domingo, 22 de abril de 2018

Educación segregada. También por sexos

Abundan los cantores al capitalismo y su intrínseca perfección. Pero con el capitalismo pasa como con la inmortalidad que, como decía Borges, es una convicción rarísima. De hecho, las palabras que definen la esencia del capitalismo se refieren siempre a una parte de la población, nunca se dicen para todos, como sería el caso si se dijeran en serio. Cuando se habla de competitividad o eficiencia se habla siempre a los de abajo. La competitividad y la eficiencia se invocan para despidos, bajadas de salarios o mermas de los servicios públicos. Los grandes sólo compiten cuando no hay más remedio. Los grandes de verdad intentan siempre eludir la competencia. Prefieren tratar con los poderes públicos como decía aquel personaje de Chirbes, «se necesitan cere­moniales, ritos,saber […] cuándo tienes que seducir­,acariciarle la nuca a alguien, hablarle suavemente al oído, rozándole con los labios la oreja, cogerlo por los riñones, abra­zarlo, acariciarle los lomos, […] cuándo toca dejar caer una frase que sabes que se le ajusta al otro entre dos miedos y trabaja como una palanca […] conocer en qué punto una pizca más de presión quiebra el caparazón».Sin embargo, cuando se utiliza la palabra libertad, nunca se habla para los de abajo. Los cantos a la libertad siempre son para proteger intereses de las alturas. La enseñanza sabe mucho de esas cosas. Si oímos sostenibilidad o eficiencia, es que aumentará el número de alumnos por aula o desaparecerán desdobles de idiomas. Si oímos libertad, siempre habla el Opus, el obispado, el PP o la CONCAPA. Precisamente ellos, a quienes nada debe ninguna de nuestras libertades. Siempre es algún poderoso o representante de poderosos porque a ellos se dirige la palabra libertad, por hermosa que sea tal como está en el diccionario.
Y en nombre de esa libertad que no va en serio se vienen entregando cada vez más recursos públicos de la enseñanza a la Iglesia. Si no fuera por intereses ideológicos espurios, sería fácil convenir los límites o la conveniencia de la concertación de centros. Los límites son dos: no se puede emplear dinero público para desregular de hecho la educación; y no se puede emplear dinero público para que la educación intensifique la segregación social. Hay desregulación de hecho cuando no suceden las cosas como prevén las leyes. Hay segregación social cuando el sistema educativo no corrige las diferencias de oportunidades de quienes nacen en familias mejor y peor acomodadas. Si las leyes dicen que España es un estado laico en el que tenemos derecho a una educación de la máxima calidad ajena a dogmas religiosos, pues exactamente eso es lo que debe ocurrir y la obligación de los poderes públicos es que eso sea lo que ocurra. La segregación social, el hecho de que haya una correlación entre nivel de estudios y nivel económico o social, debe combatirse por tres motivos: porque es injusto social e individualmente; porque es ineficiente para el país; y porque es peligroso en sociedades con cada vez más mezcla de culturas porque se contribuiría a la creación de guetos. Quienes crean que tiene su función la concertación de centros no deberían tener problemas para aceptar estos dos límites obvios: que no se creen situaciones de hecho desreguladas y que el sistema educativo no cree segregación.
Pero la vocación de adoctrinar a través del sistema educativo es feroz. Se denunció, tal vez con razón pero desde luego con hipocresía, la voluntad del nacionalismo de adoctrinar en la escuela. Pero la hostilidad indisimulada del PP con la enseñanza pública y la desmesura con que fomentan y favorecen la enseñanza concertada no tiene más fundamento que la apetencia de que la Iglesia influya lo más posible en la enseñanza; es decir, el adoctrinamiento puro y simple. El soporte argumental es esa palabra que nunca se dice en serio para todos: la libertad, que se quiere confundir torticeramente con desregulación y falta de reglas, con no poner trabas a que los centros de la Iglesia puedan elegir el tipo de alumnos que quiere formar y los padres puedan elegir el tipo de compañías que quieren para sus hijos, todo ello a cargo del dinero de todos. Si hubiera alguna forma de enfocar civilizadamente la concertación de centros, desde luego no sería esta.
El Tribunal Constitucional dice que llevar la segregación a la segregación por sexos y que lo paguemos todos es constitucional. Las diferencias de criterio de estos tribunos según qué partido los haya puesto ahí siempre es sospechosa, pero no soy constitucionalista, puede ser que sea constitucional. Y seguro que sería constitucional una ley que obligara a que todos los hospitales se pintaran de color fucsia, lo que no quiere decir que sea razonable. La constitución pone límites y dentro de ella caben muchos disparates. El fallo del Tribunal Constitucional no pone razón ni sinrazón al disparate de que se paguen con fondos públicos colegios que segregan por sexo. El hoy embajador Wert, que sigue riéndose del país mientras se solaza en sus doradas canonjías, había dicho en su día que los países sajones tienen mucha tradición de separación por sexos. Las razones por las que los americanos tienen hasta universidades femeninas son muy variadas y algunas quieren ser progres: poner a las mujeres a salvo del efecto inhibidor del género socialmente dominante para que desarrollen su propia voz y personalidad sin esa compañía limitadora. Hay tradiciones para todo. Pero aquí en España es evidente que sólo segregan por sexo los colegios del Opus y otras sectas ultracatólicas. Es evidente que por eso es por lo que el embajador Wert hizo legal que se financiara a esos colegios fundamentalistas. Las razones por las que en España hay colegios que separan por sexos, ahora a cargo de todos, no tienen que ver con ningún dimorfismo cerebral de hombres y mujeres, ninguna diferencia de rendimiento acreditada, ni ninguna variación en el ritmo de desarrollo personal y emocional entre chicos y chicas.
Los motivos son prácticamente los que se leen en la encíclica de Pío XI “Divini illius magistri” de finales de los 20, con pocas modificaciones para la galería. Separan por sexos por dos tipos de razones. Por un lado, estas órdenes religiosas creen que el hombre y la mujer son distintos, tienen distinto papel en la sociedad y deben ser educados de manera diferente para esos papeles. Y en eso son francos: nunca se separaron grupos humanos con la intención de llevarlos al mismo sitio. Por otro lado, este tipo de católicos creen que la proximidad de chicos y chicas es en sí pecaminosa o al menos es occasio proxima peccatiy asegura mejor el recato y virtud su prudente separación. Todavía en estos días el Opus Dei propaló que las vestimentas y maneras de las chicas pueden ser la causa de agresiones. En documentos recientes se sigue insistiendo en el convencimiento eclesial de que la enseñanza es subsidiaria de la familia y la Iglesia. No puede sorprender que la Iglesia lo crea así. Ni tampoco que las leyes de todos y para todos dejen claro que la enseñanza no es subsidiaria de la Iglesia. Se preguntaba en la radio Miguel Presno si podría ser legal la existencia de colegios para blancos y para negros y si la segregación por sexos y la segregación por razas deberían tener distinto tratamiento legal. La pregunta es interesante. Pero incluso si admitimos la legalidad de centros que segreguen por sexos, por razones de tradición, el Estado tiene que estar tan lejos de la idea de que hombres y mujeres tienen cometidos distintos y que su proximidad es insana como lo está de que la enseñanza es subsidiaria de la Iglesia. Los adefesios de Cifuentes o Puigdemont están creando un ruido que no nos permite oír las tajadas de pasado que están agrietando nuestra convivencia. No basta con que la constitución permita que se pague a colegios retrógrados. Se necesitan ministros arrobándose ante la cabra de la legión cantando el novio de la muerte y banderas a media asta en Semana Santa para que la enseñanza se impregne de esa carcundia. Es difícil olvidar las palabras de Rubalcaba para entregar los votos socialistas a la formación de este Gobierno. Que le iban a sacar al PP las muelas sin anestesia, decía.

jueves, 12 de abril de 2018

Las siete y media de los pactos de estado (con rubia y reina al fondo)

Andamos sin presupuestos generales. Al cacareado pacto nacional por la educación sólo asisten ya PP y C’s. En realidad, cualquier pacto nacional sobre cualquier cosa será algo tan íntimo del PP y C’s que podrán hacer sus reuniones en catalán. No hay ni rastro de política. Los presupuestos saldrán adelante, pero de la peor forma posible. Al PNV no le gusta que lo vean con el PP y el 155. Cuando se forme gobierno en Cataluña, y se formará porque la actual exigua mayoría no quiere otras elecciones, se anulará el 155 y el PNV irá al Congreso a hacer caja. Porque así es el sistema que nos dimos: la foralidad le permite al País Vasco no cargar en sus cuentas con esos vecinos de ahí abajo menos prósperos y la ley electoral les permite que un puñado de votos les dé en el parlamento de ahí abajo muchos diputados para hacer caja (compárense los votos y escaños del PNV e IU e intenten explicárselo a su hijo de la ESO). La legislatura empezó enferma. Ganó sin mayoría un partido desacreditado, porque se prefería el mal olor a la intemperie. Y el partido líder de la oposición se desangraba regalándole la presidencia a cambio de nada.
Los pactos de estado necesitan buenos jugadores de las siete y media, que ni se pasen ni se queden cortos. Quedarse corto es afrontar el pacto con tan pocas ideas firmes o tan poco compromiso con ellas que el supuesto pacto sea un zoco donde sólo haya tácticas de tahúr o intereses particulares. El PNV y C’s se destacan en estas artes. Esperen a ver cómo y qué presupuestos generales pactarán. Pasarse en las siete y media es lo contrario, ir al pacto con tal firmeza en las posiciones propias, que lo que se ofrece a la otra parte es un órdago, o lo tomas o lo dejas. La legislatura empezó con un órdago. El aparato del PSOE prefería en la Moncloa a Rajoy que a Pedro Sánchez. El órdago de Rajoy era doble: a ver si os atrevéis a dejar a Pedro Sánchez pactar con Podemos; y a ver si os atrevéis a no investirme y cargar con el mochuelo de unas terceras elecciones. A continuación Rajoy se limitó a contrastarse con los rivales repitiendo unas pocas palabras que la gente quiere asociar con quien les gobierne: seriedad, sensatez, sentido común, solvencia, moderación.
Y en esas seguimos: Rajoy pasándose en las siete y media lanzando órdagos y repitiendo lo de seriedad, sensatez y sentido de estado. Una cosa es pretender pactos como Rivera, desnudos de moralidad y dispuestos a cualquier cosa y su contraria, y otra ir con actitudes tan radicales y petrificadas que la otra parte no tenga dónde sentarse. Veamos. El PP va camino de convertir la Semana Santa en una versión ibérica del desfile de los orangistas en Irlanda del Norte. En la Semana Santa hay un revoltijo desordenado de religión, tradición y fiesta. Pero el PP quiere que sea ya parte normal de esas fechas la provocación ultracatólica y la respuesta desgañitada en nombre del estado laico. Ahí tenemos las banderas del ejército a media asta por ardores fundamentalistas. Ahora cuatro ministros se unen al cotarro voceando el soy el novio de la muerte, como memos, llenando el país de caspa y olor a rancio. Justo el ambiente más acogedor para que luego salga Rajoy pidiendo sensatez y sentido de estado. El PP no tocó en nada ninguna de sus leyes más extremistas. La ley mordaza sigue metiendo a tuiteros en la cárcel y considerando delito la ofensa a la religión. La LOMCE está haciendo todo el daño a la enseñanza pública e intensificando toda la segregación social y de otro tipo para la que fue concebida. La hucha de las pensiones se fue vaciando de manera premeditada y ordenada y Rajoy ya nos dice que busquemos pensiones privadas. Ya habían recortado las becas (en ello siguen) y habían mascullado algo de créditos al estudio; es decir, que cedamos a la especulación bancaria nuestra formación y nuestra vejez, como si no fueran derechos tan explícitos en la Constitución como la unidad de España. Continúa el asalto desvergonzado a la independencia de la justicia. El 1 de octubre fue una fecha desdichada para España por la manera en que el PP, sin consultar ni acordar nada con nadie, desquició un referéndum ilegal que nadie se tomaba en serio, dio tribuna internacional a las calenturas nacionalistas y devaluó la imagen exterior de España. La actual sentencia del tribunal alemán muestra que la sinrazón nacionalista está siendo correspondida con una desmesura que busca nutriente electoral en las emociones negativas que suscita el caso catalán a cambio de dejar en ridículo a nuestro país.
El PP hace lo que le viene en gana y luego lanza el órdago de la sensatez y el sentido de estado. La táctica funciona, porque al PSOE le tiembla la voz cuando oye lo de sentido de estado. Pero con la actitud del PP cualquier pacto de estado o pacto presupuestario sólo puede ser un trágala. Al PSOE debe dejar de temblarle el pulso y hacer lo que a actitud del gobierno requiere: conflicto y confrontación. Exactamente por lo que dice Rajoy: por sensatez, por moderación y por sentido común. Quien haya oído a Ángel Gabilondo hablar de su próxima moción de censura habrá visto en él lo que acabo de decir: conflicto, confrontación, sensatez, moderación y sentido común, todo junto.
El poder es en el PP una escayola que lo mantiene con forma. Sin poder sería una desbandada desordenada. El vodevil de Cifuentes nos dibuja la situación general del país. La situación de Cifuentes une el ridículo a la desvergüenza de tantos otros episodios del PP. Y es más grave que la defenestración política de quien se hacía la graciosa haciendo que se hacía la rubia. Las falsificaciones de Cifuentes requieren profesores que firmen o falsifiquen firmas, autoridades que repartan falsificaciones y gente pidiendo a gente que falsifique. Sí está en entredicho la universidad pública española. No cabe pensar que el bochorno de Cifuentes sea un caso extravagante y aislado. La manera desordenada en que se quieren devaluar los grados y pasar el rango académico a los másteres hace temer el tipo de desregulación que los vivales necesitan para sus trapacerías. Podemos suponer razonablemente que esto de Cifuentes se hizo y se hace con más gente y que si no caen los profesores y autoridades implicadas en este sonrojo, otros no tendrán miedo y seguirá ocurriendo. ¿Hasta dónde llegó exactamente la desigualdad en España? ¿Hasta dónde el desprecio nunca antes visto del conocimiento y los méritos? Cifuentes nos recuerda que la situación política exige regeneración y, por tanto, confrontación y no armonía y pactos. Gabilondo está poniendo el rumbo y el tono que debería seguir el PSOE.
En un ambiente como el actual, no hay Jefatura de Estado que pudiera mover ningún hilo para enderezar pactos de estado o entendimientos convenientes. Hubo situaciones en que la monarquía perdió oportunidades de demostrar alguna utilidad. Pero no podemos dejar de anotar la brecha que hay entre los asuntos de la realeza y los de la realidad. Si tuviéramos que resumir en tres palabras la actualidad del día, estas serían Cifuentes, Puigdemont y Letizia. Mientras la cuestión catalana pudre convivencia e instituciones y se abre una importante crisis política, una reina anda estirando el pescuezo para salir en la foto y la otra se interpone para sacarla de la historia. Seguro que había importantes cuestiones de principio en el pescuezo de una y el atolondramiento de otra. Xosé Luis Barreiro recordó con buen juicio que la razón principal para que haya monarquía en una democracia es la pereza. Tal vez Letizia debe recordar que su marido es Rey porque tiene las cualidades óptimas para serlo: ser hijo de Juan Carlos y Sofía, y que no hay más principios implicados en el asunto que la alternativa republicana. O tal vez deberían entre todos recordar que una de las funciones del Rey no elegido es ser la cara y avatar del país, el gesto en el que se reconozca la nación. Las dos reinas peleando por la foto al lado de los caretos de Cifuentes y Puigdemont indican como digo la distancia entre esta realeza y esta realidad nuestra.

Sin política y sin ley

 [«Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir».
Con Dalia Álvarez Molina se fueron bellezas y memorias que no se creerían. Creo que la palabra que más me repitió su padre cuando nos saludábamos fue «siempre». Querida amiga. Es hora de seguir.]
Los alemanes discuten sobre si extraditar o no a Puigdemont. Las banderas del ejército están a media asta por un fanatismo religioso tan inconstitucional como la proclamación de la República Catalana. Cuatro ministros cantan con la legión «Soy el novio de la muerte», haciendo un ridículo comparable al de un ex-presidente catalán que anduviera por el mundo dando lecciones de derechos humanos. Nuestro presidente autonómico llena su agenda para no coincidir con «su» líder Pedro Sánchez y así recordarnos, además de que él está prácticamente de okupa en la presidencia llariega, que el PSOE está roto y que con él está rota la política nacional. El país es lo que está a media asta.
La situación de Cataluña sigue bombeando impurezas. El PP sigue sin política y los nacionalistas siguen sin ley. El gobierno que habla en nombre de la ley es una banda que aúna delitos continuados con injerencias constantes en el sistema judicial. Y los nacionalistas que hablan en nombre de la política dan muestras diarias de un sectarismo sin precedentes, de sustitución de las instituciones por situaciones de hecho proclamadas a la brava y de marrullerías que pomposamente quieren hacer pasar por estrategias políticas.
El discurso del Gobierno gira siempre en torno al imperio de la ley. Y ahí se juntan todas las mezquindades que caben en política. Hay falsedad: el Ministro de Justicia anduvo removiendo la Fiscalía General del Estado para poner al frente de Anticorrupción a un cómplice de la banda; el partido que gobierna rompió ordenadores que le requería el juez; preside el Gobierno alguien que cobró dinero robado; tiene un Ministerio de Interior implicado en espionaje político y en corruptelas de viviendas; practican un clientelismo asfixiante en el sistema judicial. Hay abuso: no se trata de si los nacionalistas están quebrando la ley; es que se les están aplicando leyes previstas para alzamientos militares armados, se les está atribuyendo riesgo de fuga a unos por el hecho de que otros se fugaran y se están llevando al disparate y a la caza de brujas las conductas que se pueden entender como de colaboración con el delito (si los mossos que escoltaban a Puigdemont son encubridores, ¿qué es la jerarquía eclesiástica que oculta crímenes de pederastia y se limita a trasladar a otro sitio a los sacerdotes culpables?). Hay demagogia y manipulación: como en otros temas, no se trata de si ciertas conductas son de mal gusto, inaceptables, sectarias o miserables; se trata de si deben ser legales o no, y en una sociedad civilizada ser un mezquino, ser sucio, malhablado, mala persona o torticero no es estar fuera de la ley; el Gobierno pretende que cualquier perturbación sea una quiebra de la ley; en las tribunas catalanas se oyen y se leen cosas desnortadas y hasta odiosas pero que no pueden ser ilegales en ningún país normal. Hay irresponsabilidad: el Gobierno maneja la cuestión catalana considerando los beneficios que puede sacar de las emociones negativas que irradie el problema al resto de España; y así crispada, como nos ocurriría a todos individualmente, España es menos de lo que es. Un compendio de miserias políticas.
Si es una ofensa al sentido común pretender que el problema de Cataluña es el imperio de la ley, no menos grotesco es que los nacionalistas crean que no hay ley ni jueces ni más justicia que la que emana de su ardor patrio. Se oyen disparates como que es más importante la gente que la ley (el tipo de frases masticadas que Guardiola repite simulando pensamiento) o que los derechos políticos de los electos van por delante de la ley. Cuánto estorba la ley a los que tuvieron la revelación de alguna unidad de destino en lo universal. Aún recuerdo cuando Arzallus decía que el País Vasco era parte de España porque lo decía la ley, es decir, por la fuerza de las armas. Y cuánto estorba a quienes roban sin escrúpulo. Roger Torrent debería recordar que esa matraca suya de que tiene que defender los derechos políticos de los parlamentarios ya la oímos con más grosería y menos circunspección, pero con el mismo contenido, en Valencia. Cada vez que ganaba el PP, desde Rita Barberá hasta Carlos Fabra nos decían que el pueblo había decretado su inocencia. Los nacionalistas que reclaman al ancho mundo más política y menos ley son ellos mismos un pésimo testimonio de lo que reclaman. Sólo puede producir tristeza y preocupación ese ensimismamiento por el que se creen con derecho a ignorar de manera tan tajante a la mitad del parlamento que representa a la mitad de Cataluña.
La foto fija de España es deplorable. El independentismo catalán, por la desmesura del Gobierno, es ya un problema instalado en la política internacional. Que estén en la cárcel todos los líderes independentistas es una tragedia. Y la ley no obliga a esto. Ni mucho menos. Felipe VI, después de los desmanes de Juan Carlos I, parece empeñado en demostrar la inutilidad de la Corona. Un Jefe de Estado no elegido y vitalicio tiene que tener necesariamente limitadas sus opciones de expresión e intervención en las confrontaciones políticas. Pero el valor simbólico que se atribuye a una figura así le confiere una gran capacidad para normalizar situaciones y crear espacios de encuentros. Por ejemplo, quién mejor que el Rey para recibir a representantes LGBT y proyectar al país la normalidad de lo que es normal (aunque truenen las tripas bajas del obispado). Y quién mejor que el Rey para convocar a quienes irresponsablemente se niegan a hablar sobre Cataluña. Cómo hubieran podido en su día negarse a acudir a la llamada real Rajoy, Puigdemont y quien procediese. En lugar de eso, inicia su reinado al lado del extremista señor Rouco Varela para que suelte su veneno a los cuatro vientos. Y el 4 de octubre ante la situación catalana sólo supo añadir crispación. Y además quedarse sin balas. Después de aquello, ¿qué intervención cabe ya de la Corona en este asunto? Si ahora se repite el desafío bravucón independentista, ¿qué mensaje le queda al Rey? Repetir lo mismo sería ridículo. Suavizar parecería debilidad. Y dar un paso más … sería el estado de excepción. Sólo puede hacer una cosa: nada. Como dije, mostrar la inutilidad de la institución que encarna.
El error del Rey no es exclusivo de él. Nadie en la vida pública parece entender que los representantes tienen más valor por lo que precisamente representan que por lo que son en sí. Es poco importante la estupidez de Puigdemont o el extravío de Junqueras. Lo importante es que están ahí porque media Cataluña quiere la independencia. Ni se puede caricaturizar al votante del PP, ni ignorar la indignación que está detrás del apoyo a Podemos, ni tratar a media Cataluña como gente montuna y sin derechos. El político que no soporte a Puigdemont o a Arrimadas o le repugne el careto de Pablo Iglesias simplemente que se vaya de la política y deje sitio a alguien capacitado. La cuestión catalana es ya difícil de reconducir y el daño de imagen y convivencia es irreparable. El ascenso anunciado de C’s es preocupante. No por lo que sea este partido, que es un partido de derechas como cualquier otro. Lo preocupante es que los sentimientos negativos y frentistas sobre Cataluña hayan afincado de tal manera, que a ellos se reduzca el momento político. Un beneficio colateral impagable de las movilizaciones feminista y de pensionistas es el de dirigir la mirada pública hacia la realidad y distraernos de los demonios emocionales. Falta hace. Cuando se hacen visibles los retales que quedan de Alfonso Guerra o Ibarra es que el nivel de las aguas del buen juicio bajó mucho.