jueves, 29 de marzo de 2018

La rubia, la mentira y la postverdad

En mi instituto había un estudiante que tenía quince dioptrías de miopía y libró la mili por pies planos. Y Al Capone acabó en la cárcel por no pagar impuestos. A veces la normalidad no encuentra el camino más recto y se cuela por una rendija inesperada para que las cosas efectivamente sean normales. Puede que Cifuentes esté a punto de caer y puede que el PP se caiga con ella de Madrid. El PP de Madrid vino actuando por décadas como una banda, con verdaderos rufianes de baja estofa al frente. La corrupción alcanzó niveles de saqueo y hasta de crueldad. Lo normal es que la banda caiga y desaparezca de las instituciones capitalinas. Esa normalidad bramaba contra algún portón que la contenía con un ruido sordo, pero no acababa de romper. Y acabó colándose por una rendija menor, nada menos que el boletín de notas de Cifuentes, la que según testimonio propio se hacía la rubia, y de tanto hacerse la rubia, en el peor momento posible se comportó como tal y añadió más desvarío a lo que ya era un sainete. Igual ahora es cuando cae. Rivera anda con la lengua fuera buscando culos poderosos que lamer y todo dependerá de qué le digan que haga.
Merece una reflexión cuál fue verdaderamente el pecado de Cristina Cifuentes (digo «fue» porque de Cifuentes apetece ya hablar en pasado). Ni la suya fue la peor falta conocida en el PP madrileño y no madrileño, ni su mentira fue más gorda que otras mentiras ni la grosería con que se está sosteniendo su patraña está siendo más desvergonzada que otras. Cifuentes no caerá por corrupta (aunque falsificar su título es corrupción), ni por mentirosa (aunque sus explicaciones sean una sarta de embustes). Cifuentes caerá por cutre, por mentir sin seguir las pautas de la postverdad, es decir, de las mentiras que encajan bien en ese desdén hacia los hechos que la gente fue desarrollando, como recordó hace poco Chomsky. Las mentiras pueden funcionar ante hechos palmarios que las desmienten si circulan en un discurso más amplio que las arrastre y las envuelva, como se arrastran esos grumos de Cola Cao mal disueltos en la leche fría. Lo mejor es que el relato tenga elementos verdaderos e infecciosos, que parezcan ser la cuestión principal. Ahí podemos meter cualquier mentira, por evidentes que sean los hechos, y la gente se beberá el relato y se tragará la mentira como se traga los grumos de Cola Cao. Hace poco escribió Vargas Llosa sobre el feminismo y la literatura. Dos lumbreras habían colgado en la página de un sindicato que la enseñanza en igualdad requería quitar las lecturas de Neruda, Marías y Reverte, por ejemplo, por misóginos o no sé qué historias. Vargas Llosa subraya la necedad de la propuesta. Ahí tiene su verdad infecciosa. Tiene tanta razón, que acaba uno su artículo repitiéndose que cuánta razón tiene. Pero la afirmación principal del escrito es que la literatura está en trance de desaparición por culpa del feminismo. No sé qué culpas tendrá el feminismo, pero sí sé, cualquiera sabe, que la literatura no está desapareciendo. La falsedad palmaria se traga porque fue convenientemente ahogada en un relato que encaja con el tipo de cosas en las que la gente se reafirma con facilidad.
Rajoy lleva años mintiendo a diario. Mintió en todo. Y la mayoría de las veces no negó que mintiera. Que los hechos muestren que alguien mintió pone al mentiroso en una situación difícil. Y ahí es donde enlaza con su relato de sacrificio. Cuando está en ese momento difícil del mentiroso, presenta la dificultad de su momento como un sacrificio que repetirá cuantas veces lo requiera la responsabilidad de su tarea y la gravedad la situación. En cuanto se juntan sacrificio, responsabilidad y situación difícil tiene ya el relato que vende con éxito. Un ejemplo más tuvo lugar con la moción de censura que Unidos Podemos puso en la Comunidad de Madrid. Fue pocos días antes de la que pusieron al Gobierno de la nación. En las mociones de censura Podemos estuvo francamente bien. Estuvo bien en la iniciativa y estuvieron bien en los parlamentos: fueron claros, firmes y severos sin ser lenguaraces o faltones. En la Comunidad de Madrid el PP se comportó como una panda de quinquis. Vocearon, patalearon, se marcharon riéndose de los ponentes, insultaron como bocazas llamando pederastas y lo que se les ocurría a sus adversarios. Una pandillona de barrio parecieron. Al día siguiente Rajoy salió circunspecto diciendo que España no estaba para radicales deslenguados y que se necesitaba seriedad y responsabilidad. Los hechos habían sido palmarios, pero el relato de la seriedad frente al populismo desordenado se lleva por delante los hechos que están delante de las narices.
Este fue el problema de Cifuentes. Mentir sin relato, falsificar sin el envoltorio de un discurso que engrase prejuicios. Es lo que diferencia a la mentira de la postverdad: la mentira es la falsedad que no funciona contra los hechos. Falsificar un expediente académico es una cutrez insoluble en ningún relato político, un grumo que se atraganta a cualquiera. Y para mayor mal, a Cifuentes le salieron defensores empeñados en hacerse las rubias. Cospedal soltó la payasada de turno. Cuando abre la bocaza Cospedal, consigue ponernos a todos la cara de aquel Mariano del añorado Forges que exclamaba «¡cielo santo!» cuando se le soltaba la faja a Concha en el autobús. Y lo peor es el papel de rubia del Rector y profesores implicados. Primero aseguran en nombre de la institución que todo es falso y sólo después abren una investigación a ver qué pasó. Una nota no se modifica de un acta cerrada si no hay una diligencia tramitada por el profesor de la asignatura. Lo sé porque me pasó a mí. El Rector no hubiera tenido más que mostrar esa diligencia, que forma parte del acta, y ya estaba todo arreglado. Y un Trabajo Fin de Máster no es un papel o volumen que se pueda traspapelar. Hay copias informáticas muy fáciles de encontrar. Pero sobre todo hay un repositorio en el que figuran los títulos, autores y resúmenes de todos los TFMs, a los que se puede acceder muy fácil. Ponga el lector en Google “Universidad de Oviedo repositorio TFM” y verá lo fácil que es ver qué TFMs se leyeron y de quién son. Se ve que no había diligencia ni TFM que mostrar.

Lo del Rector y los profesores abre ya otra cuestión. La banca es un sector muy intervenido por los poderes públicos (y más debería serlo) por la razón evidente de que allí es donde está nuestro dinero. La pequeña polémica que hubo hace unos meses sobre la homeopatía me recordó que, efectivamente, también en la universidad se depositan cosas nuestras. La universidad custodia conocimientos y los transmite, y es la referencia que la gente tiene de lo que son conocimientos fiables y los que son magias y esoterismos. Eso entre otras cosas. Por eso, un banquero puede cometer un delito si arruina a un banco. Y habría que plantearse si un Rector también. Un Rector puede hacer una gestión buena o mala. Pero no se puede convertir a una universidad en una comedia bufa, no puede ser que una universidad, con los recursos y profesionales dignos de tal institución, provoque risas y codazos cómplices cuando se pronuncia su nombre, sólo porque tenga unas autoridades que la ponen en ridículo. Ya tuvieron un Rector que plagiaba, ya hicieron catedrático a Marhuenda porque sí, ya hicieron deambular parientes de todo Cristo convirtiéndola en un antro de nepotismo. Ahora falsifican un título para Cifuentes. Y el Rector primero la defiende y luego investiga. Empieza mintiendo y todo hace temer que vengan mentiras peores. Como en un banco, dentro de esa universidad hay algo nuestro y de nuestra incumbencia. Debería recuperar su respetabilidad echando ya a sus dirigentes, si es posible a patadas. Y que la Asamblea de Madrid deje de hacerse la rubia y eche a Cifuentes y a toda la banda cuanto antes. Si no es por corrupción e indignidad, que al menos sea por cutres.

lunes, 19 de marzo de 2018

Castigos y merecimientos. Cadena perpetua y mequetrefes desencadenados

Hay gente que merece la muerte. Sólo por autoengaño o pereza se puede repetir la monserga de que nadie merece morir. Pero tenemos toda la razón los que no queremos en ningún supuesto la pena de muerte. Hay individuos que cumplen sesenta y cinco años y que siempre fueron malas personas y no merecen la solidaridad de nadie. Pero tenemos toda la razón los que apoyamos esta movilización de pensionistas que exige que todos podamos encarar la última madurez y la vejez con recursos dignos. Pero no se exige esto porque creamos que todo el mundo lo merece. Como no merece atención sanitaria un desalmado que entra pegando tiros en una escuela y resulta malherido por la policía. Y tenemos razón en atenderlo y curarlo, pero no porque lo merezca. Nuestros servicios públicos y nuestro sistema penal no están concebidos para que cada uno se lleve lo que merece. Ni tampoco extendemos la capa de civilización a quien se ganó nuestra repulsa porque queramos ser buenos y misericordiosos. Lo que hacemos con los sistemas de protección y con los castigos por los delitos es moldear nuestra convivencia, tomar la sociedad como si fuera plastilina y darle la forma en la que nos gusta vivir. Reprimimos las conductas intolerables con la fuerza y la cárcel. Como una sociedad organizada siempre es más fuerte que los delincuentes, puede elegir la forma en que reprime las conductas indigeribles. La represión no se discute y no falta en ninguna sociedad civilizada. La elección es si arrinconamos al crimen de manera que lo normal sea vivir al margen de su sordidez o si ponemos tan en primer plano la infamia del acto criminal que tengamos la roña de su inmoralidad en nuestra vida corriente y en nuestro ánimo. Y lo que hacemos es lo que nos conviene y lo que nos hace mejores, con independencia de lo que merezca el infame. A un niño que pega a otros, rompe cosas y chilla para desquiciarnos no le aplicamos toda la fuerza que tenemos, pero no sólo porque sea un niño y pueda no merecerlo. Es que no es así como queremos vivir, no nos hace falta para controlar al niño díscolo estar todos los días en ese estado infeliz en el que quieres dar puñetazos. No lo necesitamos, tenemos fuerza de sobra para hacer otras cosas. Y hasta para tener compasión e intentar que aprenda otra conducta. Con los niños siempre. Puede que con la asesina de Gabriel no, puede que con otros adultos sí. Como digo, la fortaleza de las sociedades civilizadas permite la represión y la consideración de todas las posibilidades, incluidas las más benignas y desde luego incluida la posibilidad de que el rencor, el miedo, el dolor o la ira que acompañan al crimen sean materias con las que traten profesionales (jueces, policías, servicios sociales, …) y no la materia de la convivencia ordinaria.
Cuesta sacar algo positivo de la miserable sesión parlamentaria sobre la cadena perpetua, salvo el resultado de la votación. No hay gráficas en las que quepa la bajeza moral del PP. C’s se va acreditando como un partido perfecta y esféricamente inmoral. Pero no es ese el principio ni el foco de la historia. No se puede encarar la vileza mostrada por las derechas más que desde convicciones básicas y firmes. Y no las vi en la izquierda que votó contra la cadena perpetua. El ingrediente principal del fango con el que el PP quiere llenarnos de mierda era la impúdica presencia de los padres de víctimas de crímenes horrendos y conmovedores, como Diana Quer o Mari Luz Cortés, con el pequeño Gabriel casi de cuerpo presente. El PP quiere que el desgarro de las víctimas y la extrema maldad de la asesina estén tan en primer plano que en nuestro ánimo no quepa más que lo que merece la canalla y nos olvidemos de cómo queremos que sea nuestra sociedad. Y la izquierda no mantuvo ante la mirada dolida y severa los padres de las víctimas la entereza y asertividad que nuestra convivencia reclamaba. Se permitieron salir del hemiciclo con unos azotes en el culo y una lección infligida. El PSOE ahora quiere marear la perdiz, quiere derogar la cadena perpetua pero que la derogación no llegue nunca. Podemos bajó la mirada ante los padres y musitó que a lo mejor podía hacerse un referéndum sobre esto. Es decir, lo más parecido a un linchamiento: tenemos a estos infames, pueblo, qué hacemos con ellos. Y no es que las ideas en Podemos, y espero que en el PSOE, no estén claras.
Faltó presencia, afirmación y altura. El dedo de los padres nos señala, nos exige y nos imputa complicidad con el mal o falta de empatía con el bien. Respetuosamente: el padre de Diana Quer no era mejor que yo antes de que muriera su hija; respetuosamente: después de que muriera tampoco; tiene derecho al dolor y a la ira, tiene mi solidaridad y mi acompañamiento en el llanto, y hasta tiene mi comprensión de su debilidad si me insulta;  pero, respetuosamente, no tiene mi inferioridad moral ni cívica. Sigue sin ser mejor que yo. Alguien en el hemiciclo debería haber hablado a la nación respetuosamente y con firmeza mirando a los ojos de las víctimas con entereza. No se puede convertir la solidaridad con las víctimas en un gimoteo melindroso deshabitado de principios.
El PP tiene razón, desde luego, en que nuestro código penal es demasiado blando. ¿No estaba por allí, con lo ojos inyectados de ira, Fernández Maíllo, a quien no se puede investigar porque los delitos que se le imputaron en Caja España habían prescrito, de tanto que se tarda en investigar a un aforado? La ruina de las Cajas fue un saqueo inmisericorde al país. ¿Cómo es que nuestras leyes dejan que esos delitos prescriban? ¿Qué tal vive Rodrigo Rato? ¿Sigue en peligro, como dijo Jorge Fernández para justificar que se pasease por el Ministerio del Interior como si no estuviera imputado por delitos espantosos? ¿No piden a gritos el endurecimiento de las leyes la presencia en el senado de Pilar Barreiro o las regalías en que se solaza Federico Trillo, aquel que jugaba a pinto pinto gorgorito con los restos de nuestros militares y las bolsas que deberían identificarlos para sus familias?
Recordaba estos días, con datos precisos, Javier Fernández Teruelo que España es un país con pocos homicidios, menos que los envidiados países nórdicos, y sin embargo tenemos más población reclusa que la mayoría de Europa. Tenemos un código muy duro para una criminalidad muy baja. Recuerda también este jurista que el horror de Gabriel no es nuevo, siempre hubo asesinatos de niños, pero ahora menos que nunca. El PP no quiere la cadena perpetua (los periodistas deberían imponerse el sano hábito de contar las cosas con sus propias palabras, y no las de los interesados: ni las extorsiones de ETA eran un impuesto revolucionario, ni la amnistía fiscal fue un afloramiento de activos ocultos, ni la cadena perpetua es una prisión permanente revisable) porque haya problemas nuevos ni más graves que aconsejen un cambio llamativo. Acumuló tanto fango en estas décadas que ahora nos quiere enmerdar a todos con sus miserias. La experiencia catalana parece haber ratificado a C’s que no hay calamidad que no venga cargada de oportunidades. La manera desvergonzada con que cambia de criterio según sople el aire (qué ridículo resultó Rivera el día después de la manifestación feminista) revela su falta de escrúpulos y su inmoralidad. Lo que hubiera hecho este chico si le hubieran tocado los tiempos de ETA.

La sociedad española perdió un asalto. Los basureros llenaron de basura el hemiciclo, los informativos y nuestras conversaciones. Los que resistían en el barco de la civilización no mantuvieron el tipo y bajaron la mirada. Respetuosamente y con firmeza, mirando a los ojos de las víctimas, el código penal es como todo lo demás: la forma en que modelamos la sociedad en que queremos vivir. Respetuosamente, tienen nuestra solidaridad, pero no nuestra inferioridad ni moral ni intelectual.

domingo, 11 de marzo de 2018

«El demonio en la calle, en medio del remolino ...»

El día 8 fue un día para zanjar memeces. Creí que iba a ser un puñetazo en la mesa, pero no fue eso exactamente. Los puñetazos en la mesa suenan fuerte, pero no crean resonancias, no son el tipo de sonido que hace que vibre una copa de la vajilla. Y además los puñetazos en la mesa son gestos enérgicos, como estallidos que quieren zanjar algún asunto. Algo de todo eso fue el día 8, pero no exactamente eso.
Como digo, el día 8 fue un día para obviar boberías y asentar evidencias de sentido común. Solemos pensar que las cosas complejas hay que analizarlas y que los problemas deben razonarse. Pero pocas cosas hay que no se degraden con el exceso, y el análisis y el razonamiento no son la excepción. Si desarticulas una mesa separando el tablero, las patas y los cajones, se puede decir que estás analizando la mesa y despiezándola en componentes. Si después a los componentes les pegas hachazos, no los estás analizando en componentes más finos, sino que ya estás destrozando la mesa original. Hay que distinguir cuándo estamos razonando una cuestión y cuándo estamos enredando y mareando la perdiz, es decir dando hachazos a los términos del problema. Por ejemplo, en su candidez Zapatero montó un comité de bioética sin darse cuenta de que su único efecto sería que no se pudiera legislar sobre los temas en los que la Iglesia tiene doctrina sin marear la perdiz. Las cuestiones básicas de la igualdad de sexos son evidentes: las mujeres tienen más desempleo y trabajos peor pagados, cargan más con la dependencia y la familia, sufren formas graves y menos graves de violencia y acoso específicos por su condición de mujer y soportan una carga notable de prejuicios. Pocos brutos se atreven a bendecir en público una situación así. El machismo retórico zafio y directo no abunda. Pero sí se deja oír en la forma post-machista de enredar, marear la perdiz y pretender hacer problemático lo obvio a base de fingir razonamiento cuando se están dando hachazos a la cuestión: los maltratadores no forman una organización ni hacen proselitismo, como los terroristas, no hay violencia de género sino suma de casos individuales; por qué va a ser distinto si es ella la que le pega a él, hay que estar contra toda forma de violencia; si las chicas no se matriculan en ingenierías es porque no quieren, nadie se lo impide, ¿no es paternalista protestar contra lo que hacen por su propia voluntad?; el acoso está mal, pero ¿va a resultar ahora que cualquier hombre está a merced de que una mujer quiera denunciarlo?; morderse el labio inferior, mirar con deseo, arrastrar e infantilizar la voz, …, siempre se coqueteó así, ¿ahora vamos a ser robots?; si hacemos una lista de los gestos que son acoso, vamos hacia un puritanismo progre peor que el de la Iglesia; … Columnas y tertulias se llenaron con este tipo de mandangas, que tienen por supuesto réplica una por una. Pero el día 8 se dijo que las gansadas post-machistas con sus correspondientes réplicas son un enredo cansino y paralizante, mientras por cada mujer muerta sigue habiendo muchas más aterrorizadas, mientras la diferencia de renta entre hombres y mujeres rechina con el sentido común y mientras las mujeres tienen que evitar parques de noche y volver acompañadas porque ya se sabe. El día 8 se acabaron los razonamientos, las mujeres pararon para que quedara en la sociedad el molde de su actividad y salieron, salimos, a la calle para zanjar las evidencias sin pamplinas.
Pero no se zanjó la cuestión con un puñetazo en la mesa, decía antes. Aitana Castaño, en su habitual y agilísimo palique digital, dijo que nunca había visto tantas sonrisas manifestarse. Y así fue. Hubo firmeza sin cabreo. Fue festivo, cómplice y sonriente sin graciosada. No se zanjaron las cuestiones con un puñetazo, que siempre es un gesto de desafío, sino algo más parecido a ese recurso asertivo que se llama disco rayado, la sordera estratégica que mantiene el discurso inalterable ignorando la perorata de la otra parte. En la manifestación se enfrentaron directamente las desigualdades y se hicieron oídos sordos a novelistas que creen que sus escoceduras antifeministas son rebeldes e incorrectas y a pretendidas provocaciones que «incendian» las redes sociales y que no pasan de graciosadas alatristes y avinagradas.
Claro que la reacción política hizo fácil esta actitud de zanjar debates picados de viruelas. A la derecha le cogió todo esto con el pie cambiado. No podían sumarse a este jolgorio progre ni había forma decorosa de oponerse, por lo que no hubo más que improvisación, tartamudeo y una indefensión intelectual casi tierna. La determinación de este 8 de marzo entró como un estilete en argumentario conservador y lo partió en cachos inconexos. Balbucearon huelgas a la japonesa, hablaron de huelga de elites, deliraron totalitarismos, se dijeron fuertes y no víctimas y, en el culmen del desbarro, Cayetana Álvarez, la que no tiene más currículum de vida pública que no perdonar a Carmena, titula «No a la guerra» sus desvaríos contra la jornada. C’s, un partido líquido que cabe en cualquier hueco que le dejen los demás, de repente se hizo pastoso y con grumos, y ahí siguió con que es que ellos no son anticapitalistas. Qué dirían cuando vieron esas mareas gigantescas por todas España. Si todo eso era anticapitalismo estamos al borde de una revolución. Y, cómo no, la Iglesia volvió a lanzar su oscuridad medieval sobre nuestros temas de convivencia. Qué fácil se hizo que se manifestaran sonrisas que ignoraran tanta ocurrencia nerviosa.
Pero decía que esto no era un puñetazo en la mesa también porque esto sí tiene resonancias. Rivera e Inés Arrimadas tenían parte de razón. Sí que había ideología. Se hubieran sentido un poco fuera de sitio en este barullo. Los temas sociales no suelen ser aislados. Tiras de una uva y sale un racimo entero. Ya pasó antes con desahuciados y mareas sanitarias o educativas. La movilización del 15 M manifestó que nuestra sociedad no está en paz. El éxito rápido de Podemos fue un síntoma, no una enfermedad. La contracción de su apoyo no fue aprovechada por nadie, porque no se cura el sarampión extirpando granos. Por el poro feminista salió en chorro parte de indignación sorda que se acumula con la creciente desagregación social. El poro de los jubilados y las pensiones está también supurando agitación. Cualquier uva puede llevar consigo el racimo. Si nuestros representantes creen que la resistencia a esta devastación social se reduce a los aciertos o desaciertos de Pablo Iglesias, sólo conseguirán que la representación política flote sobre la sociedad como el aceite flota en el agua. La denuncia feminista exhibe muchas de nuestras heridas sociales y cala muy hondo en las bases de nuestra convivencia. Si mucha gente se junta por la causa feminista, acaba juntándose por la causa. El obispo de S. Sebastián y Albert Rivera, cada uno desde sus debilidades, acertaron al ver en el día 8 lo que el yagunzo protagonista del Gran Sertón de Guimaraes Rosa:

«El demonio en la calle, en medio del remolino …».