sábado, 21 de julio de 2018

Todo lo que está a la derecha de la izquierda

Aznar pide un PP que ocupe todo lo que esté a la derecha de la izquierda. Y Casado se hace un Rivera repitiendo lo que los mayores digan con cara de hágase en mí según tu palabra. Y a los demás se nos viene a la cabeza el estribillo que se repetía en los cómics de Astérix cuando se decía que Julio César había conquistado toda la Galia. ¿Todo lo que está a la derecha del PSOE? ¿Todo todo? En pleno 18 de julio, con la Fundación Francisco Franco pidiendo otro alzamiento, el prior del Valle de los Caídos bendiciéndolos y más por encima de la ley que un Borbón y con Hazte Oír hablando por los codos, ¿todo todo lo que está a la derecha del PSOE? Siempre se dice «todo» para enfatizar una esquina de ese todo. El PSOE sube en las encuestas en parte por atrapar el voto moderado. Pero no es esa esquina la que quiere enfatizar Casado. Casado y Aznar piensan en Vox porque asumen que tiñendo al PP de Vox tampoco se alejan de Rivera. C’s le come la tostada al PP por la unidad de España, sus medidas ultraliberales se plantean sin complejos, en Cataluña también sin complejos se echa a dormir después de ganar, Aznar ve a Rivera más «relevante» que nadie y además C’s no ofenderá a la Iglesia y tiene la memoria histórica llena de enciclopedias escolares de color azul. O sea, que no es la esquina opuesta a Vox. Con un máster en Aravaca de media hora estas cosas se pillan enseguida.
Casado quiere presentar a Soraya y a Rajoy como mercaderes sin valores ni ideología y al PP con un partido invertebrado sin forma. Sólo con la ideología suya de siempre (¿en qué época empieza «siempre»?) y bien prietas las filas el PP volverá a ser España. Casado y Aznar creen que, tomando a Vox como una especie de concentrado de PP y dándole el músculo electoral del PP propiamente dicho, conseguirán que el debate político tenga como trinchera la unidad de España, el terrorismo, el aborto, los derechos escolares de los católicos y el olvido de la guerra y la dictadura. Y que nos olvidaremos de lo demás. Cuando la ideología se basa, por un lado, en lo que es obvio por común y, por otro, en lo que no se puede confesar abiertamente, los argumentos tienden a ser chuscos y por eso se busca camorra y griterío. Su plus de patriotismo se basa en la dificultad que tenemos los demás en alcanzar la sobreactuación bufa de los símbolos nacionales que ellos interpretan en sus performances. Su tenacidad contra ETA es pintoresca cuando ya no hay ETA. Tiene que basarse en cosas como «las ideas» de ETA que siguen por ahí sueltas, o quizá su olor. Es llamativo que se oiga desde el ala más derechista del PP y hasta desde las víctimas del terrorismo que ETA está más viva que nunca, porque «sus ideas» siguen vigorosas. Recuerdo cómo me asombraba que Arzallus afirmara la legitimidad de Lizarra sumando el apoyo nacionalista pacífico y el apoyo explícito a ETA, como si matar y no matar pudieran ser sumandos del mismo conjunto; y la frivolidad de cierta izquierda que, con su «altura de miras» y su circunspección ante «lo complejo» de la situación, no percibían el abismo entre el tiro en la nuca y cualquier otra cosa. Y ahora es la derecha que se proclama antiterrorista y algunas víctimas las que nos salen con que, aunque ya no se mata, ETA está más viva que nunca, como si lo grave no fueran los muertos sino «las ideas». Los derechos de los católicos están tan a salvo que todavía la ley establece que su clase de religión debe obligar a los demás al castigo de una asignatura árida e inútil. Quizá podrían también pedir que se cierren los bares en domingo a la hora de misa, para que la misa no tenga la competencia injusta del vermú. Y, finalmente, con la memoria histórica también tienen que fingir y hacer como que es un tema menor. Casado se refiere al asunto de tanto cadáver en cunetas y tanto monumento en memoria del dictador como un «monotema» que le aburre. Y cuando tiene razón, hay que dársela: todos los temas, tomados de uno en uno, son monotemas. Los másteres de Harvard mejoran el talento para lo obvio.
Lo cierto es que los gobiernos de Rajoy fueron más radicales de lo que empresarios o Iglesia llegaron a imaginar nunca. Sáenz de Santamaría no representa una opción templada, que se lo pregunten a los jueces de la Gürtel. Se enfrentan dos estrategias. Normalmente, la ideología es cosa de la izquierda y el voto identitario también. Es imposible conocer a un progre y no saber que es progre, el izquierdismo es parte de su interfaz social. Los conservadores más normales son de derechas como otros  coleccionan sellos, una afición que no sale en las conversaciones. La gente que vota a la derecha no suele hacerlo por ser de derechas, sino por cosas más transversales como la eficacia, el realismo, la tranquilidad, la seguridad o cosas así. La izquierda es la que necesita ideología hasta el punto de que la izquierda más segura de sí misma vota lo que pueda decir al día siguiente que votó como tarjeta de presentación ideológica. Por eso es tan dada a este galimatías por el que se pueden llegar a juntar como opciones distintas las Mareas, los Comunes, Compromís, Podemos, IU y Actúa, y todos porque no encajan aquí o allá o porque su identidad histórica no se ve nítida o zarandajas y bromas pesadas parecidas. Podemos 1.0 había llegado a la conclusión de que era mejor no vender ideología y hablar de las cosas que le pasan a la gente. Visto el precedente del 15 M, Nunca Mais y similares, la percepción era correcta si hubieran reparado en el detalle de que ninguno de esos movimientos verbalizaron lo que de hecho hacían. No utilizar la ideología como argumento era correcto para entenderse con los jóvenes, pero expresarlo y proclamarse ajeno a derechas o izquierdas era un ruido. Pues Casado y Aznar quieren hacer el camino inverso. Quieren que la derecha tenga ideología explícita, un credo con nombre y unos principios que se defienden en nombre de la ideología. Santamaría es tan de derechas como ellos, pero prefiere lo que hacía Podemos, dejar la ideología fuera del discurso. Eso no quiere decir que no haya ideología, vaya que la hay. Es una cuestión táctica, aparentemente correcta porque el voto ideológico identitario es cosa de izquierdistas con una mochila llena de luchas, manifestaciones y testimonio. Pero la táctica de Casado y los peperos con sabor a Vox también tiene su ventaja. Sus votantes no los apoyarán por sentirse y decir de sí mismos que son de derechas, pero ellos no son como los progres, que no votan si su voto no expresa su ideología. Los pueden votar igual por sus razones transversales de seguridad, sensatez y demás y la ideología explícita puede servir para lo que dije antes: para que sea el aborto, la unidad nacional, la bandera, el terrorismo y similares la trinchera política, para armar bronca y para no reconocer del país y de la historia a cualquier oponente político. La amenaza de C’s es muy real y Cataluña sigue agitada. Probablemente un PP ideologizado y facha puede ser más reconocible que un PP más educado. Probablemente le haga más daño a Rivera Casado que Sáenz de Santamaría y probablemente lo mejor para el PP sea lo que haga más daño a Rivera.
En todo caso, no olvidemos lo más valioso de ideologizar al PP. Exhibir ideología explícita arma más bronca porque hace más fácil el discurso de negar lo que es común a los demás y porque moviliza a sectores ultraconservadores, toda esa morralla de asociaciones franquistas y ultracatólicas que esparcen odio y malos humores de nuestra historia. Y la bronca tiene el valor de que no pensemos en lo demás. Lo demás ahora es que tenemos un gobierno del PSOE aplicando los presupuestos de Rajoy, «salvo alguna cosa», y una agitación en el PP que no ve a Rajoy bastante de derechas. La batalla del Valle de los Caídos, RTVE y similares no oculta que la línea de debate político separa valores conservadores por los dos lados. No basta con que la izquierda no vaya más allá que Rajoy. La izquierda tiene que desenmascarar y desmantelar a Rajoy y el PSOE, por el papel que le toca, tiene que dejar de tener miedo a su ideario y a su propia sombra.

La conversación. El Presidente, el President, la patria y el Rey

Pedro Sánchez y Qim Torra hablaron un rato. Sánchez lo recibió en la escalera como a una persona importante y Torra le regaló un licor de frutas para la digestión y el buen humor. Según parece Torra es así, campechano como un Borbón pero más preparado. Y llegó la catarata de tópicos kitschsobre la conversación. Los topicazos no son topicazos porque se repitan. La vida y conversaciones cotidianas son rutinarias y están llenas de repeticiones. Las repeticiones que son topicazos son las que se repiten queriendo destacar de la rutina y como pretendiendo que se dicen por primera vez. Así que unos empezaron a darnos la turra otra vez con el valor del diálogo, la palabra y el entendimiento. Otros arrecian con la simpleza de que hablar es manifestar disposición a ceder algo, por lo que la integridad de la patria podría naufragar entre los hipos de la ingesta de licor de frutas. Ciertamente, se dijo que se iba a hablar de «todo» y una de nuestras curiosidades como hablantes es que, cuando utilizamos expresiones de cuantificación universal como «todo» o «cualquier cosa», realmente no nos referimos a todo o cualquier cosa, sino sólo a lo más extremo o excepcional. Si decimos que alguien hizo de todo para llegar donde llegó o que es capaz de cualquier cosa, estamos pensando en truculencias que no hace todo el mundo. Así que tienen razón los patrioteros al suponer que si iban a hablar «de todo», es que iban a hablar de independencia. Claro que lo podían ver al revés; si hablaron de independencia es que hablaron de la unidad de España. Quien desde luego no habló fue el Rey. No importa que no le tocara. Desde octubre del 17 el Rey parece incapacitarlo para tener interlocutores en Cataluña que le den licor de frutas. Él, que está por encima de la refriega de los partidos, está más desgastado que Sánchez. Volveremos a ello.
Los chimpancés crean y retienen sus relaciones sociales compartiendo tareas, sobre todo corporales. Despiojarse mutuamente es una manera de quitarse parásitos, pero también de mantener una relación que se proyectará a otras tareas comunes, por ejemplo de defensa, predación y alimentación. Los humanos no somos tan sobones. En vez de los dedos tenemos palabras. Con ellas unas pocas veces nos decimos cosas. La mayoría de las veces las usamos como cháchara, como dedos invisibles con los que nos tocamos y ejercemos e hilamos complicidades, amistades o reconocimientos. Quien crea que es inútil que Torra y Sánchez hablen si no es para acordar algo que pruebe a dejar de saludar. Un saludo es un acto inútil en el que no nos decimos nada. Como digo, prueben a pasar de largo delante de los conocidos, prueben a no quedar con nadie ni hablar salvo que haya algo que decir o hacer. Y anoten en una libreta cómo va cambiando su vida. Al leer esa libreta entenderán para qué saludaban y gastaban tiempo en hablar sin decir nada. No hablamos siempre para decirnos cosas, sino para modular nuestra conducta mutua y tejer estructuras sociales grandes y pequeñas. Cuando se despiojan el Gobierno y el Govern, se multiplican entre la gente normal esas conductas inútiles y esas chácharas vacías que en conjunto llamamos convivencia. Pero que la Generalitat y el Gobierno no se despiojen el uno al otro de vez en cuando es una aspereza formal que, amplificada hacia abajo, abre las carnes de la convivencia en Cataluña y de Cataluña con el resto. Por supuesto, el problema está muy degradado para arreglarlo con un licor y una cháchara al lado de una fuente. Pero para cumplir metas la convivencia es un terreno más fértil que el desdén y el enfrentamiento.
Las palabras, tan queridas para tantas cosas, no se limitan a posarse sobre las cosas. Raspan las cosas, las aíslan y las colocan como un bulto en nuestra atención. Y a veces eso es más un destrozo que un entendimiento. No recuerdo haberme declarado explícitamente amigo de ninguno de mis amigos ni haber verbalizado el nivel de confianza que asumo tener con nadie. Hay cosas que sólo se pueden hacer haciéndolas y no diciéndolas (y otras al revés). La manera de normalizar a Cataluña en el Estado es haciéndolo, no está el horno para que nadie verbalice que la independencia tiene alternativas. Quizás algo así haya pasado en el País Vasco. La mejor propaganda contra el separatismo es la normalidad.
Los patrioteros de la derecha ya van supurando su mezquindad y cabe esperar en próximas elecciones que caricaturicen al país en ese chorreo rojigualdo cutre, casposo y vociferante que acostumbran. No es que me moleste el nombre de España. La tribu es en muchos sentidos como la familia. Yo tengo familia y estoy unido a ella como casi todo el mundo. Mi apellido figura en la firma de este artículo. Cualquiera puede entender que si yo vocease ese apellido en las puñetas domésticas y mis hijos y mis hermanas tuvieran que oír de vez en cuando cosas como «a un del Teso no se le habla así» o «los del Teso van vestidos como es debido» no sería más familiar de lo que soy ahora. Semejante cutrez sería sólo una caricatura cargante de la familia. Pero algunas fuerzas políticas sólo hilan discurso en la repetición torpona de lo que nos es común (España, condena al terrorismo y cosas así) y lo que nos es común no es alimento electoral si no hay bronca y fango en la convivencia. Por eso tienen enmierdar el debate público con la defensa de la patria y el terrorismo, como si los demás fueran orcos buscando carne humana para cenar. El caso de C’s a estas alturas empieza a ser grotesco. Fue la fuerza más votada en Cataluña y desde entonces no tuvo ninguna iniciativa de ningún tipo más que envolver la bandera nacional en el himno cazalloso de Marta Sánchez. La normalidad territorial es para ellos como la kryptonita para Supermán, los deja sin fuerzas y sin discurso.
Un Jefe de Estado con valor simbólico podría ser de utilidad para que fluyan esas conversaciones hechas de palabras o dedos con las que humanos y simios nos reconocemos parte de un grupo. Y podría ser una instancia del Estado con la que suavizar en la convivencia las heridas con que en la gente corriente se amplifican los berrinches de los gerifaltes políticos. Pero Felipe VI no parece haber entendido que la única forma de que en una democracia pueda haber un rey por herencia es que se limite a ser símbolo y representar. Para terciar en controversias políticas y ser palmero del PP tiene que presentarse a unas elecciones. En octubre de 2017 Felipe VI se sumó a la jarana de Rajoy y quemó cualquier papel posible de la Jefatura del Estado en la crisis catalana que no sea el de añadir voces en plan hooligan. Ya se había sumado al PP para declarar pasada la crisis y la corrupción, cuando el CIS decía que eran las dos principales preocupaciones de los españoles. La esterilidad de la Corona y el papel equivocado que pretende asumir el Rey empiezan a hacer insostenible una institución con la que Juan Carlos I avergonzó y avergüenza al país. Qué pinta una nación entera con una parte sustantiva de la gestión pública dedicada a espesar la opacidad y acallar testimonios sobre una orgía permanente de golferías, excesos, fortunas delincuentes e impunidad. Hasta cuándo vamos a aguantar que los cortesanos (ex-presidentes, ex-vicepresidentes, mandones de los medios) que mariposearon por los jardines Borbónicos nos sigan tomando por idiotas. La nulidad funcional de Felipe VI en el peor problema institucional que tiene España, el territorial, sucede cuando se hace irrespirable la institución monárquica. Su silencio obligado sobre Cataluña (¿qué podría decir?) cuando la figura de su padre se hace insufrible nos recuerda que fue el Caudillo quien los puso ahí y que todavía no se nos preguntó en serio si los queríamos ahí. El Presidente y President de turno, los que toquen cuando toquen, que normalicen el Estado de la única forma posible: haciéndolo. Y de momento lo mejor que podemos esperar de la Jefatura del Estado es lo que nos está dando ahora Felipe VI: callarse y no estorbar. La verdad es que no es mucho.

A España le va a dar un aire

Cuando cogemos un catarro la causa no está en las características y efectos del virus que nos ataca. Ese y otros virus y bacterias están más o menos siempre ahí rondándonos, por lo que no puede ser su presencia lo que provocara el catarro. Lo que hay que buscar es qué provocó que las defensas que lo contienen normalmente no funcionaran. El médico no va a explicarnos cómo es el virus que nos puso enfermos. Nos dirá que nos abriguemos y no cojamos frío, porque el frío paraliza las defensas y el virus que siempre está ahí entonces entra. Cuando estamos en medio de una corriente de aire, aunque estemos sanos, estamos en riesgo. Quien permanezca en ella suponiendo que siendo verano sus defensas no tienen mucho trabajo acabará con mocos, porque la insidia de ciertos microorganismos está siempre ahí. La moción de censura de Pedro Sánchez se produjo por un estado de alarma provocado por el PP. El cambio de gobierno produjo un efecto sedante y el acierto psicológico en los ministros elegidos inició un tiempo vaporoso y cálido en el que parece que flotamos con suavidad en vez de dirigirnos a algún sitio. Eso no quiere decir que hayamos dejado de estar en medio de la corriente y que la asechanza de malas infecciones no nos esté rondando. De hecho, nos puede dar un aire en cualquier momento.
Hazte Oír publicó unas coordenadas cartesianas con criterios de buen gobierno en el eje de ordenadas y los candidatos a la presidencia del PP en el eje de abscisas, con unas marcas en las casillas resultantes que daban una valoración cuantitativa de quién merecía más respaldo. Es ya un mal síntoma que los fanáticos de Hazte Oír, que no van a la puerta de los colegios a vender droga sino a regalar odio, se sientan concernidos por las primarias del partido con más representación parlamentaria. Pero son peor síntoma los criterios de buen gobierno con los que se hace el perfil de los candidatos: vida, familia y unidad de España. Parece que Casado puntúa bien en los tres conceptos y que Sáenz de Santamaría suspende en el primero y el tercero y ofrece dudas en el segundo. Son un mal síntoma porque estas organizaciones sectarias y fogosas representan el tuétano de las derechas, aquello sin lo que un partido de derechas en España sería insípido y como un nenúfar flotando sin raíz. Las organizaciones estrafalarias de extrema derecha son el mal aliento que provocan las tripas bajas del PP (y C’s). Es decir, estos espantajos nos dicen algo de lo que se cuece en las atahonas del PP (y C’s) y por tanto algo de la corriente que amenaza con acatarrarnos.
Vida, familia y unidad de España, dicho con unas u otras palabras, es una obviedad en el ánimo de cualquiera y, por supuesto, de las fuerzas políticas. Buscar el contraste y la identidad a partir de lo que es obvio es siempre señal de sectarismo. Es lo que hace quien señala a otras fuerzas políticas como agentes de la muerte, corrosivas de la estructura familiar en la que nos criamos y vivimos la mayoría y hostiles al país en el que vivimos. Es decir, asumir estas señas de identidad (vida, familia y unidad de España) es situar el debate político en un estado de urgencia y riesgo nacional, el tipo de situaciones que oscurece la relevancia de todo lo demás. Si, como pregona Aznar (que, por cierto, me está recordando a Maradona estos días, con esa ansiedad de quien se siente un valor disponible para salvar lo que naufraga) estamos en medio de un golpe de estado aún sin desarticular, no es momento en enredar con la sanidad ni la corrupción. La única situación de emergencia que vivimos últimamente lo produjeron los jueces con sentencias en las que se decía que España estaba tomada por un partido con estructura y funciones de una banda. Y esa emergencia no necesitó ninguna soflama patriótica de defensa de la nación. Un mecanismo parlamentario perfectamente reglado, el de la moción de censura, fue más que suficiente.
Del virus de la vida y la muerte parece que estamos razonablemente protegidos. La gente no cree que unos políticos quieran la vida y otros la muerte y tampoco cree que la mayoría de sus vecinos sean criminales. La cuestión del aborto funciona como un mecanismo identitario, más o menos como un pin, pero la gente no se la toma en serio. El virus de la familia acecha algo más, pero de momento también es benigno. Para mucha gente es una perturbación pensar en lesbianas casadas criando niños o en transexuales, pero no sienten amenazado su espacio y su familia, como denodadamente pretenden los obispos y sus canales de radio y televisión y las organizaciones ultraderechistas. No es un elemento movilizador, aunque sea un componente del ambiente. El de la unidad de España es el más peligroso ahora mismo, porque es el más capaz de crear estados emocionales intensos y, con la razón paralizada por la emoción como se paralizan las defensas con el frío, no sólo es movilizador, sino que puede franquear el paso a los otros dos virus más perezosos.
La derecha se prepara para una confrontación basada en lo que comparte con la extrema derecha y, por tanto, se contrastará a sí misma como lo obvio frente al caos. Las derechas no tienen más enganche para mejorar su apoyo electoral que la ofensa del independentismo, por lo que señalarán permanentemente las políticas de sus rivales como afrentas al país. La mayor garantía que tuvimos en España de estabilidad vino de fuera. Europa vino funcionando como una escayola que nos aseguraba forma de democracia occidental. El problema es que esa Europa tiene agujeros por los que silban algunos de los malos vientos que conocemos de aquí y otros peores. Y además parece evidente que la extrema derecha americana en el poder quiere disolver bloques como la UE que ya no le hacen falta. Europa sigue siendo nuestra mejor garantía, como bien saben los independentistas y pareció ignorar Rajoy, porque es de donde vienen las legitimaciones más sólidas. Pero la voz europea se está adelgazando y acercándose a un graznido.
El suave balanceo en que nos mecemos ahora no debería ocultar a Pedro Sánchez y sus apoyos la seriedad del momento. Se necesita un discurso más sólido del que se está emitiendo. Sobre Cataluña se requiere un discurso coherente y sostenido. Sostener un discurso constante supone siempre ir contracorriente en según qué momentos, pero los momentos pasan y al final la gente sólo reconoce a lo reconocible. El PSOE no lo fue en los momentos más críticos por arrugarse ante provocaciones de unos y autoritarismos de otros. En una comunidad donde la mitad quiere ser independiente, donde más del ochenta por ciento quiere un referéndum y donde la convivencia está quebrada, quien diga que no se puede hablar de ningún referéndum es un charlatán o un camorrista. Un referéndum es una bomba en la convivencia y debe ser visto como un fracaso, pero no es el peor fracaso ni puede fingirse que no existen los conflictos con los que no estamos de acuerdo. No puede andar el Estado poniendo del revés al poder judicial para introducir delitos previstos para alzamientos militares que ni siquiera se le imputaron a ETA. No se puede judicializar la política con astracanadas, pero tampoco politizar la justicia y pretender que ciertos delitos (que los hubo, aunque no los que pretenden los camorristas) se disuelvan en nombre de procesos políticos. El pulso tiene que ser firme y no ondulante. Al final los aprovechateguis que decía Rajoy se desinflan más rápido de lo que parece y no quedan más que los discursos coherentes y, como digo, reconocibles. De momento, Cataluña está como el resto del país, meciéndose. Es pronto para alarmarse, pero la manera como mínimo frívola con que PSOE y Podemos llevaron la reforma de los órganos de RTVE hace temer que tienen poco impulso regeneracionista, poca actitud ante los riesgos que acechan y seguramente poca comprensión y poco discurso. Los virus están ahí como siempre. Y sin liderazgo y referencias claras nos puede dar un aire antes de que acabe el año.

martes, 10 de julio de 2018

La libertad de expresión de la Manada

Me pregunto qué aspecto tendría nuestro pequeño mundo si una ley estableciera que en una acusación de violación o acoso sexual la palabra de la mujer tuviera presunción legal de veracidad. Es decir, cómo serían las cosas si un varón acusado por una mujer fuera automáticamente condenado si no puede demostrar su inocencia. A día de hoy mi hija tiene que volver a su casa acompañada cuando sale de noche, porque si volviera sola correría SIEMPRE riesgo de algún tipo de acoso, mayor o menor, de amenaza, falta de respeto o menoscabo de su dignidad. Si tiene que pasar por parques o sitios poco visibles, el riesgo que corre SIEMPRE es ya de cosas mayores. Javier Marías expresó su temor de que alguien pretendiera llegar al supuesto que expresé antes, a esa barra libre (así la llamó) por la que se puede acusar sin más a cualquier varón y arruinarle la vida. Porque así son las cosas. Tenemos mujeres muertas y violadas, pero tenemos que preocuparnos por si algún varón pudiera ser acusado injustamente. Pongámonos entonces en la pesadilla de Javier Marías, imaginemos esa barra libre y que en una acusación de delito sexual la palabra de una mujer tuviera la misma presunción de veracidad que la de la policía. En un mundo así, posiblemente mi hija podría volver a casa sola. Si tiene que pasar por un parque a las cuatro de la mañana ella sola, a lo mejor hasta se podría sentar en un banco a quitarse la arenilla que tuviera en un zapato y, ya puestos, a echar un cigarro o colgar alguna chorrada en la red social. A cambio, yo seguramente tendría que acostumbrarme a tener una segunda persona conmigo cuando hiciera tutoría con alguna alumna en mi despacho y activar la cámara del móvil cada vez que me viera a solas y sin testigos con alguna mujer, porque RARA VEZ alguna mujer podría acusar a algún varón porque sí. Dejemos el balance para después.
La manada está suelta porque son famosos y eso los hace inofensivos, según las lumbreras jurídicas que los soltaron. Y como quien tiene fama tiene un tesoro, ya hay canales de televisión queriendo llenarlos de dinero por una entrevista estrella. Casi apetece violar a alguien y dejar que te pillen. Es uno de esos casos en que algunos querrían limitar la libertad de expresión y otros no, que adelante y que mujan en televisión, que también son hijos de Dios. Ni la libertad de expresión ni su tamaño están en cuestión. Una persona puede, si quiere, pedir que se recorten las pensiones y que se vaya extinguiendo el sistema público que las sostiene. Tiene derecho. Y tiene derecho a hacerlo con una pancarta frente a una manifestación de pensionistas que piden la revalorización de las pensiones y su sostenimiento. Y además tiene derecho a no ser agredido por ello. Pero es lógico pensar que tendrá que oír silbidos, abucheos y seguramente insultos. La libertad de expresión no está en cuestión, pero esta sería una forma provocativa y desafiante de expresar tu opinión y daría lugar a una respuesta colectiva desordenada, ruidosa y enérgica.
Al país se le abrieron las carnes con la sentencia infame de la violación de la manada y el miserable voto particular del energúmeno señor Ricardo Javier González. El país rugió en las calles de todas las ciudades. Ante la infamia añadida de dejar libres a estos cabestros, el país volvió a bramar. Cualquier canal tiene derecho de enfrentarse al país en marcha y enfurecido y emitir un programa que sería desafiante y provocador en extremo. Y tiene derecho a que nadie ejerza violencia. Pero la libertad de expresión ejercida de manera tan retadora y ofensiva, dará lugar sin duda a una respuesta colectiva, enérgica y ruidosa. Es lógica la advertencia de que se harán listas de anunciantes que financien semejante ignominia y que se convocarán boicots contra sus marcas. Podrán convocarse apagones del canal que sea y hasta denigrarse los locales donde se vendan las marcas señaladas. La libertad de expresión no está en cuestión. Pero quien se ponga delante del país indignado y en marcha, tendrá que oír sus silbidos y afrontar su reacción, como siempre que se provoca a una multitud. En este caso, el crujido social es sonoro y la hostilidad de los jueces es virulenta. Mucha gente dio un paso a la vez y en la misma dirección, algunas rayas quedaron de golpe atrás. Quien quiera sacar ganancia de la infamia que calcule sus fuerzas, porque la reacción colectiva por la igualdad y contra los abusos a la mujer empieza a ser una revolución, más del tipo de mayo del 68 que de octubre del 17, pero una revolución.
Las cosas se reclaman cuando escasean. Es raro pedir libertad de expresión para hablar de fútbol, porque no constan impedimentos para explayarse sobre ese tema. Tampoco hay tales estrecheces para denigrar la dignidad de las mujeres según las desinhibiciones que se le supongan. Ideas tales como que una mujer que practica sexo con promiscuidad está disponible, o que cuando una mujer tolera ciertos acercamientos ya no puede decir que no porque su cuerpo ya es terreno conquistado, o que si su vestimenta o actitud pudieran ser provocativos es ella misma culpable de lo que le ocurra, todo este tipo de ideas está amplísimamente expresado, difundido y protegido. No hay ningún problema de libertad de expresión. ¿No es estruendoso el silencio de la Iglesia, tan dada a opinar y emitir documentos sobre sexo y costumbres íntimas? Si tomamos lo que viene diciendo la Iglesia sobre la relación entre la violencia a las mujeres y lo que la Iglesia llama «ideología de género» y lo sumamos a lo que la Iglesia se está callando sobre este notabilísimo episodio, caben pocas dudas de cuál es la actitud que está amparando tan carísima institución. La «causa» de la manada está ya suficientemente defendida y difundida.
No debería ser necesario hablar de libertad de expresión. La empatía y la dignidad de la víctima debería ser un foco que cegara cualquier otra cosa. En España se trata con gravedad y reconocimiento la memoria de las víctimas de ETA, como debe ser. Su recuerdo no es sólo dolor por su muerte. Es reconocimiento de la injusticia de haber sido señalados y denigrados. Pero en España hay más víctimas. La dictadura de Franco alargó la guerra civil treinta años más. Y hay víctimas, muchas víctimas, que también quieren respeto, reconocimiento y rehabilitación de su memoria de la única forma posible que es la simbólica. Pero estas víctimas tienen menos suerte y tienen que oír que su memoria es rencor. Y hay más víctimas. Por cada una de las decenas de mujeres que mueren a golpes hay muchas más amenazadas y aterrorizadas. Y cuando son violadas no tienen la suerte de que su dignidad sea la prioridad. Incluso cuando la justicia se aplica tienen que soportar la baba de los agravios sobre su condición que dejan los agresores y los prejuicios que se pregonan desde tribunas públicas. Y son víctimas. ¿Se aceptaría una entrevista con Josu Ternera para que explique que aquellos a los que mandó matar eran parte activa de un conflicto y que ellos se buscaron su muerte?
Volvamos al principio. La molestia que yo tendría por cargar con presunción de culpabilidad es menor que la que aguanta ahora mi hija. Pocas serían las mujeres que quisieran protagonizar el suceso abrupto de un proceso judicial, pero muchos son los hombres que se creen con derecho a insinuaciones, graciosadas o actos físicos sobre las mujeres. Y los varones tendríamos al menos el consuelo de que todos los cerebros jurídicos trabajarían sin desmayo para reconducir la injusticia de la que seríamos víctimas. No como ahora. Sólo hay que oír a las asociaciones de jueces, mudas como obispos. No es cuestión de apetecer otras injusticias. Imaginarlas ayuda a describir las que hay. Si un canal quiere humillar más a la víctima, no hay ley que lo prohíba. Pero que no se engañe. Tendrá consecuencias, porque esto es una revolución. 

domingo, 1 de julio de 2018

Estado de confusión. Un recordatorio para la izquierda

Estamos en un momento verdaderamente raro. Al PP y sus babas mediáticas les gusta repetir que Sánchez es un usurpador que no pasó por las urnas. Ya lo habían dicho de Zapatero cuando ganó las elecciones. Aquella vez era que la gente no había votado bien. No tienen razón en lo esencial, pero sí en lo accesorio. Pedro Sánchez llegó a la Presidencia de una forma rara en una legislatura que ya había empezado rara. Quizá alguien debería recordar al PP que empezó rara esta legislatura porque se emplearon los votos del PSOE para poner a Rajoy en la Presidencia y resulta que a los militantes socialistas aquello sí que les pareció una usurpación. Sánchez llegó de una manera rara a la Presidencia porque, ciertamente, sus apoyos parlamentarios son heterogéneos y mal avenidos. Quizá convenga recordar al PP también que a esa extravagancia se llega por el estado de urgencia creado por los desmanes del propio PP. Pero también es rara esa llegada al poder porque las encuestas dicen que era más deseada fuera del PSOE que en el PSOE. La parte del PSOE que prefería más a Rajoy que al propio Sánchez no cambió sus afectos y Javier Fernández, Susana Díaz y sus compañeros de fatigas andan con la cara como entablillada de tanta circunspección que les produce que su partido haya alcanzado el poder. Así que Pedro Sánchez flota con un partido que lo quiere a medias sobre un parlamento que lo quiere sólo un poquito.
El PP contribuye a la rareza de la situación con su desmoronamiento. El montón de candidatos que se presenta a las primarias parecen los añicos de algo que se rompió. Los candidatos principales están más vistos que el tebeo y suenan más a psicofonías del difunto de Santa Pola que a renovación e impulso. En su día, cuando tocó el relevo de Felipe González en el PSOE, el partido no pudo reconducir la inercia de tanto tiempo y en vez de renovarse nombró a Joaquín Almunia, que era lo que quedaba de Felipe González cuando se le quitaba el tapón y se deshinchaba. El PP puede reproducir un episodio parecido, aunque nadie puede presumir de adivino en estos tiempos. Lo cierto es que el partido con más diputados y con mayoría absoluta en el Senado está fuera del Gobierno y chapoteando en su charca de delitos, faltas y traiciones completamente desnortado. En el Congreso Hernando sigue con sus bramidos y espumarajos de una manera mecánica, como los caballos del Grand National que siguen corriendo cuando ya no tienen jinete y como los espasmos de las colas de lagartija cuando ya no tienen lagartija.
Las emociones hacen más raro lo raro porque son como un vaho que nubla el buen juicio. Y de emociones andamos bien servidos. Hasta que en Cataluña pase algo o Marta Sánchez vuelva a perpetrar el adefesio que quiere hacer pasar por himno nacional, tenemos estos días tres frentes emocionales. Por un lado, unos majaderos que andan sueltos con toga de juez estimularon el efecto manada dejando libres a unos infames que crearon una alarma social nunca vista antes por violar con brutalidad a una chica. El efecto manada consiste en que, igual que hay gusanos aletargados que se agitan en el barro seco cuando caen las primera gotas de agua, así se agitarán los descerebrados más irrecuperables, llenarán lugares públicos de vítores y aplausos, harán colecta para los simios excarcelados y a lo mejor organizan cacerías sexuales para mandarle al señor Ricardo Javier González vídeos con gemidos de esos que le gustan.
Por otro lado, la memoria histórica vuelve a producir acidez en un país que sigue sin digerir como es debido su propia historia. Esta vez vuelve a propósito de ese monumento a la infamia del Valle de los Caídos. No sé por qué insisten columnistas y argumentadores en mencionar el recuerdo del holocausto nazi para hacerse entender. La gente entiende siempre mejor lo próximo. Y lo más próximo que tenemos en el desván de los malos recuerdos es ETA. ¿Es «abrir viejas heridas» cada acto en recuerdo de las víctimas? ¿Diría Pablo Casado que es andar todo el día «con la guerra del abuelo y con las fosas de no sé quién» cada símbolo en honor y reconocimiento de las víctimas de ETA? Si ETA además de matar hubiera culminado su ignominia tirando los cadáveres por cualquier sitio, ¿repetiría Hernando la infamia de que las víctimas se acuerdan «de desenterrar a su padre sólo cuando hay subvenciones»? Auswitch y Mauthausen nos quedan lejos. Quien no entienda qué es la memoria histórica sólo tiene que recordar a ETA y sus víctimas para tener una aproximación.
Y por otro lado, la crisis de los inmigrantes que se mueren por centenares a nuestras puertas con la mirada complacida del fascismo es la tercera pulsión emocional. Esta es compleja porque en ella se mezclan y se enfrentan la compasión, el miedo, la mentira, la civilización, el odio y el racismo. El ministro fascista que llama a gritos carne humana a quienes van a morir o el energúmeno de la Casa Blanca que mete en jaulas a niños crean inevitablemente estados emocionales marcados, que se hacen más intensos cuando la propaganda estimula el miedo y el miedo en el cuerpo se hace tierra fértil del odio. Es difícil mantener la templanza en controversias sobre niños enjaulados o ahogados.
La rareza de la situación y la neblina emocional que todo lo difumina puede tener a la izquierda despistada, después de la relajación por la caída del PP. La izquierda se enfrenta a los aires envenenados del neoliberalismo que debilitan los servicios esenciales y los mecanismos de corrección de las desigualdades. La propaganda busca la resignación con cada cosa que se nos quita haciéndonos temer por lo que aún nos queda. Afecta mucho más a la sostenibilidad del sistema que las empresas del Ibex tengan más beneficios y paguen menos impuestos y que las rentas altas cada vez contribuyan menos que la universalidad de la sanidad o las pensiones. La izquierda tiene que combatir esa propaganda insistente de que el gasto social es insostenible cuando la amenaza es la desigualdad en los ingresos y la impunidad de las malas prácticas financieras. El momento político no es benigno. Es raro y confuso. Y la izquierda no necesita confusión para enredarse sola. La izquierda tiene dos herramientas políticas a día de hoy: PSOE y Podemos. Lo demás son, en el mejor de los casos, colorantes de estos dos cauces o, en el peor, ocurrencias. En la izquierda funcionó siempre el mecanismo identitario por el cual líderes y votantes quieren ante todo reconocerse en un espacio político determinado y sólo secundariamente intervenir relevantemente en los acontecimientos. La debilidad de liderazgo y poca claridad de las dos fuerzas de izquierdas son otro ingrediente de la confusión del momento. Los líderes de la izquierda, los ocurrentes que creen que la unidad de la izquierda se logra multiplicando plataformas por la unidad de la izquierda y los votantes que se contentan con sentir que su voto expresa su ideología y luego que gobiernen otros, ninguno de ellos debería perderse en la confusión: el liberalismo radical y la impiedad social avanzan.