viernes, 11 de enero de 2019

Trabajadores, medio ambiente, democracia, decencia

El autor del primer asesinato machista del año primero mató y después se entregó. Sin duda fue más planificado lo primero que lo segundo. No creo que consultara el código penal para ver si le era aplicable la cadena «permanente revisable» para decidir entregarse y mucho menos para decidir matar a su pareja. De hecho, muchos se suicidan después de matar a la chica. Los únicos que quieren corregir estos crímenes con la «permanente revisable» son los que se interesan por las mujeres sólo después de muertas. Quienes equiparan esta atrocidad con el «problema» de la violencia contra los hombres (no sólo de Vox; el programa de C’s decía lo mismo que Vox), se hacen los tontos. Un tiro terrorista en la sien es tan crimen como un crimen de delincuencia común y ninguna ley quiso decir nunca que unos fueran más asesinatos que otros. Pero el crimen terrorista se tipifica porque es sistémico y tiene un formato característico que obliga a acciones policiales específicas y a iniciativas legales particulares para el fenómeno. La diferencia de que sea la mujer la que mate al hombre no es sólo estadística. Es de formato. Tan crimen es un caso como otro, pero la muerte de un hombre por agresión femenina es delincuencia común. El crimen y agresión a las mujeres tiene un patrón sistémico (no el terrorista; otro más feroz), tiene una serie de prejuicios y conductas segregadoras como campo de cultivo y requiere acciones policiales, legales y educativas específicas. No es violencia doméstica ni familiar. Es violencia de género, violencia hacia las mujeres. El ámbito familiar o de pareja, por lo que tienen de célula cerrada, sólo multiplica el horror del mismo patrón. Sólo se engañan con esto quienes tienen prejuicios en estado sólido cubriéndole el pecho y el estómago.
Vox quiere colgar su machismo violento y rancio de una obviedad, que el crimen siempre es crimen cualquiera que sea el agresor y el agredido, y de una mentira, que los hombres son las verdaderas víctimas por su indefensión. La brutalidad de Vox sólo tensa prejuicios bien alimentados: la Iglesia utiliza la expresión «ideología de género» para la igualdad de sexos, como si afirmar la igualdad de negros y blancos fuera «ideología de raza»; la derecha política siempre fue reticente con las leyes igualitarias; hay un abanico interminable de ofendiditos que ven la Inquisición y la censura en cualquier cosa, literalmente cualquier cosa, que digan feministas: ex-políticos varones de cuando las cámaras eran masculinas (no miren a la derecha, por favor), académicos airados por giros expresivos y gente normal con más prejuicio que reflexión; y hay izquierdistas que deliran un pasado de unidad obrera roto ahora por reivindicaciones urbanas como las feministas. Pero no debemos engañarnos con la parte estratégica. Hay mucho de propaganda asesorada en la actitud de Vox y no es casualidad que hayan elegido el tema del género como cuña y palanca. A ello iremos.
Bernie Sanders y Varoufakis quieren una internacional progresista organizada. En su manifiesto se dice que hay una guerra global contra lo que entresacamos como título de este artículo: contra los trabajadores, contra el medio ambiente, contra la democracia y contra la decencia. El neoliberalismo y la extrema derecha siguen estrategias distintas, pero no son excluyentes. Al final se trata de lo que veremos en esta nueva crisis que se anuncia: que las grandes empresas y fortunas paguen menos impuestos, la gente pierda más derechos y renta, que baje la protección social y que los servicios básicos se entreguen al lucro privado. Los ultras están organizados y asesorados internacionalmente. Agitan emociones espurias contra inmigrantes o razas y tensan hasta la repugnancia los prejuicios para provocar reacciones, ser el centro y modificar la agenda y el frente del debate. Mienten con tanta rapidez que la réplica se hace errática. Y aún más importante, mienten con cinismo y ostentación de la mentira para desarmar cualquier intento de racionalidad. Que Trump dijera ante los datos severos del cambio climático «no me lo creo» no es una ocurrencia. Con la misma frescura quitan impuestos a los ricos y culpan a los inmigrantes del deterioro de los servicios, como si el catarro de un crío africano (cuya familia está incrementando nuestro PIB) costara más a la Seguridad Social que la creciente evasión fiscal. El PP sigue parte de esa estrategia. El Estado tiene que ser denigrado por la propaganda, porque es la sustancia de los servicios públicos y la protección social. La jerga de Dolores López, secretaria del PP andaluz, para ofrecer a Vox privatización y recorte de servicios, es característica y está en los manuales de Steve Bannon: «más transparencia, menos masa política, eliminación de burocracia». Eso pretende la propaganda que es el Estado.
Desde la socialdemocracia también se empieza a hablar de movilización europea izquierdista. Pero mal. La movilización es reactiva, esto es, consiste en indignarse todos a una como un coro con cada provocación ultra. Schulz repite que el populismo ultra tiene la ventaja de ofrecer ideas simples y que ellos tienen que «explicar» que las situaciones complejas requieren soluciones complejas. Se equivoca. Es cierta la necesidad de organización internacional, porque hay muchas medidas que no puede tomar el gobierno de un solo país. Pero hay que elaborar un discurso convincente que exprese la ideología que se ofrece. La ultraderecha no golpea el ambiente político porque sus ideas sean simples, sino porque su discurso está estudiado para ser expuesto con brevedad y claridad. La izquierda tiene que esforzarse en lo mismo. Un ejemplo. Malthus decía que toda especie se convertiría en una plaga si no tuviera un factor de mortalidad. De la misma forma, el lucro es necesario pero no hay lucro que no se haga una plaga si no se interviene sobre él. Airbnb es una buena idea para todos, pero al dejarlo crecer sin control se convierte en un tumor. Los precios se desbordarían si se pactaran y se pactarían si no hubiera intervención pública. Una idea simple: la intervención del Estado en la economía libre es necesaria para evitar que cada actividad lucrativa se convierta en una infección. Otra idea fácil: el Estado garantiza servicios y protección para todos y sólo es caro para los ricos, que de todas formas siguen siendo ricos. La sencillez no es tan difícil como cree Schulz. La socialdemocracia fue renunciando a su principios, hasta no tener sobre qué edificar ningún discurso. El «new deal» que intentan Sanders y Varoufakis está por ver cómo se articula.
Vox acierta al introducir el discurso ultra por la violencia de género. Consigue que la izquierda se reduzca a ser una reacción a ellos, en vez de una propuesta sustantiva. Consigue el objetivo alcanzable de hacer desaparecer el concepto de violencia de género, al aceptar el PP que el varón figure como víctima en la violencia doméstica. Logra ser el centro de atención, por ser el eje de la reacción izquierdista y el punto hacia el que se comba el programa y lenguaje de las derechas. Y además es un acierto ideológico. La igualdad efectiva de sexos revienta las costuras del liberalismo radical. No se pueden sacar del sistema todas esas asistentas gratuitas que forman la mitad de la población sin que de repente aparezca una cantidad inmanejable de ancianos desamparados, niños mal tutelados, varones con peor disponibilidad, ni pueden desaparecer todos esos trabajos asistenciales mal pagados y mal regulados sin que se resienta el sistema. Hasta las entregas a domicilio se adaptan mal al hecho de que ahora puede no haber nadie en casa, porque las mujeres trabajan o tienen ocio. La igualdad de sexos implica en sí misma una transformación social general. Es lógico que Vox la enfrente. Además de un acierto ideológico, es un acierto táctico, porque el feminismo es la única movilización progresista con discurso estructurado organizada internacionalmente y que está calando en la población.
La primera muerta del año nos debe recordar cuál es el frente de Vox y qué está en juego en ese frente: los trabajadores, el medio ambiente, la democracia y la decencia.

Navidad con Rey a la mesa

Es lo que pasa con las tradiciones y los símbolos. En las tradiciones todo es inútil y sin más razón que haberlo hecho siempre. Y los objetos simbólicos son falsificaciones que se limitan a representar algo. No decimos que sea una tradición calzarse para salir a la calle, porque eso es algo útil y sabemos por qué lo hacemos. Decimos que es tradición comer turrón sólo en Navidad o comer uvas con las últimas campanadas. Y lo decimos porque no sabemos por qué no comemos turrón en marzo ni vemos utilidad en atragantar las campanadas con uvas. Lo de lo símbolos es la falsificación. Cuando queremos comer una manzana, hundimos nuestros dientes en ella y arrancamos un mordisco para masticarlo. Si sólo queremos mostrar a un niño pequeño reticente que la manzana está rica y hay que comerla, el mordisco se hace símbolo, es decir se hace de mentira, no mordemos la manzana de verdad, sino que incitamos al niño a comerla sólo con la pantomima de un falso mordisco. Siendo el discurso navideño del Rey una tradición que él protagoniza como símbolo del país, no se puede evitar que en tal discurso se unan la inutilidad de las tradiciones con la impostura de los símbolos. A la fuerza el discurso tiene que ser una hinchazón huera, como esas gambas a la gabardina que ponen a veces de pincho en las que apenas notamos un diente de gamba bajo la interminable gabardina chiclosa y aceitosa. Volveremos al discurso enseguida.
No se me interprete mal. Las tradiciones son necesarias. Las áreas cerebrales que procesan lo que hacen otras áreas nos confieren conciencia y necesitamos esa conciencia para desarrollar las conductas de autoprotección que nos permiten sobrevivir. De la misma manera, las tradiciones son parte de la simbología que nos da esa conciencia de grupo que nos hace colectivamente eficaces. Es bueno que haya cosas como las Navidades y es bueno que sean cíclicas. Sin ese tipo de cosas el tiempo no tendría forma y nuestra memoria se extraviaría como un agorafóbico en una explanada. Y además el turrón sabe bien. Sin símbolos, desde luego, no habría tradiciones, ni prensa, ni gente. Las Navidades, ya se dijo muchas veces, es una tradición que llega siempre con mucho desecho, como un trozo pequeño de gamba con demasiada gabardina de baja calidad. Es uno de esos casos en que tendemos a hacernos predecibles, como cuando somos turistas y todos los del lugar saben lo que vamos a ver, la comida que buscamos y la camiseta que queremos comprar. En esas situaciones solemos ser un poco más simplones y horteras de lo normal. Pero también es verdad que la Navidad, con el componente de fin de año, remansa el tiempo, lo revuelve con suavidad, atenúa la trascendencia de las cosas y agolpa recuerdos y personas en desorden. Cada uno vive ese burbujeo según su balance de alergias y apetencias.
Como todos los años, volvemos a tener la cantinela de los grupos conservadores que quieren hacer de las tradiciones un coágulo que marque los límites de la nación. Ellos resecan la tradición hasta reducirla a Belenes, rituales santurrones y misas de Gallo, llenan de banderas rojigualdas los espacios correspondientes y así marcan la frontera de España. Nos vamos acercando al discurso del Rey, pero todavía no llegamos. Estos grupos que ven en cada variación de las tradiciones navideñas a un patria desdibujada y en peligro son los mismos que cuando se habla de derechos y protección social no quieren ataduras con el pasado y predican «reformas» que siempre consisten en desigualdad y privilegios. Las derechas encontraron una percha civilizada en la que colgar fraudulentamente su intolerancia: la Constitución. Nos seguimos acercando al discurso del Rey. La Constitución es el límite de la nación frente a los nacionalistas y las izquierdas y el balancín en el que columpian al PSOE dentro o fuera, según les convenga. Lo notable de este discurso tramposo es que la Constitución es el argumento con el que reclaman la exclusiva de españolidad y a la vez no dejan de asumir contenidos preconstitucionales, es decir, franquistas. Colocan la madre de todas las batallas en su frente ficticio y por el otro lado entra Vox como Pedro por su casa besando la tumba de Franco. Con la Constitución pretenden legitimidad para volver a principios preconstitucionales.
Es lógico que el Rey, y ya estamos en ello, afirme la unidad de España que proclama la Constitución. Qué otra cosa va a decir. Pero la Constitución expresa con igual claridad la obligación de pagar impuestos según la renta de cada uno y el derecho de todos a servicios igualitarios y protección social. El derecho a una pensión pública de la que se pueda vivir es explícito y no se deduce de ninguna alambicada ingeniería hermenéutica como la que se requiere para pretender que los conciertos educativos sean una obligación constitucional. La constitución ampara el estado de bienestar con la misma claridad que la unidad territorial. Nunca oí asomar en los discursos navideños del Rey mención alguna a la evasión fiscal ni a la ingeniería por la que los ricos cada vez pagan menos. Nunca lo vi severo con el activismo que conspira contra el estado de bienestar, como cuando Aznar decretó que ya no vale. Todo lo que dijo el Rey sobre esa desigualdad creciente que rechina en los goznes de la Constitución es que la Reina, la Princesa, la Infanta y él mismo desean de corazón a quienes viven el drama de la escasez que pronto dejen atrás sus problemas. El artículo 13, sobre los derechos de los extranjeros, es muy breve y se lee en un momento. Salvo ser elegidos Presidente o cosas así, la Constitución dice que tienen todos los derechos de los españoles. Qué raro que el Jefe del Estado no tenga una palabra para esta cuestión, con tanto embuste que se propala para incumplir este aspecto de la Constitución.
Y alguien le dijo que tenía que referirse a los jóvenes. Cada palabra que pronunció fue un ladrillo entre él y el mundo. En esencia les dijo dos cosas sobre «sus problemas». Una es que miren la Constitución y el esfuerzo de entendimiento que tiene detrás. Los jóvenes deberían repasar vídeos de la transición para darse chutes de concordia y los puestos de trabajo saldrán a borbotones, según parece. La otra es que ellos están preparados, que tienen fuerza, que son solidarios y modernos y que podrán, que ya verán cómo pueden. Me recordaba a Lone Watie, el indio de El fuera de la ley, cuando le contaba a Josie Wells la vez que los recibió el Presidente y pudieron decirle que su pueblo se moría poco a poco. El Presidente les dio la mano y les dijo que procuraran perseverar. La prensa tituló: «Los indios juran que procurarán perseverar». En España la formación sirve de muy poco si no eres de clase alta (hay datos al respecto), los jóvenes no tienen vida independiente ni siquiera trabajando y muchos de ellos, cada vez más, sencillamente ya no podrán cotizar lo suficiente para tener esa pensión que consagra la Constitución (esto con las leyes actuales; todo indica que cambiarán a peor). El Jefe del Estado, con la Constitución en la mano y un conocimiento de la realidad del que carece, debe mostrar más compromiso. Es una forma piadosa de decirlo. En realidad está claro cuál y con quiénes es su compromiso.
Como dije al principio, el discurso es una tradición y él es un símbolo. Juntando lo inútil y lo ficticio no podemos esperar milagros. Pero al menos puede representar el máximo común divisor y una de dos: o nos dice con franqueza qué partes de la Constitución van en serio y cuáles no o la Jefatura del Estado expresa la preocupación que corresponde a su cargo con todas las quiebras y amenazas al modelo constitucional. Si quiere ser símbolo del país y quiere que los demás símbolos lo sean también, que simbolice al país y sus leyes. Que se deje ver con inmigrantes, que reciba y escuche a organizaciones feministas y que ponga la bandera nacional en esos frentes, para que no esté sólo en cutreces de ultraderecha. A lo mejor es que sólo el Presidente de una República puede ser ese símbolo.

Una menos

Se viene insistiendo estos días en la bajeza moral de quienes aprovechan una muerte violenta para sacar ventaja en pendencias políticas. A ello iremos después. Primero hay que decir que tan bajo es utilizar el impacto emocional de un cadáver injusto para emborronar debates como dejar que ese impacto emocional nos haga callar por un mal entendido duelo. Esta semana sí hay que hablar. Y hay que repasar razones con la intensidad con que los niños calcan las letras, como si quisieran agujerear el cuaderno en cada trazo. El edificio de desigualdad entre hombres y mujeres ruge como cuando braman los glaciares al agrietarse y romperse. Es una quiebra lenta, pero integral. El frente de la desigualdad está activo ante el cadáver de Laura Luelmo y ante los cambiadores de bebés en el baño femenino, ante los órganos directivos sin mujeres y ante el pavoneo bobo de parroquianos con las camareras. La Iglesia lo llama ideología de género y dice que socava la familia y la sociedad. Y se equivoca en parte. El impulso de que hombres y mujeres sean iguales no es una ideología. La ideología de género es lo que se está derrumbando, porque no hay más ideología de género que el machismo, el que anida en la Iglesia, sin ir más lejos. Pero acierta en que esa lucha socava aspectos de la sociedad. La desigualdad de género no es un hecho aislado que pudiera cambiar dejando inalterado el orden social. Los distintos movimientos feministas, desde el movimiento MeTooa las manifestaciones del Día de la Mujer, son la agitación más amplia, más sentida y más clara en sus planteamientos de las que hay en nuestras sociedades. Inés Arrimadas sintió que la huelga feminista del 8 de marzo iba contra el capitalismo. Es una simpleza monumental (lo que ella representa sólo se puede expresar con simplezas), pero no es totalmente inmotivado. La agitación feminista es la protesta más articulada que compromete el orden social creado por la crisis de 2008. 
En el crimen de Laura Luelmo hay componentes de delincuencia común, pero es evidente que no hubiera muerto si no fuera mujer y que la agresión sexual fue el detonante del drama. La condición de mujer es un factor estadístico de pobreza, desigualdad salarial, trato prejuicioso, inseguridad y muerte. Este crimen nos recuerda todo esto. El feminismo viene siendo caricaturizado asociándose con lo más estúpido o excéntrico que alguien pueda soltar en una red social (como si estuviéramos cortos en memeces en otras causas) o directamente tergiversando o exagerando cualquier cosa juiciosa que se diga sobre la igualdad entre hombres y mujeres. No consigo comprender qué tiene de radical el llamado feminismo radical, por mucho que Campofrío delire que el feminismo es más intocable que la Monarquía (¿por qué en el grupo de ofendiditos no vi ningún alzacuellos? Qué raro; ofenderlos a ellos es lo único que castiga el código penal). El feminismo denuncia cosas que suceden realmente. Los males a los que lleva el exceso feminista son imaginaciones y falsedades. Esto es lo fundamental. Cuando un movimiento o un conjunto de personas protestan y se expresan, lo hagan con mejor o peor cabeza, nunca podemos olvidar cuál es la causa justa. Si lo radical está sólo en las formas, entonces lo que falla es la recepción.
El feminismo parece más radical y más cargante cuanto más pequeños sean los detalles sobre los que se proyecta. Y tiene su explicación. La manifestación mayor del machismo es el crimen, se trate de violencia doméstica o del complemento de una agresión sexual, como en el caso de Luelmo. Esto es lo más grave, pero ética y conductualmente lo menos conflictivo. Es fácil tener las ideas claras sobre un crimen machista y no compromete gran cosa. Yo nunca maté a ninguna mujer. Ser coherente con la repulsa me resulta fácil, no tengo propósito de matar a nadie. A medida que descendemos a aspectos menores de la desigualdad, vamos calando en la vida cotidiana y llegamos a un punto en el que puede que la atención debida a mis hijos o a mi padre haya sido desigual con mi mujer o mi hermana. A medida que vamos a los detalles, el feminismo empieza a darme patadas en la espinilla, porque aparece algo pegajoso que no aparecía en las grandes cosas: el compromiso. Y ahí es donde empieza a parecer excesivo el feminismo, en ese punto en el que empieza a comprometer y a cuestionar la conducta. Los aspectos grandes y los pequeños de la desigualdad forman un magma en el que florecen todas las ignominias, desde el comentario faltón y baboso, al perjuicio salarial y al crimen. Como dije, todos los frentes están ahora abiertos, los que conducen al caso repugnante de Laura Luelmo y los que conducen a que una mujer no pueda ir sola al cine o ponerse la ropa que le dé la gana.
Y sí, vivimos la miseria de quienes se revuelcan en la muerte intentando rebañar alguna hebra útil. El PP siempre lleva un tupper a estas tragedias a ver si puede llevar algo para casa, alguna bajeza que echar a la cara de sus adversarios o alguna bilis desbocada con la que respaldar sus leyes extremistas y contrastadamente inútiles. Las nuevas derechas (digo nuevas en sentido cronológico; están más vistas que el tebeo) siguen ese patrón de aprovechar cada pulsión emocional para trasladar a la sociedad su ideal de orden uniformado. Pero en realidad es a ellos a quien corresponde justificarse. El señor Abascal está contra el aborto, contra cualquier ley de violencia de género y a favor de la pena de muerte. Juntando los tres principios, parece que sólo le interesa la seguridad de las mujeres cuando aún no han nacido o ya están muertas. ¿El cadáver de Laura Luelmo hará más urgente esa ley que añora que proteja a sus hijos de las denuncias falsas de cualquier desaprensiva? Abascal sólo es un poco más bruto de lo normal. El terremoto de MeToollenó las tribunas de gente inquieta por la indefensión de los varones. Nadie cita casos, ni da datos. Pero la urgencia que suscitan las docenas de cadáveres de mujeres que tenemos cada año es la protección de los varones que pudieran ver su reputación mancillada. En algunos ámbitos elevados americanos parece cuajar la necia regla Pence. Tres evangelistas, Graham, Shea y Barro, discurrieron que sólo la presencia de la esposa pone a salvo al varón de comportamientos desviados y de injurias depravadas. El actual vicepresidente dice atenerse a esa regla y por eso lleva su nombre. Si yo fuera un imbécil que llevara años acosando o diciendo graciosadas faltonas a las alumnas también estaría aterrorizado de que ahora les diera por hablar. Pero esta regla sigue otro convencimiento machista bien representado políticamente: son ellas las que tienen que ponerse a salvo. Si no se cuidan, el varón sólo ejerce su naturaleza. No merece la pena ningún razonamiento.
También procede un recuerdo para el señor Ricardo González. En su voto particular en el juicio de la Manada, siguió el principio pintoresco de que la violencia de una situación se decide por la cara y movimientos de la víctima, no por la conducta intimidatoria o amenazante del agresor. Si te muestra una pistola pero no pones cara de miedo o disgusto, no está claro que haya violencia. Si eres mujer, claro. ¿Necesitaría el tal Ricardo un análisis minucioso de la expresión del cadáver o quizás una autopsia sofisticada para decidir que los hechos que condujeron a su muerte no fueron consentidos?
El hilo que debe tensar la muerte de Laura Luelmo no es el justiciero de pacotilla de las derechas ávidas de uniformes y botas. El hilo es el de la violencia hacia las mujeres y el de las desigualdades grandes y pequeñas que forman el ecosistema que la favorece. Esto no terminó. Oiremos más barbaridades. El feminismo está activo en todos los frentes y el machismo y el post-machismo aúllan.

Firmeza (moral) en Cataluña

Ahora no se hacen películas como La amenaza de Andrómeda: un microorganismo desconocido, Andrómeda, más parecido a un cristal que a un virus, que deja la sangre hecha arenilla en segundos; en un búnker, científicos que hablan y hablan; ordenadores como los imaginaban a principios de los setenta, con botones grandes, muchos ruidos, luces y pantallas de texto. El sistema de seguridad del búnker parecía razonable: si había una fuga, empezaba una cuenta atrás para una explosión nuclear. Así se aseguraban de que en el peor de los casos Andrómeda quedaba destruida. Pero los científicos se dan cuenta de que Andrómeda se multiplica con esa energía, que una explosión nuclear provocaría una colonia numerosa de golpe. Así son las cosas. A veces la energía y la fuerza no eliminan el mal, sino que es el ecosistema en el que progresa y encuentra el mejor nutriente.
Se acerca el día 21. Esta semana Quim Torra apeló a la vía eslovena para Cataluña. Hay varias cosas que lamentar, sobre todo una. Hay que lamentar, desde luego, una invocación directa al enfrentamiento armado con muertos desde la cúspide de la Generalitat. Hay que lamentar también que la ignorancia de la historia, por falta de formación o por sectarismo, rebase todos los días los límites del respeto: cada vez que los líderes políticos perpetran mentiras groseras tengo la sensación de que nos llaman analfabetos o idiotas. El caso esloveno se diferencia del catalán en tres cosas: apoyo de la población, ejército propio y reconocimiento internacional; es decir, se diferencian en todo.
Esto es para lamentar, pero no hay que desmayarse, porque los desvaríos de Torra empiezan a no ser tomados en serio. ¿Qué fue de su ultimátum para un referéndum este noviembre? No tuvo en la política catalana más efecto que cuando el abuelo habla en sueños durmiendo la siesta. Lo que hay que lamentar es lo que sí es serio: la evidencia del desgobierno de Cataluña. Torra suelta sus ocurrencias a todas luces sin consultar con nadie y sin medir siquiera los efectos para sus propios propósitos. Algunos presos de su partido están en huelga de hambre, una de esas cosas que se hacen como mínimo para llamar la atención. ¿Quién va a notar la huelga de hambre si su presidente anda buscando guerras? Convergencia y sus mutaciones fue cayendo de Pujol a Artur Mas, de Mas a Puigdemont y de ahí a Torra. ¿Qué podría ser lo siguiente? Mal momento para la acefalia en Cataluña.
Los CDR van pareciéndose cada más a cuadrillas de civiles intimidatorias. Pueden vestirlo como quieran, pero el aroma es el que es. Y hace tiempo que se perdió la referencia del derecho. El abuso de la prisión preventiva es evidente. A los legos nos tendrá que explicar alguien por qué se le puede imputar a Junqueras un delito muy parecido al de Tejero que no se pudo imputar a ETA. Si la explicación incluye mención a los generales Pavía y Primo de Rivera, que nos la dé alguien que haya leído algún libro de historia y se haya examinado de alguna asignatura. Pero hace tiempo también que el parlamento catalán pretende que la justicia se subordine a «los derechos de la gente», es decir, que se normalice aquello que decía Fabra en Castellón: si nos vota el pueblo, esa es la sentencia; ¿quién necesita jueces?
Así que la aplicación indefinida del 155 catalán puede pedirla el cuerpo y hasta parecer razonable. Tan razonable como una bomba atómica para destruir Andrómeda. El enfrentamiento total con el Estado es el ecosistema que ahoga el senycatalán y no catalán y en el que prosperan los perfiles más cabríos de todas las formas del nacionalismo. Por eso lo quieren quienes prosperaron en guirigay, C’s, Vox y PP, versión Casado. Cuanto más tensión en Cataluña más montuna la derecha. El 155 haría aflorar más banderas rojigualdas y haría repetir con más decibelios el nombre de España, de la triste manera en que en España se repite su nombre y se exhiben sus símbolos: siempre contra españoles. El nacionalismo catalán sería cada vez más de pasamontañas y hasta Tardà o Junqueras se harían inaudibles. Sólo Andrómeda quiere la explosión nuclear.
El asunto catalán requiere firmeza en la izquierda nacional, pero firmeza moral, en dos sentidos. Uno es el evidente: constancia en las convicciones. Los vaivenes de Sánchez con el delito de rebelión son una foto de lo que le suele pasar al PSOE. Seguramente Sánchez siempre creyó que en Cataluña no hubo rebelión. En el momento más tenso del año pasado, con palabras y banderas volando como cuchillos, el PSOE no era capaz de hacer otra cosa que lo que en plena batalla parece sentido de estado. El problema es que lo que parece sentido de estado en medio de los alaridos suele no serlo. Y además en momentos críticos el sentido de estado suele ser el que diga el PP, porque la derecha siempre hace un solo enemigo de todos sus enemigos y si el PSOE no dice amén, será parte del enemigo golpista, independentista, terrorista o lo que toque. Y lo más notable es que esa lógica afecte a la conducta del PSOE. Sánchez no fue capaz de decir en plena crisis que aquello no era una rebelión, que no hubo grupo armado que pudieran enfrentarse al Estado. Ni fue capaz de decir en caliente que las cargas policiales del 1-O fueron una demencia. Hubiera sufrido unos días, pero habría ganado crédito. Se dice que Podemos está pagando su posición en Cataluña. Lo que puede estar pagando Podemos de Cataluña es culebrear sin criterio. Su doctrina sobre naciones y estados es muy endeble. Podemos no está apoyando la legitimidad de los resultados del referéndum del 1-O y no la apoyó nunca. Si no le pareció un referéndum legítimo desde el día siguiente, no se lo parecía tampoco el 1-O. La firmeza consiste en decir lo que piensas el mismo día 1. Se puede decir en caliente alto y claro que aquello no era un referéndum y que aquellas cargas policiales eran una catástrofe. Para dialogar y hacer acuerdos con partidos como Esquerra no hace falta ser condescendiente con todas las gracias independentistas. El criterio y altura moral es lo que acaba dando crédito en situación tan envenenada.
El otro sentido de la firmeza en enfrentar las mentiras y las simplezas. La derecha, cada vez más montaraz, miente como mienten los extremistas: con desparpajo, con voces y con grosería. Se necesita descaro para decir que la situación en Cataluña es ahora peor que hace un año, que es ahora cuando es crítica y que todo es por culpa de Sánchez. No veo ahora a jueces imputando delitos ni ordenando detenciones, como hace un año. Es notable que pretendan que la culpa de que el 155 del año pasado no funcionara fue del PSOE. Sin embargo, cuando la derecha se crece, como es el caso tras lo de Andalucía, la izquierda se deja infiltrar parte de su discurso, en vez de reafirmarse. Los barones del PSOE vuelven a desafinar presionando a Sánchez con las falsedades de la derecha. Sánchez asemeja más su tono al de la derecha. Y en Podemos hasta hubo voces que querían matizar no sé qué cosas sobre la caza, por el vocerío de los muchachotes de Vox. Falta altura y firmeza moral.
Aznar muestra la diferencia. Coloca a Vox en el sistema y a Podemos fuera de él. El PP siente que los extremistas fortalecen su discurso, que es más sólido el apoyo a la iglesia, a la bajada de impuestos, a la eliminación de políticas de igualdad. En su día el PSOE no sintió que Podemos reforzara la parte de su ideario que confrontaba con la derecha. Ayudó a la derecha para que se le percibiera fuera del sistema, destiñendo su ideario en el colorante del PP. Si Podemos hubiera sabido gestionar su posición, el PSOE podría ser ahora residual. Cataluña volverá a tensionarlos y es de temer lo de siempre: un PSOE confundido con la derecha y adusto con quien le presione por la izquierda y Podemos con un discurso mecido por las circunstancias sin timón. Como no consigan algo de relevancia sobre el tema catalán, no quedarán más actores que los que medran con el enfrentamiento. Y cuanto más enfrentamiento en Cataluña, más también fuera de ella. Se ve a simple vista.