sábado, 10 de mayo de 2014

Elecciones y Europa. Momento de "regressus"

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
A mí las elecciones europeas empiezan a recordarme a la Copa del Rey de fútbol. La Copa del Rey fue durante muchos años un torneo menor al que se hacía poco caso. Durante en los diez primeros años de este siglo, más o menos, lo ganaban equipos como el Betis, el Mallorca, el Zaragoza o el Español, entre otros, que eran equipos que no solían ganar torneos. Los grandes decían que era un torneo muy muy importante, pero jugaban con suplentes y algún titular desganado y no llegaban a las rondas finales. Hubo un año incluso en que el Barça, con notable franqueza y conciencia de estatus, llegó a no presentarse a su partido y regalar la eliminatoria. En cada elección al Parlamento Europeo los grandes partidos peroran que son unas elecciones muy muy importantes y la palabra “Europa”, sólida y masticable, les llena la boca. Sin embargo, los candidatos que envían a comicios tan trascendentes son justamente los que ya no tienen nada serio que hacer en política. Borrell, Almunia, Iturgáiz o Mayor Oreja, entre otros, llegaron a Europa después de que sus ciclos políticos estuvieran agotados o después de haber fracasado lisa y llanamente. Con todos los respetos, cuando me topé a Masip en las listas del PSOE di un respingo parecido al que me produjo ver en Oviedo hace unos cuantos años anunciada una actuación de José Guardiola. Los grandes partidos vienen teniendo en Europa el mismo interés que los equipos grandes en la Copa del Rey.
Sin embargo, la Copa del Rey se animó en estos últimos tiempos. Por supuesto a los grandes grandísimos el torneo en sí no les interesa. Lo que ocurre es que con los inmensos dineros que llegó a mover el fútbol crecieron tanto el Real Madrid y el Barça que un choque entre los dos es siempre un suceso planetario de los de Leire Pajín, en el que siempre hay tajadas de autoestima, prestigio y dinero de gran calado. Pero, insisto, no por el prestigio del torneo, sino por el codo a codo Madrid – Barça. Las elecciones europeas empiezan a seguir el mismo rumbo. La gente se siente poco concernida por quiénes sean los parlamentarios que van a Europa. Y la desidia de la gente no es más que el contagio de la de los partidos, que vienen poniendo en estas elecciones tanto nervio como ponían el Madrid y el Barça en la Copa del Rey. Haga cada uno un pequeño test a ver cuántos nombres de candidatos conoce sin mirar Google (aparte de Cañete, claro, porque ya se encargó Elena Valenciano, con notable torpeza táctica, de que fuera el nombre más repetido durante la precampaña).
Sin embargo, como en la Copa del Rey, hay un poco más de animación y, como en la Copa del Rey, por razones ajenas al torneo en sí. A la gente y a los partidos les sigue dando igual quién vaya a Europa. Pero esta vez las cosas son un poco especiales, no en Europa por mucho que quieran vender la letanía de que ahora vamos a pintar algo en la elección del Presidente de la Comisión Europea. Es en casa donde las cosas son distintas. Por un lado, hace tiempo que no hay elecciones de nada y por tanto hace tiempo que no tenemos una medida fiable de cómo están las fuerzas de cada uno. Pero sobre todo esta legislatura fue pródiga en sobresaltos que requieren sanción electoral. La gente vive mucho peor y está mucho peor atendida por culpa de unos, de otros o del Espíritu Santo. Los niveles de corrupción revelados y de su impunidad son un contrapunto que nos insulta todos los días. El funcionamiento oligárquico de la clase política, que ahora sí, es ya una clase, alcanzó niveles críticos.
Tiene, entonces, por razones internas mucho interés ver cómo se traslada el ánimo de la gente a la representación política. El PP está deseando decir que la gente comprende y apoya sus “reformas” y El PSOE está deseando decir que la gente no acepta los recortes de derechos y libertades. Por eso, y no es que sea mucho, esta vez mandaron de cabezas de lista a dos personas “en activo” y no en retirada de batallas mayores. Elena Valenciano no deja de ser, formalmente al menos, la número dos del partido. Cañete es el ministro mejor valorado, por la manera en que se consigue sobresalir en la política española desde hace tiempo: por consunción y deterioro de lo que le rodea. Wert, Gallardón o Montoro, por no alargar la lista, bajan tanto la estima pública del Gobierno que acaba asomando la cabeza de Cañete sin hacer nada (así pasaron Rubalcaba y Rajoy de fontaneros a líderes).
Pero, como digo, ni los votantes ni los partidos dan más importancia a las elecciones que su repercusión interna. Esto suena mal y podría pedirnos el cuerpo un discurso europeísta, un recordatorio de que de Europa vienen cada vez más decisiones que nos afectan y una renovación del convencimiento de que una Europa unida es el mejor futuro posible. Pero tal discurso es, por un lado, superfluo; y, por otro, puede que desorientado.
Es superfluo porque la gente ya sabe que Europa es una necesidad, sobre todo en España, donde siempre fue el termómetro de nuestro atraso o adelanto nuestra mayor integración o aislamiento de Europa. No se trata de hacer místicas con el europeísmo. Europa es, respecto a los dragones asiáticos, EEUU y economías emergentes, una comunidad de vecinos. Estamos tan obligados a atender como comunes nuestros asuntos en Europa como lo estamos con los vecinos, por muy poca familia que sintamos que somos. Y la gente ya sabe también la importancia de las decisiones que vienen de Europa. ¿Cómo las va a ignorar un país parcialmente rescatado que sufre las condiciones que se le imponen desde Europa? La desgana del electorado no tiene que ver con el desconocimiento de la importancia de Europa ni con el convencimiento de su necesidad. Tiene que ver con la inutilidad que atribuyen a su voto. Digamos que lo que es verdad de España lo es por partida doble de Europa.
La política europea es un limbo lejos de la observación, sanción o entendimiento de los ciudadanos. Una persona normal no percibe el hilo que relaciona su voto con la unión bancaria, ni sabe lo que es o qué consecuencias tiene la unión bancaria. Hay un poder fáctico de los países fuertes mucho más trascendente que el poder orgánico en el que interviene el voto ciudadano. Los canales de participación y control popular son nulos y el voto tiene un vínculo opaco, lejano y débil con las políticas europeas. Por eso la gente siente que no va con ella estas elecciones. Y no ayudan las bufonadas que se están oyendo en la pre-campaña. Los ciudadanos no se tomarán más en serio las elecciones europeas hasta que Europa no sea más democrática. Así de sencillo.

Pero también el discurso puede ser desorientado. Puede que con buena intención se piense que toca construir, hacer Europa, avanzar. En la construcción científica, los filósofos platónicos distinguen el momento del regressus y el del progressus. Yo veo quebrada una pajita metida en un vaso de agua, cuando sé que la pajita no está rota de verdad. A distancia adecuada veo mi dedo del mismo tamaño que la torre de la catedral que sé que es mucho mayor. Hay anomalías y aquí la ciencia no construye. Es el momento del regressus, de la crítica y búsqueda de principios. Cuando establecemos lo que es la refracción y la perspectiva, ahora sí, volvemos a la pajita en el agua, el dedo y la torre de la catedral y construimos y avanzamos. Es el momento del progressus. Sospecho que Europa requiere más actitud de regressus que de progressus. Hay demasiadas anomalías, demasiado déficit democrático y hasta demasiado sufrimiento incomprensible para que toque avanzar. Es momento de regressus, toca retornar a los principios, retocar las pautas y formas de participación, recordarnos los que son poderes orgánicos y fácticos y decirnos otra vez las razones por las que dejamos el despotismo ilustrado. Es momento de triturar críticamente tanta anomalía desde el abecé de la democracia. Y luego, con las ideas claras sobre cómo funciona la democracia en una confederación continental, será el progressus, la construcción razonada y el adelanto que es mejora. Cualquier avance sin principios es avance hacia alguna forma de absolutismo.

sábado, 3 de mayo de 2014

La izquierda de la izquierda

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
En estos tiempos en que nuestros políticos tienen en común lo fundamental, que es su oficio y su beneficio, quedan algunas diferencias intrigantes entre la derecha y la izquierda. Una muy notables es el efecto que les produce a unos que les pasen por su derecha y a otros que les pasen por su izquierda. A la derecha yo diría que el que le pasen por la derecha le hace un efecto de autoafirmación y alivio, a veces casi catártico. Las proclamas de Vox (o Aznar o Rouco) entran en los pulmones del PP como vaho de eucalipto. Refrescan y purifican. La derecha siente reforzada su raíz cuando se habla desde más a la derecha, con ese desahogo que da el oír las cosas claras y sin tapujos. Oír hablar a Vox (o Aznar o Rouco) sobre autonomías, educación o toros debe ser para el PP profundo como aflojarse el cinturón y ponerse en zapatillas. No querrán perder muchos votos por ahí, pero fuera de época electoral les gusta que se diga desde algún sitio lo que se dice desde Vox (o Aznar o Rouco).
A la izquierda, sin embargo, no le gusta que le pasen por la izquierda. A ninguna izquierda. Explicarle a un militante del PSOE que no queremos la monarquía porque no nos parece democrático que la Jefatura del Estado se asuma por nacimiento y linaje es casi irritante para ese militante. Es como si a un padre que está en un restaurante en plena faena con su niña de tres años, que acaba de escupir la comida, chillar y romper el vaso adrede y hacerse caca sin avisar, le decimos que hay que actuar con refuerzos positivos y que la maduración emocional de la niña requiere conductas templadas de apego. Cuando a un izquierdista le leen la cartilla desde la izquierda, su sensación es que un sabidillo le está diciendo obviedades facilonas, que la realidad es más compleja y que está en una actitud muy cómoda cuidando su imagen de progre y sin querer entrar en los hechos.
El PSOE no aceptaría que nadie a su izquierda sea más republicano que él. Simplemente, dirían, es complejo el cambio de estructura del Estado, abriría disensiones y no es una prioridad; es, añadirían, muy fácil andar por la vida de republicano y hacer como que no se entienden las complicaciones. Quien dice la monarquía dice el concordato con la Iglesia y tantas otras cosas. El PSOE no dirá que es más católico o monárquico que IU, ni siquiera dirá que IU es más de izquierdas que ellos. Cree estar en otro contexto y, como digo, las críticas desde la izquierda chirrían como las palabras de cualquier listillo que nos quiere dar lecciones sin arremangarse la camisa. Durante los gobiernos de Felipe González en los ochenta, las palabras más ácidas y los gestos más intemperantes y desabridos de tales gobiernos no fueron hacia Alianza Popular, después llamada Partido Popular. Fueron hacia el PC, primero, y, cuando se fundó, hacia IU y los sindicatos. Quizá recordemos aún cuando González llamaba borracho a Gerardo Iglesias y cuando Txiki Benegas combatía una convocatoria de huelga general invocando el desorden de la Revolución del 34.
Izquierda Unida siempre tuvo también su izquierda, compuesta por partidos pequeños con un papel anecdótico en las elecciones y en la opinión pública. Pero no ahora. Ahora la izquierda de IU parece un hervidero y en él está llamando la atención con fuerza Podemos. No sabemos qué fuerza electoral tendrá esta agrupación, pero desde luego sí consiguió impacto en la opinión pública. Suficiente impacto como para que se le hayan dedicado artículos y comentarios. Y suficiente impacto para que aparezca el gesto torcido con el que la izquierda mira a su izquierda.
Se pueden leer desde hace algún tiempo artículos críticos o displicentes escritos por personas de izquierdas, en la órbita de IU o no lejos de ella. El guion sigue el patrón habitual con el que la izquierda desdeña a su izquierda. Para empezar, nadie aceptará que Podemos está a su izquierda. Para continuar, aparecen los argumentos prácticos. Igual que el PSOE se desgañita pidiendo el voto útil para parar al PP, desde Izquierda Unida se advierte de que Podemos puede fragmentar el voto de izquierdas y truncar parte de sus excelentes perspectivas electorales. Y después llega el rosario de críticas que se lleva siempre el que se mueve y con su movimiento parece señalar el inmovilismo de otros. Lo saben muy bien las feministas, que parece que tienen que ser perfectas todas y todos los días, porque la mínima estupidez que diga la última estúpida del fondo será el asunto por el que pedirán explicaciones a todas las demás.
Se criticó la forma de nombrar candidato a Pablo Iglesias; no porque se haya nombrado de peor manera que como se nombran los líderes de otros partidos, sino porque no se hizo de manera tan pura como decían. Se critica su liderazgo por omnipresente y mesiánico, cuando en realidad parece simplemente un líder, con el grado de centralidad que tienen siempre los líderes (otra cosa es que, por ejemplo, IU ande falta de líderes; Cayo Lara está muy lejos de llegar a la gente y Gaspar Llamazares, aunque tenga razón muchas veces, habla que parece Lluis Llach entre canción y canción). Se dio vueltas durante unos días a si usó la expresión “clase más baja que nosotros” y si asomó por ahí la patita clasista, contra toda la evidencia de su discurso y sus maneras. Se acusa a Podemos de falta de coherencia y programa, con el desdén con el que siempre lo dice la derecha de la izquierda y la izquierda de lo que está más a la izquierda. Hasta se pide que concreten de antemano si estarían dispuestos a llegar a acuerdos con el PSOE o hasta dónde llegarían y con quién, como si fuera normal que la oferta electoral de un partido fuera con quién simpatiza más y como si fuera normal que un partido se comprometiera electoralmente a apoyar a otro partido mayor.
En realidad, como digo, son los reparos que se ponen siempre a quien se mueve y los tiquismiquis por los que se busca justificar siempre el inmovilismo. Tiene más interés analizar cuál es la razón del éxito, de momento mediático y de impacto, de Podemos. No creo que sea, ciertamente, por la brillantez de sus propuestas ni por la consistencia de su programa. Aparte de que ayude el hecho de tener un líder que sí transmite y se maneja bien con los medios, creo que tiene más que ver con las maneras.
España parece hastiada de los partidos y su funcionamiento. Tantas veces se dijo que no hace falta un razonamiento extenso. Los políticos son personas normales que rigen su conducta por estímulos normales. Su éxito se basa en ser de la confianza de alguien y no en ser apreciado por los ciudadanos. Los vicios básicos de funcionamiento multiplicados por décadas dieron lugar a esta oligarquía que tiene la política, es decir, ser de la camarilla de alguien, por oficio y privilegio y que tienen inutilizadas las instituciones del Estado. El voto de los ciudadanos cada cuatro años no puede sancionar todo esto. Se necesitan listas abiertas y porosidad en los partidos, de manera que la gente pueda participar en lo que se cuece en ellos de forma más o menos permanente. Es el primer paso necesario para ir levantando toda esta capa caciquil que nos lastra, para ir minando la corrupción impune y para pensar en formas ambiciosas de funcionamiento y convivencia. Este hastío es especialmente perceptible en la izquierda. El hervidero que hay ahora a la izquierda de IU no es, como solía, el bullicio de mini-partidos maoístas, trotskistas, leninistas y no sé qué más. Lo que burbujea son bocanadas que intentan ser de regeneración. El éxito de atención de Podemos es que consiguió sintonizar con esta ansia de juego limpio y de apertura de canales de participación y con esta avidez de canales para intervenir.

Sin duda IU tiene cierta inocencia en los desmanes que tienen patas arriba cualquier proyecto de país, pero no es percibida como una alternativa a esta aparatocracia con que funcionan los partidos. Por muchas siglas que acumule, en el hermetismo de los partidos y en las maneras gremiales de la oligarquía política IU es más fama que cronopio, más acomodado que incomprendido. El PSOE e IU no consideran que la presencia de Podemos tenga que ver con ellos y hacen mal. Harían mejor en analizar y respirar el descontento y hasta desconsuelo que está detrás de su momentáneo éxito, en vez de perseguir matices de las palabras de Pablo Iglesias para poner la cara de limón con que la izquierda mira siempre a su izquierda. No hay democracia que funcione sin partidos (ni sindicatos). Ni hay democracia con funcione con esto.

sábado, 26 de abril de 2014

Punto de disolución

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
No sé qué mecanismos son los que hacen que ideas relativamente abstractas se asocien con una experiencia visual que no tiene nada que ver con ellas. El caso es que estos días atrás las noticias de la prensa nacional y la asturiana me vienen dejando en la retina la imagen de una cuchara revolviendo Cola Cao en leche fría, con esos grumos que no llegan a fundirse nunca y sólo se aíslan, se juntan, se separan y dan vueltas con la cuchara como juguetes rotos. Las noticias parecen harapos sueltos y cuesta formar una historia conjunta y coherente con todos ellos.
Ana Botella se descuelga poniendo a una calle de Madrid el nombre de Margaret Thatcher, a la que ya había dedicado una alabanza hinchada y simplona en su blog. Esgrime su condición de mujer (de “mujer mujer”, se supone) para cimentar tal devoción con el mismo desparpajo con que Esperanza Aguirre esgrime su condición de sexagenaria para atropellar motos. Botella parece uno de esos canijos que en el recreo se ponen detrás y bajo la protección del matón de turno para dar alaridos a sus rivales con impunidad. Ella quiere que la alaben y la critiquen por ser thatcherista, quiere ser alguien a base de ponerse a la sombra de la gran dama (aquella dama que era de hierro ante una dictadura argentina moribunda, pero de algodón ante un Deng Xiaoping que la echó a ella y a su bandera de Hong Kong sin pestañear y llamándola vieja vaca; los que son fuertes ante los débiles pero quebradizos ante los poderosos no son de hierro, ni firmes, ni enérgicos; son inmisericordes y eso lo puede ser cualquiera).
Esperanza Aguirre destapa el tarro de la naftalina y los olores rancios para hacer de la patria, los toros y el cristianismo un engrudo capaz de infligir diez años de estreñimiento a cualquier persona cabal que tenga la desdicha de oír semejante bazofia. Entiéndase que todo es cuestión de contextos. Un crucifijo puede ser hasta para el no creyente, no sólo respetable, sino incluso entrañable. Pero, como digo, cuestión de contextos. Cuando la niña de El exorcista se masturbaba con él hasta ensangrentarse mientras daba la vuelta a la cabeza y hablaba con vozarrón de ultratumba, el crucifijo daba escalofríos. Y cuando el cristianismo hace con los toros la pasta nutricia de una españolidad vociferada de rompe y rasga, contribuye a la sensación de estar ante desechos de nuestra historia revenidos y en descomposición. Si Ana Botella busca la sombra de Thatcher para sentirse alguien, la sexagenaria debe andar buscando la de Felipe II o Torquemada.
Rajoy y de Guindos se sienten ejemplares con la economía española, según se puede leer. Alguien debería explicarles a ellos dos (no a Montoro, porque Montoro, como él dice, no tiene remedio) que alardear de bonanza en un país donde la gente sufre y no ve horizonte no da esperanza ni engaña, sólo insulta y escarnece; y que cuando además se anda por el ancho mundo postulándose como ejemplo y lección, la necedad llega al ridículo y ridiculiza a quien se representa. La deuda, que es nuestro verdadero colapso económico, siguió y sigue creciendo, la población está empobrecida o es abiertamente pobre, se redujeron todas las atenciones de un Estado cada vez más voraz de impuestos, se desprotegió a los que no se valen por sí mismos, echamos todos los días fuera de España a titulados y personal cualificado y seguimos reservando los salarios más altos para capillas y pesebres de leales y afines de medio pelo. Pero Rajoy y de Guindos sonríen como si ellos tampoco tuvieran remedio.
En nuestro Principado nadie puede formar una historia coherente con las noticias. Empezamos esta legislatura con un gobierno respaldado por PSOE, IU y UPyD con mayoría suficiente para hacer presupuestos de mínimos y administrar lo que quiera que sea esto. Como grumos de Cola Cao en leche fría, empiezan a revolotear cada uno por su lado sin fundirse ni mezclarse con nada que tenga que ver la situación y la vida de los asturianos. Ni se entendió la dejadez de Javier Fernández para mantener la mayoría inicial ni entendió nadie el juego de cuentavotos de IU y UPyD. Mientras las empresas volaban de Asturias, ellos seguían con sus jueguecitos internos, nos quedamos sin presupuestos y un buen día nos desayunamos con créditos extraordinarios tramitados por un acuerdo entre PSOE y PP. Ahora hay dudas de su legalidad y vemos en santa compaña a IU, Foro y UPyP, por un lado, y PSOE y PP, por otro. Como digo, grumos de Cola Cao girando en la taza y juntándose y separándose sin control y sin que los ciudadanos sepan quién los gobierna ni hacia dónde nos dirigen. Una ley para créditos extraordinarios no tiene el calado político de unos presupuestos y no tiene nada de particular que PP y PSOE lleguen a acuerdos, incluso a acuerdos amplios. Pero los acuerdos literalmente de gobernabilidad a los que lleguen PSOE y PP, incluso en Asturias donde al PP casi no se le ve la cabeza por mucho que estire el cuello por detrás de Cascos, tienen que formar parte de una estrategia común amplia debidamente explicada, con objetivos debidamente declarados. No podemos levantarnos cada día con mayorías que desaparecen, con compañías y apaños impensables en el momento en que la gente echó su voto en la urna y con un gobierno y un parlamento que parecen jubilados al lado de una obra, viendo como se desmorona el edificio.

Pero no hay por qué entender que toda esta sensación sean necesariamente negativa. Tal vez todo sean señales de que la evolución del régimen de 1978: una monarquía que ya parece un borracho pesado colgado del hombro, un estado autonómico lleno de costurones y zurcidos, instituciones de control sin arterias y petrificadas por parásitos de partidos, una clase política desecada que funciona como una oligarquía que flota sobre la población como el aceita flota en el agua, caciquismo y corrupción generalizados, listas cerradas sin control posible del electorado, la evolución de este régimen, digo, haya llegado al punto de su disolución, como si alguien le estuviera dando vueltas en una taza de leche. Tal vez todo este disparate esté anunciando un nuevo período constituyente. Quién sabe si uno de estos 14 de abril estrenaremos traje y descorcharemos algo.

viernes, 18 de abril de 2014

Corazón. Izquierdas

[Columna semanal en Asturias24 (www.asturias24.es)]
“Cuando la estructura rió, Case no lo sintió como risa sino como una puñalada de hielo en la espalda.” “[…] en realidad sólo soy un puñado de ROM. Es una de esas… mmm, cuestiones filosóficas, supongo… — La sensación de la horrible risa recorrió la espalda de Case.” (William Gibson, Neuromante).

Hace unos días Montoro dijo entre risas que no tenía remedio. Tras decirlo rio aún más complacido y repitió que no tenía remedio más entrecortado de tanta risa y tanta dicha de sí mismo. La risa de Montoro tiene algo de uñas chirriando sobre un cristal o de cuchilla rechinando entre los dientes. Hace pensar en la risa helada del ROM que codificaba la memoria de un muerto en el Neuromante de Gibson. Es una risa póstuma en un gobierno lleno de cadáveres momificados. Celebran en la intimidad su reforma educativa (quién sabe si en catalán), pero en público y en los discursos triunfalistas ocultan la reforma y a Wert como se oculta la porquería bajo la alfombra. Gallardón ya limpió de clases medias y mediocres los juzgados con sus tasas y ya estableció minoría de edad permanente para las mujeres, pero hace tiempo que parece un juguete con la cuerda rota que se mueve sin dirección ni control. Sus palabras parecen ya psicofonías de espectro sin futuro político. Ana Mato, con sus prebendas de la mafia Gürtel y su papel de esposa inocente que no se metía en asuntos de hombres, más que cadáver es una nonata política. Para qué hablar de Fátima Báñez y Jorge Fernández, que ponen siempre en manos de santos y vírgenes nuestros asuntos, pero por si acaso no renuncian a recursos tan terrenales como leyes que suprimen derechos la una, y uniformes y armas contra la población propia y no propia el otro. Los dos parecen por momentos salidos de alguna escena de Fray Escoba o aquellas santurronadas que nos amenizaban en tiempos la Semana Santa.
Pero decíamos que Cristóbal Montoro no tiene remedio. Hace poco Cáritas y Save the Children dieron las cifras de la pobreza infantil en España y en el resto de Europa. Un tercio de los niños en España nacen bajo ese umbral infame. El dato atenta contra la justicia, pero también contra la vergüenza. Pero, como Montoro y el Gobierno no tienen remedio ni vergüenza, el Ministro de Hacienda con su voz nasal y su sonrisa de hielo se mofa de Cáritas, dice que es mentira y que eso son estadísticas (?), dejando a los niños a su suerte y a los demás con su risa rechinándonos entre los dientes (tal vez no a todos; ¿qué dijo de esto el incontinente señor Rouco? Puede que al ser niños ya nacidos escapen de su competencia o puede que ande él extraviado en alguna Cruzada y no se haya enterado. ¿Y qué dice su sustituto, Blázquez el Bueno, puesto que de pobres y de Cáritas se trata? De momento y para esto, más ausente que Messi). El dato, decíamos, no sólo habla de injusticia, sino también de vergüenza y decoro. Ahora que Gallardón en su desvarío da normas sobre vestimenta y decoro a los funcionarios de justicia y que Cospedal hace lo propio con los hospitales de los que se siente señorona, podría Montoro apuntarse a la moda del decoro. Ya que no hay justicia ni humanidad que conmuevan a este cadáver tan risueño, podría al menos tener vergüenza y darse cuenta de que cuando señalan a España como el segundo país con más pobreza infantil de Europa es como si le señalaran a él en una reunión de alto copete como autor de un eructo o una ventosidad improcedente y podría ponerse un poco colorado. Pero él no tiene remedio.
Los niños que nacen pobres viven efectivamente pobres si no se les ayuda. En Irlanda nacen pobres casi la mitad de los niños, según esas paparruchas estadísticas que tanto hacen reír a Montoro. Pero son efectivamente pobres sólo el diecisiete por ciento gracias a los programas y ayudas sociales. En España nacen pobres el treinta y seis por ciento y viven efectivamente pobres el treinta por ciento. Las ayudas sociales sólo salvan de la pobreza a un seis por ciento. No sólo nacen muchos en situación de pobreza. Es que además el Estado no les ayuda casi nada. Una vergüenza. Irlanda consigue rebajar la pobreza real en treinta y dos puntos con sus programas de atención. No hablamos de Alemania, Finlandia u Holanda. La humilde Irlanda, más golpeada que nosotros por la crisis, no deja que los niños que nacen pobres crezcan pobres. Aquí el Estado no tiene recursos. Una interminable cohorte de pesebres del duopolio y de prioridades mezquinas llena de grasa las arterias del Estado hasta hacernos un país sin corazón.
El problema es que el impulso del voto no lo mueven este tipo de situaciones. El voto lo mueven modelos en los que la gente se reconozca y pulsiones emocionales más ligadas a deseos que a denuncias, salvo que se refieran a intereses directos. Poca gente cree tener en casa niños pobres y poca gente cree conocer a niños pobres y por eso la pobreza infantil es un estímulo muy débil para votar. Los niños no son pobres porque sean negros, tengan la cabeza muy grande y tengan en la cara moscas y lágrimas secas. Son pobres porque no tienen los recursos mínimos para ejercer sus derechos mínimos. Pero, como digo, la mayoría de la gente pasa sus días sin afecciones emocionales movidas por esta situación, por lo que no tendrá ningún papel en su voto en las elecciones. Además la gente se moviliza más por lo que desea que por lo que no desea. Le mueven más promesas de prosperidad o grandonismo nacional que de mínimos para personas que están bajo mínimos. Es inevitable. Por eso las sociedades civilizadas no lo confían todo al voto. Tienen estructuras y mecanismos que, entre votación y votación, hacen difícil que el dinero se desmande y las desatenciones lleguen al bochorno. Bien lo sabe el Gobierno y por eso Montoro se troncha de risa helada y chirriante.
Mucho hay que hablar de las izquierdas y quizá hablemos. Baste decir de momento dos evidencias. Sus campañas electorales, sobre todo la de la izquierda que puede ganar, el PSOE, omitirán todo aquello que tanto desdén le produce a Montoro. No buscarán una estrategia comunicativa (que la hay; sólo hay que trabajarla) ni dedicarán recursos a introducir contenidos justos sobre estas materias invisibles para los impulsos del voto, de manera que no les perjudique electoralmente, pero que contribuya a espesar una ética pública. No harán nada de eso (cómo no sentir nostalgia de tantas citas generosas y de altura en las intervenciones públicas como se recordaron en las redes sociales en esta semana del 14 de abril republicano). La otra evidencia es que la alternancia entre mayorías conservadoras y de izquierdas no afecta en absoluto a las prioridades del gasto y, por tanto, de los recortes. El PSOE y el PP gastan el dinero parecido pero no igual; y lo recaudan parecido pero no igual. En lo que son iguales es en las prioridades. Podríamos pensar que el último sitio en el que hay que hacer recortes de ningún tipo es allí donde el ciudadano se encuentra con el Estado: en el aula, en el ambulatorio, en la administración de Justicia, en la ayuda directa al que está por debajo de lo mínimo. Pero es justamente por donde empiezan los recortes: menos médicos, menos profesores, tasas en la justicia y desprotección de lo más débiles. Unos recortan mucho y con gusto. Otros un poco menos y más a disgusto. Pero todos empiezan por el mismo sitio, las prioridades son idénticas. Los pesebres siguen intocables, los funcionarios de libre designación más libremente designados que nunca, cada bobo de cada cargo sigue creando su cohorte particular. Con la corrupción y los desfalcos pasa como con cualquier estímulo que se repita. A base de oír un ruido, nos insensibilizamos y dejamos de oírlo. El robo y el fraude es ya un ruido de fondo que no se oye y que ya no capta el mecanismo del voto. Tampoco aquí la izquierda está diferenciándose de la derecha. Sólo se ataca la corrupción del otro. Ni un solo caso fue denunciado por el partido donde se originara. Ni uno.
Irlanda nos recuerda que no es cuestión de riqueza o de crisis que los niños que nacen pobres vivan pobres. Es cuestión de justicia y de vergüenza. Tengamos nosotros corazón y vergüenza y echemos a esta gente de una vez. El día de votación y los demás días. Cuando Montoro tiene razón hay que dársela. No tienen remedio. Echémoslos.