidad de que la media población que estadísticamente vive peor que la otra media viva igual que ella. La Corona no anda sobrada de afecto. Tenemos un problema más serio con los Borbones que con la Monarquía. El día 8 de marzo podría haber pillado cualquier oferta y adornarse con cualquier topicazo igualitario al alcance de cualquiera. Hubiera servido para él y para ellas. El presunto guiño de Letizia de hacer «huelga» el día 8 es tan sutil y callado que se confunde con un parpadeo ordinario y sólo da para chascarrillos sobre lo que supone en su caso no ir a trabajar.
El día 8 volvió a ser un latido que se repetirá el próximo año y que bombea oxígeno, limpieza y obviedades. Se quedaron fuera de él y de todos sus círculos, desde el más comprometido al más banal, quienes están fuera de los tiempos y solo hacen en ellos el papel de impureza.
Postdata. ¿¡VuELve!? Como decía no sé qué chistoso sobre Fray Luis de León, haz versos si quieres, pero no (j)odas.

País soluble

Yo quitaría la jornada de reflexión. Es mejor que no reflexionemos y atemos cabos. Parece que hubieran sumergido nuestra vida pública en algún líquido que mostrase su inconsistencia, como si todo, sobre todo las ideas, fuera propenso a desteñirse y mezclarse como los tintes de mala calidad. Reflexionemos ahora de mentira para percibir los riesgos de reflexionar de verdad y ver que es mejor seguir tirando que dar vueltas a las cosas.
Podemos empezar por algunas de las cosas que están saliendo en el juicio alprocés. Xabier Melero, uno de los defensores, tuvo la clarividencia de dejar la matraca de los presos políticos y el freedom for Puigdemont para Piqué y Guardiola y hacer algo más sencillo: dejar que hable el Gobierno de entonces. No hay nada más demoledor. Melero tuvo que pedir al Presidente del Tribunal que le recordara a Soraya Sáenz de Santamaría que era un delito mostrarse renuente a contestar las preguntas de los abogados, de tanto como bizqueaba y balbuceaba. Resulta que la Vicepresidenta y jefa del Centro Nacional de Inteligencia no sabía nada, no había leído los documentos del Gobierno que le recordaba Melero, no conoció riesgos hasta después del 1-O, el día antes del referéndum no tenían constancia de la deslealtad tan pregonada de los mossos y ella, la jefa del servicio de inteligencia, no sabe nada de cuándo el Gobierno perdió confianza en ellos. Con la mayor frescura dicen que aquello era un golpe de estado y que no les consta nada. Zoido, que no había hecho más que gamberradas y golferías en el Ministerio del Interior, tampoco había dado ninguna orden, todo era cosa del «operativo». Rajoy, en su línea de siempre, sólo puede decir sobre el 1-O que ya tal. El Gobierno estaba más ausente del 1-O que Cristina de Borbón de los asuntos de Urdangarín. A su vez Urkullu nos aclara que él sí fue relator / mediador de Rajoy con los independentistas. Y Rivera, Casado, Abascal y Carmen Moriyón sin saberlo; va haciendo falta otro calentón en Colón. Y Urkullu declara saber que Puigdemont era apenas una barquilla entre peñascos rota, sin velas desvelada y entre las olas sola. Es decir, aquel 1-O del severo descrédito internacional de España, el país era un pollo sin cabeza y los policías que golpeaban a la gente eran rabos de lagartija sin dirección ni control. Las instituciones eran cartón metido en agua.
Y en este ambiente de desleimiento, la Casa Real no parece entender la gravedad de que Froilán de Marichalar y Borbón, marqués de los tres Segundos de la ESO, héroe del Tiro en el Pie y cuarto en la línea sucesoria de la Corona, se dejara ver con su pandilla de pijos en una manifestación de extrema derecha contra el Gobierno de Sánchez. El sectarismo o la estupidez hizo que creer a la Regia Casa que la manifestación no era partidista porque la convocaba más de un partido. A lo mejor fue la presencia de Corcuera lo que les hizo sentir transversalidad y neutralidad en aquella mamarrachada. Alguien tendrá que explicarles que el sectarismo y la estupidez, juntos o por separado, pueden ser la gota que haga rebosar la paciencia con la monarquía. El CIS no va a poder contener mucho más la situación. Tienen suerte por la unanimidad de los partidos en no poner ni una idea sobre la mesa y en seguir hablando de los mundos de yupi sin que nadie haya actuado ante esta grave quiebra.
En la escena preelectoral, PP y C’s parecen de verdad metidos en agua con Vox como uno de esos tejidos de color fuerte que tiñe a las demás prendas y las deja inservibles para ser puestas en público. Viene llamando la atención que la locuacidad y mendacidad de Casado sea la habitual de la extrema derecha y es notable que se apunte también C’s a extender la falsedad sistemática en nuestra vida pública. Casado suelta en apenas un movimiento de cabeza que el PP es pionero en la legislación contra la violencia de género y que en el mundo entero se estudia la gestión económica del PP en España (hace tres años y pico el Financial Times publicó que de Guindos era el peor ministro de economía de Europa). Hace unos días Ignacio Prendes, de C’s, dice que si gana Sánchez las elecciones el ministro de exteriores sería Quim Torra. Es una forma de mentir que da que pensar. Supongamos que en el curso de una discusión uno le dice al otro que es un pedazo de mierda y sus acólitos le aplauden. Es imposible que alguien crea de verdad que el otro es literalmente un pedazo de mierda y también es imposible que crea que los demás van a creer eso. Pero el señalado haría mal en responderle que miente, que salta a la vista que él no es un pedazo de mierda. En realidad, el otro no estaba declarando nada verdadero o falso, sólo lo estaba insultando, en la provocación e intento de irritación se acaba el sentido de sus palabras. Los afines aplauden como se aplaude en el boxeo cuando el rival sangra por la ceja, no expresan acuerdo sino satisfacción con el golpe. Y también se complacen en que el debate sea a golpes y no un intercambio de razones. Es imposible que Ignacio Prendes crea que Torra será Ministro de Exteriores si Sánchez forma gobierno. Y es imposible que crea que vamos a tragar ese embuste. En realidad, no es un embuste, es sólo un insulto, dice Torra donde en contextos parecidos otras veces se dice mierda. Quienes aplauden y repiten ese tipo de monsergas, lo que jalean es una campaña sin palabras que digan cosas, se complacen en la irritación y la provocación sin ideas que sean lo bastante consistentes para que siquiera sean mentiras. Ejemplifico con Prendes, porque no es de natural faltón y desabrido y para que él esté en ese nivel es que se trata de una consigna deliberada.
Las izquierdas parecen confiar en que lo ocurrido en Andalucía y los turbios primeros pasos que van dando las derechas a remojo con Vox causarán miedo y los votantes de izquierda dejarán de abstenerse o de votar a opciones marginales que mantengan el viso de progresía al día siguiente en la red social. Y tienen parte de razón. Las barbaridades son lo más creíble de lo que dicen las derechas y justifican un cierto miedo. Y es posible que el tufo extremista movilice el voto izquierdista. Pero los sondeos mantienen una abstención demasiado alta. El puro miedo sin ideas es poco combustible. Sin propuestas claras, diferenciadoras y comprometidas pueden encontrarse con demasiada abstención y demasiadas papeletas en partidos por el Karma, el Amor Romántico o la Honradez Absoluta.
Pedro Sánchez está bien asesorado y está aprovechando bien los errores y huecos de los demás partidos. Pero en una de estas nos puede pasar como al profesor Lindt de Cortina rasgada, cuando se da cuenta de que el profesor Armstrong le había sonsacado su fórmula y exclama: ¡pero si no me ha dicho nada, si no sabe nada! Sánchez habló de libertad, de memoria histórica, de dependencia, de impuestos justos, de servicios básicos universales, pero puede que nos dé por pensar en la ley mordaza, la reforma laboral, el retroceso de la enseñanza pública, las tasas universitarias, los pagos farmacéuticos, los recortes sanitarios y acabemos exclamando: ¡pero si no ha hecho nada, no propone nada! Y Unidos Podemos deberá darse prisa en hacer propuestas que den la sensación de condicionar o apretar al PSOE. Descartada la posibilidad del sorpasso y de estar en la centralidad del tablero, tiene que percibirse capacidad de agitar leyes y de conectar las instituciones con las movilizaciones sociales. Se juegan mucho en la campaña, porque una pérdida de veinte o treinta diputados sencillamente no es un balance aceptable.
En general, todos parecen desteñirse, saltan nombres y fichajes de unos partidos a otros como se desprenden y se mezclan los colores de los tejidos baratos bajo el agua. Históricos como Alfonso Guerra pierden los tintes superficiales y muestran hebras de C’s y Vox camufladas en sus entretelas. Todo esto se resume en la pura y simple falta de ideas, principios y fundamentos. Sin convicciones, la política se reduce a bramidos y lo que parece moderación es sólo tarareo sin letra.

Pedro Sánchez y el espejo de Dorian Gray

Pedro Sánchez no es el primero. Ya lo había hecho antes Antonio López con el retrato de la familia real. En los veinte años que tardó, las pinceladas de Antonio López fueron el revés del retrato de Dorian Gray. Dorian Gray permanecía siempre joven y distinguido y era su retrato el que envejecía y se desfiguraba con la degradación moral progresiva del retratado. El cuadro de Antonio López era su inverso. Cuanto más noble, inocente y, sí, campechana mantenía Antonio López a la familia en el cuadro en curso, más miserias y fealdad acumulaban los retratados en la vida real. A Pedro Sánchez lo infravaloró Susana Díaz; y luego Rajoy («lo tomo yo más en serio que los de su partido. ¡Y mi trabajo me cuesta!», bramaba; echaremos de menos esas cosas de Rajoy, qué máquina); y luego la plana mayor de Podemos versión Vistalegre 1.0, con aquellas maniobras postelectorales con las que parecía que Podemos lo succionaba en su estela; luego Felipe González y aquella Gestora del ridículo; luego otra vez Rajoy, que vio perplejo cómo lo echaba de la Moncloa desde su exilio del Parlamento; y ahora seguramente todo el mundo, empezando por los nacionalistas del país de las maravillas. Todo puede cambiar todos los días en estos tiempos de confusión, pero Pedro Sánchez arranca la precampaña siendo el inverso del retrato de Dorian Gray de todos los demás. Él permanece inmóvil como una pintura y los demás hacen un retrato mostrenco de sí mismos tratando de diferenciarse de él.
Steve Bannon, el agitador del fascismo de nuestros días, trata de extender una idea muy sencilla. En estos tiempos de confusión, mentiras y falta de ideas, no caben grandes sistemas de pensamiento. Las masas sólo llegan a la política a través del populismo y no hay más populismo que el de izquierdas y el de derechas, hay que elegir entre Maduro y Trump, con sus variantes locales. El bramido y la falta de propuestas y, sobre todo, de principios es el combustible que necesita Bannon para que parezca que tiene razón. Todo el que ruge sin sentido ni rumbo corroe, y escombros es lo que necesita The Movement, la organización con la que Bannon quiere romperlo todo. La especialidad de The Movement es la corrosión y el derrumbe. La presencia en España de seguidores y tontos útiles es una evidencia.
Pedro Sánchez quiere quedarse en el ojo del huracán que, a pesar de lo que se suele creer, es la zona tranquila y de cielos despejados que queda en el centro del ciclón alrededor del cual giran los vientos hostiles y destructivos. Los demás son los que parecen empeñados en buscar su sitio girando y tronando alrededor del hombre de la resistencia. Casado acumula mentiras con la rapidez de un feriante. En contraste con Rajoy, que no quería experimentos, Casado busca polarizar su espacio y el de Sánchez hasta parecer él mismo un experimento estrafalario, un activista revoltoso y charlatán en el que no quedan restos del fondo espeso de sentido común y estar de vuelta que transmitía Rajoy (hablo de imagen; sus números están lejos del sentido común). Esto disuelve ese suelo de votantes del PP que nunca bajaba ni a martillazos, por escándalos que se acumulasen. Si el PP quedara el tercero o el cuarto o si las derechas no suman una mayoría absoluta, se dará de bruces con otras elecciones sin poder gestionar la pérdida de cuarenta y tantos diputados. Que esa pérdida engorde a Vox le gustará a Aznar y a algún fósil del mausoleo, pero no al grueso del partido.
Rivera también quiere diferenciarse de Pedro Sánchez y elige la opción de la fuerza patriótica frente a la pusilanimidad socialista ante los independentistas. También arriesga. Esa oferta patriotera exige trasladar que Sánchez no tiene más pactos que Podemos y los independentistas y para ello tiene que cerrar la posibilidad de ser él un posible socio, con lo que se presenta con la imagen de Colón en santa compaña con la ultraderecha. Será digno de ver cómo explica eso de que el PSOE no es constitucionalista y la ultraderecha franquista sí. Macron ya empieza a no querer que lo vean con Rivera y Valls tiene pulgas.
Podemos también busca su espacio tomando a Sánchez como referencia. Y el primer pico de visibilidad que fueron a buscar fue la espantada del Pacto de Toledo. La condición de entrada de que se va a hablar en serio de nuestra vejez es precisamente que se hable por una vez con generosidad y al margen de vaivenes partidistas. Eso es lo singular del Pacto de Toledo. Nadie debe firmar tal pacto si no está de acuerdo con lo que se propone. Pero una cosa es eso y otra levantarse de la mesa justo cuando se convocan elecciones y no había pasado nada nuevo. Podemos tenía y tiene otras teclas para pulsar. José María Izquierdo destacó algunos datos de lo que está pasando. El Impuesto de Sociedades recaudó un 48% menos en el mismo período en el que los beneficios de las empresas subieron un 25%. Las empresas del Íbex crecieron un 16% y pagan un 11% menos. Un ejecutivo del Íbex llega a tener un sueldo 300 veces mayor que el sueldo más bajo de su empresa. Ese es el problema de las pensiones. No puede haber dinero para las pensiones si los que lo acumulan no tienen obligaciones con el sistema y la desigualdad se dispara. Antonio Huertas, presidente de Mapfre, quiere que la gente mantenga una «colaboración laboral» hasta los 80 años y que «complemente» su jubilación con una pensión privada (con eufemismos tan idiotas nos dice lo que piensa de nuestra inteligencia). Así se hacen sostenibles las pensiones: no cobrándolas, trabajando literalmente toda la vida y pagándose una pensión privada. Estas son las trincheras que Podemos tiene que llevar a las elecciones y no el titular del Pacto de Toledo. La izquierda no debe permitir declaraciones así sin que haya un escándalo. Lo hubo en 2000 cuando el Círculo de Empresarios dijo que las mujeres deberían pagar una cuota extra hasta la menopausia para financiar las bajas por maternidad. Hoy no se atreverían a decirlo, movilizaciones feministas mediante. Las declaraciones de Huertas tendrían que ser un terremoto que lo pusieran en la picota y buscar ese punto en el que no se atrevan a decir en voz alta estas cosas. No veo utilidad en lo de Sánchez no es de fiar.
Además Podemos tiene frutos que mostrar. Fue el principal inductor de la muy necesaria caída de Rajoy. Tuvo presencia en unos presupuestos con medidas sociales notables y que además originaron algunas leyes importantes, como la del salario mínimo y la de hipotecas que se acaba de aprobar. Nunca IU consiguió tal influencia en la política del Estado desde tiempos de Carrillo. Después de la torpe reacción al movimiento de Errejón, la retórica repentina del usted no es de fiar y me voy del Pacto de Toledo es un paso desorientado.
Como decía, todo el mundo dibuja su retrato contrastándose con Sánchez. Él sólo tiene que no moverse y los demás lo convierten en el reverso del retrato de Dorian Gray: se contrastan con él de manera que lo mantienen bello mientras ellos acumulan fealdades. Porque además Sánchez, bien asesorado, está realmente quieto. No está poniendo el foco en cómo se están yendo de las obligaciones comunes los ricos, cómo cada vez son más ricos y cómo se van los servicios básicos. Falta ideología, no propaganda. Falta señalar los frentes y marcar actitud en ellos. Falta en su discurso una socialdemocracia que ahora sólo podría ser reivindicativa y luchadora. La atención se dispersa en chascarrillos superficiales y Sánchez está en ese nivel de debate y mensaje. Y el resto de la izquierda está a lo suyo. Cuando IU se retire del acuerdo con Podemos; cuando Podemos y las confluencias nos expliquen que es que son proyectos muy distintos; cuando Llamazares nos venga con la ocurrencia de los ocurrentes; cuando por fin Montero e Iglesias presenten oponentes a Carmena y Errejón porque son también proyectos muy distintos; cuando todo esto ocurra, junten la grillera izquierdista con los disparates de Casado y Abascal y los sinsentidos de Rivera. Vean el panorama resultante y compárenlo con los bocetos de Steve Bannon.

Mentiras y movilización en una sociedad bizca

¿Por qué mienten los dictadores? Dicen las mentiras más disparatadas siendo el tipo de gente que menos necesidad tiene de mentir, porque actúan por la fuerza, sin importar lo que la gente piense. Para qué engañarla como si importase que crea una cosa u otra. La realidad es que los dictadores mienten porque no hay ningún sistema de poder que se sostenga sin la colaboración de la población. Y tienen una forma característica de mentir. Sus mentiras están llenas de exageraciones y enemigos de la raza o de la patria. Configuran una amenaza integral que justifica las políticas propias como una defensa ante un peligro inminente. Esas mentiras son invenciones brutas y manipulaciones desvergonzadas de los hechos. Y además es característica su densidad. En los discursos autoritarios no hay nada serio ni aprovechable, son sartas de desvaríos que configuran una realidad alucinada.
Las mentiras de los dictadores son tan características que acaban siendo ellas mismas síntomas. Es difícil no mentir u ocultar en la vida pública, pero hay maneras de mentir que en sí mismas son síntomas de una ideología y un estilo. Casado miente como la extrema derecha. Antes de que diga nada sobre impuestos, educación, inmigrantes o crímenes machistas, antes de que abra su sonrisa a la ultraderecha, sólo por la manera de mentir ya sabemos que es un facha sectario. No es la manera de mentir de Rajoy. Sus mentiras son gamberrismo ultra y son parte de las maneras macarras de Salvini, Trump o Bolsonaro. No da ni un dato verdadero ni hay un solo análisis que dé para una refutación. Todo son insultos y exageraciones bíblicas a las que sólo se puede oponer un rechazo inarticulado y desganado. A sus palmeros les gusta destacar que habla sin papeles. A mí, por edad, eso me impresiona poco. En mi infancia eran todavía habituales las tómbolas y los charlatanes, como aquel que vendía en mi barrio bolígrafos y gritaba a los curiosos que no era por dinero, sino porque sin su oficio habría crisis en la escritura. Nunca vi a los señores de las tómbolas que llevaran escrito en un papel lo que vociferaban por aquel megáfono. Casado sólo necesita un cucurucho por el que vocear sus burradas para reproducir aquella estampa. Estaría bueno que necesitara papeles para representaciones tan chuscas.
La radicalidad descerebrada de Casado tiene cierta capacidad de movilización. Y la movilización es un valor, pero también un riesgo. La movilización es la actitud de promover activamente la difusión de ideas y proyectos. Está movilizado quien habla y escribe en los medios, pero también quien discursea en la sidrería, quien discute en corrillos y quien glosa los informativos en voz alta. La movilización es un valor porque, cuando hay mucha gente dispuesta a ser grano de sal de una causa, esa causa tiene más posibilidades de sazonar a la opinión pública general. En el referéndum sobre la OTAN del 86, la postura por la salida de la OTAN era muy movilizada y provocó manifestaciones, pintadas y carteles de todos los colores. La posición de permanecer en la OTAN no comportaba movilización, no era una idea que moviese a quien la tenía a organizarse para difundirla. Ganó la permanencia, pero si hubo posibilidades reales de que ganara la salida fue por la fuerte movilización que supuso. Por citar otro ejemplo, siempre pensé que las últimas elecciones que ganó Felipe González, las del 93, las ganó por Baltasar Garzón. Los factores que le hicieron perder en el 96 frente a Aznar estaban ya maduros en el 93. Baltasar Garzón no movió tantos votos como para cambiar la tendencia perdedora del PSOE. No aportó grandes ideas ni fue protagonista de debates electorales. Pero de aquella Garzón era un intocable. La noticia de su fichaje electoral movilizó a unos militantes socialistas que andaban cabizbajos y medio escondidos. Y esa movilización, y no tanto el personaje en sí, cambió la tendencia de voto.
Parece que la parroquia conservadora encuentra su energía movilizadora en la brutalidad ultra. Los desatinos de trazo grueso son los que provocan el aplauso y el asentimiento ostentoso. Se nota en los bares, hablan más alto y con más voluntad de ser oídos cuanto más facha sea lo que estén diciendo. En este sentido es indudable que Casado está movilizando a los suyos, aplauden con más estrépito cuando se les dice que el Descubrimiento de América es el momento estelar de la humanidad o que Pedro Sánchez es un traidor y un felón (qué expresión antañona, voto a bríos). Es evidente que la tensión de Cataluña es como un pellizco al país que le hace echar borbotones de pus e inmundicias. A la derecha la moviliza más un nacionalismo vociferante de mentiras y odio que ningún programa económico (que sin embargo existe; vaya que existe). En ese sentido seguramente el PP está disputando más protagonismo al populismo patriotero de Vox y C’s con Casado que con Soraya Sáenz de Santamaría. Todos quieren estar en la caldera que genera la movilización y esa está en la ultraderecha. Hasta nuestra alcaldesa Moriyón se dejó de zarandajas y fue corriendo a la payasada falangista de la plaza de Colón, se puso en primera línea de la foto y se pasó varios días hablando de la unidad de España. Pobre.
Pero la movilización tiene riesgos, decía. El principal es que ciega. El no a la OTAN era lo que llenaba paredes y calles, pero no lo que iba a ganar. La plaza de Colón, como día histórico, fue un fiasco. Rajoy no movilizaba, pero conocía muy bien a su electorado. Casado moviliza pero podría perder más de cuarenta diputados. Él es un ultra auténtico y parece creer que el PP es más fuerte siendo más pequeño pero con Vox y sin Sorayas. Y hay más riesgos. Puede que lo que movilice sea también lo que impida crecer porque petrifique los límites. Cuesta creer que el PP pueda ahora convencer a votantes del PSOE, salvo que hayan sido ministros del interior o vicepresidentes saliendo de alguna cripta. En el caso de Podemos lo que moviliza (o movilizaba) es lo que le puede hacer crecer (o podía) y la falta de movilización lo encoge. Pero no está claro que en la derecha sea así. Y otro riesgo es que lo que moviliza en la derecha asusta a la izquierda. Las mejores perspectivas de la derecha pasan por la abstención de la izquierda. Con la performance de Colón no asustaron, pero con la campaña a lo mejor sí consiguen que se asuste la izquierda y vaya a votar.
De pequeño tenía el divertimento de bizquear y ver cómo las cosas aparecían donde no estaban. Parece que el país está en ese juego. Casado delira que el 28 de abril se elige entre Torra y el 155. El tal Torra nos deleita con que la democracia está antes que las leyes y lo dice con la gravedad con que se enuncian los grandes principios, como si no estuviera diciendo un galimatías reaccionario; lleva dos años desgañitándose Trump con esa idea. Nos vamos acostumbrando a oír que la ley es lo de menos. No sé qué regla de la democracia obliga ahora a convocar elecciones. Hace pocos meses que hubo ya dos elecciones generales. No pasó nada anormal en una democracia para que tal cosa sucediera: sólo que no había acuerdo entre partidos por lo redondos que eran todos los ombligos. No se formó ningún gobierno por acuerdo. Rajoy gobernó porque una parte del PSOE secuestró los votos socialistas y se los regaló sin acuerdo de ningún tipo. Sánchez gobernó porque una sentencia judicial estableció que nos gobernaba la mafia y se creó una situación de emergencia. Y ahora sigue sin suceder lo normal: que haya algún tipo de acuerdo para gobernar. En vez de hacer política nos endilgan elecciones a la población. Sánchez tiene mayoría para leyes muy importantes que quedan en el aire y que podría tramitar con una legitimidad mayor que la que puso a Rajoy en La Moncloa. La sensación de que no se sostiene es como la de creer que democracia y leyes son cosas distintas y que independentismo y terrorismo son cosas idénticas. Es la costumbre que vamos tomando de bizquear y ver las cosas donde no están y como no son.