miércoles, 6 de noviembre de 2019

Unidad constitucionalista

Las fotos, las palabras y la derecha destiñen. La foto de Génova de febrero, con Abascal, Rivera y Casado en santa compaña destiñó a sus protagonistas, que salieron de allí untados de Vox, y al momento político, que se tiñó de sectarismo. La foto tomaba lo que estaba disperso en el ambiente y lo concentraba en una imagen. Y, a la vez que resumía, impulsaba. El principio de incertidumbre dice que no se puede mostrar algo sin afectarlo. Por eso la foto desteñía. Mostrando a las derechas hechas una con la extrema derecha y con un lema de extrema derecha, la derecha se hacía más extrema y el país más sectario.
El problema de Cataluña siguió su curso. En los meses de aquellas delirantes negociaciones entre PSOE y UP el país quedó en suspensión, como fuera del tiempo, y algunos reprodujeron aquella sensación infantil de que cuando cierras los ojos los demás no te ven. El limbo atemporal hacía fácil no mirar el problema catalán y creer que no mirándolo el asunto pasaría de largo. Pero el problema sigue y cada nuevo desgarro ahonda la rotura que ya había. Además sigue siendo un surtidor fértil de materiales tóxicos en los que las derechas y los independentistas más alucinados encuentran nutriente, por lo que no pierden ocasión de avivar un yacimiento de odios y bajezas tan fecundo y provechoso. La Societat Civil Catalana convocó una gran manifestación contra el procés, que tuvo la presencia de PP, C’s y PSOE. La manifestación y su propósito no tienen nada de particular ni sería ya actualidad, si no fuera por la palabra que la presidió: constitucionalismo. Esa es una de las palabras que destiñen y no precisamente por el motivo de la manifestación. Es difícil desconectar esa palabra de la exigencia severa de los poderes económicos de una abstención patriótica y, claro, pactada, del PP para que gobierne Sánchez y de la unión de constitucionalistas con la que Rivera hipa en busca de aire como un pez fuera del agua.
Solo nos contrastamos con otros a partir de lo que nos es común cuando los excluimos de ese hecho común. ¿Qué sentido puede tener que alguien se encare con Errejón al grito de «viva España» si no es excluir del país lo que él representa? ¿Y qué sentido puede tener que PP, C’s y PSOE se contrasten con los demás reclamándose constitucionalistas si no es poner lo que representan los demás fuera de la Constitución? Las manifestaciones por la patria o el constitucionalismo son siempre un llamamiento al cierre de filas, a dejar por irrelevantes las demás diferencias por algún tipo de emergencia superior. Lo malo es que esa emergencia suele ser un invento fabricado con la distorsión de problemas reales y las diferencias que hay que aparcar por la patria suelen tener que ver con desatención de la enseñanza pública y la igualdad de oportunidades, con la socavación del sistema de pensiones, con la creciente entrega de la sanidad al lucro privado y con el abandono de los dependientes. Siempre fui muy sordo a los nacionalismos, no solo por el humor supremacista que los acecha, sino por ese estado de emergencia, de momento fundacional o de agresión exterior que justifica la sospechosa exigencia de aparcar todas las diferencias.
Y es que en España los que piden aparcar las diferencias quieren que se aparquen las diferencias de los demás, no las suyas. La situación política no está ni mucho menos bloqueada porque hay diferencias ideológicas que no están ni mucho menos aparcadas. Están bloqueadas comunidades como Asturias, pero no Madrid, Andalucía o Murcia. Ahí las diferencias avanzan viento en popa. El Consejero de Educación de Madrid acaba de decir que la entrega de aulas públicas a la Iglesia no está bloqueada, sino que seguirá ampliándose. El Consejero de Salud y Familias de Andalucía no tiene en absoluto bloqueada la privatización de la sanidad de su comunidad. El gen franquista y nacionalcatólico de la derecha tampoco está bloqueado y se expresa cada vez con más plenitud. López Ayuso evoca quemas de iglesias y guerras civiles cuando la democracia cierra el homenaje permanente al dictador en el Valle de los Caídos (un inciso; los militantes socialistas deberían dejar de felicitarse; en los años cincuenta EEUU empezó a firmar tratados con Franco y este dijo «ahora sí que he ganado la guerra»; cuando ganó el PSOE y González mantuvo el Valle de los Caídos, la familia Franco supo que ahora sí que habían ganado la tumba, la abadía y el homenaje; el PSOE fue parte de esta infamia y nos debía su reparación; que no esperen aplausos, faltaría más). Siguen derogando sin bloqueo leyes y suprimiendo recursos para la única violencia colectiva que nos sigue azotando, que es la violencia de género. También mantienen la presión inquisitorial ultra sobre la enseñanza, que quieren abrir con el PIN educativo parental. El sistema es el mismo que siguieron con la Religión, donde impusieron a los demás una asignatura alternativa vacía fingiendo que defendían su derecho de conciencia. Ahora abren una fisura para atosigar a los centros con fundamentalismos fingiendo defensa de un credo atacado. Y siguen sin bloqueos las rebajas fiscales a los ricos y las herencias millonarias sin coste.
Lo notable no es que las derechas exijan unidad patriótica sin ceder nada, con políticas conservadoras cada vez más extremistas, con propuestas muchas veces inconstitucionales y con compañías abiertamente inconstitucionales. Lo notable es que el PSOE no les exija credenciales, moderación y cesiones para entrar en ese saco. Cataluña lo nivela todo. Se es constitucionalista con posturas conservadoras inconstitucionales: eliminación de las autonomías, aplicación indefinida del 155, apetencia de Presidencia para meter en la cárcel a independentistas (en la actual Constitución el Presidente no mete a nadie en la cárcel, solo los jueces). Y se está fuera de la Constitución con posturas progresistas constitucionales, como las que hacen referencia a pensiones, igualdad, educación, sanidad o vivienda. El que quiera cambiar aspectos de la Constitución no es constitucionalista y, por tanto, será independentista, porque Cataluña fija todos los contrastes; salvo que se quiera cambiar la Constitución por la derecha, con supresión de autonomías y cosas por el estilo, que entonces se sigue siendo constitucionalista. El palabro ese de constitucionalismo y derivados se puso en circulación para excluir y reducir alternativas. A medida que se repite va secando la Constitución y va pareciendo que estar con la Constitución consiste en ser monárquico de derechas, porque ahí cabe Vox y solo cabe el PSOE si no se alborota.
Y es poco probable que el PSOE se alborote. Es el partido menos luchador del Parlamento. La lucha supone disconformidad y presión para que las cosas tomen otro rumbo. Vox, PP, y C’s quieren un sistema diferente. Luchan para que haya menos impuestos en las rentas altas, para que se privaticen los servicios esenciales y las pensiones, dejen de pesar sobre los impuestos y pasen a ser espacios de negocio, para que la Iglesia tenga más presencia y gestione la educación. Las izquierdas presionan para subir los impuestos a los ricos, para que sean públicos los servicios esenciales y para que el país sea una democracia laica. El PSOE pone diques y contiene frentes, ve lo que hay como una situación llena de logros y de metas cumplidas y las metas aún no alcanzadas nunca son urgentes. Hace pasar por sentido de Estado lo que es acomodamiento y hasta modorra. Por ejemplo, si no estaba de acuerdo con la cadena perpetua, no tendría que firmar la ley de seguridad de Rajoy. Pero eso habría sido luchar. Sánchez firmó y dijo que ya derogaría la cadena perpetua algún día.
El invento del constitucionalismo es un cierre de filas conservador. El PSOE pactó con independentistas, pero no pactó medidas independentistas. El PP y C’s pactaron con la ultraderecha, pero sí pactaron medidas ultraderechistas. Con esa mochila y sin renunciar a nada de lo que hay en ella quieren el cierre de filas con el PSOE. La derecha destiñe. Sánchez no puede teñirse de quienes están teñidos de Vox.

Sublimes síntomas de sordera

Que el neoentierro del dictador no nos distraiga del todo. El Valle de los Caídos quedó deshuesado y, una vez privado de su simbolismo infame, ya solo es un adefesio arquitectónico a la espera de algún cubo de basura apropiado. Pero abramos el gran angular para sentir el momento completo del país. Los muñecos de cuerda y las aspiradoras que se mueven y corrigen su trayectoria cuando chocan con alguna pared o algún obstáculo manifiestan ceguera. La intervención de las paredes y los obstáculos en la trayectoria de los muñecos no indica que se muevan en un espacio seguro protegido por paredes. Indica sobre todo que los dispositivos no ven. Cuando no hay más directriz en sus movimientos que los límites últimos de su espacio, la trayectoria solo puede ser errática. En nuestro momento actual solo oímos leyes, artículos de la Constitución, resoluciones de tribunales y enunciación engolada de principios de la democracia. Eso no significa que vivamos en un país con leyes y convicciones firmes que se hacen valer cada día. La Constitución, los tribunales y los grandes principios son límites. Y que sean los límites lo que llena nuestra actualidad no es señal de robustez, sino de ceguera. Que los políticos solo citen leyes o peroren fundamentos de la democracia no es señal de integridad, sino de sordera. Nuestro patio se llenó de muñecos chocando con paredes en trayectorias sin tino.
Tal es el legado que nos dejaron Sáenz de Santamaría y Rajoy en Cataluña. Hay mucha legislación sobre la familia. Contraten unos buenos abogados y traten de vivir la relación de pareja, de la pareja con los hijos y de los hijos entre sí sin más referencia que las leyes de la familia y los dictámenes de sus buenos abogados. Verán el dolor de cabeza y la sinrazón en que se convierte cada día la vuelta al hogar. No se trata de que las leyes sobren ni sean perversas. Ni se trata de desobedecer la ley. Se trata de que las leyes son los muros de la convivencia, pero no pueden ser la sustancia de la convivencia en sí. Si en la vida familiar no hay más decisiones que las que se expresen recitando una ley es que no hay vida familiar. Rajoy pretendió que no hubiera política en y sobre Cataluña para aparentar que lo que ocurría era el mero estado de derecho en funcionamiento. Todo lo metió en tribunales y en acciones policiales. Como es lógico, si grapamos todos los fallos judiciales sobre el asunto catalán, el libreto que obtenemos no forma un plan de actuación, ni una propuesta política, ni un marco, ni siquiera una secuencia coherente. No es solo la injerencia política que haya habido en los tribunales. Por limpios que hubieran sido, son tribunales y solo señalan los límites, y regirse por los límites es ceguera y sordera, trayectorias erráticas y desgobernadas.
Los argumentos independentistas empiezan y acaban en lo irrefutable: la democracia, el derecho a decidir, la soberanía del pueblo. Como la Constitución, ideas límite, paredes que solo inducen movimientos sin rumbo. Cuando solo se dicen cosas irrefutables no se está diciendo nada y cuando se propone, se exige o se hace sin decir nada como argumento, se es sectario. Empieza a ser chistosa la pose grave de Torrent escenificando siempre un momento límite en el que hay que tomar una decisión complicada ante la historia. Con la borrachera de palabras irrefutables danzando sin gobierno por sus frases, sueltan petardos reaccionarios como que la democracia o «el pueblo» están antes que la ley, que son la misma traca en la que chisporrotean pestiños como el «plebiscito de los siglos» de la Monarquía. Este es el panorama: leyes, tribunales, policía y palabras irrefutables dichas por wannabes Luher King ante la historia. Las acciones se fundamentan solo en límites, la pura ceguera.
Si el Gobierno, primero del PP y ahora de Sánchez, actúa por el estado de derecho y los independentistas actúan por la democracia y el pueblo, las derechas solo lo hacen contra el terrorismo y por la unidad de España. Solo truenan límites obvios induciendo los movimientos que las paredes inducen en los juguetes de cuerda. La derecha necesita más agitación que la izquierda. La izquierda ahora es la que quiere conservar el sistema de protección social y la derecha quien quiere desmontar la sociedad que conocemos. La derecha es ahora la subversiva y está necesitada de distraer la atención sobre sus verdaderos propósitos. Por eso necesitan especialmente la emergencia y la agitación emocional. El terrorismo sale de sus bocas como un ectoplasma de ETA, meten el hueso de la organización desaparecida una y otra vez en el caldo de la actualidad buscando algún mínimo sabor que pueda dar para arrojarlo contra sus rivales y justificar sus enojosas alianzas. Echan de menos aquellos atentados. Buscan emociones bajas patrioteras con Cataluña y por eso avivan el fuego todo lo que pueden agitando medidas de excepción y payasadas como la del agónico Rivera prometiendo meter en la cárcel a no sé cuántos. ¿Será que se va a meter a juez o que no sabe que solo los jueces meten en la cárcel a gente?
Pedro Sánchez argumenta también con límites. Lo suyo es una versión light del «o yo o el caos»: o estas derechas montaraces revueltas o un pacto con esta izquierda que nos quitaría el sueño a todos, o yo. También vio negocio en Cataluña y supuso que la sentencia le vendría bien para eso de tener una mayoría clara. No tuvo altura moral para pilotar el momento de especial trascendencia de la exhumación de Franco y el fin de esa ignominia. Qué torpe fue su sobreactuación antifranquista cuando replicó a Pablo Iglesias, qué transparente su impostura al manifestar consternación como si los reparos de Iglesias fueran a la exhumación y no a meter hecho tan simbólico en los ruidos tomboleros de unas elecciones. Pero el argumentario siempre es de límites: el caos, la democracia, Franco. Podemos sale relativamente bien librado del fiasco de la negociación y del desembarco de Errejón, porque parece que perderá «solo» lo que ya había perdido antes del verano y no entró en barrena en plan Rivera. Sus propuestas no consiguen hacerse oír, pero parece haberse consolidado como referencia ideológica. Errejón deberá corregir el foco de su candidatura. Ya nadie recuerda la frustración y hastío de aquella negociación tan chusca. Sánchez no quiere presentarse como líder de una coalición de izquierdas y él mismo fuerza la impresión de que aquella negociación no le gustaba. Podemos tiene el campo abierto para que el recuerdo de aquel fracaso sea de coherencia irreductible. El regusto de aquel desastre se va corrigiendo sutilmente. Ese punto de claridad con pragmatismo para desatascar una situación encastillada con el que desembarcó Errejón se va diluyendo, porque se están olvidando aquellas sensaciones. Tendrá que desplegar estilo y maneras si quiere que el apoyo no se reduzca al que consiguió en el impulso inicial. De todas formas, en el ambiente actual Podemos y Errejón están siendo de momento actores secundarios.
Con tanta unidad nacional, terrorismo, caos, democracia contra Franco y tanto límite, no se ven planes sobre lo esencial: la desigualdad, la segregación creciente del sistema educativo, el negocio floreciente de la sanidad privada dando bocados a la sanidad de todos, la hucha de las pensiones vaciada. Se habla de Cataluña, el caos y el sentido de Estado, mientras avanzan en Madrid y Andalucía las medidas extremistas de sus gobiernos montunos y no se percibe la inversa en comunidades con mayoría progresista. La ultraderecha sigue en su labor de mimetizar discursos ajenos para asentarse en pequeñas dosis, siempre tóxicas. Ahí tuvimos a Monasterio deplorando la exhumación porque dañaba el legado de la transición. Qué gracia. A lo mejor su comentario era más profundo y quería decir que el trato era cambiarlo todo para que no cambiara nada y esto no era parte del trato. O el nietísimo diciendo ante la exhumación que esto era una dictadura. ¿Según él eso es bueno o malo? Dejemos de escuchar a quienes solo tienen leyes y principios. Por sublimes que parezcan, son síntomas de sordera y maniobras de distracción.

Cataluña y las enojosas coincidencias

Doña Leonor sonríe con el resto de la familia real. La actualidad es caprichosa y junta en las portadas de la prensa llariega las llamas de Barcelona con el protocolo de los Premios por el que la Princesa tiene que sonreír y mostrar a la realeza lejos de la realidad, en sus mundos de yupi. Un rey en una democracia solo puede ser un símbolo y por eso tiene que ser el gesto del país, la cara que llora, ríe, muestra gravedad o se distiende acompañando a los avatares tristes, alegres, difíciles o apacibles del país. El protocolo obliga a que la familia real sonría despreocupada mientras no sabemos cuánto de nuestro futuro arde en Cataluña; y mientras al lado están encerrados en la Catedral los trabajadores de Vesuvius en huelga de hambre contra un mal viento que nos amenaza a todos; y mientras miles de pensionistas están en las calles peleando por una de las cosas que diferencian la civilización de la barbarie. Quienes sepan de esto podrían haber ajustado el protocolo para que el primer discurso de doña Leonor no fuera un grumo mal disuelto en la actualidad del país. Podrían empezar dando un cursillo rápido al señor Canteli. Reñir a los trabajadores de Vesuvius porque un encierro no pega bien con la realeza, además de facha, es frívolo y bobo. El bando que perpetró sobre la llegada de la Princesa bañó la Jefatura del Estado de babas y cursilería ramplona. Poco favor hace a la monarquía tanto almíbar y ñoñez.
Pedro Sánchez debe estar repasando con Iván Redondo los colores de traje que pegan mejor con las llamas de Barcelona y la sonrisa de la Corona. Cuando decidió convocar elecciones, sabía que un momento muy delicado y muy necesitado de buen juicio y cirugía fina iba a coincidir con elecciones, donde política y conductas son de pedernal; e iba a coincidir con un gobierno en funciones con respiración asistida. Pero eso no le quita el sueño. La frivolidad de Sánchez al hilo de calentones mediáticos provocados por la derecha es notable. ¿Quién será ahora para él el presidente de Venezuela, pasadas aquellas calenturas? Hace solo un año y de nuevo al calor del ardor mediático de una derecha vociferante, decía que en Cataluña había habido una rebelión, como no reparando en la gravedad de lo que decía. El Supremo dice ahora que no hubo rebelión ni golpe de estado. Y es que se necesita haber entendido mal las clases de Aravaca o ser Froilán en persona para confundir lo de Cataluña de 2017 con lo de Tejero o el general Pavía.
Pero las palabras crean territorio. Estamos condicionados para asumir que una palabra nunca es vana y siempre se refiere a algo. Por eso siempre forman suelo en nuestro cerebro y nuestra mente se puebla con la misma facilidad de mesas y geranios, que vemos cada poco, que de unicornios y centauros, que nunca veremos. Por eso son tan tentadoras las intoxicaciones. No hablamos de las fake news, que se desmontan rápido y de cuya importancia aún no estoy convencido. Las mentiras que valen son las de toda la vida, las intoxicaciones de siempre que funcionaron sin redes sociales y hasta sin teléfonos ni imprenta. Son las que crean el lenguaje que crea el territorio. Nuestros oídos llevan dos años martilleados por las derechas y sus voceros con que en Cataluña hubo un golpe de estado y los presos eran golpistas. El Supremo establece que no hubo rebelión, que no hubo violencia, que la poca que hubo no fue planeada ni instrumental y que ni siquiera hubo propósito de secesión. Pero si mantienes puesto un traje mientras analizan si tiene contaminación radiactiva, cuando te digan dos años después que sí la tiene, aunque te lo quites la contaminación ya hizo su daño. Estuvimos dos años con rebelión y golpe de estado y, aunque nos quite el Supremo ese traje, las palabras ya crearon territorio, ya llevamos dos años con políticos en prisión porque eran golpistas, con lazos amarillos que sostuvieron a un nacionalismo que se hubiera desmoronado y con la situación de Cataluña y la imagen de España contaminada. Ahora vuelven banderas nacionales y coros de viva España. Sánchez se mece otra vez en las aguas mediáticas y dice que las demás izquierdas se avergüenzan del nombre de España. Para los despistados: España, la bandera, la guardia civil y el ejército no tienen nada de malo, faltaría más. Pero el que repite el nombre de su patria la reseca y la reduce a sus perfiles más cortantes, a meras fronteras contra el exterior y, sobre todo, a las diferencias interiores como fronteras. Arriba España quiere decir siempre «fuera de España» y casi siempre a españoles. La sobreactuación con la bandera es siempre una ostentación con apetencia de exilio contra malos españoles. El ardor por los militares es siempre una reducción del ejército a lo que tiene de fuerza y una simplificación de la institución al momento en que se dispara un arma. Los que no voceamos vivas a España y al ejército ni nos envolvemos en banderas no sentimos vergüenza ni desafección. Simplemente no tenemos nostalgia de españoles exiliándose ni de enemigos ni de disparos, que es la caricatura a la que los fachas reducen el país, sus símbolos y su ejército.
La situación actual es rica en nutrientes para patrioteros, enemigos imaginarios, banderas filosas como hachas, emperadores sin imperio, cobardones con delirios de conquista y oportunistas que ocultan sus intenciones confundiéndose en piaras llenas de símbolos, puños apretados y berridas. Esto es lo que quería el peor nacionalismo secesionista y los patrioteros ávidos de cruzadas de tebeo. Unos tienen ya a Cataluña en llamas y en las portadas de todo el mundo. Y los otros ya tienen una posible emergencia nacional para estados de excepción y ruidos de armas. El 1-O el gobierno de Rajoy avergonzó a España y dilapidó todos los avales morales del Estado. Estos días el independentismo perdió también sus credenciales. Que se dejen de contubernios masónicos. Con tanta célula civil paraoficial y organizada, encendieron un fuego que los desborda y su impotencia actual no les da inocencia. Es un desastre cada vez con peor arreglo. Si alguien cree que ahora un referéndum sería apaciguador que despierte. Y a cargo de la nave tenemos a Torra, que siempre fue un personaje de desecho; a Pedro Sánchez haciendo cábalas demoscópicas; a Casado con su monocorde discurso de patria en peligro y voto a bríos; a Rivera compitiendo en idiocia con él pero haciendo al hablar esa pedorreta que hacen los globos que se deshinchan; y las izquierdas UP y MP demasiado calladas; no es lo mismo prudencia que inhibición, ni reflexión que indecisión. Alguien tiene que ajustar el protocolo de la Princesa o las portadas acabarán pareciendo republicanas.
Pedro Sánchez querrá hablar del interés del Estado con el PP, y Rivera, en el zigzag histérico con el que se deshincha, querrá vela en el entierro. Los momios del PSOE y PP y otros amos lo presionarán para que haga un engrudo con la derecha que les permita seguir viviendo de gañote. Pero Sánchez no puede hablar del interés general con quienes corroen con la ultraderecha nuestra convivencia desde Madrid y Andalucía. Los ultras en las instituciones son como el plástico en el océano. Su brutalidad se acumula y degrada el ecosistema. Ahí están los ultras en Cataluña revolcándose en su medio natural.
No sé qué me preocupa más de la sentencia: que no haya habido sedición y las condenas dinamiteras sean efecto de politización del poder judicial; o que los tribunos hayan sido independientes y leales y que la ley realmente sea así, que en España sin violencia, sin escarceos planificados o instrumentales, sin propósitos de ilegalidad sino solo de reivindicación, y tal es lo que dice la sentencia del Supremo no lo digo yo, sin todo esto puedas ser culpable de sedición e ir muchos años a la cárcel. Mañana amanecerá la prensa con la familia real sonriente, ajena y feliz. Y qué cacho horterada planea Canteli con la bandera nacional. Claro que nos avergonzaremos, collaciu Sánchez. 

La enseñanza entre los restos lampedusianos

El problema de cambiarlo todo para que nada cambie es que a veces nos encontramos con que nada cambia. Sin darnos cuenta la referencia al dolor y atraso causados por años de dictadura y crímenes pasa a ser «un punto de vista» e incluso un extremismo. Al retirar los restos del déspota de un lugar de culto nos topamos con que leyes de otros tiempos hacen inviolables para los poderes públicos los recintos sagrados y que en ellos la autoridad religiosa, así sea un pelele falangista tan momia como el dictador, está por encima de la autoridad civil. Y esos truenos centellean especialmente en la enseñanza. Nuestro sistema educativo se parece a veces a Comala, el pueblo de Pedro Páramo donde todas las voces salvo la de Juan Preciado son de difuntos. Las voces de los vivos relativas a la educación quedan anegadas en estos tiempos por otras voces que traen acentos de un pasado perezoso que remolonea como esos papeles que hacen espirales con el aire suave y que no acaba de irse. Planean estos días sobre la enseñanza voces que hablan de valores de Occidente y cristianismo frente al islam; de terrenos públicos que se regalan a colegios religiosos para que monten negocios de piscinas; de control fundamentalista de profesores y vida académica; de direcciones generales de consejerías expresamente encargadas de entregar a la Iglesia católica los centros de enseñanza; de unos contenidos adelgazados y reducidos a un utilitarismo torpe que nunca llega a ser útil; de bancos y empresas mangoneando para que la enseñanza sea su granero de formación ad hoc y las becas se sustituyan por créditos lucrativos para ellos; de sustituir la planificación para objetivos globales por una desregulación montuna disfrazada de libertad de elección de centro; de un sistema educativo con los espacios de exclusividad de una sociedad desagregada y desigual. Son ecos de la Edad Media, del capitalismo del siglo XIX y de todas esas centurias en que la Iglesia era quien estaba a cargo de la enseñanza y el analfabetismo era de más del noventa por ciento. El sentido común parece un Juan Preciado ahogado por psicofonías de difuntos.
Y tendremos que repetirnos cíclicamente el sentido común para que la maraña de desvaríos no acabe aturdiéndonos. El sentido común consiste en recordar las tres patas de lo que es la educación en una sociedad civilizada y el papel que hace el mercado y la Iglesia sobre esas tres patas. Las tres patas son el progreso económico, el bienestar y la igualdad de oportunidades. En la primera todo el mundo está de acuerdo. El sistema educativo puede afectar mucho al tipo de trabajo que puede conseguir un individuo y a la prosperidad material de un país. Con la evidencia de esta primera algunos quieren hacernos olvidar la segunda pata. Igual que la salud, la educación es un aspecto del bienestar de las personas. Una formación adecuada afecta a la autonomía personal, la reacción inteligente a las circunstancias, el manejo cabal de las situaciones de ventaja y las de desventaja y la sensibilidad para la complejidad y las artes. En lo social, cuando la gente está formada, por alguna razón grita menos, no escupe en el suelo, echa los papeles en la papelera, escucha más, respeta mejor los turnos y entiende mejor los procesos extensos en el tiempo. Y los que quieren hacernos olvidar la segunda pata son abiertamente hostiles a la tercera, la igualdad de oportunidades. La gente no nace con las mismas posibilidades. En unas casas hay libros y en otras no, hay ciudades con bibliotecas y pueblos sin ellas, familias acomodadas y familias humildes, familias protectoras y familias problemáticas. El sistema educativo es lo que puede corregir esas diferencias, de manera que los individuos no tengan que jugar la partida con las cartas desiguales que les tocaron por nacimiento. La palabra igualdad unas veces se usa en un sentido relativo y otras veces en un sentido radical. La igualdad es relativa cuando hablamos de riqueza. La exigencia de que se corrijan las insultantes desigualdades actuales no pretende que, literalmente, todo el mundo cobre lo mismo al mes. Pero la igualdad es radical cuando hablamos de razas o género. La igualdad de negros y blancos y hombres y mujeres solo puede ser literal y radical. Y la igualdad de oportunidades también: radical, literal e innegociable.
La relación del cacareado mercado y de la Iglesia con esta triple perspectiva es de conflicto. El mercado es un mecanismo fundamental para el consumo, pero no para la igualdad. El mercado hace que los restaurantes que tienen clientes y ganan dinero sean los que mejor calidad o precio ofrecen y eso es bueno porque como consumidores queremos que los restaurantes sean buenos y no malos y caros. Pero ese mecanismo no sirve para garantizar que la gente no pase hambre. No se trata de condenar o adorar el mercado, sino de reconocer para qué es útil y para qué es un problema. El mecanismo de mercado no puede ser lo que regule la enseñanza ni la sanidad porque debemos aspirar a la igualdad de oportunidades y a la igualdad en la salud y el mercado no puede provocar ese efecto. Puede hacer que la mejor cardióloga tenga más pacientes y gane más dinero, pero no que todos estemos igualmente atendidos cuando tengamos arritmias. El mecanismo de consumo solo conoce el corto plazo y por eso en el caso de la enseñanza la disfunción es mayor. Una persona sabe si el médico la curó y si el abogado consiguió que ganara su caso. Pero la calidad de enseñanza se consigue por aciertos de mucha gente en períodos dilatados de tiempo. La decisión del consumidor sobre un producto cuyos efectos son diferidos en el tiempo no puede ser un buen regulador de la calidad de ese producto. La libertad de elección de los padres no puede ser una artimaña para la desregulación del sistema. Cada uno sabe lo que elige, pero no sabe el efecto global que causan muchos padres y madres haciendo elecciones parecidas, no pueden captar si la sociedad se está quebrando y si las desigualdades se hacen insoportables ni pueden percibir guetos que, además de injustos, se van haciendo peligrosos. No es eso lo que eligen individualmente, pero es eso lo que ocurre si el sistema se reduce a elecciones individuales ciegas de una en una al conjunto completo.
La Iglesia cerró sus acuerdos con el Estado antes de la Constitución y así pasó por encima de ella. Su encaje en la democracia es anómalo y estridente y sus privilegios son una disfunción anacrónica. Las derechas quieren desregular el sistema educativo y privatizarlo. Como son además muy conservadoras se apoyan en la Iglesia, que es el principal foco conservador en España. La Iglesia necesita un sistema privatizado con fondos públicos para dominar la enseñanza. El mecanismo de mercado es la horma en la que inyectan sus propósitos. Lo llaman libertad para aparentar moralidad. Por eso derechas e Iglesia se realimentan en la educación y emplean los dineros públicos en un capitalismo de amiguetes de libro (la expresión tiene el inconveniente de sugerir que hay otro tipo de capitalismo). Como además los principios democráticos son negación de los autoritarios, hay ahora una presión fundamentalista católica, también alimentada por la Iglesia, que pretende que esos principios democráticos son una imposición y de ahí el intento del pin inquisitorial.
Oiremos en campaña al PSOE hablar de enseñanza pública y de aumento de los presupuestos. Tranquilizará a la Iglesia, pero no a quienes dice defender. Algunos de sus veteranos, convertidos con el tiempo en caciques resecos, seguirán pidiendo gran coalición con el PP. Sánchez dirá lo que le convenga, pero hay algo que no dirá. Si se está con la ultraderecha en Madrid y Andalucía desmontando entre otros el servicio público de enseñanza, se está en la trinchera del fanatismo ultraderechista y no se tienen credenciales para hablar del bien común. El progreso económico es una necesidad, el bienestar es una pauta de civilización y la igualdad de oportunidades es un frente irrenunciable. Lo que menoscabe esto es morralla antañona.

Pedro Sánchez y los gamberros ultras (más allá de Berta Piñán)

Berta Piñán no fue la primera. En 1976 en el salón del Tinell Juan Carlos I, ya Jefe del Estado y en discurso oficial, también cometió la ilegalidad de hablar a los representantes políticos en una lengua no oficial, el catalán. Así que después de todo, lo de que Berta Piñán hablara en la lengua no oficial asturiana fue de lo más borbónico. No lo entendieron así la ultra Gloria García y el non plus ultra Ignacio Blanco. Fingió la una sofoco porque no entendía nada y pidió un traductor con el apremio con que antes las señoronas pedían sales para evitar el desmayo. Y fingía el otro alarma por la ilegalidad de usar una lengua no oficial y desestabilizó la política regional con dos amenazas disolventes: la de ponerse a hablar en inglés y, aún más dolorosa, la de ausentarse de la comisión. No entiendo qué le hizo pensar a la presidenta de la comisión, Lidia Fernández, que aquello exigía un receso y una consulta letrada en caliente y qué males veía ella en que el señor Blanco se largase con viento fresco a holgazanear a otra parte (V el de Vendetta decía no creer en las casualidades; justo en el momento en que escribo estas líneas el navegador Safari de Apple solo deja ver la web de la Universidad de Oviedo en asturiano y en inglés, no en español; o V se equivoca y es un bug casual o acierta y Apple está celebrando el día de las lenguas no oficiales). Podría parecer que la actuación de estos ultras era un ejercicio de filibusterismo. Pero creo que la cosa es más profunda y va más allá del asturiano.
Los ultras del PP y Vox no son filibusteros, sino gamberros. El gamberro es el que se divierte de manera ruidosa y desconsiderada y se complace con el efecto que causa en los demás su ordinariez. Los ultras solo creen en la política dirigida por ultras, sea en democracia o no. El estruendo gamberro no es divertido si no alborota por su audacia, su hilaridad necesita el temblor irritado de la estupefacción y el escándalo. Y los ultras en una democracia están como una banda de macarras en un concierto de música clásica: ven en la sensibilidad de los demás solo melindres y pejigueras. Un solo de violín, un anciano pobre o docenas de mujeres asesinadas son remilgos intelectuales de progres empalagosos. El escándalo biempensante es la sustancia de toda provocación y los ultras tienen la provocación como manera de conducta natural. En aquella película de Álex de la Iglesia la clave para encontrar las pistas del Maligno era que el diablo siempre imita a Dios para burlarse de él. El diablo además de malo es gamberro y quiere el cabreo de Dios. Los ultras imitan las formas de la democracia presentándose a las elecciones, votando y ocupando escaños y puestos en las instituciones para burlarse de las libertades haciendo el gamberro. Tienen objetivos políticos, desde luego: entregar nuestras necesidades básicas (educación, sanidad, vejez) al lucro privado, fortalecer los intereses de la oligarquía, restringir las libertades, dar poder a la Iglesia e imponer valores morales intransigentes y extremos. Pero la simpleza hace sus propósitos demasiado transparentes y tienen una aversión muy real por la izquierda y la democracia, les es útil el escándalo porque oculta pero también porque satisface su visceralidad contra el oponente. La izquierda lo pone fácil, porque no tiene sentido de humor, se considera llena de ideales y tiene un punto de puritanismo fácil de escandalizar.
No hablo de Vox ni de lo que viene. Hablo de lo que nunca se había ido. Se burlan de la convivencia civilizada como el diablo se burla de Dios, imitándola, inventando enemigos para que su agresividad imite la defensa de ataques imaginarios a valores compartidos. Arzobispos y derechas políticas inventan una fantasmagórica «ideología de Estado» en las escuelas para que la entrega desvergonzada de la enseñanza a la Iglesia para un adoctrinamiento masivo imite una defensa de la libertad. Deliran ideologías izquierdistas en las aulas para disfrazar sus oscuras presiones sectarias a los profesores de pin educativo y defensa de valores familiares. Fantasean leyendas remotas de quemas de conventos para que su hostilidad de otros tiempos parezca una réplica inevitable. Disfrazan su adhesión al dictador y muchas veces asesino Franco de reconciliación y comprensión cálida con la familia. Castigan la libertad de expresión impostando defensa de agresiones imaginarias. Ante los cadáveres de mujeres que se van amontonando amparan a los asesinos alucinando varones perseguidos en permanente toque de queda por acusaciones falsas de hordas de desaprensivas. Ortega Smith desbarra con crímenes y violaciones de las trece rosas, sus acólitos se agavillan en piaras para impedir que se vea una película imitando a quienes se defienden de una infamia o llevan furgonetas a las escuelas con mensajes llenos de rencor simulando que huyen de alguna amenaza. Fantasean patrias en peligro para hacer pasar por resistencia lo que es exclusión agresiva. Por todas partes el diablo se burla de Dios imitándolo. La gamberrada de la Junta durante la alocución de Berta Piñán es una más y será el nivel del debate que veamos a propósito del asturiano y su tratamiento legal.
Decía que no hablaba de Vox. Hablo de todo lo que ahora está a la derecha de Pedro Sánchez. Por supuesto que hay tejido conservador democrático y normal en España, pero no está representado políticamente. Y Pedro Sánchez debería hablar alto y claro por el lugar de frontera de la civilización en que lo colocó la actual geopolítica nacional. No puede dar ninguna credencial ni negociar nada con quienes sostienen la barbarie madrileña y andaluza. Cada pacto que haga con C’s, cada cuestión de estado que trate con ellos sin exigir la disolución de los gobiernos ultras en los que participa, es un avance en la normalización del veneno ultra y su intransigencia y es un paso más que hace a nuestra vida pública una imitación con la que el diablo se burla de la democracia y la tolerancia. El refuerzo de leyes que pudiera atajar determinados desafíos sería una buena carcajada de la democracia para sumarse al jolgorio facha. Cuando pareció que la indisciplina en las aulas se hacía preocupante, anduvieron barajándose leyes que dieran a los docentes la condición de autoridad pública en su recinto. Es una reacción a una situación. No estaría mal que, por reacción, el PSOE impulsara leyes que protejan la única libertad de enseñanza en peligro que es la del profesorado crecientemente acosado por el escrutinio reaccionario. Y tampoco estaría mal que se garantizara la libertad de expresión, incluida y sobre todo la odiosa, pero que se ilegalizara toda forma de homenaje grande o pequeño institucional, no privado, a la dictadura y sus actores. O que se hiciera un paquete de leyes para la laicidad del Estado normal en una democracia, incluida la financiación directa e indirecta de la Iglesia y la denuncia inmediata del Concordato; recordemos, por ejemplo, que por él los templos son inviolables y nuestros policías y jueces no pueden investigar en ellos la pederastia sistémica. Como digo, Sánchez haría bien en mostrar al diablo que Dios también puede carcajearse llevando la democracia a niveles difíciles de imitar por el Maligno.
Pedro Sánchez dio muestras preocupantes de frivolidad en la manera en que manejó las cartas para formar gobierno o dejar morir el parlamento de abril. El problema que más puede envilecer la vida pública está en la crisis catalana, que derribará todas las barreras del sentido común y hará naturales los peores contrabandos. Es difícil imaginar que en los cálculos ensimismados de Sánchez al buscar nuevas elecciones no tuviera en cuenta la sentencia inminente contra los independentistas y no haya elaborado una estrategia para sacar beneficio del tumulto. Ya está dando muestras de ello. Es muy de temer que se arrime a los tópicos patrioteros conservadores y que los gamberros ultras encuentren más espacio para sus infamias. Mientras, podríamos empezar aquí a reírnos del diablo cambiando el reglamento de la Junta para que a Lidia Fernández no le tiemblen las rodillas la próxima vez que Berta Piñán hable en asturiano sin más razón que porque le dé la real gana.

Errejón, principios y exigencias

A todos nos parece que eso de tener principios es una buena manera de andar por la vida. Pero hay pocas cosas que no lleguen a ser tóxicas cuando se dan en exceso; incluso la bondad, como le decía el Conde de Albrit de Galdós a Pío Coronado: «Sobre tu bondad caen todas las maldiciones del Cielo. […] Tu bondad siembra de males la tierra». Los principios ponen coherencia en nuestros actos y eso no es otra cosa que llenarlos de repeticiones y darles cierta rigidez, porque los principios nos ahorran pensar todo el tiempo. Pero los principios se ponen a prueba pocas veces. La gente que envuelve su conducta en la enunciación de principios suele exagerar ese punto de repetición que introducen en nuestra conducta y la hacen dogmática; y suelen recargar la irreflexión que inducen y la conducta, además de rígida, se hace ciega. Y así una sobredosis de principios puede hacer que andemos por la vida tiesos y distraídos como aquellos payasos que hacían reír a los niños chocando con las paredes o cayéndose en hoyos por no prestar atención. Pero nos sentimos más inocentes justificando nuestros actos con principios que con razonamientos. Es como la obediencia debida en el ejército, con la que se excusan los actos propios.
El desembarco anunciado de Errejón provocó una avenida torrencial de cuestiones de principio referidas la dispersión del voto de izquierdas, a las vanidades personales y a la doblez y el juego desleal. Todas son válidas y, como cuestiones de principio que son, son de aplicación a muchas cosas distintas, por lo que reducir nuestras valoraciones a las cuestiones de principio nos hará contradecirnos sin remedio. A quien escribe estas líneas le disgustó la iniciativa de Llamazares de crear Actúa y sobre todo deploró la candidatura de García Montero en Madrid, que impidió que hubiera una mayoría de diputados de izquierda en una comunidad donde la izquierda es el límite de la civilización. Pero vi con buenos ojos la aparición de Podemos, cuando ya existía IU y dispersaba el voto. El paso siguiente debería ser decir que no tiene nada que ver la creación de Podemos con lo de Llamazares y llenar el análisis de aquello que Popper llamaba estratagemas inmunizadoras y que podríamos llamar a secas cuentos chinos. La pura verdad es que es lo mismo la formación de Podemos y la de Actúa y no hay forma de justificar que una cosa me gustara y otra me disgustara escondiéndome en principios. Hay que dar la cara y decir por qué no confiaba en Llamazares y sí en Iglesias sin mandamiento de la ley de Dios que lo justifique. Y por eso lo de Errejón debe ser evaluado con franqueza y con racionalidad. Lo segundo quiere decir que no hay que evaluarlo una vez por todas, sino mantener una actitud de escrutinio sostenida en el tiempo. Me sorprenden tantas certezas inmediatas. Seamos prácticos. Lo único seguro es que Errejón, como el verbo, se hizo carne y habita entre nosotros. Interesa lo negativo, lo positivo y, sobre todo, interesan las exigencias.
Las sensaciones negativas tienen que ver con la ley d’Hont y con el ánimo de la izquierda. Solo en Madrid y en Barcelona es seguro que su candidatura no restará representación a la izquierda por la dispersión del voto. En Valencia es poco probable, pero ya hay riesgo. Y no es un riesgo menor. Las derechas están radicalizadas y tienen el terreno abonado que dejó Rajoy y no corrigió Sánchez. Y tampoco es menor el riesgo de desánimo. Fue frustrante para la izquierda pasar de la sonrisa de abril a la convocatoria de nuevas elecciones. El riesgo de Errejón no es su candidatura en sí, que seguramente dará ánimo a muchos desanimados. El riesgo es  que no deja de ser una escisión producto de un choque nada armónico. Pablo Iglesias marcó en alguna entrevista reciente una pauta correcta: no entrar al trapo de Errejón y centrarse en los problemas de la mayoría (mensaje este, que se diluyó durante las interminables negociaciones). Pero las chispas están ahí y pueden inflamarse en la campaña. Lo último que necesita la izquierda es ver a los fundadores de Podemos y seguidores haciéndose cortes de manga como si el enemigo fuera Errejón o Iglesias.
Las sensaciones positivas también se perciben con claridad. Podemos se contrae. Iglesias es un líder cada vez más reconocible como líder de izquierdas. Cada vez es más una versión mejorada, ampliada y actualizada de IU. Nada menos que eso, pero nada más. El mensaje es cada vez más compacto, pero las maneras políticas son cada vez más habituales. Es una evidencia que Podemos solo ocupa ahora un trozo del espacio que abrió. Y es evidente que el PSOE no ocupa el territorio primigenio restante. El posible crecimiento del PSOE no es necesariamente una buena noticia para la izquierda, porque solo crece a base de renuncias izquierdistas y de acomodarse en el espacio que deja el menguante Rivera. Errejón retiene algo de la electricidad inicial de Podemos y algo de la capacidad de llegar y movilizar a más gente que la propia. También retiene, en principio, el aire de nueva política y formas algo diferentes de organización, el montaje blando en el que pueden tomar sentido conjunto piezas heterogéneas. Puede ser un elemento de movilización que despierte a mucha gente de la abulia y el hastío. Se habla de los votos que pueda restar a Podemos, pero no estoy seguro de si no se los dará en los sitios en que no se presente. Podría ocurrir que ese voltaje que puede introducir en las elecciones anime el voto a Podemos donde él no se presente, como la irrupción de Podemos en su momento animó el voto a las mareas, Compromís o los Comunes, que seguramente no hubieran existido sin el fenómeno de los morados.
Pero decía que, sensaciones aparte, lo importante son las exigencias. El PSOE y el progrerío afincado en el establishment están buscando en él al podemita bueno que haga de tonto útil para desactivar el peso de Podemos. De momento, como ya había pasado a otra escala con Podemos y con Vox, todo el mundo le está haciendo la campaña hablando de él y él no dijo nada. Y hay dos cosas que tiene que exteriorizar y no debe tardar. Una es que tiene poner propósitos, programa y propuestas, y no solo estilo. Tiene que decir algo de nuestra fiscalidad extraviada, del furor privatizador de la sanidad y de la entrega inmisericorde de nuestra enseñanza a la Iglesia, del atraco a las pensiones, de Cataluña, de la reforma laboral, de la desigualdad. La otra es que debe dar señales de lo que vagamente podemos llamar lucha. Lucha quien no está a gusto en lo que hay y quien hace ver incluso cuando está al mando que está cediendo o que no está pudiendo del todo, quien está presionando en una dirección reconocible y quien no rehúye los frentes para que haya cambios. La derecha está luchando, se percibe con claridad que no quieren esto, que quieren más y es visible la dirección a la que apuntan. La lucha de la izquierda siempre es estridente por prudente que sea porque siempre roza con banqueros, patronal, Iglesia y otras oligarquías y no hay ruido más estridente que el roce con los poderosos. No se trata de utopías. Con los poderosos rozas siempre que no lo tengan todo. Hay gobiernos viables, homologables y muy occidentales que hacen ruido porque rozan con sus intereses insaciables. El PSOE no lucha. Cuando está en el poder se acomoda, es tan izquierdista como se puede ser sin hacer rechinar a los poderosos y eso los deja en un liberalismo compasivo y tolerante. Parte de la izquierda teme que Errejón no proponga rebeldía y sea una versión juvenil y moderna del PSOE. Por eso la segunda exigencia. En política no dices nada hasta que lo que dices no es negación o entra en conflicto con lo que dicen otros. Y dice mucho de ti a quiénes incomodas, sobre todo si incomodas a las oligarquías porque suelen estar bien informadas. Es una exigencia de la izquierda que Errejón dé muestras de que Más País será una incomodidad más para nuestros radicalizados mandones y que podría quitar el sueño a un Sánchez anaranjado. Estilo, talento y estrategia se le conocen. Tiene que poner sobre la mesa programa, compromiso y rebeldía para que la izquierda sonría. Y pronto. 

Fiesta, presidente insomne y patriotas de izquierdas

Llamar a las elecciones «fiesta de la democracia» no fue ocurrente ni siquiera la primera vez que se dijo, quién sabe cuándo. La expresión ahora deja la sensación pegajosa de todas las expresiones manidas y relamidas. Y por eso quizá esta sea una de las pocas veces que resulta apropiada. La fiesta de nuestra democracia podría ser una de esas fiestas de La dolce vita de Fellini, cuando todos están estragados con hipos de comida y alcohol, dormitando, con la borrachera fundiéndose con el sueño y la resaca y llenos de plumas de almohadones en el sudor pegajoso. Es difícil llenar más de hastío y empalago a la gente. Cinco meses de mezquindad, mediocridad, parasitismo y falta de talento y actitud de servicio.
Tras el Gobierno de Sánchez, las desigualdades escandalosas siguieron creciendo, porque se mantienen las leyes laborales injustas y la fiscalidad inmoral que las provocan; siguen macarreando y repartiendo mamporros judiciales los Abogados Cristianos porque sigue siendo delito ofender a los católicos intransigentes; sigue la ley mordaza; seguimos teniendo la cadena perpetua; la Ministra de Educación tranquilizó a la enseñanza concertada y no tuvo palabras para los pelos de punta de la enseñanza pública; y Franco sigue en un Valle de los Caídos reforzado como lugar de peregrinaje de Arzobispos y como feudo del abad y su falange, mientras la familia del tirano se ríe del país. Pero el resultado de las elecciones había sido tan claro que nadie podía aspirar a influir en la política nacional más allá de lo que Sánchez quisiera concederle y el PSOE era el mayor partido socialdemócrata de Europa. Tanto había sido el éxito que Celáa se refería con desgana a su único socio posible como «acompañante». Empezaron a encadenar pretextos para dejar a UP fuera del Gobierno. Decían que Podemos bloqueaba las medidas más progresistas de Europa a la vez que buscaban el desembarco de su Ministra de Economía en el FMI, ese nido de progresistas. Las encuestas y la frivolidad empezaron a convencer a Sánchez de que su verdadero interlocutor era el pueblo. Empezó a sentirse con el pueblo como el Barça con Neymar: quiere que haga un gesto claro para que sus rivales achanten. Las encuestas les van bien y siempre pueden ofrecer mejorar las leyes laborales y la fiscalidad, quitar el delito de ofensa a la religión, derogar la ley mordaza, quitar la cadena perpetua, apoyar a la enseñanza pública y sacar a Franco del Valle de los Caídos. El programa les podría valer para dos legislaturas perseverando en no hacer nada. Lo del insomnio que le produciría dejar trastos delicados del Estado en las manazas de Podemos le da un toque de hombre de Estado. Desgraciadamente, la pachorra con que dejaba a Carmen Calvo hablar del Open Arms y meter morcillas las negociaciones con Podemos y el temple con que dejaba la cultura y la investigación en manos de celebridades indican que debe ser persona de sueño profundo.
El afán de Podemos de estar en el Gobierno tenía valor, por mucho que pretendieran unos y otros afear el empeño como una apetencia torpe de sillones. Tenía significado romper el tabú que impedía que hubiera ministros a la izquierda del PSOE. Durante décadas IU fue la tercera formación en número de votos y estuvo castigada por la ley electoral y con el acceso al Gobierno prohibido, como si cada ministerio que pudieran tener fuera un roto por el que la democracia y la paz fueran a escurrirse. La propia IU se instaló con comodidad en esa rutina limitando sus apetencias a ser una izquierda reconocible donde pudieran aparcar su identidad los izquierdistas. Era importante que hubiera ministros republicanos y a la izquierda del PSOE. Era importante la foto que mostrara al país que en España puede gobernar una coalición de izquierdas si los ciudadanos lo tienen a bien. A estas alturas nadie se va a caer de un guindo y creer que un gobierno con ministros de Podemos sería necesariamente mejor que uno sin ellos. Todas las pistas que dieron apuntan a que la presencia de Podemos en un Gobierno estaría más dictadas por lealtades que por prioridades de gestión y cambiar la vida a la gente. Pero su presencia hubiera sido como quitar un corsé a la democracia. El problema es que no parece que el propio Iglesias percibiera la importancia de ese paso. Hizo bien en intentar tener peso en el Gobierno, pero mal en desdeñar el avance que hubiera supuesto la mera presencia de la izquierda en el Gobierno y de hecho hay pocas dudas de que hubiera aceptado en septiembre lo que rechazó en julio. Estuvieron tan ajenos al país y tan pendientes de tácticas y tactismos de baratillo como Sánchez. Sánchez miraba el crecimiento del PSOE en las encuestas, mientras Iglesias miraba en las mismas encuestas cómo un número más reducido de diputados de UP podía ser más decisivo. Mientras tanto, la desagregación social sigue creciendo.
La banca, la patronal y la prensa biempensante hicieron en su día una campaña asfixiante para que el PSOE le diera sin contrapartidas el poder a Rajoy. Felipe González estaba frustrado, decía, y movía hilos. Apretaron al PSOE como un grano hasta que Sánchez salió despedido como si fuera una espinilla. Antes el PSOE roto que otras elecciones. No se siente ahora tanta presión ni se percibe tanta urgencia para evitar otras elecciones, a pesar de que ahora el daño es mayor por acumulación. El hecho de que tantos poderes y tanto veterano socialista coincidieran en aquel virulento episodio y el hecho de que Sánchez reconociera las presiones que tuvo para no formar gobierno con Podemos confirman que algunos mandones siguen creyendo que la presencia de la izquierda en el Gobierno no depende de la voluntad popular sino de la suya. Su tibieza actual demuestra que su agitación de entonces no era por la patria ni por sentido de Estado, ni por el desatino de una nueva convocatoria electoral; mírenlos ahora durmiendo tan tranquilos como Pedro Sánchez. Por eso sería una pésima señal que el desenlace fuera un gobierno del PSOE con Rivera en el ajo, que es la pieza con la que quieren revestir de moderación que se haga su santa voluntad sin que parezca un apaño como parecería si es el PP en persona quien se aviene.
No se sabe qué más tiene que hacer Rivera para dejar de parecer moderado. Ni en sus propuestas ni en sus pactos hay más que sectarismo. Hasta en las formas dejó de ser moderado. A sus acólitos les duelen los oídos de su griterío desnortado. Ni se sabe qué más tiene que hacer para que dejen de considerarlo persona fiable. Pero lo más grave es que se le puedan mantener credenciales para los asuntos comunes a quien está en gobiernos pactados con la extrema derecha. Ninguna remota insinuación de pacto debería hacer Sánchez con C’s que no empezara por la ruptura inmediata de los gobiernos de Madrid y Andalucía y el ayuntamiento de Madrid. Pactar, por activa o por pasiva, con quien está normalizando a la extrema derecha en nuestras instituciones es normalizar a la extrema derecha. Vox no escatima mostrar lo más despreciable de sus sórdidas pretensiones políticas. Eligieron la única violencia sistémica que nos sacude, la de género, para ponerse contra las víctimas de manera repugnante. Fue todo un cuadro que en fechas cercanas se viera a Ortega Smith abrazándose en Chile con seguidores de Pinochet y se publicara un libro que detalla el ensañamiento del dictador con las mujeres, con violaciones, ratas vivas en vaginas y otros horrores. Nadie que firme acuerdos con estos simpatizantes está acreditado para pactos de Estado ni para conversaciones de alcance con progresistas. Vox es un estigma en la frente de Rivera y Sánchez debe exigir que se lo sacuda de encima quien quiera hablar con él de algo importante. Qué raro no se lo hayan exigido Felipe González, la banca, la patronal y la Iglesia.
La campaña se nos puede hacer larga. Demasiada ramplonería, demasiada hipocresía y demasiado cinismo nos espera. Y quizá Sánchez podría recordar que al final Neymar no hizo el gesto y el Barça se quedó sin él.

Cheque escolar y PIN educativo (mientras la izquierda duerme)

Todos habremos comprobado que un impermeable nos protege del agua hasta que cala la primera vez. Una vez empapado, aunque se seque, su textura quedó modificada y en el siguiente chaparrón el agua ya conoce el camino y entra en el impermeable como Pedro por su casa. La plana mayor de Vox no es especialmente inteligente ni brillante en tácticas. De hecho, en su versión actual su tendencia es a menguar. Su evidente influencia no se debe a su perspicacia. El tejido del PP ya estaba de fábrica empapado de catolicismo ultraconservador, de residuos franquistas, del nacionalismo cutre de los emperadores sin imperio, de la querencia de privilegios antañones, de la aversión a la cultura y de los resortes autoritarios. Vox no necesita especial lucidez para infiltrar en ese tejido sus simplezas ultras, como el agua se infiltra en los tejidos que ya estuvieron empapados. Sus medidas radicales contra la enseñanza pública, recogidas en propuestas como el cheque escolar o el Pin educativo, encuentran en el PP una especie de trapo que se deja empapar y las lleva hasta las instituciones. El PP ya estaba impregnado de esa sensibilidad y no necesita ser presionado. Los discursos públicos se tejen más fácilmente desde posiciones de poder y por eso el PSOE es quien debería fortalecer los principios de nuestro sistema educativo. Pero el PSOE convierte en ideario propio cada cesión política que hace a los conservadores, como si llegar a acuerdos o ceder tuviera que modificar los principios de partida. De esa manera los cambios solo suceden en una dirección.
La democracia no es el gobierno directo y asambleario de la población, sino de representantes elegidos por ella que son responsables ante ella. Los presupuestos generales no se hacen poniendo cada contribuyente en qué quiere que se gaste el dinero que él paga para después ejecutar todos esos miles de iniciativas individuales que, en conjunto, solo pueden ser un galimatías. Lo que está detrás del cheque escolar y la presunta libertad de elección de centro sin normas es algo parecido, aunque en este caso se sabe exactamente adónde lleva el galimatías. El cheque escolar consiste en dar a cada familia un bono por el precio medio estimado de una plaza escolar para que la familia lo gaste en centro, público o privado, que quiera. Se trata de que los centros compitan entre sí para tener alumnos y con ellos financiación. Y se trata también de que se hagan públicos sus resultados para que las familias sepan cuáles son mejores y se estimule la competencia entre estudiantes para que los mejores estudiantes se junten en los mejores centros. Sería largo hablar del perjuicio de este sistema y no es el objeto de este artículo. Quedémonos con lo fundamental.
Para la mayoría de los padres será más importante que un centro ofrezca buenas instalaciones deportivas que tenga profesionales y buen respaldo para estudiantes ciegos o sordos, que solo afecta a una minoría. No percibirán el deterioro que suponga salarios insuficientes, trabajo precario y exceso de horario en los profesores, porque el rendimiento didáctico es un rendimiento colmena, de muchos aciertos de mucha gente muchos días durante varios años. El mecanismo de mercado es ciego a los resultados diferidos en el tiempo por un trabajo colectivo. Los padres tenderán a pensar que los resultados de un centro son buenos si consiguen mucho nivel en los mejores y no percibirán los casos en que el centro consiguió subir el nivel de partida de los alumnos o recuperar los casos de riesgo. La percepción siempre estará ligada a los casos más deseables, sea cual sea la situación real de su hijo o hija. La segregación de estudiantes en distintos centros por su nivel es una falacia: las condiciones de partida son desiguales, porque son desiguales las familias, en dinero y nivel cultural, y es desigual el soporte que pueden dar a los estudios de sus hijos. La correlación entre resultados académicos y situaciones familiares es una estadística tozuda. Precisamente, dos objetivos irrenunciables del sistema de enseñanza y de la convivencia democrática son la igualdad de oportunidades y la integración. Si los niños y adolescentes son desiguales en el punto de partida y sobre la base de esa diferencia los separamos, el sistema amplía la segregación social, en vez de buscar que la formación vaya limando las diferencias de partida para que las oportunidades acaben siendo parecidas. La segregación siempre empieza y acaba siendo social. La integración consiste en asegurar la permanencia en el núcleo de la convivencia de personas de orígenes sociales, rendimiento o condiciones vitales diferentes para que no se formen guetos; y también para que discapacidades o impedimentos especiales no dejen fuera del sistema a las personas. El resultado, como se sabe, no perjudica la excelencia. Los estudiantes de alto rendimiento alcanzan resultados de alto rendimiento en sistemas socialmente integrados, y en España lo sabemos bien. Y los promotores del cheque escolar también lo saben. El liberalismo desbocado no busca una sociedad protegida sino desagregada y desigual. En España, además, la derecha es muy conservadora en otros aspectos y busca entregar la educación a la Iglesia por puro sectarismo doctrinal. Los países con cheque escolar y buenos resultados académicos y sociales son siempre países con fuerte inversión pública en educación y fuerte intervención del Estado, nunca con la desregulación que pretende la derecha. Puede ser el caso de Suecia, que de todas formas no está por encima de Finlandia o Noruega.
El Pin parental, en teoría, consiste en la obligación de los centros de informar a los padres de cualquier actividad no reglada que tenga algo que ver con controversias morales o de conciencia y en el derecho de los padres a mantener a sus hijos al margen. Nuestra sociedad no es como la quiere la extrema derecha ni el fundamentalismo eclesial. Hay muchos aspectos de la convivencia democrática y de la tolerancia civilizada que chocan con las ideologías reaccionarias. Para ellos es ideología lo que para los demás es normal. Se inventan extravagancias, como que un instituto podría contratar a Valtonyc para dar lecciones de democracia (?) o que podrían iniciar a niños pequeños en el arte de la felación. Pero no hace falta ningún Pin. Estas memeces solo existen en sus delirios estrafalarios. Los padres están debidamente informados de las actividades de los centros y de las charlas. Podríamos pensar que los ultras vienen de otro planeta, pero no es así. No quieren que los padres estén informados, que ya lo están; ni que tengan derecho a decidir si quieren que sus hijos participen en actividades, que ya lo tienen. Quieren el derecho a fiscalizar, a presionar y a introducir sus demonios. El Pin parental para actividades no regladas ya se iría después filtrando a los programas de historia o literatura. Las controversias morales y de conciencia existen solo en los temas en los que la Iglesia tiene doctrina. El Pin es un intento de introducir la variante más fundamentalista del catolicismo en los centros.
El neoliberalismo no quiere un sistema educativo nuevo. Quiere un sistema dinamitado, una jungla en la que los que están en ventaja la aumenten a costa del Estado que les da el cheque y les desgrava sus tarifas y en la que los que están en ventaja no tengan que colaborar con el coste de un sistema estructurado. No es una conjetura, está ya comprobado. El PSOE parece creer que no es viable ningún gobierno que intranquilice a quienes están ventaja. Sin chocar con esas oligarquías económicas y episcopales y sin contradecir y enfrentar su discurso, las líneas del debate irán siendo cada vez más cavernarias. Es notable que Celáa dijera en su primera intervención que el Gobierno comprendía la importancia de la enseñanza concertada y no diera muestras de comprender los desequilibrios perturbadores de la concertación desregulada y privilegiada que asoma en algunas comunidades. Pero lo verdaderamente importante en nuestros días es cuánto habrán hablado Sánchez e Iglesias de todo esto. Seguimos a la espera de señales de vida inteligente en la izquierda.

Madrid, cuánta presunción y cuánta inocencia

Para la mayoría de nosotros la presunción de inocencia es una cosa abstracta, algo que no experimentamos en la vida real. Presumir algo es suponerlo, y suponer es una actividad mental, un pequeño esfuerzo de nuestro cerebro. La mayoría de nosotros rebosamos inocencia sin que nadie tenga que hacer ningún esfuerzo, grande ni pequeño, para atribuírnosla. Pero el esfuerzo cerebral necesario para considerar posible la inocencia de algunos es un esfuerzo de los que hacen bizquear. Esperanza Aguirre y el ordenador martilleado del PP son sonidos de la misma orquesta y los dos acumulan algún tipo de presunción. Porque presumir no es solo suponer, es también vanagloriarse y exhibir orgullo. La condesa Aguirre lleva muchos años presumiendo de la inocencia que se le presume por imperativo legal. El saqueo inmisericorde de Madrid era clamoroso, pero las grietas por las que la ley pudiera filtrarse y hacer justicia se hacían invisibles entre los pliegues infinitos del pillaje. Aguirre tomaba a chirigota las comisiones de investigación que ella controlaba, se reía de la impotencia de la oposición y presumía de tanta inocencia como le otorgaba el estado de derecho. También el ordenador destrozado exhibe en sus cicatrices la presunción de inocencia, la concreta, no la abstracta de la mayoría de nosotros, sobre los que no hay que hacer el esfuerzo de presumir nada. Un ordenador señalado en una investigación judicial como continente de pruebas de delitos, en manos de los que en esa investigación se señalaban como delincuentes y que aparece muchas veces borrado y luego partido a martillazos, crea una de esas situaciones en que concebir la inocencia de los señalados obliga a un esfuerzo de presunción de los que dan dolor de cabeza. Una vez que el juez no da por probado nada y exculpa a la banda por la presunción de inocencia empieza la otra presunción, la de la vanagloria del quinqui que se sale con la suya y pasea su libertad y su inocencia burlándose de la cara de inocentes que se nos queda a los demás. Por eso García Egea, con la gravedad de los grandes momentos, exige que pidamos perdón al PP; que pidamos perdón por no haber sido capaces de entresacar entre la herrumbre del ordenador apaleado y borrado las hebras de inocencia de las que ahora presumía.
Juntemos las piezas para ver qué podemos presumir. Esperanza Aguirre llega al poder comprando en moneda corriente a dos parlamentarios del PSOE que pertenecían a la banda de Balbás, una versión ampliada y capitalina de lo que aquí fue Fernández Villa. El PP subió la deuda de la Comunidad de 9000 millones de euros a 33000. A la vez que sube la deuda, la Comunidad dice que baja los impuestos. Todos sabemos que no es igual ser pobre que rico. Cuando alguien habla de bajar los impuestos sin especificar diferencia tan notable, es que a quien baja los impuestos es a los ricos. En Madrid se eliminó el impuesto de Patrimonio, por lo que las grandes fortunas pagaron 5000 millones de euros menos. Se bajó, dentro del margen que tiene, el IRPF a las rentas altas. Se eliminó prácticamente el impuesto de sucesiones (solo se paga el 1%). David Fernández nos dice que este año 40 herederos ricos heredaron 875 millones de euros y pagaron solo 2,5 de impuestos; heredar 875 millones de euros es ganar 875 millones de euros sin dar un palo al agua. Estas tajadas millonarias que se retiran del erario público para meterlas en los bolsillos más ricos atraen a los bolsillos más ricos de otras comunidades. Si el patrimonio y las herencias no pagan en Madrid, lo que hacen los ricos de otros sitios es dejar en el balcón de esos sitios la bandera nacional por patriotismo y llevar sus caudales a Madrid. Madrid sube su deuda, regala miles de millones de impuestos a los ricos cada año, succiona capitales y patrimonio de las otras comunidades y es una de las comunidades en las que menos dinero público se gasta por habitante, con la consecuencia lógica, de que servicios como la educación y sanidad están particularmente degradados. ¿Dónde se va entonces el dinero? Lo explicaba estos días José Manuel López: obras, muchas obras; obras sin estudios de planificación y sin justificación, siempre con sobrecostes, siempre con gastos hinchados que multiplicaban el valor real de las cosas y siempre con las mismas empresas. Y siempre quiere decir siempre; se trata de una acción sistémica, estructural. Las empresas que se lucraban pagaban ilegalmente al PP, el PP ganaba porque jugaba con ventaja, sus líderes chupaban sueldos en b y seguían ganando para lucrar a las mismas empresas.
Juntemos las piezas, decía: la Comunidad de Madrid degrada sus servicios públicos, succiona patrimonio y capital de otras comunidades, con el correspondiente deterioro de sus servicios, y con todo eso regala tajadas millonarias en exenciones fiscales a las grandes fortunas madrileñas y roba a manos llenas para lucro de algunas empresas que financian al partido para que se mantenga el juego. Todo esto ahora se adoba con la presencia de la extrema derecha, que añade más desvergüenza y más agresividad con los servicios públicos. Así es el juego autonómico y así seguirá siendo, porque esos que dejan la bandera nacional en los balcones y se llevan el dinero donde no contribuye a la patria son constitucionalistas por patriotismo y dicen que tocar una constitución, por ejemplo para que no pueda ocurrir esto, no es constitucionalista. Los conservadores asturianos, con el sucursalismo sonrojante habitual de la política llariega, dicen que Madrid se lleva los dineros porque hace una política «inteligente»; y con el patrioterismo hipócrita de la derecha nacional, le dicen airados al Gobiernín que los impuestos que se pagan aquí son para pagar favores a Torra. Pero todo lo de Madrid es una mezcla de delito continuado y trampa legal. Ahora imputan a la mandamás Aguirre y a la mequetrefa Cifuentes. Esa es la de cal. La de arena es zanjar que no hay pruebas de que un ordenador roto a martillazos estuviera lleno de pruebas, ni que hubiera sido roto a martillazos para ocultar pruebas.
Las bromas de la izquierda y sus estúpidos egos en Madrid, donde los resultados son ajustadísimos y un puñado de votos puede cambiar la mayoría, son de especial mal gusto. España necesita sacar a esa banda del poder y poner orden en la capital, porque nos está costando mucho en dinero, en injusticia y en degradación moral y cívica. Madrid es el escaparate del liberalismo montaraz porque eso es el neoliberalismo y no hay otro: un abuso sistemático de las posiciones de ventaja para tener más ventaja y un reparto de canonjías, untos y sobornos entre políticos y empresarios hechos todos una oligarquía única. Díaz Ayuso está sembrando la administración de personajes significativos de toda esta inmundicia. La justicia sigue, los presuntos inocentes irán dejando de presumir. Pero las trampas legales que hacen del juego autonómico una monumental disfunción siguen ahí.
Acostumbrados como están a toda forma de abuso, también abusan de la presunción de inocencia y exigen que se pida perdón al PP. Y es que la presunción de inocencia no es lo que ellos pretenden que sea. En la vida cotidiana aceptamos la verdad de las cosas por aproximación y por defecto. Una noche de sábado podemos ver a mucha gente tomando algo y charlando distendida, como si su casa no estuviera ardiendo. No tienen pruebas, pero asumen que su casa no se está quemando, primero porque es lo más probable, y segundo por defecto, porque si eso estuviera ocurriendo ya lo sabrían. Si no moviéramos nuestras certezas así, sería imposible hasta tomarse una caña. Pero la justicia tiene otro patrón. Nada de aproximación ni de verdades por defecto. Solo es verdad lo que está probado que lo es. Es lo civilizado. Por eso Plácido Domingo no está detenido y todos estos años Esperanza Aguirre pudo presumir de inocencia. Pero eso no impide que el análisis lógico y no prejuicioso de las cosas nos haga sentir como un bochorno el aplauso de Salzburgo y como una afrenta la libertad sin cargos de Aguirre. Ni pedimos perdón al PP ni se lo otorgaremos cuando se les caiga la última hoja de parra y lo tengan que pedir ellos.

El Día de Asturias asoma con silencio, pereza y arzobispo

Enseguida llega el Día de Asturias. Llega todos los años, como un susto, cuando todavía no despegamos de nosotros las últimas hebras de la modorra de agosto. La jornada viene distinguiéndose por cierta forma de silencio y por cierta forma de tradicionalidad. Pocas veces Asturias es motivo de atención informativa, por incomunicada que esté o por excepcional que sea su declive. Si no hay alguna truculencia, los asuntos de aquí son inexistentes. El 8 de setiembre es el día en que Asturias está por un momento en el centro del escenario. Por eso es el día en que más se nota que el dos por ciento del Estado que es Asturias es inaudible en el murmullo ibérico. No solo es el día que más se oye el silencio fuera, sino también dentro. El Día de Asturias aún no tiene cuerpo y contenido dentro de la propia Asturias. Y además del silencio, la tradición. Las tradiciones nos gustan porque nos identifican y dan raíz. Pero no debemos olvidar de qué están hechas y que muchas veces hay que entresacar sus materiales como cuando había que desparramar las lentejas en la mesa para quitar el grijo que llevaban disuelto. Las tradiciones las sostiene la complacencia colectiva en reconocerse como grupo, pero también la simple pereza y rutina. No hace falta ser un fanático de la corrección política para comprender el racismo torpón de la imagen de marca de los Conguitos, desde el nombre que parece una rechifla del Congo, hasta la imagen física que hace comicidad de los rasgos raciales africanos. Es difícil explicar a un extranjero de visita que ni siquiera habíamos reparado en caso tan llamativo. Los Conguitos siempre estuvieron ahí en el quiosco, la costumbre hace que no reparemos en ello y la inercia y la pereza hace que tampoco derrochemos indignación. Las tradiciones son siempre fósiles de costumbres o hechos pasados sin motivación presente, y a veces son una especie de sonda por la que el pasado sigue bombeando materiales dañinos impropios de los tiempos. El Día de Asturias está montado sobre un armazón tradicional que incluye un pasado de guerreros heroicos tirando morrillos a infieles con Vírgenes haciendo milagros y un presente de dirigentes políticos en misa genuflexos ante el arzobispo. A ocho días del Día de Asturias sólo se intuye esa pereza que mantiene el bombeo del pasado.
Barbón ofreció en las elecciones su hilo directo con el Presidente, como si en Asturias ese hilo directo no hubiera sido siempre el hilo de una marioneta. Por ejemplo, Adriana Lastra, asturiana con hilo directísimo con Sánchez, dijo que ella viajaba mucho, veía lo que había y que la situación de Asturias es envidiable. Es notable la percepción de sí mismos que da el poder o la ilusión de tenerlo. De repente Lastra cree que es la única que viaja y viene a hablarnos del mundo más allá del Huerna. Y además viene a decirnos lo que todos los socialistas que tuvieron hilo de marioneta con el poder nos dijeron siempre: que todo va bien y que por qué se nos ve tan tristones. Recuerdo cuando el difunto Martínez Noval era ministro de González, cuando todavía existía Hunosa y Ensidesa era para siempre, cuando ya habíamos padecido cierres industriales y faltaban los peores, y decía que no entendía nuestro pesimismo, que todo era un estado de ánimo. Ni estando en el Gobierno el hilo de Asturias con el poder dejó de ser el hilo de marionetas. Lo que se deduce a partir de las noticias del exterior que nos trae la viajada Adriana Lastra es lo que no hay que deducir sino solo comprobar a partir de aquello que decía Martínez Noval y el resto del sursuncorda socialista llariego en los ochenta y noventa: que no nos van a hacer maldito caso.
Barbón tiene un Día, con mayúsculas, para ir mostrando esas galas de cambio con las que llegó. Tiene un Día para decir, con los rodeos que le parezca bien, que cuando el gobierno de Sánchez planteó la transición energética, se refirió a los «ajustes» que nos tocaban con la amnesia habitual de los gobiernos centrales con Asturias. Ninguna comunidad española bajó tanto su situación económica como la nuestra. El planteamiento de cualquier «ajuste» en Asturias debería guardar el recuerdo de cuántos «ajustes» hubo en estas últimas décadas y de qué envergadura. Será un buen Día para que Barbón se ponga serio con las tarifas de las empresas eléctricas con nuestra industria. Es el Día en que debería bramar por el aislamiento insultante de nuestra región, que ya no es orográfico. Adriana Lastra, que viaja mucho, podría explicarle nuestra peculiaridad. Debería decir Barbón el día 8 que la vida se va de Asturias y no se renueva. En la Plaza Mayor de Gijón Pachi Poncela decía sobre los pueblos asturianos que llevan más de diez años sin nacimientos: «¿Qué pasó? ¿Perdióse la afición, ho?» Era una coña de cinco estrellas. El desagüe demográfico es el efecto de todo lo demás. Y podría ser el Día en que Barbón dijera que el estado actual es un conjunto de autonomías rompiendo sobre el Gobierno central en un juego muy asimétrico, donde Madrid puede por su tamaño hacer de paraíso fiscal interno, succionar dinero de los servicios públicos de los demás y llevarlo a negocios privados, donde ciertas comunidades juegan un juego político absolutamente inorgánico y donde el dos por ciento del Estado es apenas una boya a merced de los elementos.
Y también Barbón podría depurar el soporte tradicional del Día de Asturias de toda la morralla eclesial, por anacrónica y por poco edificante para los usos democráticos. No se trata de desafíos zafios ni de gestos aparatosos. Basta un poco de normalidad. El Día de Asturias no puede seguir expresándose en una ceremonia cuyo protocolo pone al poder político por debajo de la jerarquía eclesiástica. El respeto a las ideas religiosas no requiere que el Presidente tenga que ir a misa a escuchar una homilía del arzobispo que tiene más presencia que el propio discurso presidencial. Barbón no debe participar en ceremonia religiosa alguna precisamente el Día de Asturias. Está en su derecho de ir a misa todos los domingos, pero no el próximo domingo día 8. La razón principal es la normalidad de un día institucional en una democracia. Pero además, Barbón se presentó como un candidato de izquierdas y como un renovador. No debe obviar la situación del país ni dejar de exteriorizar las posiciones que son exigibles a quien se reclama de izquierdas. La política española está fuertemente polarizada, es decir, se hizo muy sectaria y hay una deformación creciente del rival político. No vamos distinguir buenos y malos en esto del sectarismo. Pero no están los dos polos en la misma radicalidad política. No hay extrema izquierda que esté pretendiendo la nacionalización de la banca, la expropiación de la Iglesia o cosas parecidas. No hay extrema izquierda, sin más. Pero sí hay una extrema derecha que quiere explícitamente acabar con las pensiones o con cualquier plan para atajar la violencia sistémica y con patrón que nos queda, que es la de género. Y sí hay una derecha que se radicaliza y que ya en Madrid incluye en la Consejería de Educación una Dirección General para la privatización de la enseñanza, que es lo que es esa nueva Dirección General. La Iglesia es parte de esta polarización. Vox está empleando contra la igualdad exactamente la jerga y principios que fue muñendo estos años el obispado. El Día de Asturias no solo es un día de protagonismo inapropiado del arzobispo en los actos institucionales y un día de confusión anacrónica de Estado e Iglesia. Es un día de propaganda ultraconservadora en la homilía ante las narices de los poderes elegidos. Barbón tiene la obligación democrática de hacer laico el Día de Asturias y la obligación izquierdista de tomar partido contra el papel ultraconservador de la Iglesia, empezando por el Día de Asturias.
A falta de ocho días no oímos nada que suene a novedad. Tengo poca esperanza en gestos políticos. Pero sí tengo curiosidad por saber si la gente está tan acostumbrada al alcanfor del Día de Asturias como a ver los Conguitos en el quiosco o si se empezará a oír el ruidito ese del cartón piedra cuando se resquebraja. 

martes, 5 de noviembre de 2019

Los bienes de la Iglesia y otros males (de la socialdemocracia)

En 1946 los calzoncillos de los varones en España siempre eran blancos. Hasta tres décadas después no hubo esa prenda en colores. Faltaban todavía 50 años para que hubiera teléfonos móviles y DVDs. No podía haberlos: 1946 era 30 años antes de las cintas de vídeo VHS. Solo había radio, faltaban 10 años para que llegara la televisión, 26 años para que hubiera televisión en color y 44 años para que hubiera más de dos canales y se pudiera zapear en España. Todavía faltaban 7 años para que hubiera gas butano en las casas. Y solo hacía 8 años que era legal que una mujer casada trabajara en España. El año 1946 fue hace mucho tiempo y más en una oscura dictadura. De aquel mundo antiguo de 1946 es la ley por la que los obispos pueden inmatricular edificios y espacios públicos. Aznar remontó las entrañas de la dictadura hasta 1946 para encontrar una ley que diera a los obispos licencia para apropiarse de lo que no era suyo. Y encontró que aquella ley de 1946 era demasiado moderna. En 1998 Aznar amplió los privilegios que la ley de 1946 daba a los obispos para actuar como notarios y registradores. La Iglesia se apropió de unas 30000 propiedades en estos últimos años. Bastaría la Mezquita de Córdoba para llamar saqueo a lo que Aznar propició. Aznar hizo legal el expolio y los obispos se lanzaron a la rapiña sin pudor, con voracidad y sin reparar en el qué dirán. En los rincones patrios de los privilegiados, nuestra transición se hizo digna de El Gatopardo: se cambió todo para que todo siguiera igual.
La Iglesia es una de esas humedades del antiguo régimen que sigue empapando nuestra vida pública y acechando para que ni siquiera se mantengan los cambios hechos para que todo siguiera igual. Hay un síntoma de lo oscuros y profundos que son los intereses que sostiene: cada vez hay menos católicos, los católicos cada vez están más al margen de lo que digan los obispos, cada vez hay menos seminaristas y cada vez se participa menos en actos litúrgicos que no sean parte de festividades de religiosidad ya muy desvaída (como Navidad). Sencillamente a la gente cada vez le interesa menos lo que diga la Iglesia. Y sin embargo el poder político cada vez le da más poder en la legislación, en Justicia, en los medios, en Hacienda o en Educación. Y nuestro Sanz Montes llama con frescura «vuelta a la dictadura totalitaria» a cualquier mínima alusión a privilegios tan anacrónicos.
No son solo las inmatriculaciones. La prebenda que se le está dando a la Iglesia en la educación amenaza con desregular completamente nuestro sistema educativo por la manera tan rapaz y sin escrúpulos con que se está alimentando canonjía tan dañina. El propio Sanz Montes dijo que era muy democrático el proceso de privatización de la enseñanza a cargo del Estado. Se basa en la falacia de que es la libertad de los padres lo que propicia el traslado de aulas públicas a los dominios de la Iglesia con el dinero del Estado. En una economía de mercado los precios resultan de actos libres de vendedores y compradores. Cada vendedor pone el precio que quiere y cada consumidor compra lo que le conviene. El hecho cierto de que tras los precios solo haya actos libres no quiere decir que la especulación y los precios desorbitados de viviendas sean hechos muy democráticos decididos libremente por la gente, como diría el campechano Sanz Montes. Lo que cada uno decide libremente al ofrecer o aceptar una habitación de Airbnb no es que desaparezca el mercado de alquiler, que cierren las pescaderías de un barrio ni que aumente el desorden en las comunidades de vecinos. Su decisión libre es más modesta y ajena a todo eso. Son las autoridades las que tienen que diagnosticar el efecto global de tantas decisiones individuales libres y regular la situación. Quienes deciden libremente llevar a sus hijos a un colegio de la Iglesia tendrán sus razones. Pero su decisión libre no es que el sistema segregue socialmente a la población hasta propiciar guetos, ni que bajen los recursos para las necesidades educativas especiales, ni que la educación sea un campo de adoctrinamiento masivo del obispado a cargo del Estado. Hoy es más difícil que quien nace en clase baja mejore la situación de sus padres de lo que era en el franquismo tardío de los sesenta. Quien lleva su hijo a los jesuitas no lo hace para que ocurra eso, no es esa su decisión libre (aparte de que no tendría derecho a tal decisión). Es la autoridad quien tiene que detectar el efecto global y regular la situación. La Iglesia y los partidos conservadores quieren ese efecto global y pretenden que son los padres quienes lo deciden. La regulación del sistema educativo no implica necesariamente la inexistencia de la enseñanza concertada. Pero lo que tenemos ahora es lo que siempre quieren las bandas y los poderosos: intemperie sin reglas y privilegios para quienes están en ventaja.
Los registradores de la propiedad consiguieron hacer una lista de los bienes inmatriculados por la Iglesia. No estamos en Río Rojo, donde John Wayne podía marcar a todo el ganado que pillaba en su marcha hacia Misuri. El primer paso para deshacer el escándalo es la elaboración de una lista fiable y su correspondiente divulgación. Los registradores hicieron su trabajo, pero Pedro Sánchez no hizo pública la lista. Los rincones lampedusianos de nuestra vida pública siempre inspiran prudencia. Al PSOE y a la socialdemocracia europea les cuesta asumir un importante papel que solo pueden asumir ellos: fijar los límites del sistema, precisamente cuando el sistema está siendo atacado. Las vanguardias e izquierdas alternativas amplían el horizonte de los debates, pero no son percibidas como ortodoxas. La población no atribuye el mismo realismo a una renta básica universal si la propone Podemos que si la propone el PSOE. El PSOE normaliza con más facilidad las cosas por su instalación inequívoca en el sistema. Ese es su defecto y su virtud. Nadie podía hacer que el matrimonio homosexual fuera un hecho normal mejor que el PSOE. Es la socialdemocracia quien tiene que decir en Europa, al hilo de bochornos como el Open Arms, que Salivini quiebra más la UE que Tsipras y que no se entiende por qué la extrema dureza aplicada a Tsipras se hace tartamudeo y debilidad ante quien conspira para destruir la UE. Elsa Fornero lloró al anunciar los recortes para Italia impuestos por la UE. Y desde la misma Italia es Salvini quien se ríe de la UE. La socialdemocracia, y no esta columna, es quien tiene que juntar en la misma frase a Salvini y Tsipras ante la UE. La derecha una y trina, repartiéndose los papeles, amenazan oscuramente al reclamar listas de gente cuyo trabajo en la educación tenga que ver con la igualdad. El PSOE, mejor que Podemos, es el que tiene que decir que serán revisados los centros concertados del Opus Dei y otras sectas, porque ahí es donde el dinero público paga ideología y fanatismo. Y si de listas se trata, quizá fuera útil una de jueces y magistrados del Opus.
A Sánchez parece que le quema la lista de apropiaciones de la Iglesia. Lo primero que dijo Celáa al asumir el Ministerio de Educación fue que el Gobierno «comprende» el valor de la enseñanza concertada. Esa parte del guion era inevitable. Pero podría decir algo de la desregulación y desequilibrios crecientes y mostrar que el Gobierno también «comprende» que debe haber intervención pública, mal que le pese a la Iglesia. Una y otra cosa reproducen un esquema que está transformando el sistema: la derecha se atreve con todo, desde los vientos neoliberales que quieren intemperie y desagregación donde antes había estado de bienestar e integración, hasta los vientos conservadores que socavan derechos y libertades civiles por radicalismos religiosos; la socialdemocracia, la parte de la izquierda incrustada en el sistema, evitando siempre el enfrentamiento con poderosos, solo retrocede. El PSOE y la socialdemocracia sacaron de sus prácticas lo que podríamos llamar lucha. Hasta hacen de falange para parar a la izquierda alternativa. Y la izquierda sin lucha es apenas un neoliberalismo compasivo y educado. Es decir, muy poca cosa.

Libertad (y la risa de la derecha)

Libertad es la palabra de estos días, por las censuras a grupos musicales y por el pacto de las derechas en Madrid. El anhelo de libertad de las derechas madrileñas es tal que la sola reiteración de esa palabra las hermanó y confundió en un solo ser. Vox y PP dijeron a C’s que querían libertad. ¿Qué se puede decir ante eso? ¿Cómo podría Aguado no cargar con una Vicepresidencia para la libertad? Ayuso se fajaba defendiendo a Abascal, Aguado nadaba en la moderación en la extrema derecha y Monasterio lucía el candor del encuentro después del malentendido. Debemos ya de dejar de hablar de las derechas en plural: es una derecha única, y las diferencias que se quiera ver entre ellas son puro trile. C’s siempre fue solo una marca de repuesto del PP. Y la relación del PP con Vox no es como la del PSOE con Podemos o IU. Vox es mucho de lo que el PP no quiere parecer y en realidad es. Podemos e IU son mucho de lo que el PSOE quiere parecer y en realidad no es. Por eso el deslizamiento del PP hacia Vox es fluido y el del PSOE hacia la izquierda es remolón y áspero. Pablo Iglesias debería considerar rechazar las ofertas vaporosas del PSOE, darle la investidura gratis como mal menor y, libre de compromisos, anunciar iniciativas legislativas que obliguen al PSOE a ser lo que quiere parecer o a dejar de parecer lo que no es.
La derecha habla mucho de libertad. La libertad es una característica de nuestra relación con los demás (como la armonía, la hostilidad o la indiferencia). No soy libre si alguien puede condicionar mi conducta al margen de mi voluntad, porque está en ventaja y es más libre que yo. Solo puedo ser más libre si él deja de ser tan libre. La libertad está asociada al poder y a la ventaja. Decir que todo el mundo va a ser más libre es tan necio como decir que todo el mundo va a estar en ventaja sobre los demás. Hay libertad generalizada cuando el poder está distribuido y bajo el control de la mayoría. Con alguien tan libre como Franco, los demás no pueden serlo. La derecha quiere Estado y reglas en seguridad, no pide la desaparición de la policía. Y tiene razón. Sin policía no seríamos más libres. Se formarían bandas de individuos libres, pero los demás no lo seríamos. Fuera de la seguridad, la derecha representa a unas oligarquías que no quieren reglas ni Estado por lo mismo que las bandas no quieren policía ni leyes. A esa intemperie es a lo que llaman libertad. Cuando Ayuso dijo que lo que unía a los tres socios era la libertad, anuncia que Madrid será tierra de bandas, desprotección y oligarquías a su antojo. Hay que insistir en que las dos palabras más repetidas del neoliberalismo, libertad y competencia, se usan siempre como propaganda. Dicen libertad cuando hablan de los de arriba y dicen competencia cuando hablan de los de abajo. Si hablan de libertad, hablan de grandes empresas y sus intereses abusivos, o de la Iglesia que quiere apoderarse de la enseñanza con los dineros públicos, o de fortunas que no quieren pagar impuestos. Si hablan de competencia, se están refiriendo a bajadas de salarios o a pequeños comercios que tienen que cerrar.
La actual derecha tiene un colorante extremista. El neoliberalismo no quiere ser percibido como una ideología. Quiere ser invisible, ambiente, sentido común, la tendencia de los tiempos, que no se sepa dónde empieza y dónde acaba y se mueva en las entrañas del PSOE, del PP o de los ranking educativos como una corriente de aire que revolotea de un sitio a otro al azar. La ultraderecha sí quiere ser ideología en combate. En este momento la derecha no es como la banca, que quiere aparentar análisis técnicos sin ideología y aquello de que no hay políticas económicas de derechas o de izquierdas, sino bien hechas y mal hechas. La derecha ahora exhibe ideología, busca confrontación y, cuando gana, ríe mostrándonos el origen de la risa. Eibl-Eibesfeldt explica que el gesto de la risa es un fósil de la primitiva conducta del mordisco y el rugido en combate. Por eso la risa se sigue haciendo en grupo y sigue teniendo un potencial agresivo. La derecha cuando gana ríe porque está en combate. Eso es algo más que neoliberalismo. Es una actitud que lleva dentro el hierro ultra.
La censura explícita de grupos musicales que ellos tilden de izquierdistas es un acto de confrontación ideológica que, como digo, va más allá de la barbarie neoliberal. Es un acto que nos recuerda lo mucho que Vox tiene de PP escurrido. La correspondiente censura de Tangana en Bilbao, por machista, no pudo ser más desdichada. La convivencia requiere ajustar el dial del respeto y la tolerancia. Si un vecino pone música a todo volumen a las tres de la mañana, está claro que el problema es el respeto: él tiene que inhibir sus apetencias por el efecto que causa en los demás. Si dos varones pasean cogidos de la mano y alguien se siente perturbado, el problema es de tolerancia: el alborotado es el que tiene que desafectarse de lo que los demás hagan o sean, no son los demás los que tienen que inhibirse. Si un vecino entra en el ascensor en el que estamos con sus dos enormes perros, ahí hay que ajustar ese dial y no todos estaremos de acuerdo. La tolerancia lleva el germen de la vulgaridad y el desorden, pero el respecto lleva en sus entrañas el convencimiento autoritario de que uno tiene derecho a decir a los demás lo que tienen que hacer. La música, el arte o el humor son espacios demasiado resonantes que encajan mal con pautas respetuosas bien pensantes. Por detestables que sean algunas manifestaciones, los intentos de poner diques en manifestaciones tan líquidas y huidizas acaban siempre en censura autoritaria. El caso de Tangana, además del daño de cualquier forma de censura, deforma la imagen real de nuestra actualidad. Deforma al feminismo y alimenta los discursos que pretenden que la igualdad de género consiste en un sistema de prohibiciones pacatas.
Pero deforma también la imagen de la geografía de la intolerancia. Es verdad que en la izquierda siempre hubo un ramalazo de santurronería propensa a prohibir y obligar. Y no se trata de la corrección política ni ese invento de la izquierda fucsia opuesta a la izquierda roja. Los rojos obreristas de raza siempre fueron dados a decir que había que prohibir los culebrones, Sálvame o Los Serrano; o a decir que tenía que ser obligatoria tal o cual cosa. Pero aunque esto sea cierto, el problema de la intolerancia y la apetencia doctrinaria en España está en la derecha. La ofensa religiosa no se considera de mal gusto o de falta de respeto, se considera delito. Los llamados Abogados Cristianos anda por ahí buscando camorra con los ateos y Vox anda buscando listas de indeseables. La censura de Tangana es una excepción que ayuda a normalizar la intransigencia de signo contrario. Cuando Kichi condecoró a no sé qué Virgen por razones muy laicas, no comprendió cuánto ayudó a normalizar la memez medieval de instituciones públicas haciendo nombramientos a vírgenes y santos y a la intransigencia religiosa que comportaban tales actos simbólicos. Las lumbreras bilbaínas quizá anden sacando pecho en los chigres por lo mucho que habían hecho para que no se denigre a la mujer, pero lo que hicieron fue que se haga normal que cada uno censure al otro y que acabe pareciendo que la censura es cosa «de unos y otros». No olvidemos que el mensaje central de la intoxicación propagandística de Bannon es que ya no hay sitio para el entendimiento. Solo hay extremos y hay que elegir cuál queremos, si el de Corea o el de Bolsonaro.
En Madrid, desde el Tamayazo hasta la entrada de la extrema derecha, sí que hay una banda (lo dicen los jueces), sí que hubo siempre un plan y sí que hay un botín, que además se nutre de la periferia. Solo la mala fe le hace a Rivera buscar estos ingredientes en otra parte. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no parecen percibir la gravedad de que se haya formado un gobierno ultra en Madrid mientras ellos siguen jugando a tácticas y encuestas. Los dos por separado tienen opciones si la otra parte no modifica su postura. No parar a la derecha en su actual versión no es un daño para la izquierda. Es un daño para la democracia.