domingo, 26 de mayo de 2019

A votar. Lo necesario y lo suficiente

Con tanto juicio del procés, tanto preso jurando por repúblicas del más allá y tanto facha gritando y dando patadas a los bancos (ellos piensan con los pies y las laringes), con todo ese circo tan nuestro, se nos fue de la atención el juicio al pequeño Nicolás, que alguna enseñanza nos deja. Al neoliberalismo le gusta predicar que la desigualdad es la justa consecuencia de los méritos y los actos de cada uno. El rico es rico porque se lo ganó. Y el que vive en precario vive así por no haberse formado y haber adquirido una ventaja competitiva, o no haberse adaptado a los cambios, o no haber sido diligente en buscar su hueco, o en no tener empuje emprendedor. La gente en dificultades recibirá varias veces al día el mensaje de que la culpa es suya. Todo eso es propaganda neoliberal. La realidad es que ni de lejos todos tenemos las mismas oportunidades, que una cosa son ciertas desigualdades y otra las desigualdades insoportables, que el dinero no se acumula por méritos y que las dificultades y la precariedad no nacen de la estupidez de los afectados.
La parte personal del asunto del pequeño Nicolás, la que se refiere al tipo de narcisismo o idiotez que le afecta, no me interesa ni me entretiene. Pero este personaje es una caricatura, no ciencia ficción. Es decir, es una exageración deforme de la realidad, no una invención. En el capitalismo las tajadas más lucrativas no vienen del talento de producir cosas o servicios que otros quieren consumir, sino de otra cosa: la influencia. Nicolás quería hacer negocios. Él no fingió talento, no se hizo pasar por fabricante de camiones, ni fingió dirigir un gran hotel. Todo eso sería talento y ese no es el meollo capitalista. Él fingió influencia. Nada de camiones ni hoteles. Él buscaba salir en las fotos con Sáenz de Santamaría y otros mandamases, contrataba guardaespaldas y alquilaba coches de lujo para hacer sentir que lo acompañaba el Rey o que lo enviaba el CNI. La agenda telefónica que la gente crea que tienes, los contactos que puedes proporcionar, las relaciones que puedas engrasar, todo eso, requiere escenarios, ambientes políticos, fiestas y encuentros y todo eso afecta a las expectativas que hay sobre ti y a la rentabilidad de lo que hagas. Y a veces lo que haces es solo eso: afectar a las expectativas que hay sobre unos y otros, a la confianza y ese tipo de cosas. Las oportunidades de negocio no consisten en tener el mejor producto, sino en estar en el escenario apropiado con la gente apropiada. IBM arrancó a gran escala con contratos gubernamentales y su director, Thomas J. Watson, recibió en 1937 una medalla de Hitler, que había utilizado su tecnología en su cruzada antisemita a tan gran escala que IBM casi ganaba tanto en Alemania como en EEUU. Tan importante como la producción de cosas están las actividades para alterar su valor. Cuando Reagan desreguló el mercado energético y Enron acaparó la electricidad de California, el precio del kilovatio se disparó y los apagones llamaron la atención internacional. Ellos mismos provocaron la escasez que disparaba los precios. Por supuesto, su quiebra cayó sobre las espaldas de las demás. El neoliberalismo no busca la lucha limpia entre iguales. La no injerencia del estado, es decir, de nosotros, consiste en dejar a las bandas oligárquicas sin control. Solo utilizan la expresión «libre competencia» para los de abajo, para justificar despidos, deslocalizaciones o estrangulamientos de salarios. Para los de arriba utilizan la expresión «libertad». Nunca dicen esa palabra para hablar de vivienda o precariedad. La utilizan para no poner reglas a grandes empresas o para justificar los intereses de la Iglesia en la educación.
El pequeño Nicolás es un recordatorio de la esencia del neoliberalismo y también de que anda desbocado, agresivo y sin concesiones. Los nombres de ideologías, por queridas que sean, deben dosificarse en los discursos. Decir «izquierda» cada poco es una manera de esquivar el razonamiento. A veces es una forma de levantar trincheras que separan intereses más que actitudes. Y es también una forma de afirmar falsas alturas morales. Hay que utilizar la etiqueta ideológica lo justo. Y este es uno de los casos en que conviene. En estas elecciones, como en las generales recientes, hay partidos de derechas y de izquierdas y ahora sí conviene decirlo y tenerlo en cuenta. El estado del bienestar, la organización social en la que los servicios básicos son universales e igualitarios, no es un concepto necesariamente izquierdista. De hecho, caben estados de gran injusticia social y desigualdad racial o de género dentro del estado del bienestar. Pero el neoliberalismo y las derechas que lo representan están, decíamos, desbocadas. Las oligarquías lo quieren todo. Lo que queda de vocación del estado del bienestar y civilización está solo en la izquierda.
Hay además otro componente en la escena. La ultraderecha envilece el lenguaje, el estilo y la agenda política. No es un talento estratégico. Es muy fácil la grosería y muy fácil que la grosería haga grosero el escenario. Si voy a un debate, me bajo los pantalones y hago mis necesidades ante el público, ¿quién puede evitar que el debate en sí sea una grosería? Nadie puede evitar que en la vida pública silben como argumentos que las feministas son feas y que en la escuela pública se promueve la zoofilia y se empuja a la homosexualidad. Las derechas están dispuestas a ser el cordón umbilical por el que los ultras bombeen sus inmundicias en las leyes y en nuestra convivencia a través de los gobiernos que consigan. No cabe degradación más soez que la que muestran desde Andalucía. Se aplican con prioridad e inquina precisamente a la violencia sistémica más repulsiva que aún vivimos. Mueren asesinadas al año más mujeres por ser mujeres que crímenes cometía la extinta ETA en sus tiempos. Precisamente quienes trabajan en el servicio del gobierno andaluz encargado de enfrentar este complejo tipo de violencia fueron presionados y finalmente serán despedidos por exigencia de Vox. Juan Marín, de C’s, ese partido que no negoció con Vox, es el ejecutor de esta reclamación fascista. El punto de mira está también en la enseñanza. La Iglesia, machista en todas sus entretelas, ya había abonado el terreno ultra llamando a la pura y simple igualdad entre hombres y mujeres «ideología de género». Ahora Vox recoge el fruto de esa invención para exigir una purga que limpie de «ideología» las aulas. Y las demás derechas (Foro incluida, que allí estuvieron en Colón) están dispuestas a acoplarse con esa ciénaga e insuflar su mefítica mercancía en nuestras administraciones.
Repitamos que este es uno de esos momentos en que sí tienen que entrar en los argumentos las palabras derecha e izquierda. Decía que solo los partidos de izquierda mantienen el norte civilizado del estado del bienestar, mientras las derechas se despeñan sin tapujos en la barbarie neoliberal. Ahora añadimos que solo los partidos de izquierda mantienen fuera del estado y sus administraciones a Vox, a su machismo grosero, a su amparo de la violencia de género, a su racismo y xenofobia y su sectarismo religioso y político. El antifascismo no es exclusivo ni definitorio de la izquierda. Pero en estos tiempos y aquí sí. La audacia y envalentonamiento con que acosan en Andalucía a los profesionales que se encargan de la lacra de la violencia machista los desnuda y fortalecen en vez de debilitar a sus oponentes. Su impudicia hace que el único voto antifascista sea el de izquierdas y eso es una fortaleza. Y con las aguas calmadas habrá que plantearse otra vez, pero con estas nuevas evidencias, por qué el estado sigue gastando, entre pagos y privilegios fiscales, más de once mil millones de euros en la Iglesia. Tanta provocación puede acabar debilitando a sus huestes.
Solo la izquierda en los gobiernos puede poner límites a la brutalidad neoliberal y mantener al salvajismo fascista fuera del poder. No es mucho, son solo mínimos. Los gobiernos de izquierda son una necesidad, puesto que de mínimos se trata. Y puesto que de mínimos se trata no es suficiente. Es algo que debe entender sobre todo Pedro Sánchez. Que la izquierda en el poder es necesaria, pero no es suficiente. Queremos más que mínimos.

Rubalcaba y el bajorrelieve melancólico

El nutrido desfile ante el féretro de Rubalcaba y la sensación de pérdida colectiva revoloteando en los periódicos dejan una duda inquietante: si eran las grandezas del fallecido lo que se sentía o si la nostalgia era por la degradación de la vida pública que el difunto hacía percibir por contraste. Hablar de Rubalcaba dice mucho de nosotros. Ya había sido en su partido como esas varillas con las que se comprueba el nivel de aceite del coche. Entre las enormes facultades que tenía, no estaban las que se requieren para estar en primera línea de liderazgo. Para empezar, tenía ambición pero no creo que tuviera vanidad suficiente. Y además le faltaba enganche. Los que asesoran a quienes se disputan el mundial de ajedrez son grandes maestros de ajedrez, pero les falta algo para ser ellos los candidatos. Hablaba bien pero era difícil recordar nada que hubiera dicho y en los discursos públicos la gente solo entendió lo que se puede repetir para otro; lo demás no hizo efecto (¿alguien sabe qué pensaba Rubalcaba del rescate bancario de Rajoy?). Es decir, para lo que interesa no hablaba bien. Un anticipo de por dónde vamos: un adoquín como Esperanza Aguirre comunica con más eficacia que un ilustrado educado como Rubalcaba. Este es el nivel del juego. Rubalcaba aconsejaba, hablaba, analizaba, influía, pero no era líder. A medida que el PSOE se fue consumiendo, Rubalcaba emergía como emergen esos pueblos sumergidos cuando la sequía hace bajar el nivel del pantano que los anega. Llegó a ser líder por lo que había bajado el nivel en su partido resecado. Por eso fue con una de esas varillas testigo: su existencia medía cuánto habían bajado las aguas del PSOE allá por 2010.
Rubalcaba era parte del colesterol que sobra en la política española, pero murió siendo mucho de lo que le hace falta a nuestra vida pública. Empecemos por lo segundo. Por supuesto se agradecía el tono educado, paciente y racional de Rubalcaba, en lugar de los aullidos de estos días. Pero no era lo principal. Todos somos parte de algo mayor que nosotros, nuestros momentos son piezas de procesos que van más allá de lo que nos esté ocurriendo, todo lo que vivimos es un aspecto solo parcial de otra cosa mayor. Esto tan sencillo debería ser el resumen mínimo de la biblia de la gestión pública. Rubalcaba siempre gestionaba los asuntos como si cada empeño fuera parte de un propósito superior que apuntaba a más cosas. A esta actitud se le llamó sentido de estado. La expresión es confusa y tiene su lado oscuro, pero de momento nos sirve para entendernos. Hubo momentos en que el sentido de estado era la norma. Puede que los políticos de la transición tuvieran más altura, y no solo los actores principales: un disidente como Xirinacs era más interesante que Rufián, por decir algo. O puede que fuera la angostura de un momento histórico en el que había que remontar la cuesta resbaladiza por la que se salía de la dictadura sin una guerra. Lo cierto es que había sentido de estado y un personaje como Rubalcaba no llamaría tanto la atención. El sentido de estado, la aceptación de que todo momento es parte de una historia más larga, implica un cierto tipo de humildad, la del anonimato que se requiere para procesos extensos en los que nuestro nombre será pequeño. Recuerdo, como simple ejemplo, cuando las consejerías de educación decretaron la generalización de las secciones bilingües. Varias generaciones de profesores monolingües (y competentes, que conste; ni el inglés cualifica al necio ni su ausencia quita mérito al capaz) tenían que hacer bilingües a los estudiantes. Es la típica tarea que requiere acciones piloto y un desarrollo a largo plazo. Pero en un plazo dilatado cada consejero sería apenas una mota de polvo sin nombre, así que decidieron hacer la chapuza instantánea para tener «logros» en cuatro años de gestión. Esta torpeza del corto plazo y ausencia de miras es la que resalta en bajorrelieve el funeral de Rubalcaba, acostumbrado a tratar cada momento con perspectiva y con dirección y sentido. La vida pública se llenó de desenlaces finales, de amenazas a punto de consumarse, de golpes que cambian la historia de repente. Nos dicen que puede sucumbir la familia, la patria y occidente. O se nos dice, aquí en la política llariega, que Asturias se puede convertir en la Alemania norteña o que Gijón será el referente de la innovación tecnológica. Cada momento parece el penúltimo día de la historia y estamos tocando continuamente el cielo y el infierno. Es ya una cuestión cultural. Nos pide la Universidad que pongamos en la guía de cadaasignatura una indicación de sus salidas laborales, como si cada esfuerzo debiera justificarse con urgencia y a plazo inmediato. No va con los tiempos entender que la concatenación de esfuerzos sin beneficio inmediato ni objetivo individual es la materia prima de la disciplina y la disciplina la condición para cualquier tarea de alcance. El funeral de Rubalcaba dibuja por contraste este aspecto del momento actual.
Pero el sentido de estado, decíamos, tiene su lado oscuro. El sentido de estado supone que el interés del propio estado requiere actos y decisiones que la gente no aceptaría en caliente y que deben ser realizados sin su aprobación ni conocimiento. Esto incluye el secreto, la mentira y la ilegalidad. Rubalcaba era un servidor del Reino. Y el Reino se compone de personajes y de equilibrios de intereses, con debilidades y miserias, pero que forman un conjunto funcional. Creo que Rubalcaba no era corrupto, pero tenía las tragaderas de pedernal que se requieren en un guardián del Reino. Protegerá los desmanes del Rey, ocultará trapacerías bancarias y tomará un caldito en el Vaticano si hace falta para mantener el equilibrio del Reino. El problema es que en todos los terrenos que se ocultan a la mirada pública solo florece el bandidaje, el clientelismo y el parasitismo. Lo que se mantiene oculto no ampara nunca el bien del estado, sino de la oligarquía. Y España es un Reino lleno de secretos y recovecos por sentido de estado. Ni siquiera ahora podemos saber qué pasó el 23F por si nos liamos. Por eso Rubalcaba es parte de lo que añoramos pero también de lo que nos sobra. La suya es una actitud incompatible con alteraciones sustanciales en un estado con rigideces disfuncionales. Ofende al establishmentla expresión «régimen del 78» como si con ella se denigrara la Constitución y la transición. El problema son las inercias que los guardianes del Reino se resisten a abandonar. En la transición tenía sentido que hubiera mecanismos que fortalecieran a los partidos más votados, porque la democracia necesitaba que hubiera partidos que se consolidaran. Pero esos mecanismos sostenidos en el tiempo convirtieron a los partidos en organismos endogámicos y voraces que llenaron de disfunciones al Estado y la práctica política. El sistema autonómico cruje como una casa vieja y llena la vida pública de poltergeistsfantasmales y amenazantes. No solo es la tensión independentista. Ignacio Escolar recordaba para los despistados que Madrid es la comunidad más rica de España, la que menos invierte en educación y sanidad por habitante, donde más tiene que gastar la gente en esos dos servicios, la que hace de paraíso fiscal interno y atrae riqueza de las otras comunidades y es además el núcleo de los peores casos de contrabando y corrupción. Madrid, en definitiva, succiona recursos de los servicios públicos de otras comunidades, pero no para sus servicios, sino para enriquecimientos delincuentes. Esto ocurre, por supuesto, porque lleva más de dos décadas en manos de una banda, pero también porque el sistema autonómico tiene grietas escandalosas. La Corona es desde hace ya unos años un problema serio del Reino y no un beneficio. Esto es una evidencia. Partidos políticos, estado autonómico, Jefatura del Estado y podíamos seguir: urgen cambios; y además cambios que tocan privilegios y trastruecan estructuras. Rubalcaba no era el tipo de guardián que removiera las piezas de las que era lubricante.
Pocas veces la muerte de un político tuvo tanto impacto. Sospecho que es por el bajorrelieve nostálgico que su figura nos deja del país. En lo que sobraba y en lo que se le echa en falta. Seguramente ahora más lo segundo que lo primero. Las aguas del país siguieron bajando.

El impuesto de sucesiones de Colón en la pendiente resbaladiza de Lakoff

Cáliz, corola, estambres y pistilo. Nos decían en la escuela que estos eran los cuatro verticilos de los que consta una flor. Pero nunca nos explicaron el concepto de ramillete. La razón es obvia. La conjunción de esos cuatro verticilos da lugar a un objeto botánico diferente de ellos que es la flor. Pero si juntamos flores en un ramillete no tenemos una nueva entidad botánica. Aunque nos guste verlas juntas, muchas flores juntas no son una nueva cosa. A los neoliberales no les gusta que nos juntemos en sociedades estructuradas que sean un conjunto civilizado y protegido distinto de lo que somos individualmente. Ellos quieren que nuestras sociedades sean ramilletes de seres humanos. Margaret Thatcher dijo explícitamente que la sociedad era una apariencia. Lo que hay son muchos humanos juntos. El juntarnos con las menores obligaciones posibles de unos respecto de otros es el mejor estado de cosas para quienes están en posiciones de ventaja y tienen riqueza. Que haya estado significa que no somos un ramillete de humanos unos al lado de otros, sino que todos tenemos responsabilidad en que el aire sea respirable para todos. Pero los neoliberales de todos los pelajes tienen tanta aversión al estado como las bandas a la policía y por las mismas razones. En Andalucía van mostrándonos cómo quieren que sea el mundo.
Ahora que estamos encadenando períodos electorales los neoliberales gritan en sus tres dialectos de la plaza de Colón que hay que bajar los impuestos. Nunca oiremos a la derecha hablar de diferencias de renta ni de clases sociales cuando hablan de impuestos. Ellos hablan como si todos formáramos una asamblea de iguales y enfrente tuviéramos un ente ajeno y hostil: el estado. Pero lo cierto es que todos sabemos que sin impuestos no hay hospitales ni escuelas. Quiero decir, no hay hospitales ni escuelas para todos y en igualdad. Pero los ricos no quieren pagar hospitales y escuelas para todos y en igualdadporque creen que su riqueza es suya y no tiene nada que ver con el trabajo de los demás. Y los partidos que los representan tienen que convencernos de que los impuestos con los que se pagan nuestros servicios son malos para nosotros. Y así empieza la propaganda.
Lakoff utiliza la sugerente expresión de pendiente resbaladiza para referirse a la táctica de seleccionar estratégicamente cuestiones sencillas y abarcables cuya aceptación arrastra a la aceptación de otras cuestiones más amplias no planteadas que en principio serían rechazadas. Pensemos en la ley del aborto del PSOE de los años ochenta. Por entonces el aborto estaba prohibido y era un tabú en buena parte de la población. Tanto tiempo nos habían dicho que era un crimen que mucha gente lo tenía asumido sin haberle dado un par de vueltas a la cuestión. Y de eso se trataba para la izquierda: de que la gente le diera un par de vueltas a la cuestión. Al PSOE se le ocurrió despenalizarlo en tres supuestos: violación, malformación en el feto o peligro para la vida de la madre. La ley era irracional, en principio. La única razón para prohibir a una mujer que interrumpa el embarazo es suponer que el feto es un humano con todos los derechos. Si suponemos tal cosa, el aborto no puede legalizarse en ningún supuesto, como no aceptaríamos matar a un bebé en ningún supuesto. Y si la ley no puede establecer que el feto es un humano con todos los derechos, no hay razón para prohibir a una mujer que interrumpa su embarazo en ningún supuesto. Lo que ocurre es que se seleccionaron tres casos en los que mucha gente podría entender que se abortara por la gravedad límite que representan. Al comprender y aceptar estos tres supuestos, el tabú se rompió. La aceptación popular de esa ley pone a la gente en una pendiente por la que resbalarán a la aceptación del aborto como un derecho de la mujer. Se eligieron los casos más fáciles de aceptar para que a partir de ellos se deslizara todo el mundo hacia lo que acabará siendo una ley de plazos.
Así que nuestros neoliberales, que quieren quitar de la riqueza de los ricos nuestras escuelas y nuestros hospitales, buscan estratégicamente un caso que sea fácil de aceptar para que la aceptación nos ponga en la pendiente resbaladiza que lleve a aceptar la retirada masiva de impuestos. Por eso hay un activismo tan intenso contra el impuesto de sucesiones y por eso el trío de Colón lo exhibe como fachada de su gestión en Andalucía. Es un impuesto que afecta a tramos muy marginales de herencias y que recauda relativamente poco. Pero la propaganda es feroz y mentirosa y muy significativa de lo que hay en juego en cada una de las elecciones. No es verdad que se haga pagar a la descendencia por lo que ya habían pagado los padres, como repite Rivera con cara de yerno aseado de visita en domingo por la tarde. El dinero con el que pago la cena de un restaurante ya había pagado sus impuestos en mi nómina y ahora, al ingresarlo el dueño del restaurante, tiene que declararlo él también. Según la banda de Colón el mismo dinero estaría pagando impuestos dos veces, por lo que los restaurantes deberían estar libres de impuestos. Es evidente que esto es una sandez. Ni es verdad que la gente tenga que renunciar a herencias por los impuestos. Renuncian por otras cargas que llegan con las herencias. La lógica del impuesto es muy simple: si pagamos impuestos por el dinero que ganamos trabajando, con más razón habrá que pagar por el dineral que obtenemos sin trabajar; porque la movilización la mueven los que heredan dinerales sin haber dado un palo al agua.
La razón de la propaganda no es lo que les preocupa el impuesto en sí. Es la pendiente resbaladiza. El impuesto de sucesiones genera enorme confusión y se aplica en un momento de por sí confuso, el de la muerte de alguien, donde todos los papeleos y trámites son desacostumbrados y cargantes. Es el trance ideal para afianzar la idea demagógica del estado recaudador implacable, de la oficina rapaz con la familia, de la agencia deshumanizada y lejana, de la administración que aprieta como un corsé. El estado siempre es más grande que el trozo de administración que experimentamos en cada trance, por lo que siempre hay una intuición de desmesura que aquellos que lo denuestan desfiguran demagógicamente. Repitamos por qué molesta a las oligarquías el estado: por lo mismo que molesta a las bandas la policía, porque les gusta la jungla en la que puedan campar a su antojo. Aceptada la supresión del impuesto de sucesiones por esa idea del estado implacable, lejano y meticón que hurga en nuestros bolsillos, la pendiente resbaladiza nos desliza al estado mental en el que percibimos como un abuso los impuestos en sí. Cuando se habla de bajar los impuestos, así sin especificar a quién y a qué rentas, de lo que se está hablando es de bajárselos a los ricos. Por eso las tres derechas lo cantan a coro.
Cuando hay un empeño ensimismado sobre un tema, hay que pensar siempre hacia dónde nos desliza ese tema. Nadie va a defender que una mujer pobre alquile su cuerpo para incubar bebés de otra mujer, ni que a un niño inmigrante no se le atienda una infección grave. Se hace propaganda sobre casos en los que es más fácil empatizar:  el altruismo de una mujer que ayuda a otra a tener un hijo, los problemas aislados de seguridad relacionados con inmigrantes. Aceptadas las medidas en esos casos, resbalamos hacia la aceptación de lo que en principio hubiéramos rechazado. El estado del bienestar está sufriendo un ataque en toda regla. El vaciamiento de las clases medias y los impuestos cada vez menores de grandes empresas y oligarquías económicas es lo que lo hace insostenible. La lucha contra el impuesto de sucesiones es una parte de la propaganda neoliberal contra los impuestos y el estado del bienestar. Es la lucha de siempre entre los que lo acaparan todo y los que quieren algún reparto.

Tras el alivio, firmeza

Cuando las sonrisas son más de alivio que de ilusión, es que se podía perder más de lo que se podía ganar. En un paseo por la calle Uría, en cierta ocasión un amigo cogió de la basura un aro de esos que los niños hacían rodar con un palo y se puso de cachondeo a darle al aro con gritos y saltos. Nuestra broma fue simple y eficaz. Nos metimos en un portal y cuando se quiso dar cuenta estaba solo dando saltos por la calle Uría con un aro ante la mirada perpleja de la gente. Algo así debió pasarle a Casado. Había reducido la política a alaridos de manos manchadas de sangre, pederastas, violadores, traidores, felones y enemigos de la patria. Cuando se quiso dar cuenta, se encontró con que España no estaba allí y él estaba solo dando aullidos. España, más que recelosa de extremismos, parece harta de astracanadas. Así que Casado decidió cambiar. Pero es patoso y al dar media vuelta tropezó y le pisó un callo sin querer a Esperanza Aguirre y a su propio partido. No se le ocurre mejor manera de meterse con Abascal que recordar cuánto chupó de uno de los chiringuitos del PP madrileño, dejando sentado que el PP amamantaba parásitos con lo que nos recortaban a los demás y que Aguirre era la condesa de las mamandurrias. Y lo que pasa con los tropezones es que después de pisar los primeros callos se sigue dando tumbos rompiendo más cosas. Casado no reparó en que unos días antes había ofrecido ministerios a Vox. Tampoco se paró a pensar que gobierna en Andalucía con ellos, que vienen más elecciones y que sin ellos no podrá gobernar en comunidades autónomas y ayuntamientos grandes. Ni siquiera se dio cuenta de que era de Aznar de quien renegaba. Casado es un personaje insolvente que no tiene pinta de presidente. Él cree que el balance que se hace en estos casos consiste en ver cuántas veces perdió y no cuánto se perdió. Como solo perdió una vez, pues sigue dicharachero y sonriente pensando que le quedan dos comodines. Pero hasta en Aravaca saben contar. En 2016 vimos el gesto alicaído de Pablo Iglesias por haber sacado solo 71 escaños. El PP, que venía de ser mayoritario, sacó 66. No es una continuación del declive de Rajoy. Es una demolición por el lenguaje neofascista con que Casado quiso mimetizarse con Vox. ¿Quién hace caso todavía al mediocre Aznar?
Solo ganó Sánchez. Los demás perdieron. Unidas Podemos tuvo el consuelo de que lo que lo perdió lo había perdido hace tiempo. Ahora no perdió más y quizás ganó algo. Vox tendrá que esperar para oler el pánico progre por las mañanas y tendrá que conformarse con seguir oliendo su propia mugre. Y a Rivera parece que no se le bajó el colocón de café del último debate y sigue espídico dando saltos porque quedó el tercero. C’s planteó una estrategia muy arriesgada. Lo jugó todo a ser oposición al PSOE. Se dejó en el camino ciertas credenciales internacionales. En Europa no pasó inadvertido el entendimiento de C’s con la ultraderecha. No solo es Andalucía. El otro día Pepa Bueno preguntó a Ignacio Aguado, candidato por Madrid, si mantiene el veto a pactar con el PSOE. Su respuesta fue clara: nunca pactará con el PSOE. Y le preguntó después si rechaza gobernar con Vox. La respuesta fue chistosa: «Mire, yo ahora de cara al 26 de mayo tengo un objetivo claro, que es intentar aglutinar al mayor número posible de madrileños de votantes en torno a un centro liberal en la Comunidad e intentar por todos los medios que los madrileños no apuesten por los extremos. Yo creo que Madrid no necesita extremos, necesita gestión, necesita honradez y necesita proyecto.» Está claro. La cuestión es que dejándose ver con la ultraderecha para ser el líder de la oposición a Sánchez quedó el tercero, con el mayor desplome imaginable del PP. Meridiano: ganó Sánchez y perdieron los demás.
Pero decía que hubo alivio y no ilusión. La derecha, toda ella, se había diluido en la plaza de Colón en un mejunje cuya coloración no deja lugar a dudas. Cuando solo se razona con el nombre de la nación y su bandera, no se razona. Y más si es España. Salvo en el fútbol, no se pronuncia el nombre de España ni se agita su bandera más que con odio. Y siempre contra otros españoles. Y esa fue toda la oferta de las tres derechas. Claro que había miedo. Claro que hubo alivio. Solo había dos posibilidades y una era siniestra. Pero no es el tipo de miedo que ponía cachondo a Iván Espinosa de los Monteros. Hay un tipo de temor que nace del compromiso y la determinación. Y eso es lo que toca ahora: determinación. El PSOE no puede creer que llegó al poder por su propia tracción y se mantendrá en él por su propia inercia, como si estos fueran otros tiempos. Los bancos, el Íbex, los guardianes internacionales del neoliberalismo rapaz y los veteranos gagás del PSOE dirán que la socialdemocracia es extremista y que de ahí a la izquierda es todo Venezuela; los primeros porque solo miran sus desvergonzadas ganancias y los gagás del PSOE porque están gagá. Percibimos como extremista una actitud cuando crea crispación. Y siempre crispa más enfrentarse a intereses poderosos que humildes. El roce con la oligarquía hace más ruido que con los comunes y los mismos que arman el ruido llaman extremistas a quienes provocan que ellos hagan ruido. Pero es momento de firmeza y no dejar que la política española siga aumentando sus tragaderas. Pedro Sánchez tiene tres frentes en que la moderación exigirá determinación porque hará ruido: justicia social, memoria histórica y Cataluña. Y esos frentes son también de UP. UP no es lo que pudo ser Podemos. Es más de lo que fue IU. No es ni mucho ni nada. Y tienen una responsabilidad en estos tres frentes que haría imperdonable otro Tramabús o más Vistalegre II.
La justicia social exige más igualdad y exige servicios públicos (enseñanza, sanidad, pensiones) que sean públicos y no lucro privado. Exige que no se bajen los impuestos a las grandes empresas mientras suben sus beneficios. Exige que se denuncien en Europa los paraísos fiscales y se presione para que los estados armonicen las políticas fiscales que exige el estado del bienestar, no las que exige su desmantelamiento. En Europa miran lo que cuesta nuestra sanidad, pero nunca lo que pagamos a la Iglesia. Nos piden que cerremos aulas, pero nunca nos dijeron nada de las mamandurrias de Aguirre y las fugas fiscales. Alertan de la caída de los salarios, pero quieren «profundizar» en la reforma laboral que los provoca.
En España hubo tres focos de sangre, de distinto tamaño y formato, que tienen presencia en nuestro momento político: Franco (no la guerra; Franco), ETA y la violencia machista. Ningún asesino merece un monumento. Ni el activista tarado, ni el machito ofendido, ni el Jefe del Estado fanático. Todos los gobiernos de España hacen sus deberes con las víctimas de ETA. Pero las derechas siguen bostezando por los asesinados por Franco o riéndose de ellos. Las tres derechas. Y siguen teniendo pulgas para reconocer la violencia machista que mata más de lo que mataba ETA. Las tres derechas. Son crímenes, muchos crímenes. Ni un día más. Aunque Abascal se sienta hemipléjico y Alfonso Guerra aúlle.
Rivera necesita guerra en Cataluña. Ahí tiene su nutriente. Los descerebrados que deambulan por allí (¿hay algo comparable a Torra y ese parlamento cerrado? ¿Por qué no le ponen cascabeles?) le hicieron pensar un día que ganaría las elecciones. El resto de la derecha también va a Cataluña a hacer de Isabel II. Pero España no estuvo allí. Votó a unionistas y separatistas dialogantes. Y ahí debe estar el futuro Gobierno. Y debe hablar de educación y pensiones con Esquerra, estaría bueno.
Pedro Sánchez y Unidas Podemos tienen que parecer un poco más extremistas a la Troika, a Vox, a la Iglesia y a Alfonso Guerra. Pudimos perder mucho en abril. Toca apretar los dientes.

El voto de izquierdas. Síntesis rápida

Los vimos en dos debates y mañana es el día. Pedro Sánchez, bien asesorado, se untó de vaselina para deslizarse por los debates y asomar por el otro lado tan impoluto como James Bond después de un tiroteo. Pablo Iglesias 3.0 se salió de la zona de los escupitajos y colocó con eficacia los dos mensajes que tenía que transmitir: que el voto a Podemos será útil para que gobierne el PSOE y que será necesario para que el PSOE cumpla algo de lo que dice. Es con diferencia el más culto de los cuatro líderes del debate. Y es el único de ellos que no puede ser Presidente. Y el que no tenía nada que los demás ambicionasen. Recordaba por momentos aquel gag de Tricicle, cuando salían los tres a boxear y uno de ellos acababa pegándose a sí mismo, porque los otros dos se enzarzaban sin hacerle caso. Nadie se jugaba nada contra él. Las derechas compitieron a bramidos a ver quién era más bruto. Pablo Casado encadena embustes con más rapidez de lo que tarda en desvanecerse el pasmo que provoca cada uno de ellos. La sonrisa transmite confianza y distensión, pero la sonrisa inmune a los vaivenes emocionales de los demás parece un poco tonta y te da pinta de no ser presidente. Rivera trepa bien pero tiene un problema con la cumbre y es que entonces se le ve entero. Cuando dominaba en las encuestas, se mostró entero en aquel bodrio patriotero con Marta Sánchez que abochornó hasta a Antonio Caño. Y cuando le había robado la cartera a Casado en el primer debate, se planta en el segundo con un montón de cachivaches de chamarilero, irritado e irritante, con demasiados cafés encima. No nos queda en el cuerpo ninguna célula de las que teníamos hace quince años, porque en ese tiempo todas fueron renovadas. Por qué no va a cambiar Rivera de ideas cada poco y decir una cosa y la contraria si cambia todo lo demás. Pero mañana la cosa no va de todo esto.
La subsistencia la marcan cinco cosas: la comida, la vivienda (con techo, luz y calefacción), la educación, la sanidad y la jubilación. Pagaremos lo que nos obliguen por estas cinco cosas. Cuando alguien no llega a la subsistencia, es pobre, con mayor o menor severidad. Quien consigue ganar más o menos para su subsistencia es de clase baja. El bienestar empieza donde se supera la subsistencia. Cuando se pueden comprar libros, ir al cine, cenar en una pizzería, ver la televisión o escuchar música, se tiene bienestar. Si se nos desprotege en las cinco cosas básicas, muchos no llegarán a la subsistencia y la gran mayoría trabajará solo para ella. El estado del bienestar se llama así porque el orden social está dispuesto para que la gente no reduzca su vida a la mera subsistencia. De esas cinco cosas estamos en una a la intemperie, la vivienda. La comida todavía es asequible para la mayoría. En 1991 Goldman Sachs, aprovechando la desregulación de Reagan, empezó a especular en bolsa con la alimentación. Convirtió en commodities24 materias primas alimentarias. Reagan había quitado impuestos a los ricos y muchos de ellos invirtieron todo ese dinero en el nuevo índice de Goldman Sachs. Se creó una fuerte burbuja especulativa sobre los alimentos, se dispararon sus precios y millones de personas murieron de hambre. El dinero que se saca de los servicios públicos americanos se dedica a una actividad parasitaria e improductiva y la gente se muere. Puede que llegue aquí el hambre, pero todavía no. Y en las otras tres cosas, la educación, la sanidad y la jubilación, hasta ahora estuvimos bien protegidos. No tuvimos que empeñar salarios y propiedades para operarnos de corazón, ni tuvimos que hipotecarnos para que nuestros hijos fueran a la Universidad, ni nos amenazó la pobreza en la vejez. Pero los neoliberales, lo estamos oyendo en campaña, quieren someter al lucro privado esa santísima trinidad: sanidad, educación y pensiones. Ya empezaron. Nunca la iniciativa privada universalizó servicios básicos ni los mejoró. En ningún sitio. Concertada con el Estado o sin concertar. Nunca. Wert decía que el que no tenga dinero para los estudios es que lo gasta en otra cosa: si gastas dinero en viajes o libros, es que te sobra y no hay por qué pagarte la operación de corazón o la universidad. Es ahora más difícil que en los años 70 que quien nazca en clase baja deje de ser clase baja.
Bienestar es una palabra engañosa, porque sugiere lujo o capricho. El bienestar es la justa participación en la riqueza nacional. Si en un país como España llegamos a que trabajemos la mayoría para la subsistencia y a que muchos no lleguen a ella, será porque muy pocos se quedan con demasiado. El bienestar es un derecho; tenemos derecho a algo más que la mera subsistencia. Solo se puede tener si la subsistencia de todos es responsabilidad de todos en función de la renta de cada uno. Además, la mitad de la población tiene por su condición más riesgo de pobreza, de falta de bienestar y de seguridad personal que la otra mitad. La igualdad efectiva de hombres y mujeres introduce en el sistema unas pautas que rechinan con el neoliberalismo rapaz tanto como las medidas de sostenibilidad ambiental y quiebran prejuicios y estereotipos muy afincados en el subsuelo religioso y cultural.
De esto va la cosa mañana, no de la comunicación no verbal en el debate. Hay derecha e izquierda, como siempre. No es día para decir a quién votar, pero sí para decir que mañana se decide si gobierna la derecha o la izquierda y, siendo un día de reflexión, es un día para recordar por qué algunos nos sentimos de izquierdas y con qué tiene que ver eso. Y sí es un día para recordar a los interesados cómo son los votantes de izquierda demasiadas veces. A la derecha la votan los ricos y la jerarquía eclesiástica, pero esos son pocos. No se alcanzan 130 diputados con eso. La vota mucha gente normal porque cree que le va a ir mejor al país y a ellos. ¿Qué pareceré yo mañana si voto al PSOE? ¿Pareceré ya en retirada y como que no me atrevo? ¿Un cagón que se asusta de los rugidos de Vox? ¿Y qué pareceré mañana si voto a Unidas Podemos? ¿Pareceré un palmero de Pablo Iglesias, parecerá que me lo creí? ¿Expresará ese voto que estuve en manifestaciones con grises y que estuve en aquellas fiestas de acampada del PC en la Casa de Campo? Los votantes de izquierda tienden a creer que son más exigentes que los tontos de derechas que lo tragan todo. Pero los conservadores votan lo que creen mejor mientras los izquierdistas votan demasiadas veces preguntándose qué pareceré yo mañana votando a quién. Hay una escala que empieza en la afirmación identitaria adolescente y termina en el narcisismo, que la izquierda confunde con exigencia y que a lo que lleva es a la abstención o a votos irrelevantes que solo sirven para mostrar lo que quiero parecer mañana o para expresar mi mochila biográfica. En las últimas elecciones generales, de diciembre a mayo desapareció un millón largo de votos de Podemos e IU que hubieran cambiado radicalmente la situación política de España. En las elecciones autonómicas de Madrid, los 134.000 votos sin escaño de IU hubieran servido para que el Presidente fuera Gabilondo y no Cifuentes. En Andalucía muchos izquierdistas se abstuvieron, porque a ellos no se la dan, y PACMA sacó tantos votos como diferencia hubo entre C’s y Podemos, porque muchos votaron pero dejando claro a ellos no se la dan. La consecuencia es que ahora la extrema derecha está amenazando a funcionarios que gestionan la lucha contra la violencia de género y nos perdimos la escena impagable de Susana Díaz negociando con Podemos. No es día para predicar el voto, pero sí puedo decir como humilde sugerencia que votaré a alguien a quien de calificaría con un 4 sobre 10 y que tengo un convencimiento y una certeza del cien por cien de que es a quien debo votar.
Mañana hay que votar y mañana hay opciones de derecha y de izquierda. Los izquierdistas que no van a votar o van a votar varietés porque se creen muy exigentes deben recordar que para que una persona de clase media o baja crea que lo que necesita España es meter tanques en Cataluña hay que engañarla. Pero para que un izquierdista se abstenga creyéndose exigente ni siquiera hace falta engañarlo. Se basta él solito con un espejo al que mirarse haciéndose la pregunta clave: ¿qué pareceré yo mañana si voto qué?

Hablar claro

Nunca supe dibujar. La derecha lleva hablando desde los ochenta de la pérdida de la cultura del esfuerzo en nuestras aulas. La mentira desvergonzada y la idiocia hacen de la memoria un delirio. ¿Cuál es esa época en la que en España dominaba la cultura del esfuerzo? Seguramente antes del 75. Se están oyendo en esta campaña promesas tan graciosas como que España volverá a ser grande. ¿Grande como cuándo? Como antes del 75. Todos los caminos de nuestras derechas llevan a antes del 75. Pero no nos desviemos. Nunca supe dibujar porque me crie en un sistema escolar alérgico al esfuerzo. El mensaje era sencillo. Tú vales mucho para las asignaturas «de estudiar», no hace falta que te esfuerces, estás dotado. No vales para el dibujo y las cosas manuales, no te esfuerces que eso no es lo tuyo. Todo llevaba a no esforzarse. Así que no aprendí a dibujar. Estoy seguro de no haber intentado dibujar una casa en mi vida. Es decir, estoy seguro de que no dibujé más casas que aquellas que se dibujan de pequeño poniendo un pico encima de un cuadrado y sacando dos líneas divergentes que parecían un camino. Lo que me importa de todo esto es si será correcto decir que yo «dibujo claro», que mis casas infantiles son la manera clara de representar una casa, y no esas láminas alambicadas llenas de colores y trazos imposibles.
A los votantes de Vox les gusta que «habla claro». Hablan tan claro como yo dibujo. La cosa no se queda en los votantes de Vox. Visto que hablar claro tiene gancho, el PP se puso a hablar claro también. Rivera dice una cosa y la contraria y siempre alto y claro. Tampoco es cosa solo de las derechas. Por algunas rendijas entran en la izquierda corrientes de aire que silban eso de hablar claro y dejarse de monsergas. Y es que somos así, podemos ignorar deliberadamente la verdad y al mismo tiempo exigir claridad. Retengamos esto: quienes hablan claro no hablan claro porque digan la verdad. Y quienes quieren que se les hable claro tampoco es que quieran oír la verdad. Estos son algunos ejemplos de verdades que nadie desconoce ni niega. Solo algunas. 1. ETA ya no existe desde hace bastantes años; no hay nada en la agenda antiterrorista de ningún gobierno relacionado con ETA. 2. España es uno de los países de Europa y del mundo con menos criminalidad. 3. El Ejido es una de las ciudades con más presencia de inmigrantes y también una de las ciudades con mayor renta per cápita de España, y las dos cosas, los inmigrantes y la renta, crecieron a la vez; en ningún sitio la afluencia de inmigrantes hizo más pobres a quienes ya vivían allí y en muchos sitios los hicieron más prósperos. 4. La entidad que más subvenciones del Estado atrapa y para actividades más dispersas es, con mucho, la Iglesia; el Estado le paga profesores, catedrales, canales de televisión y radio, les da terrenos, no les cobra impuestos, les regala mordidas del IRPF; no hay asociaciones feministas ni ONGs que remotamente se le acerque. 5. Hay una policía política dirigida por el PP que se dedicó a conspirar con periodistas y empresarios para extender falsedades contra Podemos. 6. La guerra civil terminó en el 39, no en el 75; entre el 39 y el 75 Franco no mataba porque hubiera guerra.
Son cosas verdaderas y conocidas que no se niegan. Pero los que quieren hablar y que se les hable claro no quieren verdades, quieren relatos. Y quieren dejar fuera como irrelevantes las verdades que no se acomoden a sus vísceras. Venezuela es una dictadura horrible y la izquierda quiere en España esa misma dictadura. Esto es hablar claro. Tan claro como las casas que yo dibujo, y se relaciona con la realidad con la misma torpeza que mis casas con las casas de verdad. La policía política del PP se parece a las extravagancias de Maduro mucho más que cualquier cosa que se pueda rastrear en el programa o la conducta de nadie en España. Esto es una verdad conocida, pero obliga a poner grises y matices en el cuadro de Venezuela y la izquierda. Y entonces ya no hablamos claro.
Nada que sea apacible, racional y matizado es claro. No se habla claro si no se planta cara a algo. Tiene que haber rebeldía, hartazgo, volver a algo que se había perdido. Decir que las feministas a veces se pasan puede ser verdad para algunos, pero se duermen. Pero cuando Trump dijo que siendo famoso ya puedes coger a las mujeres por el coño, eso sí fue hablar claro. Y una vez que se da por bueno el trazo grueso, no hay nada que te haga callar. En cuanto aceptas que cuatro líneas mal trazadas son la fachada de una casa, dirás tan fresco que una espiral simplona puesta encima y hacia arriba es el humo de la chimenea. Cuando no te exiges que los trazos sean al menos rectos y se parezcan en algo al objeto dibujado, puedes inventarte un problema en nuestras escuelas que no existe, coger el lápiz con un puño y hacer un trazo torpe hacia colectivos feministas para decir que en las escuelas no se aprende porque se gasta el dinero financiando a las feministas, después vas de las feministas a la seguridad donde te inventas crímenes que no hay y hordas de inmigrantes inexistentes para decir que ese dinero de subvenciones debería gastarse en más sueldos para nuestros militares y policías. No hay nada que un encefalograma plano no pueda unir con líneas rectas y expresarlo hablando claro y plantando cara.
El mecanismo puede funcionar si la gente está cabreada por algo y no importa lo que sea. La indignación es una mancha en el ánimo que se extiende y lo inflama todo, no solo el asunto del que nace. Ahora hay mucha gente irritada por los independentistas. Las derechas y los independentistas no paran de hacerse favores. Las derechas porque necesitan la indignación para llenar el discurso público de pederastas, manos manchadas de sangre, felones y traidores. Los independentistas porque necesitan una caricatura deformada y facha de España que dé respetabilidad democrática a sus oscuros resortes. El último favor fue lograr echar a Vox de los debates electorales y salvarlos a ellos del ridículo y al PP y C’s del papelón sonrojante que les tocaría interpretar. Los mecanismos emocionales funcionan como los subrayados fosforitos en documentos extensos. Lo importante es el texto, pero el fosforito determina qué parte del texto lees y recuerdas. Por eso, la furia o el hastío es un fosforito con el que se pueden resaltar los perfiles que se quiera hasta hacer de Sánchez e Iglesias activistas etarras tan fácil como se hace humo con una espiral. El problema del ruido es que es contagioso. En medio del ruido, las palabras son solo más ruido, como la colonia echada sobre el olor a sudor es solo más olor que aumenta el tufo. Los alaridos de tanta gente hablando claro hacen indistinguibles las razones y ahogan los embustes y las verdades en el mismo remolino. No debería ser difícil el formato de un debate. Basta que se pongan a hablar todos a la vez durante una hora. Sería el vivo reflejo de la campaña, pero no por culpa de todos. Por culpa de quienes hablan claro y sin complejos.
La izquierda atosigada por tanta corrección y que añora claridad debería no ser tan ofendidita por los inevitables excesos que se salen de los renglones y quedarse con el trazo grueso de las cosas. No es momento de extendernos en la cuestión de la corrección política. Baste recordar como simple ejemplo que en 2014 la millonaria Mónica de Oriol causó escándalo por referirse a quienes estaban en paro con bajo nivel de estudios como «gente que no vale para nada». Es más civilizada una sociedad que ya no cree que solo se le deba respeto al Rey y los notables y se escandalice porque se denigre a un grupo humano desfavorecido. Y el proceso que llevó a eso es el mismo por el que ya no me tengo que dirigir al Rector llamándolo magnífico y excelentísimo señor. Los que hablan claro de verdad se limitan a hablar claro y no a decir que van a hablar claro. Los que dicen eso es para atropellar razones y llenar la vida pública de brutalidad. A Trump y a Salvini les funcionó. A lo mejor en España no. A lo mejor nos toca empezar la reconquista después de todo.

Lo que con lucha se consigue sin lucha se pierde

Quienes se consideran a sí mismos de derechas andan refalfiaos. Tienen tres partidos para elegir y los tres les gustan. Todos los de derechas simpatizan con PP y C’s. Si hablan cinco minutos, dirán que lo de Vox no es para tanto, pero si hablan diez ya admiten cuánto simpatizan con esos muchachotes. Un banquete de buenas opciones. A los votantes de derechas les pasa como a los entrenadores del Madrid y el Barça: tienen tanto bueno donde elegir, que no saben a quién poner de titular. Los votantes de izquierdas, en cambio, andan ayunos. Tienen dos opciones y ninguna les gusta. No les gusta el PSOE porque no es de fiar y a la hora de la verdad se derechiza y no se atreve. Y no les gusta Podemos porque no da la talla. Pero las derechas pueden perder. Ahora sus partidos solo gustan a los que dicen ser de derechas y solo dicen ser de derechas los que son muy de derechas. Y esos no son suficientes. Gregor Samsa un día descubrió con horror que los demás no oían sus palabras como palabras, sino como el silbido estridente y amplificado de un insecto. PP y C’s tanto imitaron a Vox que para quienes no son muy de derechas sus palabras ya no se oyen como palabras sino como alaridos cavernarios (manos manchadas de sangre, felonías, traiciones, víctimas humilladas, patrias en peligro). Pero la izquierda también puede perder. Sus votantes prefieren pasar hambre que comer cualquier cosa y, como esos votantes son de pico muy delicado y cualquier cosa es cualquier cosa para ellos, y como los líderes izquierdistas la verdad es que son cualquier cosa, pues a los votantes izquierdistas igual les da por no ir a votar o ir a votar graciosadas (me callo). Así que pueden perder.
Las derechas están jugando al juego de la silla, todo el rato corriendo nerviosos a la espera de que suene el silbato y, para no ser el que se quede sin silla, están llenando de ruido de desecho la vida pública. Y no solo porque se están disputando la silla. Es que tienen que distraernos de lo que de verdad deberíamos ver y oír. Casado dijo que va a bajar el salario mínimo. Luego dijo que eso era un infundio (o un fake, como dicen en Aravaca), que él no había dicho eso. Pero no era un infundio por dos razones. La primera, sencillamente porque sí lo dijo y lo oímos todos. Y la segunda, porque llevan oponiéndose a la subida del salario mínimo desde que se empezó a hablar del tema. Lo dijo y no fue un lapsus. Casado y Rivera truenan todos los días contra esos 900 euros. En Andalucía están quitando los impuestos a las herencias millonarias y bajando los impuestos a los ricos. Y sus propuestas son claras: bajar los impuestos a los ricos y bajar el salario a los que menos cobran.
Pero hay más. También quieren privatizar la enseñanza, es decir, entregársela a la Iglesia pagándola el Estado. Sonó muy facha que Bolsonaro abriera una campaña para denunciar a los profesores que dijeran cosas marxistas en clase (para Bolsonaro es marxista no ir a misa). Aquí dice Casado que la Alta Inspección debe castigar a quien adoctrine en clase. Es lo mismo y casi con las mismas palabras. Y es el truco de imputar a los demás el vicio propio. Quieren financiar la enseñanza privada y retirar fondos de la pública, porque la privada está en manos de la Iglesia y quieren su adoctrinamiento. Ese traslado de la condición propia al rival alcanza niveles grotescos cuando habla la jerarquía eclesiástica en persona y no a través de sus enviados (políticos) en la tierra. Se refiere a la enseñanza pública como estatalizante y totalitaria y a la privada concertada como la enseñanza libre. Qué gracia. Es la pública la que tiene obligación legal de neutralidad ideológica y la privada la que tiene derecho legal de tener un «ideario» (ideología monda y lironda). No son los independentistas los más voraces de adoctrinamiento escolar.
Y quieren privatizar la sanidad, es decir, poner nuestra salud en el mercado. ¿Saben por qué sube el precio de las naranjas cuando escasean? Porque la escasez hace aumentar un poco la ansiedad por conseguirlas y ese plus de ansiedad es detectado por el ánimo de lucro de los dueños de la naranjas y suben el precio hasta donde llegue la ansiedad del consumidor. ¿Se imaginan hasta dónde puede llegar la ansiedad y correspondiente ánimo de lucro por curar la apendicitis de su hija? Recordémoslo cuando oigamos eso de privatizar la sanidad. Jesús Aguirre, Consejero de Salud andaluz, representó el estereotipo casposo de gracioso con salero con el que se caricaturiza a Andalucía y dice que la sanidad pública está «más tiesa que la mojama» y que no va a tener a los pacientes con cataratas chocando con las puertas (sic). Bertín Osborne debía estar doblado de risa en su casa, que es toda suya.
Y quieren privatizar nuestra vejez. Ya había dicho Felipe González que las pensiones públicas se salvarían si la gente trabajaba hasta los setenta y se hacía planes privados. Es decir, que las pensiones públicas se salvarían si no se pagaban. Vox lo está pregonando y sacando pecho. Entre las derechas hay discusiones sobre quién es más patriota en Cataluña o sobre quién tiene más banderas. Pero no discuten de cuestiones económicas y sociales. Ahí son iguales. Menos impuestos para los ricos, menos salario mínimo, menos protección social y privatización de servicios, es decir, entrega de lo básico al lucro.
Llevan años quitando derechos, renta y futuro. La desigualdad crece y cada vez es más difícil que alguien nacido en la clase baja pueda ser otra cosa que clase baja. Lo de no dejar a nadie en la cuneta, que pregonan algunos sedicentes socialdemócratas que en realidad son conservadores compasivos (lo digo por la parte del PSOE que prefiere el PP a Sánchez) consiste en que los de abajo no pasen hambre y no sean analfabetos. Y ya. La igualdad de oportunidades destruye empleo, según parece. Pero lo que hay que recordar es cómo se consiguió todo esto que nos están quitando y que ahora nuestras derechas quieren rematar a cara descubierta. Me refiero a todo esto de tener derecho a vacaciones; a trabajar ocho horas; a que los salarios no sean de subsistencia; que el bienestar sea un derecho, pero no porque seamos unos malcriados como dice el liberalismo, sino porque es la justa participación en la riqueza nacional; que todos tengamos la misma protección sanitaria y que la educación a la que todos pueden acceder sea la máxima que se puede permitir el país. Todo esto no se consiguió con mayorías políticas favorables, ni con debates, ni con consensos. Todo esto se consiguió pelando. Las oligarquía nunca cedieron nada de buen rollo. Siempre hubo que arrancarlo luchando. Según épocas y situaciones, esas luchas fueron guerras o fueron huelgas o manifestaciones o acampadas o movilizaciones sindicales. Ahora no hay una Unión Soviética a la que temer. La tecnología permite que los ritmos del dinero y el mercado desborden los períodos políticos en los que se puede ejercer cualquier control popular. La misma tecnología hace que los mercados sean inmateriales e inmediatos en cualquier parte. Por eso los ricos quieren quitar lo que habían cedido.
Un jardín se forma trabajando la tierra. Y desaparece si no se sigue trabajando la tierra. Las cotas de justicia social que se alcanzaron luchando se perderán sin lucha, igual que se pierde un jardín descuidado. Los espacios son diferentes y, en buena medida supranacionales. La ultraderecha se organiza, capta recursos y crea discursos a escala internacional. El liberalismo lo lleva haciendo tiempo. La socialdemocracia debería hacerlo. Y la izquierda alternativa también. Y una parte de ese discurso tiene que ir teñido de lucha y de confrontación. No creo que sean tiempos de huelgas y no bastan las manifestaciones. Los sindicatos y movimientos sociales tendrán que aprender las luchas que correspondan a los tiempos y a crear olas internacionales o no serán nada. La lucha feminista está dando buenos ejemplos de avances con luchas adecuadas a los tiempos y haciendo un frente internacional. Por ahí va la cosa. Las políticas serán la consecuencia de pelear. Lo que necesitó más que política no se mantendrá solo con política.

Estado de las cloacas

O fortunatam rem publicam, si quidem hanc sentinam urbis eiecerit! En el año 2082 antes de Villarejo, Cicerón ya clamaba por echar las cloacas («sentinam») fuera de la república. A Cicerón le parecía que las cloacas eran algo que podía ser expulsado de Roma. Seguramente pensaba que esas sentinas no protegían a la república, sino que la ensuciaban. En estos días venimos oyendo hablar de nuestras cloacas, pero con un matiz diferente. No se está diciendo que Rajoy y Jorge Fernández crearan cloacas en nuestro sistema de seguridad, sino que las utilizaron para fabricar embustes contra partidos políticos. A diferencia de lo que creía Cicerón, y diga lo que diga Ábalos, no se habla de las cloacas como algo que haya que echar del Estado, sino como un componente suyo. La cuestión es cuánta porquería tienen y hasta dónde llega.
En los años veinte, Lippmann desarrolló la idea de que el buen funcionamiento de la democracia exigía procesos para fabricar consentimientos. Las masas son una fuerza ciega y emocional que no toma decisiones inteligentes. Si no hay élites que dirijan la acción colectiva, no hay acción inteligente y la democracia tiende al desorden. Por eso una parte esencial de su funcionamiento son las técnicas de propaganda por las que se consigue que la gente acepte cosas que en principio no deseaba. No importa lo reaccionario que suene esto. La sensación de democracia vigilada por una oligarquía que influye en las decisiones colectivas y pone y quita gobiernos la tenemos con frecuencia. No hay en nuestras sociedades imposición violenta de gobernantes, sino que al final gobierna quien recibe los votos de la gente. La forma de quitar y poner gobiernos, por tanto, consiste en fabricar el correspondiente consentimiento colectivo. El impulso de rechazar planteamientos tan antidemocráticos no debe llevarnos a la simplicidad. Sabemos que la colectividad es emocional y tenemos que encajar las conductas correspondientes en un orden civilizado. Por ejemplo, alguna vez dije que los referendos no me parecen una buena manera de zanjar diferencias sobre decisiones difícilmente reversibles. Ahí tenemos el funesto ejemplo del Brexit. Por supuesto, lo que el orden civilizado exige es regular el sistema para que no sean impulsos emocionales los que marquen las grandes decisiones, no manipular a la colectividad para que consienta lo que unos pocos deciden de antemano.
Así que en esas cloacas que la arquitectura del Estado deja ocultas y fuera del escrutinio público, se decidió que la posibilidad de que ganase Podemos unas elecciones era peligrosa para el sistema. Las «élites», según parece, estaban encabezadas nada menos que por esa lumbrera de Jorge Fernández. Así que se puso él con otras «élites» a fabricar el consentimiento colectivo de que Podemos era una mala opción para el país. Los hechos mostraron que Podemos se bastaba solo para ese consentimiento. Pero antes de que Podemos empezara a cometer errores, ya se había detenido la hemorragia morada que llegó a asustar a los demás partidos. El apoyo a C’s como cortafuegos y la manipulación informativa de la situación griega con la llegada al poder de Syriza en 2015 detuvieron el avance de Podemos. Es difícil precisar cuánto pudo afectar toda la cadena de embustes sobre Venezuela, Irán y financiación. La propaganda sobre Venezuela fue tan sofocante que ahora ya no es un espantajo que se agite solo contra Podemos, sino contra toda la izquierda, como vimos recientemente con el asunto de Guaidó. La actuación de las cloacas no tiene mucho que ver con el actual encogimiento de Podemos, pero sí pudo tener algo que ver con su primer estancamiento.
La propaganda que fabrica consentimientos de Lippmann no consistía en actos honestos de persuasión. La propaganda incluye la extensión de falsedades y la tergiversación. Jorge Fernández y sus secuaces se dedicaron nada menos que a utilizar el aparato del Estado para engañarnos y condicionar a quién debíamos votar. Se confabularon con medios de comunicación y con empresarios rapaces para la tarea. Una verdadera conspiración, un golpe a la democracia en toda regla.
La razón de que la metáfora elegida para estas camarillas sea cloacas, y no por ejemplo sótanos, es exactamente lo que diferencia una cloaca de un sótano: la mierda. Es una actuación mafiosa con rufianes de baja estofa y las peores desvergüenzas como componentes. Pero la porquería no se queda en la cloaca. Hay una extraña tranquilidad en la vida pública a pesar de una revelación tan desasosegante. El rechazo obligado de los partidos a la maniobra se escucha con sordina o simplemente no se escucha. La prensa conservadora no habla del tema. Y una parte de la prensa progresista no deja de contrapesar la conspiración con los deméritos de Podemos. Sencillamente, y salvo algunos comentaristas que mantienen cierta independencia, parece que la reacción ante un asunto tan turbio depende de la proximidad o lejanía que se tenga con Podemos. Y esto supone que la mierda no está confinada en la cloaca, sino que rebosa de nuestras alcantarillas. Sin trivializar la diferencia en la gravedad de los hechos, nadie hubiera entendido que la reacción ante el asesinato de Gregorio Ordóñez dependiera de que nos gustase más o menos el partido al que pertenecía la víctima. Por supuesto que no hablamos de lo mismo, pero el ejemplo es claro. Hay quiebras que exigen repulsa y actuación enérgica porque son quiebras tan severas que los matices son ya una degradación moral del sistema. Y la normalidad con que se está digiriendo este asunto es ya esa degradación.
La cosa puede ser peor si no sabemos de qué nos querían proteger exactamente las cloacas. No es común que la posibilidad de perder el poder lleve a los gobiernos a conspiraciones policiales, mediáticas y empresariales contra el rival. En el caso de la maquinación contra los independentistas está claro de qué nos querían proteger Jorge Fernández y el resto de basureros. El mal que combatían era la independencia de Cataluña. Fue una de esas actuaciones patrióticas casposas a las que tantas tristezas debe nuestra historia. Menos claro está cuál era el daño que combatían con la conspiración contra Podemos. Las pamplinas venezolanas y el delirio de riesgos leninistas y chavistas no son creíbles. Las intenciones de Podemos no incluían nacionalizaciones de bancos ni quemas de iglesias. Cuanto más cerca parecía la posibilidad de que pudieran encabezar un gobierno más imitaba Iglesias las manera de Felipe González, y hasta repitió alguna de sus frases («nos ha faltado una semana o un debate»). No había peligro rojo. La frustración por que gobernase Podemos no podía ser mayor que la mía por que gobernase el PP. La tranquilidad con que se está viviendo este episodio, decía antes, es señal de que la porquería de las cloacas llega hasta la superficie. Pero habrá que saber hasta dónde llega su profundidad. Habrá que saber si las cloacas se emplearon a fondo para tapar cloacas más profundas. Villarejo anda por el medio. ¿Hace falta recordar hasta dónde llega la inmundicia acumulada por este personaje? Más que rojos, Podemos eran otros, eran nuevos e impredecibles para según qué complicidades. Quizás se empleó mierda para asegurar que no se removiera otra mierda más añeja. Veremos dónde acaba todo.
En todo caso, este episodio nos recuerda lo que ya deberíamos saber. Cuando no se tiene más razón que la patria y la nación, se está al borde de la barbarie. La agitación patriótica siempre fue el argumento de los peores contrabandos.