Un personaje de Savater decía no entender qué le gusta a la gente en las carreras de caballos. Ya se sabe que hay caballos que corren más que otros, qué placer puede encontrarse en constatarlo una y otra vez. El Barça ganó al Madrid porque en este momento es mejor, ya se sabe que hay equipos mejores que otros. Pero aquí algo fuerza nuestra atención, algo nos dice que hay alguna lección que no deberíamos dejar escapar.
No, no es el dinero. Queremos que la lección no sólo sea bella, sino confortante. “El fútbol no tiene precio”, decía con impecable acierto expresivo un periódico. El dinero sale derrotado frente a la escuela y la cantera. Nos gustaría a todos que esa fuera la lección y que eso fuera la verdad. Pero no lo es. El Barça es mejor que el Madrid, pero están a tres puntos uno de otro y sacan más de veinte al siguiente. Son los dos equipos con más presupuesto y son los que están fuera del alcance de cualquier otro. Con rarísimas excepciones, todas las ligas las ganan ellos, uno u otro, uno de los dos más adinerados. Podemos imaginar que el Madrid sea mejor que el Barça dentro de dos años, pero no que nuestro Sporting se le suba a las barbas: no tiene dinero para eso. El Ajax sólo juega con su cantera, con gente criada desde niños en su estructura. Pero no tiene, ni parece querer, dinero. En el 95 impresionó con un equipo encantador que sólo duró un año: no tenían dinero. El Barça tiene al jugador mejor pagado del mundo porque puede pagar el sueldo más alto del mundo. En el fútbol el dinero no es lo único importante pero sí lo más importante. El Barça es grande porque es rico y algo más, pero hay que empezar por ser rico.
No, la lección no es tan confortante como para olvidarnos ni un segundo lo real que es el dinero en nuestro mundo. Pero acaso sea más bella. El nuevo éxito del Barça es el resultado del buen gusto en un sentido nada trivial. No fue un error del Madrid fichar a figuras, en desguace como estaban y pudiendo como pueden. Pero soltaron a Cristiano y otros Cristianos como un manchurrón en un lienzo en blanco. Pintaron el equipo a brochazos, sin gusto y sin saber qué se iba a pintar. Hay prisa, cada pincelada quiere ser la baza ganadora, el trazo que por sí solo y de una sola vez hizo del lienzo una obra de arte. Y así es como las pinceladas se hacen brochazos. El Madrid sólo es un borrador. El éxito del Barça es el cuidado del detalle, la disciplina y la exigencia del buen acabado. La disciplina consiste en aceptar esfuerzos que no nos dan nada inmediato o nada visible, es apreciar la bondad de la demora, el esfuerzo que no nos da el éxito ya mismo, pero que tiene un sentido y apunta a algo. El cuidado del detalle es dar lo máximo en lo pequeño y en lo grande, en que nada ni nadie sea irrelevante, tener siempre la obra en la cabeza, ver en cada pequeño trazo y esfuerzo mínimo el alcance del conjunto. El buen acabado es la querencia del estilo, el gusto de verse entero hasta cuando no nos ve nadie, el convencimiento de que sólo cuando están pulidas hasta las últimas aristas el conjunto es amable al tacto. El Madrid desafina por la prisa de los tenores de dar el tono triunfador. Su juego está hecho de espasmos y los jugadores forman un conjunto con grumos. La humildad es necesaria para el detalle, la demora y el buen gusto. Si Florentino no lo entiende, que no se nos escape a nosotros para todo lo demás. Yo soy del Madrid, cosas que vienen de pequeño, pero para lo que estamos diciendo eso es lo de menos.
… y Messi, el alma hexagonal.
En el instituto las explicaciones sobre el Quijote me enseñaron que el alma era lineal. En un punto estaba el aquí y ahora de Sancho Panza. En el opuesto, el infinito de D. Quijote, el extravío de lo inalcanzable. Luego retuvo mi atención la adaptación de Disney de El Libro de la Selva, con lo que ya teníamos cuatro extremos donde situar nuestra conducta. En el extremo de la nueva línea, el carácter severo de Bagueera, siempre con obligaciones y responsabilidades en primer término, leal, confiable y que aplaza sine die todo disfrute o paréntesis. En el lado opuesto, el de Baloo, la disipación contagiosa, la vitalidad porque sí, la irresponsabilidad, las tareas nunca acabadas, la risa bonachona y extravertida. Como siempre distorsionamos el mundo, a la manera de los espejos cóncavos desde el ángulo de nuestra experiencia, es lícito que retenga el incidente minúsculo en el mundo que me fue dado presenciar de la llegada de Robinho y Messi, los magnifique y deforme la realidad a través de ellos para poner otra línea más y completar un hexágono en el que situar nuestro espíritu. Saltaron a la liga muy jóvenes y superdotados. Pero Messi este año, antes de abrumar, enseñó sus cartas. Con veintipocos, además de meterle en el bolsillo una cantidad inabarcable de dinero, le había dicho todo el mundo que era el mejor del mundo, que sería el mejor de la historia. Su equipo había ganado lo que ninguno había ganado nunca y le dijeron muchas veces que él era el mejor del mejor equipo de la historia. Y desde el principio, sin destacar más que el año pasado, empezó a lucir toques y pases que antes no daba o no así. Y empezó a moverse con criterio por más zonas que la banda y la diagonal. Y juraría que antes no usaba así la derecha. Lo tenía todo, lo habían coronado como emperador del planeta y seguía mejorando. Sigue haciendo caso a alguien o sigue esforzándose por iniciativa propia, pero se ve en él que no sabe parar de aprender (santa humildad, condición sine qua non de todo lo que merece la pena). Es un extremo de la línea. Robinho a los 18 años ya lo sabía todo. Juega igual ahora que entonces. Estaba en uno de ese pequeño puñado de clubes donde se puede llegar a cualquier parte y aprenderlo todo. Pero lo trataron como si tuviera algo que aprender. Y se fue al City y ahora a no sé qué equipo de Brasil, como se va de una esquina a otra un globo cuando se deshincha. Estos dos chicos, en su insignificancia, hicieron hexagonal la forma del alma en mi imaginario. Nunca se sabe qué lance te va a hacer recordar las cosas básicas.