jueves, 26 de diciembre de 2019

Guardaos de quien tiene parte de razón

«Guardaos de ese joven del cinturón flojo», decía Sila intuyendo algo especial en aquel individuo flaco que llevaba el cíngulo desarreglado. El joven era Julio César y Sila lo vio venir. Según parece, un tsunami en altamar no se distingue de una ola normal. La perspicacia de Sila es una cualidad notable en la vida pública: ver venir lo trascendente cuando todavía es banal, notar en altamar la ola que en realidad es un tsunami. Es verdad que los sectarios y los mentirosos siempre nos quieren en alerta viendo en cada ola un tsunami en ciernes. Por eso es un filo cortante, porque hay que distinguir cuándo el peligro que adivinamos en lo banal es ofuscación y alarmismo y cuándo es la perspicacia de Sila.
Parece sorprendente la victoria de Boris Johnson en el Reino Unido. Es un mentiroso que mintió incluso a la Reina para cerrar el Parlamento en una maniobra autoritaria que los tribunales declararon ilegal. No presentó programa y se negó a debatir nada en campaña ni hacer nada que no fuera repetir el mantra del Brexit. Se hizo famosa la escena en que arrebata a un periodista el móvil en el que le mostraba a un niño con neumonía durmiendo en el suelo de un hospital. Su vida personal está llena de escándalos. Aparentemente es un populista circense. Y ganó con mucha ventaja. En toda Europa crecen dialectos y sabores de la extrema derecha. La gente parece haberse vuelto idiota y vota contra sí misma.
Aquí vimos hechos del mismo tipo a una escala menor. Oímos todos a Abascal decir sobre las docenas de mujeres asesinadas cada año que es que los MENAs, los niños extranjeros pobres, eran un peligro para nuestras mujeres. Todos  sabemos que es delirante acusar y acosar a niños pobres por un tipo de violencia que existió siempre y que no tiene que ver con ellos. También le oímos decir que la solución es la cadena perpetua, a pesar de que sabemos que esos criminales suelen suicidarse después o entregarse sin importarles la pena que les espere. Abascal no dice eso porque se lo crea. Lo notable es que eso no le cueste votos, sino que se los dé, que la gente sepa que no tiene pies ni cabeza y su partido crezca. Nos dicen abiertamente que quieren quitar las jubilaciones, quitar los impuestos a los ricos y dar dinero público a colegios de pago. Y la gente los vota, vota contra sus pensiones y a favor de la desigualdad. Parece que la gente aquí también empieza a ser idiota. Díaz Ayuso se niega a presentar las cuentas de la Comunidad que preside por si el próximo ministro de economía fuera un etarra. Antes ya había querido incluir a fetos en el libro de familia. No cabe más estupidez en menos palabras. Pero eso no le resta crédito electoral. Como digo, el apoyo creciente a actitudes ultras hace pensar en una plaga de imbecilidad.
Pero explicar las cosas por la estupidez de la gente es equivocarse siempre. Se trata de un tsunami que hay que empezar a ver venir, en lo personal y en lo colectivo. Pensemos en esa sensación tan habitual de que alguien tiene parte de razón. Es incluso positivo aceptar la parte de razón que tiene alguien de quien se discrepa. Y siendo algo positivo, es la vía honorable para aceptar lo inaceptable. Todo consiste en que alguien toque un punto al que seamos muy reactivos. A través de ese punto tendrá nuestra empatía y sentiremos que tiene razón en parte. En momentos de hartazgo, de frustración y de falta de referencias, es fácil asumir el relato completo del que pulsó esa tecla que nos activa y pasar de darle parte de razón a darle toda la razón. Sin duda una concentración de adolescentes pobres y sin familia puede ser problemática en algunos sitos. Donde hay pobreza hay conflictividad. Cuando alguien hable de MENAs amenazantes, quien viva cerca de algún punto problemático o haya oído hablar de ello sentirá que tiene razón en parte. La sensación será que no tienen nada que ver con las mujeres asesinadas, pero que sí es verdad que los MENAs a veces son un problema, que en eso sí tienen razón. El rédito de Abascal no habrá sido la monumental sinrazón que acaba de soltar, sino esa parte de razón que se le otorga por tocar algo a lo que somos sensibles y por la que nos infectará el discurso completo. La cadena perpetua es ineficaz contra un tipo de criminal que muchas veces se suicida. Pero la gente intuye que esos criminales la merecen, con lo que parece que tenga razón en parte. Y lo mismo con el posible ministro de economía etarra. Es una memez, pero quien esté encrespado por la provocación independentista y agrio por la negociación de Sánchez, sentirá que no habrá ningún etarra en el próximo gobierno, pero que algo de razón lleva Ayuso.
Woody Allen bromeó con los métodos de lectura rápida diciendo que gracias a ellos había leído Guerra y paz en veinte minutos y que había entendido que algo había pasado en Rusia. Todos somos menos listos como audiencia de medios que como conversadores. Que la política se haga en los medios lleva a una inevitable simplificación de los mensajes, porque al final como audiencia solo recordaremos que algo pasaba en Rusia. Esto se acentúa cuando la población no se siente representada. La falta de principios y liderazgo agudiza el éxito de la simpleza. Corbyn presentó un programa lleno de contenidos y medidas justas, pero nadie lo escuchó. A Boris Johnson le bastó tener parte de razón y para tener parte de razón hay que concentrarse en pocas cosas a las que la gente sea reactiva. La gente está harta del Brexit y del ínfimo nivel político. Johnson se presentó diciendo que acabemos con esto de una vez. Con un punto que te dé parte de razón instalas el programa completo, porque solo se escucha ese punto al que somos reactivos. Corbyn fue incapaz de articular un mensaje sencillo y claro sobre el Brexit y no le sirvió de nada tener razón en casi todo.
Estamos viendo que algunas olas era tsunamis. Ni Sánchez ni Iglesias fueron Sila. Y puede que Esquerra tampoco se esté dando cuenta. Sánchez tiene ahora la responsabilidad de que no se degrade la vida pública española. Cuanto más ajena se sienta la gente a las instituciones más fortuna harán las simplezas descerebradas. La situación catalana es ahora surtidor emocional para que simplezas de este tipo hagan sentir que tienen parte de razón quienes están en posiciones derechistas trasnochadas e irracionales. Esto solo se para con claridad y con fuerza moral. Sánchez tiene que hablar con convicción para evitar este vacío en el que la gente está desorientada y se guía por picos de empatía descontextualizados. Y no lo está haciendo. La situación de Cataluña, y no solo la aritmética parlamentaria, exige que hable con Esquerra. Dígase alto. La fractura social en España se dispara como en ninguna parte y por eso tiene que entenderse con la izquierda, Esquerra incluida. Dígase con convicción. ETA ya no existe, dígase alto. Bildu, guste o disguste, tiene todas las credenciales democráticas, dígase alto. Sólo un fanático puede asociar a Sánchez con el terrorismo. La izquierda no está negociando medidas independentistas con los nacionalistas, pero la derecha sí está aceptando medidas fascistas con la extrema derecha, incluidas algunas que tienen que ver con muertes de mujeres. Afírmese con convencimiento.
Solo se necesitan principios y altura moral, convicciones claras que la gente pueda reconocer y recordar. La izquierda tiene que entender dos cosas. Ese mecanismo de asimilar un discurso tóxico porque parece tener parte de razón succionará a una parte de la izquierda que ayudará a que programas ultras tomen un maquillaje obrerista. Ya abrieron boca cada uno a su manera Anguita, Monereo e Illueca, los viejunos del PSOE y los barones. Y la otra es que los jóvenes están votando solo a partidos que les parecen nuevos o disruptivos. No son idiotas. No tienen referencias porque no se las dan. La izquierda tiene que aprender a tener parte de razón. Los ricos saben lo que hacen. 

Greta Thunberg y el Estado

La manera más rápida en que un niño aprende que el plátano se come es ver a sus padres comiéndolo. Por eso los padres a veces se llevan el plátano a la boca de mentira y fingen morderlo ante el pequeño. Ni son impostores ni hacen circo. Simplemente convirtieron el gesto de morder en un símbolo para que el niño ampliara el mundo más allá de su experiencia y supiera que los plátanos se comen. El gesto fingido de morder es más simple que el acto real de morder, porque cuando algo se convierte en símbolo deja de ser lo que era antes y se hace más simple. O más recargado: el arzobispo Cañizares simboliza su jerarquía usando una interminable capa roja de cinco metros. Los países tienen banderas y Nike tiene un garabato característico porque los símbolos son como clavijas sencillas donde se pueden sujetar y hacer manejables experiencias extensas, vividas o no, que requerirían mucho tiempo de pensamiento para poder ser abarcadas. Un país entero queda atrapado en unos pocos colores de un trapo y se hace presente en el ánimo en un solo golpe (para bien o para mal). Cuando algo es demasiado complejo lo simplificamos en un símbolo para que en un solo impulso mueva el ánimo y la conducta.
A veces episodios colectivos trascendentes y complejos se adhieren en el recuerdo a una persona. Sucedió muchas veces que una persona se hiciera símbolo. Puede ser el efecto de algún gesto llamativo, inspirador o cruel o puede ser la casualidad. Greta Thunberg es ya un símbolo, en el sentido de que su persona y su presencia impone en el ánimo y la conducta de mucha gente una red compleja de pensamientos y actitudes. Por las razones que sean, es un símbolo y las reacciones destempladas sobre la supuesta impostura de su despliegue en los medios, sobre su edad o sobre su carácter son pataletas histéricas que fingen no entender algo normal. Es una obviedad que el mordisco fingido al plátano no es como el mordisco de verdad. Lo que se hace simbólico, decíamos, desnaturaliza lo que era antes. Nuestra Jefatura del Estado es simbólica, porque un sistema hereditario solo cabe en una democracia si el Jefe del Estado es como un mordisco de mentira a un plátano. La infanta Leonor tiene atribuido un papel simbólico. Quienes querríamos un sistema republicano tenemos nuestras razones, pero no fingimos ignorar el carácter simbólico de la heredera. Es evidente que su presencia pública está gobernada por protocolos y que no tiene nada que ver con las maneras de una niña. Su figura pública es como un garabato de Nike, una parte de la simbología del Estado. Greta, a su sabor o a su pesar, es un símbolo y su presencia pública, como es normal, ya no es la de una niña. Rasgarse las vestiduras por las siete diferencias entre su imagen pública y la de una niña de verdad es el juego de la necedad. Se puede discutir sobre aquello que simboliza Greta y la manera en que lo simboliza, pero no sobreactuar disparates sobre lo que va con su condición de símbolo.
Los símbolos se pueden discutir, claro. Y lo simbolizado también. A mí, por ejemplo, me parece que la imagen simbólica de la familia real es ñoña y almibarada y no me gustó el rol de la reina Sofía. Me parece que la bandera nacional se exhibe de manera agresiva contra una parte nutrida de españoles. Creo que una bandera de 54 metros en la Escandalera es una soberana horterada y una bravuconada fatua de un alcalde que cree jugar a indios y vaqueros con aquellos muñecos de plástico que había en las cajas de detergente Persil.
Vayamos a Greta. Lo que simboliza Greta Thunberg molesta a ricos y derechas. Lo que su presencia evoca es que la alteración medioambiental ya no es cosa de naturistas sensibles o listillos, sino que nos afecta ya, nos cuesta en dinero y salud ya y se acelera; evoca también que esa alteración es provocada por lo mismo que las injusticias sociales: el lucro desmedido de unos pocos y su afán de mangonear prensa, justicia y política; evoca que no se puede actuar sobre ese problema sin modificar el actual juego social; y evoca que la distribución de los dañados por el cambio climático y la distribución de los culpables es un aspecto de la desigualdad y la injusticia general. Por supuesto que lo que simboliza molesta a los ricos, a las derechas y a sus voceros mediáticos. Es la refutación de sus valores y propósitos.
Decía que una cosa es lo que simboliza Greta y otra su manera de simbolizarlo. Sobre la injusticia se puede hablar con principios firmes. Sobre la forma, hay gustos para todo. Lo que a mí me parece cursi de la familia real a otros les puede parecer elegancia y buen gusto. Es difícil que te perturbe lo que simboliza un símbolo y no te crispe la manera de simbolizarlo. Nos pasa a muchos con la cruz gamada. Y les pasa a nuestras atrincheradas derechas con Greta. Ahí tenemos a Sanz Montes tronando contra Greta, incapaz de conmemorar la tradición de Santa Eulalia sin que se le caigan como rebosando sus demonios ideológicos. Y ahí está la catarata de insultos con la que se vinieron ahorrando los razonamientos. Lo que veo en Greta es una adolescente singularmente resuelta en una batalla justa, con coherencia y datos bien asimilados y con una comunicación eficaz basada en imágenes contundentes y apropiadas. No parece risueña pero, sin misticismos, resulta por momentos inspiradora. En contra de algunos escozores, tiene toda la pinta de ir a la escuela con aprovechamiento. En asunto de estudios, me preocuparía más por Froilán. Y puestos a elegir formas y modelos, prefiero a una adolescente chillando contra injusticias que a un jovencito en manifestaciones de Vox haciendo el pijo.
Volviendo a la cuestión simbolizada, estamos ante un ejemplo de algo más amplio. La gestión del cambio climático no encaja en los tiempos políticos de los estados. La atención de los votantes siempre es hacia asuntos más inmediatos y abarcables y con ciclos de gestión más cortos. Siempre tiene que haber un equilibrio entre el control popular de los gobernantes y un margen de autonomía de estos gobernantes con respecto a las pulsiones puntuales populares. Los gestores necesitan un tiempo antes de someter a escrutinio su gestión. Pero ese tiempo es insuficiente para el clima. Y un estado tiene poco margen para hacer algo relevante. Es necesario articular estados en estructuras políticas mayores, con más capacidad de enfrentar gestiones globales y extensas en el tiempo. Y hay que reparar a la vez en que el mero debilitamiento de los estados pretendido por el neoliberalismo, esa especie de intemperie planetaria a la que aspiran, deja como verdaderos centros de poder a las grandes multinacionales, cuya incidencia en los temas comunes es especialmente miope y despiadada, como vemos precisamente en la cuestión climática. El ultranacionalismo de la extrema derecha haría de la política internacional un conjunto de ciegos ensimismados con tendencia al conflicto. La disolución de los estados soñada por el neoliberalismo de las grandes corporaciones y las oligarquías haría (está haciendo) que las decisiones de más incidencia global las marcara el lucro e intereses de unos pocos. Necesitamos estados para que haya reglas y necesitamos estructuras supraestatales, siempre políticas, para gestionar y para luchar por lo que no puede ser resuelto en el espacio y tiempos políticos de los estados. El cambio climático es un caso paradigmático. Un sistema fiscal justo es otro ejemplo de lo que nos afecta mucho y no puede ser resuelto más que en estructuras políticas supraestatales. No tengo la menor idea de si me caería bien o mal Greta Thunberg. Tomo los insultos atormentados contra ella como señal de que es algo más real que un capricho mediático. El activismo que ella simboliza es justo y da muchas pistas sobre los canales y escenarios en que tienen que moverse otros propósitos de justicia social. Y espero que siga yendo al mismo colegio.

Manifiesto de sensatos en el día de puentear la constitución

Nuestros diputados se amontonan en el parlamento a granel. El Congreso parece más un almacén de señorías sin envasar que legisladores convenientemente empaquetados en partidos políticos con ideas y propósitos distinguibles. Desde 2015 solo es viable un pacto de izquierdas. Un pacto entre PSOE y Podemos sería una extensión de lo que ya ocurría en ayuntamientos y autonomías con la aprobación de sus votantes. Un pacto entre PSOE y PP sería excepcional y transitorio. Ni se hace en otros niveles del estado ni los votantes querrían que durase. Y un pacto conservador no tenía diputados suficientes. En 2015 PSOE, Podemos e IU tenían 161 diputados. Pero Sánchez cedió a presiones porque no se dio cuenta de que mandaba él. Podemos creyó en el sorpasso y negoció con ansiedad de nuevas elecciones. E IU estaba a verlas venir. La mayoría de izquierdas se fue debilitando y a la vez el bloque conservador se fue desagregando en piezas. Los diputados catalanes son como añicos de una comunidad rota. Y el PNV parece un notario en medio de un guateque. Hoy la coalición de izquierdas sigue siendo la única opción que puede tantear estabilidad. Les une más su debilidad que su buen oficio, pero ahora parecen tener determinación.
Si no fuera por los coscorrones que puedan venir de Cataluña, podríamos apostar a que esa raquítica mayoría de izquierdas se asentaría con menos dificultades de las que parece. C’s tiene pocos coletazos que dar. Vox lleva más empuje que el PP, pero el PP no es C’s. La tensión independentista tiene a la clientela conservadora con la vena hinchada, pero se trata de una parroquia poco aventurera y muy dada a lo previsible. Rajoy los conocía bien. Vox se hizo robusto, C’s casi desaparece y el PP sigue escuálido; aparentemente cambia el tamaño de los sumandos de la derecha, pero poco el resultado final. Pero no es así. Vox envileció la vida pública y el PP puede chapotear en aguas tan sucias y odios con granadas solo por tiempo limitado. Un pacto con Vox no es estable, ni siquiera para hacer oposición. A Vox le pasa como a las partículas físicas sin masa. Una partícula solo puede carecer de masa estando en movimiento y a la velocidad de la luz. No se puede estar quieto sin masa. Vox solo tiene masa y existencia en el ruido, la provocación y la bronca. Fuera de mentiras sórdidas de Trece Rosas violadoras o niños pobres extranjeros amenazando a la raza, fuera de ser el partido de los maltratadores y el partido de la inquisición en la escuela, fuera de esos fangos de furia extremista, Vox sería como un fotón que se parase: no existiría. Articularon bien su propaganda haciendo palanca sobre el cóctel de emociones negativas que trajo el enredo catalán y la desorientación política, pero tienen que seguir escandalizando para hacer que los suyos sigan dando voces y haciendo el ridículo en los chigres. Solo tienen masa en el alarido. No será fácil para el PP dejar que se les vea juntos.
Empresarios, banca e Iglesia están especialmente aulladores y destemplados. Se les suma ahora un manifiesto, «La España que reúne», un intento más de impedir el gobierno de izquierdas. El manifiesto seguramente tendrá poco efecto, pero es interesante lo que refleja. El manifiesto pide la vuelta al centro y a la moderación con un gobierno de PSOE, PP y C’s. La altura de miras de algunos personajes consiste en que para la formación de gobierno las elecciones sean el pase infantil y que, después de que el pueblo haya votado, los adultos se queden para tomar las decisiones serias. Se vote lo que se vote, los partidos serios son los que ellos deciden de antemano que son los serios. No importa que las derechas se junten en una manifestación desmirriada en Colón por la patria y contra Sánchez. La propaganda y las elecciones eran el pase infantil y el manifiesto se dirige a los adultos.
En el cóctel del manifiesto hay gentes de derechas que dicen lo que dicen siempre. Los momentos difíciles para la patria son los momentos en que no gobiernan y en momentos difíciles siempre piden al PSOE que en los grandes temas tenga la sensatez y moderación de hacer exactamente lo que ellos digan. En esa gran coalición, ¿qué cedería el PP en educación, seguridad o impuestos? Pero también hay gentes nominalmente de izquierdas entre los sensatos que reúnen España. Y a veces las palabras dichas en voz alta hacen estruendosas las palabras que se callaron. Si piden ahora moderación, es que consideraron moderados los tiempos en que Rajoy succionaba el dinero de los servicios públicos y de los salarios para cubrir los desmanes bancarios, ondeaban las banderas a media asta en Semana Santa, los obispos cogían a dos manos decenas de miles de propiedades que no eran suyas, aparecía la cadena perpetua y se limitaban las libertades con una ley mordaza que causó sobresalto en Europa. También callaron cuando partidos sensatos pactaron con la ultraderecha. Nunca se pactó con partidos independentistas medidas independentistas, pero sí se están pactando con la ultraderecha medidas fascistas (listas de funcionarios a cargo de servicios públicos que no les gustan o inquisición ultracatólica en las escuelas, por ejemplo). Pero a los izquierdistas sensatos lo que les da respingo es un gobierno de izquierdas. Para los despistados: a) no hay noticia de ninguna medida heterodoxa en las cocinas izquierdistas; b) nunca en países parecidos al nuestro un gobierno despeñó a su país por empeñarse en un programa irrealizable o en una batalla que no pueden ganar (recuerden a Tsipras). La única noticia es que quizá sea un gobierno de izquierdas.
En ese cóctel de sensatez hay reaccionarios de corazón. Hay personajes oscuros que mueven intereses complejos. Y hay gente dicha de izquierdas que se fue haciendo mayor, que fue perdiendo el sitio en el que creían estar y que sienten como un ataque cada suceso que desafía sus certezas o su estatus. Reaccionan como un erizo contra los tiempos y sin darse cuenta solo se encuentran en zapatillas con la derecha y en los medios de la derecha. Ahí está el pobre Alfonso Guerra alzando su voz solo contra la inhumación de Franco, contra las críticas al Rey por el bochorno de Botswana, a favor de C’s y su 155 en Cataluña y contra la ley de la violencia de género, como si esta ley tipificase al varón como agresor y no a la mujer como víctima de una violencia con patrón. Pero también tiene adhesiones que merecen un comentario más amplio en otro momento. Siempre somos más reactivos a unas cosas que a otras y no siempre lo que más reacción nos genera es lo más importante. Puede que alguien esté irritado con los patinetes eléctricos o esté harto de los perros y sus dueños, o de los niños pequeños y sus padres. Es humano que sea así, pero no que quien nos toque en ese punto débil nos haga sentir que tiene razón «en parte» y a partir de ahí darle toda la razón. Algo de eso hay en izquierdistas muy reactivos con ciertas debilidades y no se enteran de cuándo pasan al lado oscuro con compañías reaccionarias.
El manifiesto se redacta como conviene a la propaganda. Puedes tratar a tu público como idiota, pero tienes que hacer que se sienta inteligente. Tienes que darles lenguaje simple y en cliché que puedan repetir para que se sientan informados. Y darles vocabulario moral para que escondan tras él sus prejuicios y sus picos sectarios. Lo que trascendió del manifiesto abunda en altura de miras, sensatez, moderación y momentos graves y decisivos. Como dije, seguramente el manifiesto será inane porque sus promotores tienen tribuna, pero no predicamento. Pero sí es un buen escaparate de la inquietud al hecho simple de que pueda gobernar una coalición de izquierdas. Es un buen día para recordar que gritar lo común para distinguir la postura propia es reaccionario. No es reaccionaria la oposición a un gobierno de izquierdas, pero sí si es por España, la bandera o la Constitución. Parte de la letra y mucho del espíritu de la Constitución se abandonó desde tiempos de Rajoy en nombre de la sensatez. El tamtam de la España que reúne y de la histeria empresarial y eclesial hace honor al día de hoy: en lo que les conviene, puentean la Constitución.

El extremismo visible y el invisible (y el límite de roche)

Es notable exigir modales a otro mientras se le dan patadas y más aún convencerlo de que nadie le pega y de que no hay más agresividad que sus gritos. Los ricos ya lo hicieron. Convencieron a los trabajadores de que ya no hay trabajadores. Nadie cree ser uno de esos. Consiguieron convencer a los humildes de que si trabajas sin contrato y sin regulación es que eres un autónomo, casi una PYME. Y por supuesto convencieron a todo el mundo de que no existe la lucha de clases. Es una expresión del pasado. La realidad es que hay gente muy rica y gente pobre; y que los pobres quieren amparo y reparto y los muy ricos no quieren repartir ni pagar la protección de nadie. Así que, si lo de lucha de clases suena demasiado marxista, digamos que hay gente rica y gente pobre cuyos intereses chocan. Los ricos y sus enviados en la Tierra, la derecha política, quieren quitar los impuestos, que es la herramienta del reparto de riqueza y protección social, quieren quitar los sindicatos y las regulaciones laborales. Y a la vez convencen a trabajadores cada vez más pobres y más precarios de que no hay lucha de clases y que sus protestas son las únicas asperezas. Niega la lucha de clases quien lucha a brazo partido por los intereses de su clase social. Por eso se repite la cita de Buffett, el multimillonario que dijo que la lucha de clases la estaba haciendo su clase social y que la estaba ganando. La propaganda permite estos prodigios.
En este cuadro hay que pensar la actual polarización de España. Todo el mundo está radicalizado, en el sentido en el que la radicalidad desfigura al oponente. Todo el mundo siente enemigos cada vez más fieros. Es imposible pensar en serio en objetivos compartidos. El maniqueísmo es una obcecación, pero también lo es creer que siempre hay dos culpables. Los hechos son que son unos los que los que están en feroz lucha de clases dando patadas y exigiendo moderación a los pateados. El extremismo e intransigencia que nos tensan es el de la derecha política, social y económica. Simplemente ahora creen no tener rival y que por eso no tienen que ceder nada. Ya no hay una URSS poderosa, ni sindicatos que enfrentar, ni convenios que obliguen, ni leyes que protejan. Así que lo quieren todo y quieren propaganda que los haga invisibles y dar patadas negando que haya lucha.
Una parte de la propaganda es esa: reclamar moderación y llamar consenso a ceder a sus presiones montunas para sus pretensiones radicales. Nuestros empresarios llariegos piden al gobiernín menos gastos sociales y más inversión en obras; es decir, que se hagan más escuelas y se despida a los maestros. La CEOE y el Círculo de Empresarios piden moderación exigiendo que se forme gobierno con la derecha, que se quiten los impuestos y que se entreguen al lucro privado los servicios básicos. Piden templanza y entendimiento mientras azuzan la fuga de capitales y exigen terceras elecciones porque no aceptan estos resultados. Casado ofrece entendimiento en las cuestiones de estado. Sobre Cataluña, el consenso consiste en que Sánchez haga exactamente lo que el PP quiera y que acuerde de buen rollo cambiar la Constitución para que sean constitucionales sus bravatas incendiarias sobre la compleja situación catalana. Quiere también «actualizar el modelo de pensiones». Lo que pide es la moderación que reclaman la patronal y los bancos: que la gente no se jubile y se haga un plan privado de pensiones; es decir, que desaparezcan las pensiones públicas. Quiere pactar también moderación en los presupuestos generales quitando impuestos a los ricos, a las herencias millonarias y a las ganancias millonarias de las grandes empresas. Y también quiere altura de miras en la educación y entregársela a la Iglesia con fondos públicos. Es el extremismo furioso que estamos viendo en Madrid y Andalucía reclamado con llamadas al entendimiento y la moderación para que los mensajes en sentido contrario parezcan resistencias obcecadas al consenso.
Hay otra variante en la propaganda, que es la de presentar los ataques propios como actos defensivos a agresiones imaginarias; algo así como dar un puñetazo y pretender que el otro atacó con su rostro a nuestro puño desvalido. La Iglesia siempre se destacó en esta combinación de sectarismo y victimismo. El patrón es el que siguieron con la clase de Religión. Exigen estudiar esa asignatura y que se les respete el derecho de imponer tarea superflua a los demás mientras los católicos la cursan. Así convierten una imposición en la supuesta defensa de un derecho. Quizá quieran también que se cierren los bares los domingos a las doce para respetar el derecho de quienes van a misa a no perderse el vermú. Es el patrón que siguen para lo demás. Un socio del Real Madrid paga sus impuestos y a mayores el carné del equipo. No se le permite que la cuota del Madrid sea parte de su IRPF. La Iglesia sí tiene ese privilegio y además lo malversa: cobra ese momio por los pobres y luego no lo gasta en Cáritas sino en sus canales atrabiliarios y en sus politiqueos. Y dirá que quitarles el privilegio es atacar la libertad de conciencia. Lo mismo ocurrirá con el escándalo de su exención del IBI y con el saqueo de las inmatriculaciones. Poner cualquier límite al pastel de la educación que se les entrega con dinero público es, en su propaganda, dictadura y oscuridad. Qué gracia que griten libertad Cañizares, Reig Plá, el Opus y compañía.
Los ricos llaman ataque a la defensa de sus golpes y la gente lo asimila. Pero hay un extremismo que no quiere ser invisible. Vox quiere proteger los mismos intereses, pero ensuciando la vida pública. Introduce en las instituciones un machismo explícito y violento. Negar que haya una violencia específica de género es como negar que haya una violencia racial en otros lugares y en los dos casos la negación es el formato de la aceptación de los crímenes. Alicia Rubio ya había dicho que el número de muertas están en la tasa de inevitabilidad, expresión pseudotécnica que quiere decir que son cosas que pasan. E introducen un racismo sangrante. A la vez que quitan impuestos a los ricos y desabastecen los servicios públicos dicen que la culpa es de gente pobre de otra raza que sí paga sus impuestos. Atacan a la infancia desvalida y pretenden que esas mujeres muertas y tantas otras aterrorizadas lo son por niños pobres de otras razas. Están en la lucha de clases, pero desde un clasismo de otros tiempos. Persiguen a los extranjeros pobres y defienden los intereses de las multinacionales extranjeras ricas depredadoras fiscales. Atacan toda forma de protección social a los españoles pobres y protegen a las grandes fortunas. No son españoles contra extranjeros. Son ricos contra pobres en formato decimonónico. El extremismo explícito vicia el ambiente porque siempre hay alguna debilidad emocional que les hace parecer tener razón «en parte» y de ahí siempre se pasa a tener toda la razón.
Hay polarización y estamos tensos. La derecha se crispa cada vez que no gobierna. Patronal, Iglesia y PP están radicalizados. Vox está inyectando brutalidad en esa tensión. Casado creyó que Vox era una manzana caída que podría reintegrar a la cesta. Pero me recuerda a una escena de dibujos animados, en la que un señor atemorizado en la sala de espera del dentista imagina al dentista tirando de su muela y extrayéndole con ella el esqueleto completo. El juego de Casado puede hacer que el tirón de Vox se lleve el esqueleto entero del PP. Se dice que nadie es imprescindible, pero en el momento de bajar una mesa por una escalera y mientras esté en vilo la mesa los dos que la sujetan son imprescindibles. Estos meses atrás Sánchez e Iglesias fueron imprescindibles y dejaron caer la mesa. Casado se suma ahora a los imprescindibles. El país no tendrá un pulso normal mientras Sánchez sea el límite de la civilización y él es el que puede modificar eso. El límite de Roche es la distancia a la que un planeta puede acercarse a un cuerpo de gravedad superior sin que sus mareas internas lo rompan. Hay un límite en la tensión que pueden soportar los cuerpos celestes y los cuerpos sociales. No solo es Cataluña lo que puede romper España.

Sentencia de los ere, caridad, amancio ortega. el valor de las formas

Volvamos a la anécdota de Foster Wallace sobre McCain, el senador que le disputó a Bush la candidatura republicana. McCain suspendió un acto electoral pidiendo perdón a una señora que le había relatado la zozobra de su hijo por las presiones groseras que sufría del equipo de Bush. McCain pedía perdón por lo que había hecho su rival. Era un conservador que se avergonzaba de la ruindad de la política, aunque no fuera él el indigno. La sentencia de los ERE nos recuerda cuánto debemos a los sentidos. No hubo sorpresas, todos sabíamos lo que había. La sentencia es el equivalente de la vista, el oído y el tacto. Ahora no solo sabemos la infamia, sino que la vemos, la oímos y podemos tocarla. Cuando nos desayunamos en Asturias con lo de Fernández Villa, recordé la novela que Patricio Pron tituló delicadamente Una puta mierda. Al final de la ficción, las prospecciones demostraban que el subsuelo de Argentina era una bolsa gigantesca de heces, el país flotaba sobre un sumidero y se picase donde se picase siempre brotaba mierda. La transición, con todos sus brillos, consistió en parte dejar sedimentos de la dictadura sin remover y educó la actitud de no remover y no mirar atrás. La democracia, también con sus brillos, avanzó con el estilo cultivado en la transición, sin remover ni reparar. Al caldo de desechos de la dictadura se fueron uniendo los que la democracia iba creando siempre por este hábito de no enredar.
Es equivocado no ver brillos en la transición y la democracia. Pero también es necio no aceptar que, apenas se pica en Pujol, financiación de PSOE y PP, Cajas de Ahorro, Corona, Iglesia, Soma o Comunidades de Andalucía, Madrid o Valencia y demás, parece ocurrir como en la Argentina satirizada por Patricio Pron: siempre brota mierda. La inmundicia no es como la lluvia, que una vez te empapa ya dejas de notarla. Cada nuevo escándalo aumenta la degradación. La Gürtel mostró que el PP era estructuralmente un parásito del sistema que absorbía nuestros recursos y tenía condicionada su gestión para beneficio de algunos indeseables. La sentencia muestra que la gestión entera del PSOE andaluz era una red clientelar por la que se sangraba el dinero público. No son casos aislados. Es sistémico. Echamos de menos la actitud de McCain: un poco de vergüenza y altura moral.
La sentencia describe una sociedad caciquil. En los cacicazgos las relaciones no son formales sino personales. Yo no enseño a mis alumnos porque haya decidido echarles una mano, ni salgo de clase con la sensación de haberles hecho un favor, ni cobro un salario porque el rector o la consejera me hagan el favor de dármelo. Mi salario y mi vínculo con los alumnos es formal, mi papel en el servicio y los recursos que se le dedican es estructural y regulado por procedimientos. Todo funciona por encima de decisiones individuales. Cuando no hay estructuras formales, solo hay voluntades y relaciones personales, gratitudes y deudas, pagos y castigos. Lo que se recibe se recibe de alguien que lo da, del que se depende y con quien se queda en deuda. Todos deben algo a alguien, todos, incluso los perdedores, aceptaron algo que los hace parte de la red. Los vínculos personales no inspiran estructuras justas ni funcionales, porque siempre hay quien está en ventaja y en condiciones de imponerse a los demás y de favorecer camarillas de apoyo. La actividad colectiva gira en torno a los intereses de los caciques y no de la sociedad. Las puras formas, ese punto de impersonalidad que tiene el funcionamiento social, es lo que garantiza derechos, libertades y una aproximación a la igualdad. No se tiene ningún derecho si no hay el mecanismo formal que lo determine impersonalmente. Sin soporte en estructuras formales, la gestión de los asuntos públicos se mueve desde las emociones de la conducta ordinaria. Se interiorizan esas emociones de favor, ayuda y gratitud, como si las instituciones fueran la casa del cacique y él el anfitrión que nos trata con amabilidad o nos echa merecidamente por nuestra aspereza. El sistema clientelar es muy eficaz para crear y retener estructuras de poder. Es un sistema que llega a funcionar con inercia y dar apariencia de estabilidad, en el que todos acaban teniendo alguna complicidad y que por eso tiende a anestesiar el descontento o la denuncia. 
Por esas redes se distraían sin término enormes cantidades de dinero público y cualquier recuerdo del bien común. La propia inercia del sistema y ese desapego del mundo que el poder produce en los necios pudo hacer que algunos culpables ni siquiera repararan en el mecanismo que engrasaban. Si no son capaces de avergonzarse por lo que hace el rival, al menos nuestros políticos podrían de vez en cuando dar muestra de vergüenza por lo que hacen los afines. En España se hicieron más cosas que robar, pero la sentencia describe un aspecto estructural de la gestión pública y una impunidad basada en la prolongación indefinida de esa cautela que había que tener en la transición para evitar que el ejército o algún sursuncorda se alzara. Por supuesto, la derecha y sus voceros mediáticos están lejos de la decencia de McCain y tienen la desvergüenza de dar lecciones, como si no chapotearan en peores lodos o como si Sánchez no estuviera más lejos de los ERE que Casado de la Gürtel. Pero cuesta hacer grados en la escala de la infamia. Los hay, pero es enojoso, porque cada baldón de más que veas en uno parece que es la medida en que disculpas al otro. Da pena ver a la generación descrita en la sentencia, a los abuelos del PSOE, con ese resentimiento oscuro que a alguna gente le produce la vejez y su desadaptación al hecho de que la Tierra sigue girando, balbuceando en periódicos y canales palmeros de la derecha (y más allá) los horrores de un pacto de izquierdas y los verdaderos planes de Iglesias que solo ellos conocen. Ni los derechos alterados por el gobierno de Rajoy ni el hedor de la extrema derecha los sacaron de su modorra. Solo las feministas, Sánchez y Podemos. No parecen darse cuenta de la poca diferencia que hay entre que hablen y sigan durmiendo.
El problema de los ERE es que la debilidad formal sigue donde estaba y esa cultura de lealtades y confianzas, que llegó hasta el sector financiero, sigue en el poder y cala en la sociedad. La lección que debería dejar este escándalo es que la democracia y los derechos consisten en mecanismos formales y que fuera de ellos solo hay grados de caciquismo. Las formas diferencian los derechos de la caridad. La caridad, aunque se manifieste en actos individualmente buenos, tiene dos problemas. El primero es que, sin solucionar nunca ningún problema, distrae del problema y lo eclipsa. De hecho, bobos como Pablo Motos deben creer que la atención al cáncer en España se hace con donaciones de Amancio Ortega. No es que no sean bienvenidas todas las máquinas que quiera donar, pero cegarse con ese acto hasta perder de vista la costosa estructura pública sanitaria es ya un hilo de caciquismo. El segundo problema es que no podemos ejercer nuestros derechos sin quedar en inferioridad moral con el benefactor. Muchas veces enfermé y me curé sin haber recibido un favor de nadie. Si mi curación depende de la buena voluntad de alguien quedo en deuda por haber tenido una atención que es mi derecho tener y por la que no debería estar en inferioridad ante nadie. Por eso mis estudiantes no me deben nada ni yo debo nada a quienes me curaron cuando lo necesité: porque son derechos y, por tanto, mecanismos formales por encima de voluntades individuales, gratitudes, ni deudas. Que Amancio Ortega done máquinas es personal. Que pague sus impuestos es lo formal y lo que importa.
Debe entenderse que la sentencia dibuja en Andalucía un extremo de algo que en dosis menores pero dañinas recorre nuestras instituciones y también se instala en nuestro pensamiento: la perversión de las formas y la generalización de mecanismos clientelares, más veniales o más graves (no olvidemos las Cajas de Ahorros). La democracia formal, en el sentido dicho aquí, es una redundancia: solo si es formal es democracia.

Abrazo melancólico en una España acatarrada

Lo dijo El Roto. Quizá no fuera un abrazo eso que tenemos en la retina. Puede que en realidad Pedro y Pablo se estuvieran sujetando el uno al otro para no caer después de tanto cansancio y tanto extravío. En el país hay sorpresa algo desganada. La izquierda está vagamente aliviada y melancólicamente esperanzada, porque parece que por fin las izquierdas dejan de hozar en sus cochiqueras y se deciden a salir al exterior y mirar al país.
El PP está maltrecho y cansado también y les cayó por sorpresa el abrazo. Casado solo puede balbucear, a buenas horas, que en realidad él quería colaborar con el PSOE. La derecha política, social y económica tiene un gen franquista autoritario que los lleva a la guerra civil cada vez que la izquierda, así sea de boquilla, forma gobierno. Felipe González y Zapatero habían sido vendidos a Yuri Andropov, cómplices de ETA y azotes de las víctimas del terrorismo. Con Sánchez llega la ruptura de España y el comunismo. El Círculo de Empresarios dice estar consternado. En 2000 querían que las mujeres pagaran más cotizaciones hasta la menopausia («durante la fertility», decía su portavoz intercambiando sonrisas con otros varones). También querían el modelo de Pinochet para las pensiones. Seguro que sí están consternados. Otras organizaciones patronales están gritando su pánico, todos en tropel. Incluso la prensa, y no solo la cavernaria, está mostrando que tiene dueños y que los dueños están consternados. Quizá el ecosistema político sea más fértil para su gen franquista. O quizá tanta rapidez no los dejó presionar y cogieron un berrinche.
El cursillo que le habían dado a Abascal era para las elecciones y todavía no tiene guion como oposición. Sus primeras intervenciones sobre el abrazo fueron de agorafóbico que se mueve patizambo en un espacio demasiado grande en el que no tiene orientación. Esas chorradas de comunistas bolivarianos no fueron las que los llevaron a los 52 diputados. Conviene no errar en los análisis sobre Vox. Para empezar, no se deben confundir las causas con las consecuencias. Vox no subió porque haya más fachas, o más machistas, o más racistas. Es equivocado creer que esas son las causas, pero también es equivocado no comprender que esas pueden ser las consecuencias: que el país se haga más intolerante y más sectario. Lo que podríamos concentrar en la expresión «fascismo» no es el empuje de Vox, pero sí su intención. Vox entró como entra el catarro cuando cogemos frío. Son virus que nos merodean siempre y que entran cuando las defensas se paralizan. La política nacional se había degradado. Aparte del desacuerdo en sí, la izquierda mostró muy poca altura y actitud de servicio. El PP está anémico y C’s en coma. Ni izquierda ni derecha ni entendimiento ni perspectivas; la política nacional era como esas gotitas de agua esféricas que se van separando al secarse una superficie lisa. Mientras los demás culebreaban en sus pactos y decían una cosa y la contraria, Vox solo tenía que mantenerse constante y hablar claro, pero no tan claro que se les viera de cuerpo entero. Su representación no es índice de la aceptación sus ideas, pero parte de su discurso está calando.
Y finalmente no se debe propalar la mentira de que Vox está llegando a las clases humildes. A Vox lo votan los ricos. Pueden ser los barrios ricos de siempre o los nuevos ricos de invernaderos atendidos por inmigrantes. Pero donde hay muchos votos a Vox hay mucho dinero. Y esto es lo que más oculto quieren mantener: que su interés principal no es la caza ni los toros; son los ricos y quitar de sus impuestos los servicios sociales y las jubilaciones. Como puso Ignacio Escolar con números, los ricos dudan menos que los pobres a quién tienen que votar. Los más humildes siguen votando al PSOE, porque no se fían de partidos de ricos y porque temen experimentos, aprecian lo predecible. Podemos, IU o Más País son más de clases medias urbanas. Que nadie se engañe con la distribución de los apoyos.
La desaparición de C’s debería poner atención en la influencia del dinero en los medios y la opinión pública. Pensemos en un perfil rápido de ese hombre bueno centrista que tantos añoran. Lo imaginan hombre, no mujer. Este hombre no debe ser audaz, sino prudente, ni será imaginativo, sino con oficio. Debe ser fiable, gente de palabra, no cambiante. Ha de ser previsible y ortodoxo, no rebelde. Y también será tolerante, educado y tendente al entendimiento, quizás culto. Salvo en la condición de varón, Rivera nunca acreditó nada de lo demás. Siempre fue un liante y se la armaba al PP a la primera ocasión. «Aprovechategui», lo llamaba Rajoy por su oportunismo. Siempre buscó en la crispación su crecimiento, cizañó en Cataluña y trató de que lo común (Constitución, nación) fuese argumento de exclusión. Nunca fue templado, siempre fue faltón y de modos malcriados. Nunca hizo nada por la regeneración, salvo nombrarla. No deja más legado que la extrema derecha en las instituciones. Y nunca mostró la menor altura intelectual. Fueron intereses y propaganda lo que mantuvieron contra la evidencia el papel moderador de Rivera y las presiones sobre Sánchez para que formara una coalición de sensatez con quien nunca la había acreditado. Poderosos debieron ser esos intereses para lograr tanto con tan poco.
Errejón fracasó, pero fracasó sin daño. Con él o sin él la cosa hubiera quedado parecida y no hay mucho que enredar en eso. Su desembarco recuerda la escena de la Reina Roja. Es la escena en que el paisaje en el que están Alicia y la Reina se mueve y hay que correr para seguir en el mismo sitio. A lo mejor yo estaba satisfecho con un ordenador de disquetes de 3,5 pulgadas y el Word 5.0. Pero todo el mundo siguió comprando ordenadores superiores y ya no hay dónde leer un disquete ni dónde imprimir con el Word 5.0. Hay que correr ordenador tras ordenador para seguir en el mismo sitio y poder imprimir. Es dudoso el impacto de las costosas campañas en el voto. Pero si los demás hacen campaña y tú no, te quedas fuera. Tienes que correr con ellos para seguir en el mismo sitio. Y las campañas necesitan dinero. Juan María Bandrés tuvo en los ochenta la difícil posición de oponerse a ETA y denunciar torturas o abusos policiales. ETA ataca con fuerza al ejército buscando un golpe favorable. Y la historia mostró que había actividad criminal en el aparato de seguridad del Estado. No era fácil mantener aquel discurso con solo dos diputados. Y logró una cierta influencia moral y política. Con poco solo se puede conseguir poco, pero hay pocos de mucha calidad. Ya que dio el paso, Errejón debe intentar significar algo.
Es un paso trascendente que España vea una coalición de izquierdas gobernando. Es importante que esa sea una posibilidad y no lo será hasta que se vea. El PP, el que se concentraba en plan falangista en Colón contra Sánchez por la patria y contra los enemigos de España, ahora quiere negociar. Y el callado Feijoo habla y pide que paren, que se puede hablar. El tabú de que no pueda haber ministros a la izquierda del PSOE afectaba mucho a la actitud de la derecha. Es además importante porque detrás de tanta patria, bandera y toros, lo que realmente se gestiona es la igualdad de oportunidades, la enseñanza pública, la sanidad para todos, las pensiones justas y la justa responsabilidad de los ricos en todo esto. La izquierda sonríe con melancolía, por qué iba a estar entusiasmada. Si hay algo que puede bloquear sin remedio la política española es pedir a los abrazados que se expliquen. No hay relato coherente para lo ocurrido. La oposición de Vox puede ser menos eficaz de lo que se cree y el PP tiene una estrategia difícil. Acercarse a Vox lo diluye y al PSOE también. Le pasó al PSOE de Rubalcaba, cuando tanto sentido de estado con el PP casi lo desguaza. El gobierno, sin entusiasmos, puede funcionar y asentarse; si no fuera por Cataluña. Ahí ya no hay tampoco discurso coherente posible. Nadie puede mejorar las cosas en Cataluña, pero varios pueden mejorar algún aspecto. No hay cordón sanitario posible. Cataluña puede engullir la política nacional. Y andamos mal de estadistas.

Urnas, democracia, gente. Esa dictadura progre

Los debates electorales cada vez me parecen más una jornada de puertas abiertas. Tengo la sensación de que afectan al voto lo que el gimnasio afecta a nuestro peso: solo un poco. Y eso afectarán los debates al voto, un poco. El debate electoral parece el día en que los candidatos abren su trastienda y nos muestran sus estrategias, sus disfraces, los trucos que vienen usando. Ahí vemos que a Casado no le quita el sueño un vicepresidente cavernario. Vemos que les disputa los votos a los ultras y se coaliga con ellos de la misma manera: sin decir ni pío. Y vemos su estrategia general. El PP tiene un hueco natural en la política española. Casado tensó al PP como se deforma un cuerpo elástico y en estas elecciones sencillamente distiende para que el cuerpo recupere su forma y tamaño normal de ciento y pico diputados. En la misma jornada de puertas abiertas Rivera mostró que no tiene estrategia ni rumbo, solo frustración, rabieta y ganas de dar coces. Igual que esos críos pequeños que siempre llegan a casa con los bolsillos llenos de porquerías, él lleva al debate un pedrusco que encontró en la calle y los bolsillos llenos de chuminadas. Como decía el médico de Amanece, que no es poco observando a un moribundo, qué apagarse, qué irse …
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias dicen lo que les toca, los dos tienen cierta tendencia menguante e intentan menguar poco. Lo llamativo es que en el día de puertas abiertas se muestren tan satisfechos de su actuación en aquellas negociaciones tan chuscas que dejaron a la izquierda con cara de bobos y al pobre Rivera con aquel discurso de la banda, los planes de la banda y el botín de la banda en la boca a medio hacer, con lo trabajado que lo tenía. Pedro Sánchez se muestra encantado de no haber metido en el Gobierno a perroflautas que le quitaban el sueño y Pablo Iglesias está encantado de demostrar que no quería sillas y que sin políticas activas de empleo no hay gobierno de izquierdas. Todo anuncia que ahora negociarían sintiéndose reforzados en sus posiciones veraniegas, de Vicepresidencia y mando, el uno, y de gobierno a solas, gratis y porque yo lo valgo, el otro. Por qué no reafirmarse en lo que se hizo bien. Todos nos pusimos alguna vez colorados y a todos no molesta el rubor, porque nos humilla un exceso de transparencia. Confortaría que la transparencia de un día de puertas abiertas les indujera un punto de pudor que nos haga sentir a los demás que en el fondo entienden lo que hicieron, que entienden que España es hoy peor que en abril y que no sabemos si el lunes será un país mucho peor.
La estrategia que mostró Abascal el día de puertas abiertas era sabida porque es la misma que en otros sitios. Los demás tuvieron el gesto didáctico involuntario de mostrar cómo se reacciona históricamente ante la bestia cuando empieza a rugir: como si no estuviera ahí y el aire no estuviera enrarecido. Al final de El huevo de la serpiente de Bergman, un personaje dice muy ufano que el intento de golpe de Estado había fracasado. «Ese tal Hitler subestimó la fortaleza de la democracia alemana», añadía. Lo que resultó irritante es que no tienen estrategia para Vox porque creen tener cosas más importantes que hacer, sobre todo la izquierda. Vox es el tuétano del PP, lo que es el PP cuando están a solas, y por eso el PP no tiene nada que replicar. Y C’s es ya un cubito de hielo disolviéndose en el vaso de las derechas. Sánchez tiene que calcular cuánta izquierda queda a su alcance, cuánto botín deja Rivera en su disolución, qué color de pantalón conviene para qué segmento de edad y todas esas cosas. No tiene tiempo para ultras vociferantes. Iglesias reacciona como se espera que lo haga la izquierda. Y ese es el problema: que hace lo esperable y los de Vox tienen el talento que no falta en ningún necio: el talento para lo obvio y lo esperable.
El país no es como dice Vox ni la gente es como Vox. Lo dice el propio Espinosa de los Monteros a los asistentes a sus mítines: pues no tenéis cara de fachas. Efectivamente, no tienen cara de fachas porque seguramente no lo son. La gente vota a los fachas sin serlo porque se les miente o se les envenena. La derecha está cómoda con la mentira y una dosis controlada de veneno en el país. La izquierda es la que debería tomarse en serio a Vox y tener una estrategia al respecto. La estrategia tiene dos partes: una es no dar la razón a Vox en lo fundamental; y otra introducir el debate por la grieta por donde se puede hacer palanca. Si hay diez cosas que entender, muchas veces hay que saber cuál es la cosa que me mejor te pueden entender para que a partir de ella entiendan las otras nueve.
Los fascismos predican el fin del mundo, proyectan emergencias y anuncian catástrofes, de delincuencia, mafias extranjeras, oscuras conspiraciones de enemigos del país. Sus argumentos son siempre de límites. Decía que lo primero era no darles la razón, de palabra o de obra. Y se les da la razón cuando se argumentan límites, cuando la actualidad se llena de cosas que hay que prohibir, de debates sobre ilegalizaciones, sobre derechos o aumentos de penas de cárcel. Rosa Díez tiene como único argumento a favor de Casado que los otros son enemigos de España. Es un buen ejemplo, pero ella no cuenta, hace tiempo es parte de esa derecha asentada en la intoxicación. Pero Sánchez elige como síntesis rápida de sus propósitos cosas como castigos para referendos ilegales o ilegalización de fundaciones. La ilegalización de extremismos franquistas, ciertamente odiosos, abrirá la espita para la ilegalización de otros extremismos. Antes de que nos demos cuenta estaremos discutiendo de límites y ese es el marco de la ultraderecha. Y Sánchez anda enredando en esos límites.
La ultraderecha explota una debilidad discursiva de la izquierda. Los izquierdistas suelen considerarse bien informados y con ideas claras, y sienten más implicación en los asuntos públicos que otra gente que pone menos empeño en esas cosas. Necesitan poco para parecer altaneros e incluso cargantes. La izquierda se considera sensible con los de abajo, pero también se considera vanguardia y destila un cierto menosprecio a atrasos y antiguallas mojigatas, sin reparar en que a veces el atraso es efecto de la marginación. A la gente que lo pasa mal y es descreída por desesperanza no le gusta que la miren por encima del hombro. Los asesores de Bush consiguieron que la gente sintiera más afinidad en quien habla como ella que en quien tiene sus mismas carencias. El millonario Bush les pareció más próximo que el relamido universitario Gore, que siempre les daba lecciones. Por ahí va la dictadura progre de Vox y por ahí sueltan sus barbaridades históricas y las defienden diciendo que los progres creen que son los que saben y que los demás no tenemos nada que opinar de Franco o el comunismo. Ni en el debate ni en la campaña se insistió en lo que hace saltar toda su pose: que los de Vox son ricos que trabajan por los ricos, que son niñatos que nacieron con dinero porque lo tenía su padre, que contratan a quinquis para echar a ancianos de sus casas y especular con el edificio, que quieren que el Estado ponga el mismo dinero en los centros públicos y en los privados de pago para los ricos, que son pijos que se ríen de los progres, pero también del populacho. A partir de ahí, la gente entenderá que son autoritarios, franquistas, racistas y machistas. Pero primero hay que quitarles la careta de franqueza y hablar claro mostrando lo que son: niñatos pijos. La razón de no hacerlo no es que sea difícil. Es la que dije antes: las izquierdas creen que tienen cosas más urgentes que hacer, ganar el centro o ganar el relato de la fallida negociación.
Mañana es un buen día para dar la razón a Vox en lo que la tiene. Para un facha un sistema de libertades es asfixiante, una dictadura sin duda y desde su extremismo todo lo que les aprieta (leyes, derechos, garantías constitucionales) se siente progre y rojo. Es progre limpiar el aire, proteger un bosque o apetecer la igualdad. Ven progre todo lo civilizado. Reforcemos esa dictadura progre mañana.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Unidad constitucionalista

Las fotos, las palabras y la derecha destiñen. La foto de Génova de febrero, con Abascal, Rivera y Casado en santa compaña destiñó a sus protagonistas, que salieron de allí untados de Vox, y al momento político, que se tiñó de sectarismo. La foto tomaba lo que estaba disperso en el ambiente y lo concentraba en una imagen. Y, a la vez que resumía, impulsaba. El principio de incertidumbre dice que no se puede mostrar algo sin afectarlo. Por eso la foto desteñía. Mostrando a las derechas hechas una con la extrema derecha y con un lema de extrema derecha, la derecha se hacía más extrema y el país más sectario.
El problema de Cataluña siguió su curso. En los meses de aquellas delirantes negociaciones entre PSOE y UP el país quedó en suspensión, como fuera del tiempo, y algunos reprodujeron aquella sensación infantil de que cuando cierras los ojos los demás no te ven. El limbo atemporal hacía fácil no mirar el problema catalán y creer que no mirándolo el asunto pasaría de largo. Pero el problema sigue y cada nuevo desgarro ahonda la rotura que ya había. Además sigue siendo un surtidor fértil de materiales tóxicos en los que las derechas y los independentistas más alucinados encuentran nutriente, por lo que no pierden ocasión de avivar un yacimiento de odios y bajezas tan fecundo y provechoso. La Societat Civil Catalana convocó una gran manifestación contra el procés, que tuvo la presencia de PP, C’s y PSOE. La manifestación y su propósito no tienen nada de particular ni sería ya actualidad, si no fuera por la palabra que la presidió: constitucionalismo. Esa es una de las palabras que destiñen y no precisamente por el motivo de la manifestación. Es difícil desconectar esa palabra de la exigencia severa de los poderes económicos de una abstención patriótica y, claro, pactada, del PP para que gobierne Sánchez y de la unión de constitucionalistas con la que Rivera hipa en busca de aire como un pez fuera del agua.
Solo nos contrastamos con otros a partir de lo que nos es común cuando los excluimos de ese hecho común. ¿Qué sentido puede tener que alguien se encare con Errejón al grito de «viva España» si no es excluir del país lo que él representa? ¿Y qué sentido puede tener que PP, C’s y PSOE se contrasten con los demás reclamándose constitucionalistas si no es poner lo que representan los demás fuera de la Constitución? Las manifestaciones por la patria o el constitucionalismo son siempre un llamamiento al cierre de filas, a dejar por irrelevantes las demás diferencias por algún tipo de emergencia superior. Lo malo es que esa emergencia suele ser un invento fabricado con la distorsión de problemas reales y las diferencias que hay que aparcar por la patria suelen tener que ver con desatención de la enseñanza pública y la igualdad de oportunidades, con la socavación del sistema de pensiones, con la creciente entrega de la sanidad al lucro privado y con el abandono de los dependientes. Siempre fui muy sordo a los nacionalismos, no solo por el humor supremacista que los acecha, sino por ese estado de emergencia, de momento fundacional o de agresión exterior que justifica la sospechosa exigencia de aparcar todas las diferencias.
Y es que en España los que piden aparcar las diferencias quieren que se aparquen las diferencias de los demás, no las suyas. La situación política no está ni mucho menos bloqueada porque hay diferencias ideológicas que no están ni mucho menos aparcadas. Están bloqueadas comunidades como Asturias, pero no Madrid, Andalucía o Murcia. Ahí las diferencias avanzan viento en popa. El Consejero de Educación de Madrid acaba de decir que la entrega de aulas públicas a la Iglesia no está bloqueada, sino que seguirá ampliándose. El Consejero de Salud y Familias de Andalucía no tiene en absoluto bloqueada la privatización de la sanidad de su comunidad. El gen franquista y nacionalcatólico de la derecha tampoco está bloqueado y se expresa cada vez con más plenitud. López Ayuso evoca quemas de iglesias y guerras civiles cuando la democracia cierra el homenaje permanente al dictador en el Valle de los Caídos (un inciso; los militantes socialistas deberían dejar de felicitarse; en los años cincuenta EEUU empezó a firmar tratados con Franco y este dijo «ahora sí que he ganado la guerra»; cuando ganó el PSOE y González mantuvo el Valle de los Caídos, la familia Franco supo que ahora sí que habían ganado la tumba, la abadía y el homenaje; el PSOE fue parte de esta infamia y nos debía su reparación; que no esperen aplausos, faltaría más). Siguen derogando sin bloqueo leyes y suprimiendo recursos para la única violencia colectiva que nos sigue azotando, que es la violencia de género. También mantienen la presión inquisitorial ultra sobre la enseñanza, que quieren abrir con el PIN educativo parental. El sistema es el mismo que siguieron con la Religión, donde impusieron a los demás una asignatura alternativa vacía fingiendo que defendían su derecho de conciencia. Ahora abren una fisura para atosigar a los centros con fundamentalismos fingiendo defensa de un credo atacado. Y siguen sin bloqueos las rebajas fiscales a los ricos y las herencias millonarias sin coste.
Lo notable no es que las derechas exijan unidad patriótica sin ceder nada, con políticas conservadoras cada vez más extremistas, con propuestas muchas veces inconstitucionales y con compañías abiertamente inconstitucionales. Lo notable es que el PSOE no les exija credenciales, moderación y cesiones para entrar en ese saco. Cataluña lo nivela todo. Se es constitucionalista con posturas conservadoras inconstitucionales: eliminación de las autonomías, aplicación indefinida del 155, apetencia de Presidencia para meter en la cárcel a independentistas (en la actual Constitución el Presidente no mete a nadie en la cárcel, solo los jueces). Y se está fuera de la Constitución con posturas progresistas constitucionales, como las que hacen referencia a pensiones, igualdad, educación, sanidad o vivienda. El que quiera cambiar aspectos de la Constitución no es constitucionalista y, por tanto, será independentista, porque Cataluña fija todos los contrastes; salvo que se quiera cambiar la Constitución por la derecha, con supresión de autonomías y cosas por el estilo, que entonces se sigue siendo constitucionalista. El palabro ese de constitucionalismo y derivados se puso en circulación para excluir y reducir alternativas. A medida que se repite va secando la Constitución y va pareciendo que estar con la Constitución consiste en ser monárquico de derechas, porque ahí cabe Vox y solo cabe el PSOE si no se alborota.
Y es poco probable que el PSOE se alborote. Es el partido menos luchador del Parlamento. La lucha supone disconformidad y presión para que las cosas tomen otro rumbo. Vox, PP, y C’s quieren un sistema diferente. Luchan para que haya menos impuestos en las rentas altas, para que se privaticen los servicios esenciales y las pensiones, dejen de pesar sobre los impuestos y pasen a ser espacios de negocio, para que la Iglesia tenga más presencia y gestione la educación. Las izquierdas presionan para subir los impuestos a los ricos, para que sean públicos los servicios esenciales y para que el país sea una democracia laica. El PSOE pone diques y contiene frentes, ve lo que hay como una situación llena de logros y de metas cumplidas y las metas aún no alcanzadas nunca son urgentes. Hace pasar por sentido de Estado lo que es acomodamiento y hasta modorra. Por ejemplo, si no estaba de acuerdo con la cadena perpetua, no tendría que firmar la ley de seguridad de Rajoy. Pero eso habría sido luchar. Sánchez firmó y dijo que ya derogaría la cadena perpetua algún día.
El invento del constitucionalismo es un cierre de filas conservador. El PSOE pactó con independentistas, pero no pactó medidas independentistas. El PP y C’s pactaron con la ultraderecha, pero sí pactaron medidas ultraderechistas. Con esa mochila y sin renunciar a nada de lo que hay en ella quieren el cierre de filas con el PSOE. La derecha destiñe. Sánchez no puede teñirse de quienes están teñidos de Vox.

Sublimes síntomas de sordera

Que el neoentierro del dictador no nos distraiga del todo. El Valle de los Caídos quedó deshuesado y, una vez privado de su simbolismo infame, ya solo es un adefesio arquitectónico a la espera de algún cubo de basura apropiado. Pero abramos el gran angular para sentir el momento completo del país. Los muñecos de cuerda y las aspiradoras que se mueven y corrigen su trayectoria cuando chocan con alguna pared o algún obstáculo manifiestan ceguera. La intervención de las paredes y los obstáculos en la trayectoria de los muñecos no indica que se muevan en un espacio seguro protegido por paredes. Indica sobre todo que los dispositivos no ven. Cuando no hay más directriz en sus movimientos que los límites últimos de su espacio, la trayectoria solo puede ser errática. En nuestro momento actual solo oímos leyes, artículos de la Constitución, resoluciones de tribunales y enunciación engolada de principios de la democracia. Eso no significa que vivamos en un país con leyes y convicciones firmes que se hacen valer cada día. La Constitución, los tribunales y los grandes principios son límites. Y que sean los límites lo que llena nuestra actualidad no es señal de robustez, sino de ceguera. Que los políticos solo citen leyes o peroren fundamentos de la democracia no es señal de integridad, sino de sordera. Nuestro patio se llenó de muñecos chocando con paredes en trayectorias sin tino.
Tal es el legado que nos dejaron Sáenz de Santamaría y Rajoy en Cataluña. Hay mucha legislación sobre la familia. Contraten unos buenos abogados y traten de vivir la relación de pareja, de la pareja con los hijos y de los hijos entre sí sin más referencia que las leyes de la familia y los dictámenes de sus buenos abogados. Verán el dolor de cabeza y la sinrazón en que se convierte cada día la vuelta al hogar. No se trata de que las leyes sobren ni sean perversas. Ni se trata de desobedecer la ley. Se trata de que las leyes son los muros de la convivencia, pero no pueden ser la sustancia de la convivencia en sí. Si en la vida familiar no hay más decisiones que las que se expresen recitando una ley es que no hay vida familiar. Rajoy pretendió que no hubiera política en y sobre Cataluña para aparentar que lo que ocurría era el mero estado de derecho en funcionamiento. Todo lo metió en tribunales y en acciones policiales. Como es lógico, si grapamos todos los fallos judiciales sobre el asunto catalán, el libreto que obtenemos no forma un plan de actuación, ni una propuesta política, ni un marco, ni siquiera una secuencia coherente. No es solo la injerencia política que haya habido en los tribunales. Por limpios que hubieran sido, son tribunales y solo señalan los límites, y regirse por los límites es ceguera y sordera, trayectorias erráticas y desgobernadas.
Los argumentos independentistas empiezan y acaban en lo irrefutable: la democracia, el derecho a decidir, la soberanía del pueblo. Como la Constitución, ideas límite, paredes que solo inducen movimientos sin rumbo. Cuando solo se dicen cosas irrefutables no se está diciendo nada y cuando se propone, se exige o se hace sin decir nada como argumento, se es sectario. Empieza a ser chistosa la pose grave de Torrent escenificando siempre un momento límite en el que hay que tomar una decisión complicada ante la historia. Con la borrachera de palabras irrefutables danzando sin gobierno por sus frases, sueltan petardos reaccionarios como que la democracia o «el pueblo» están antes que la ley, que son la misma traca en la que chisporrotean pestiños como el «plebiscito de los siglos» de la Monarquía. Este es el panorama: leyes, tribunales, policía y palabras irrefutables dichas por wannabes Luher King ante la historia. Las acciones se fundamentan solo en límites, la pura ceguera.
Si el Gobierno, primero del PP y ahora de Sánchez, actúa por el estado de derecho y los independentistas actúan por la democracia y el pueblo, las derechas solo lo hacen contra el terrorismo y por la unidad de España. Solo truenan límites obvios induciendo los movimientos que las paredes inducen en los juguetes de cuerda. La derecha necesita más agitación que la izquierda. La izquierda ahora es la que quiere conservar el sistema de protección social y la derecha quien quiere desmontar la sociedad que conocemos. La derecha es ahora la subversiva y está necesitada de distraer la atención sobre sus verdaderos propósitos. Por eso necesitan especialmente la emergencia y la agitación emocional. El terrorismo sale de sus bocas como un ectoplasma de ETA, meten el hueso de la organización desaparecida una y otra vez en el caldo de la actualidad buscando algún mínimo sabor que pueda dar para arrojarlo contra sus rivales y justificar sus enojosas alianzas. Echan de menos aquellos atentados. Buscan emociones bajas patrioteras con Cataluña y por eso avivan el fuego todo lo que pueden agitando medidas de excepción y payasadas como la del agónico Rivera prometiendo meter en la cárcel a no sé cuántos. ¿Será que se va a meter a juez o que no sabe que solo los jueces meten en la cárcel a gente?
Pedro Sánchez argumenta también con límites. Lo suyo es una versión light del «o yo o el caos»: o estas derechas montaraces revueltas o un pacto con esta izquierda que nos quitaría el sueño a todos, o yo. También vio negocio en Cataluña y supuso que la sentencia le vendría bien para eso de tener una mayoría clara. No tuvo altura moral para pilotar el momento de especial trascendencia de la exhumación de Franco y el fin de esa ignominia. Qué torpe fue su sobreactuación antifranquista cuando replicó a Pablo Iglesias, qué transparente su impostura al manifestar consternación como si los reparos de Iglesias fueran a la exhumación y no a meter hecho tan simbólico en los ruidos tomboleros de unas elecciones. Pero el argumentario siempre es de límites: el caos, la democracia, Franco. Podemos sale relativamente bien librado del fiasco de la negociación y del desembarco de Errejón, porque parece que perderá «solo» lo que ya había perdido antes del verano y no entró en barrena en plan Rivera. Sus propuestas no consiguen hacerse oír, pero parece haberse consolidado como referencia ideológica. Errejón deberá corregir el foco de su candidatura. Ya nadie recuerda la frustración y hastío de aquella negociación tan chusca. Sánchez no quiere presentarse como líder de una coalición de izquierdas y él mismo fuerza la impresión de que aquella negociación no le gustaba. Podemos tiene el campo abierto para que el recuerdo de aquel fracaso sea de coherencia irreductible. El regusto de aquel desastre se va corrigiendo sutilmente. Ese punto de claridad con pragmatismo para desatascar una situación encastillada con el que desembarcó Errejón se va diluyendo, porque se están olvidando aquellas sensaciones. Tendrá que desplegar estilo y maneras si quiere que el apoyo no se reduzca al que consiguió en el impulso inicial. De todas formas, en el ambiente actual Podemos y Errejón están siendo de momento actores secundarios.
Con tanta unidad nacional, terrorismo, caos, democracia contra Franco y tanto límite, no se ven planes sobre lo esencial: la desigualdad, la segregación creciente del sistema educativo, el negocio floreciente de la sanidad privada dando bocados a la sanidad de todos, la hucha de las pensiones vaciada. Se habla de Cataluña, el caos y el sentido de Estado, mientras avanzan en Madrid y Andalucía las medidas extremistas de sus gobiernos montunos y no se percibe la inversa en comunidades con mayoría progresista. La ultraderecha sigue en su labor de mimetizar discursos ajenos para asentarse en pequeñas dosis, siempre tóxicas. Ahí tuvimos a Monasterio deplorando la exhumación porque dañaba el legado de la transición. Qué gracia. A lo mejor su comentario era más profundo y quería decir que el trato era cambiarlo todo para que no cambiara nada y esto no era parte del trato. O el nietísimo diciendo ante la exhumación que esto era una dictadura. ¿Según él eso es bueno o malo? Dejemos de escuchar a quienes solo tienen leyes y principios. Por sublimes que parezcan, son síntomas de sordera y maniobras de distracción.

Cataluña y las enojosas coincidencias

Doña Leonor sonríe con el resto de la familia real. La actualidad es caprichosa y junta en las portadas de la prensa llariega las llamas de Barcelona con el protocolo de los Premios por el que la Princesa tiene que sonreír y mostrar a la realeza lejos de la realidad, en sus mundos de yupi. Un rey en una democracia solo puede ser un símbolo y por eso tiene que ser el gesto del país, la cara que llora, ríe, muestra gravedad o se distiende acompañando a los avatares tristes, alegres, difíciles o apacibles del país. El protocolo obliga a que la familia real sonría despreocupada mientras no sabemos cuánto de nuestro futuro arde en Cataluña; y mientras al lado están encerrados en la Catedral los trabajadores de Vesuvius en huelga de hambre contra un mal viento que nos amenaza a todos; y mientras miles de pensionistas están en las calles peleando por una de las cosas que diferencian la civilización de la barbarie. Quienes sepan de esto podrían haber ajustado el protocolo para que el primer discurso de doña Leonor no fuera un grumo mal disuelto en la actualidad del país. Podrían empezar dando un cursillo rápido al señor Canteli. Reñir a los trabajadores de Vesuvius porque un encierro no pega bien con la realeza, además de facha, es frívolo y bobo. El bando que perpetró sobre la llegada de la Princesa bañó la Jefatura del Estado de babas y cursilería ramplona. Poco favor hace a la monarquía tanto almíbar y ñoñez.
Pedro Sánchez debe estar repasando con Iván Redondo los colores de traje que pegan mejor con las llamas de Barcelona y la sonrisa de la Corona. Cuando decidió convocar elecciones, sabía que un momento muy delicado y muy necesitado de buen juicio y cirugía fina iba a coincidir con elecciones, donde política y conductas son de pedernal; e iba a coincidir con un gobierno en funciones con respiración asistida. Pero eso no le quita el sueño. La frivolidad de Sánchez al hilo de calentones mediáticos provocados por la derecha es notable. ¿Quién será ahora para él el presidente de Venezuela, pasadas aquellas calenturas? Hace solo un año y de nuevo al calor del ardor mediático de una derecha vociferante, decía que en Cataluña había habido una rebelión, como no reparando en la gravedad de lo que decía. El Supremo dice ahora que no hubo rebelión ni golpe de estado. Y es que se necesita haber entendido mal las clases de Aravaca o ser Froilán en persona para confundir lo de Cataluña de 2017 con lo de Tejero o el general Pavía.
Pero las palabras crean territorio. Estamos condicionados para asumir que una palabra nunca es vana y siempre se refiere a algo. Por eso siempre forman suelo en nuestro cerebro y nuestra mente se puebla con la misma facilidad de mesas y geranios, que vemos cada poco, que de unicornios y centauros, que nunca veremos. Por eso son tan tentadoras las intoxicaciones. No hablamos de las fake news, que se desmontan rápido y de cuya importancia aún no estoy convencido. Las mentiras que valen son las de toda la vida, las intoxicaciones de siempre que funcionaron sin redes sociales y hasta sin teléfonos ni imprenta. Son las que crean el lenguaje que crea el territorio. Nuestros oídos llevan dos años martilleados por las derechas y sus voceros con que en Cataluña hubo un golpe de estado y los presos eran golpistas. El Supremo establece que no hubo rebelión, que no hubo violencia, que la poca que hubo no fue planeada ni instrumental y que ni siquiera hubo propósito de secesión. Pero si mantienes puesto un traje mientras analizan si tiene contaminación radiactiva, cuando te digan dos años después que sí la tiene, aunque te lo quites la contaminación ya hizo su daño. Estuvimos dos años con rebelión y golpe de estado y, aunque nos quite el Supremo ese traje, las palabras ya crearon territorio, ya llevamos dos años con políticos en prisión porque eran golpistas, con lazos amarillos que sostuvieron a un nacionalismo que se hubiera desmoronado y con la situación de Cataluña y la imagen de España contaminada. Ahora vuelven banderas nacionales y coros de viva España. Sánchez se mece otra vez en las aguas mediáticas y dice que las demás izquierdas se avergüenzan del nombre de España. Para los despistados: España, la bandera, la guardia civil y el ejército no tienen nada de malo, faltaría más. Pero el que repite el nombre de su patria la reseca y la reduce a sus perfiles más cortantes, a meras fronteras contra el exterior y, sobre todo, a las diferencias interiores como fronteras. Arriba España quiere decir siempre «fuera de España» y casi siempre a españoles. La sobreactuación con la bandera es siempre una ostentación con apetencia de exilio contra malos españoles. El ardor por los militares es siempre una reducción del ejército a lo que tiene de fuerza y una simplificación de la institución al momento en que se dispara un arma. Los que no voceamos vivas a España y al ejército ni nos envolvemos en banderas no sentimos vergüenza ni desafección. Simplemente no tenemos nostalgia de españoles exiliándose ni de enemigos ni de disparos, que es la caricatura a la que los fachas reducen el país, sus símbolos y su ejército.
La situación actual es rica en nutrientes para patrioteros, enemigos imaginarios, banderas filosas como hachas, emperadores sin imperio, cobardones con delirios de conquista y oportunistas que ocultan sus intenciones confundiéndose en piaras llenas de símbolos, puños apretados y berridas. Esto es lo que quería el peor nacionalismo secesionista y los patrioteros ávidos de cruzadas de tebeo. Unos tienen ya a Cataluña en llamas y en las portadas de todo el mundo. Y los otros ya tienen una posible emergencia nacional para estados de excepción y ruidos de armas. El 1-O el gobierno de Rajoy avergonzó a España y dilapidó todos los avales morales del Estado. Estos días el independentismo perdió también sus credenciales. Que se dejen de contubernios masónicos. Con tanta célula civil paraoficial y organizada, encendieron un fuego que los desborda y su impotencia actual no les da inocencia. Es un desastre cada vez con peor arreglo. Si alguien cree que ahora un referéndum sería apaciguador que despierte. Y a cargo de la nave tenemos a Torra, que siempre fue un personaje de desecho; a Pedro Sánchez haciendo cábalas demoscópicas; a Casado con su monocorde discurso de patria en peligro y voto a bríos; a Rivera compitiendo en idiocia con él pero haciendo al hablar esa pedorreta que hacen los globos que se deshinchan; y las izquierdas UP y MP demasiado calladas; no es lo mismo prudencia que inhibición, ni reflexión que indecisión. Alguien tiene que ajustar el protocolo de la Princesa o las portadas acabarán pareciendo republicanas.
Pedro Sánchez querrá hablar del interés del Estado con el PP, y Rivera, en el zigzag histérico con el que se deshincha, querrá vela en el entierro. Los momios del PSOE y PP y otros amos lo presionarán para que haga un engrudo con la derecha que les permita seguir viviendo de gañote. Pero Sánchez no puede hablar del interés general con quienes corroen con la ultraderecha nuestra convivencia desde Madrid y Andalucía. Los ultras en las instituciones son como el plástico en el océano. Su brutalidad se acumula y degrada el ecosistema. Ahí están los ultras en Cataluña revolcándose en su medio natural.
No sé qué me preocupa más de la sentencia: que no haya habido sedición y las condenas dinamiteras sean efecto de politización del poder judicial; o que los tribunos hayan sido independientes y leales y que la ley realmente sea así, que en España sin violencia, sin escarceos planificados o instrumentales, sin propósitos de ilegalidad sino solo de reivindicación, y tal es lo que dice la sentencia del Supremo no lo digo yo, sin todo esto puedas ser culpable de sedición e ir muchos años a la cárcel. Mañana amanecerá la prensa con la familia real sonriente, ajena y feliz. Y qué cacho horterada planea Canteli con la bandera nacional. Claro que nos avergonzaremos, collaciu Sánchez. 

La enseñanza entre los restos lampedusianos

El problema de cambiarlo todo para que nada cambie es que a veces nos encontramos con que nada cambia. Sin darnos cuenta la referencia al dolor y atraso causados por años de dictadura y crímenes pasa a ser «un punto de vista» e incluso un extremismo. Al retirar los restos del déspota de un lugar de culto nos topamos con que leyes de otros tiempos hacen inviolables para los poderes públicos los recintos sagrados y que en ellos la autoridad religiosa, así sea un pelele falangista tan momia como el dictador, está por encima de la autoridad civil. Y esos truenos centellean especialmente en la enseñanza. Nuestro sistema educativo se parece a veces a Comala, el pueblo de Pedro Páramo donde todas las voces salvo la de Juan Preciado son de difuntos. Las voces de los vivos relativas a la educación quedan anegadas en estos tiempos por otras voces que traen acentos de un pasado perezoso que remolonea como esos papeles que hacen espirales con el aire suave y que no acaba de irse. Planean estos días sobre la enseñanza voces que hablan de valores de Occidente y cristianismo frente al islam; de terrenos públicos que se regalan a colegios religiosos para que monten negocios de piscinas; de control fundamentalista de profesores y vida académica; de direcciones generales de consejerías expresamente encargadas de entregar a la Iglesia católica los centros de enseñanza; de unos contenidos adelgazados y reducidos a un utilitarismo torpe que nunca llega a ser útil; de bancos y empresas mangoneando para que la enseñanza sea su granero de formación ad hoc y las becas se sustituyan por créditos lucrativos para ellos; de sustituir la planificación para objetivos globales por una desregulación montuna disfrazada de libertad de elección de centro; de un sistema educativo con los espacios de exclusividad de una sociedad desagregada y desigual. Son ecos de la Edad Media, del capitalismo del siglo XIX y de todas esas centurias en que la Iglesia era quien estaba a cargo de la enseñanza y el analfabetismo era de más del noventa por ciento. El sentido común parece un Juan Preciado ahogado por psicofonías de difuntos.
Y tendremos que repetirnos cíclicamente el sentido común para que la maraña de desvaríos no acabe aturdiéndonos. El sentido común consiste en recordar las tres patas de lo que es la educación en una sociedad civilizada y el papel que hace el mercado y la Iglesia sobre esas tres patas. Las tres patas son el progreso económico, el bienestar y la igualdad de oportunidades. En la primera todo el mundo está de acuerdo. El sistema educativo puede afectar mucho al tipo de trabajo que puede conseguir un individuo y a la prosperidad material de un país. Con la evidencia de esta primera algunos quieren hacernos olvidar la segunda pata. Igual que la salud, la educación es un aspecto del bienestar de las personas. Una formación adecuada afecta a la autonomía personal, la reacción inteligente a las circunstancias, el manejo cabal de las situaciones de ventaja y las de desventaja y la sensibilidad para la complejidad y las artes. En lo social, cuando la gente está formada, por alguna razón grita menos, no escupe en el suelo, echa los papeles en la papelera, escucha más, respeta mejor los turnos y entiende mejor los procesos extensos en el tiempo. Y los que quieren hacernos olvidar la segunda pata son abiertamente hostiles a la tercera, la igualdad de oportunidades. La gente no nace con las mismas posibilidades. En unas casas hay libros y en otras no, hay ciudades con bibliotecas y pueblos sin ellas, familias acomodadas y familias humildes, familias protectoras y familias problemáticas. El sistema educativo es lo que puede corregir esas diferencias, de manera que los individuos no tengan que jugar la partida con las cartas desiguales que les tocaron por nacimiento. La palabra igualdad unas veces se usa en un sentido relativo y otras veces en un sentido radical. La igualdad es relativa cuando hablamos de riqueza. La exigencia de que se corrijan las insultantes desigualdades actuales no pretende que, literalmente, todo el mundo cobre lo mismo al mes. Pero la igualdad es radical cuando hablamos de razas o género. La igualdad de negros y blancos y hombres y mujeres solo puede ser literal y radical. Y la igualdad de oportunidades también: radical, literal e innegociable.
La relación del cacareado mercado y de la Iglesia con esta triple perspectiva es de conflicto. El mercado es un mecanismo fundamental para el consumo, pero no para la igualdad. El mercado hace que los restaurantes que tienen clientes y ganan dinero sean los que mejor calidad o precio ofrecen y eso es bueno porque como consumidores queremos que los restaurantes sean buenos y no malos y caros. Pero ese mecanismo no sirve para garantizar que la gente no pase hambre. No se trata de condenar o adorar el mercado, sino de reconocer para qué es útil y para qué es un problema. El mecanismo de mercado no puede ser lo que regule la enseñanza ni la sanidad porque debemos aspirar a la igualdad de oportunidades y a la igualdad en la salud y el mercado no puede provocar ese efecto. Puede hacer que la mejor cardióloga tenga más pacientes y gane más dinero, pero no que todos estemos igualmente atendidos cuando tengamos arritmias. El mecanismo de consumo solo conoce el corto plazo y por eso en el caso de la enseñanza la disfunción es mayor. Una persona sabe si el médico la curó y si el abogado consiguió que ganara su caso. Pero la calidad de enseñanza se consigue por aciertos de mucha gente en períodos dilatados de tiempo. La decisión del consumidor sobre un producto cuyos efectos son diferidos en el tiempo no puede ser un buen regulador de la calidad de ese producto. La libertad de elección de los padres no puede ser una artimaña para la desregulación del sistema. Cada uno sabe lo que elige, pero no sabe el efecto global que causan muchos padres y madres haciendo elecciones parecidas, no pueden captar si la sociedad se está quebrando y si las desigualdades se hacen insoportables ni pueden percibir guetos que, además de injustos, se van haciendo peligrosos. No es eso lo que eligen individualmente, pero es eso lo que ocurre si el sistema se reduce a elecciones individuales ciegas de una en una al conjunto completo.
La Iglesia cerró sus acuerdos con el Estado antes de la Constitución y así pasó por encima de ella. Su encaje en la democracia es anómalo y estridente y sus privilegios son una disfunción anacrónica. Las derechas quieren desregular el sistema educativo y privatizarlo. Como son además muy conservadoras se apoyan en la Iglesia, que es el principal foco conservador en España. La Iglesia necesita un sistema privatizado con fondos públicos para dominar la enseñanza. El mecanismo de mercado es la horma en la que inyectan sus propósitos. Lo llaman libertad para aparentar moralidad. Por eso derechas e Iglesia se realimentan en la educación y emplean los dineros públicos en un capitalismo de amiguetes de libro (la expresión tiene el inconveniente de sugerir que hay otro tipo de capitalismo). Como además los principios democráticos son negación de los autoritarios, hay ahora una presión fundamentalista católica, también alimentada por la Iglesia, que pretende que esos principios democráticos son una imposición y de ahí el intento del pin inquisitorial.
Oiremos en campaña al PSOE hablar de enseñanza pública y de aumento de los presupuestos. Tranquilizará a la Iglesia, pero no a quienes dice defender. Algunos de sus veteranos, convertidos con el tiempo en caciques resecos, seguirán pidiendo gran coalición con el PP. Sánchez dirá lo que le convenga, pero hay algo que no dirá. Si se está con la ultraderecha en Madrid y Andalucía desmontando entre otros el servicio público de enseñanza, se está en la trinchera del fanatismo ultraderechista y no se tienen credenciales para hablar del bien común. El progreso económico es una necesidad, el bienestar es una pauta de civilización y la igualdad de oportunidades es un frente irrenunciable. Lo que menoscabe esto es morralla antañona.

Pedro Sánchez y los gamberros ultras (más allá de Berta Piñán)

Berta Piñán no fue la primera. En 1976 en el salón del Tinell Juan Carlos I, ya Jefe del Estado y en discurso oficial, también cometió la ilegalidad de hablar a los representantes políticos en una lengua no oficial, el catalán. Así que después de todo, lo de que Berta Piñán hablara en la lengua no oficial asturiana fue de lo más borbónico. No lo entendieron así la ultra Gloria García y el non plus ultra Ignacio Blanco. Fingió la una sofoco porque no entendía nada y pidió un traductor con el apremio con que antes las señoronas pedían sales para evitar el desmayo. Y fingía el otro alarma por la ilegalidad de usar una lengua no oficial y desestabilizó la política regional con dos amenazas disolventes: la de ponerse a hablar en inglés y, aún más dolorosa, la de ausentarse de la comisión. No entiendo qué le hizo pensar a la presidenta de la comisión, Lidia Fernández, que aquello exigía un receso y una consulta letrada en caliente y qué males veía ella en que el señor Blanco se largase con viento fresco a holgazanear a otra parte (V el de Vendetta decía no creer en las casualidades; justo en el momento en que escribo estas líneas el navegador Safari de Apple solo deja ver la web de la Universidad de Oviedo en asturiano y en inglés, no en español; o V se equivoca y es un bug casual o acierta y Apple está celebrando el día de las lenguas no oficiales). Podría parecer que la actuación de estos ultras era un ejercicio de filibusterismo. Pero creo que la cosa es más profunda y va más allá del asturiano.
Los ultras del PP y Vox no son filibusteros, sino gamberros. El gamberro es el que se divierte de manera ruidosa y desconsiderada y se complace con el efecto que causa en los demás su ordinariez. Los ultras solo creen en la política dirigida por ultras, sea en democracia o no. El estruendo gamberro no es divertido si no alborota por su audacia, su hilaridad necesita el temblor irritado de la estupefacción y el escándalo. Y los ultras en una democracia están como una banda de macarras en un concierto de música clásica: ven en la sensibilidad de los demás solo melindres y pejigueras. Un solo de violín, un anciano pobre o docenas de mujeres asesinadas son remilgos intelectuales de progres empalagosos. El escándalo biempensante es la sustancia de toda provocación y los ultras tienen la provocación como manera de conducta natural. En aquella película de Álex de la Iglesia la clave para encontrar las pistas del Maligno era que el diablo siempre imita a Dios para burlarse de él. El diablo además de malo es gamberro y quiere el cabreo de Dios. Los ultras imitan las formas de la democracia presentándose a las elecciones, votando y ocupando escaños y puestos en las instituciones para burlarse de las libertades haciendo el gamberro. Tienen objetivos políticos, desde luego: entregar nuestras necesidades básicas (educación, sanidad, vejez) al lucro privado, fortalecer los intereses de la oligarquía, restringir las libertades, dar poder a la Iglesia e imponer valores morales intransigentes y extremos. Pero la simpleza hace sus propósitos demasiado transparentes y tienen una aversión muy real por la izquierda y la democracia, les es útil el escándalo porque oculta pero también porque satisface su visceralidad contra el oponente. La izquierda lo pone fácil, porque no tiene sentido de humor, se considera llena de ideales y tiene un punto de puritanismo fácil de escandalizar.
No hablo de Vox ni de lo que viene. Hablo de lo que nunca se había ido. Se burlan de la convivencia civilizada como el diablo se burla de Dios, imitándola, inventando enemigos para que su agresividad imite la defensa de ataques imaginarios a valores compartidos. Arzobispos y derechas políticas inventan una fantasmagórica «ideología de Estado» en las escuelas para que la entrega desvergonzada de la enseñanza a la Iglesia para un adoctrinamiento masivo imite una defensa de la libertad. Deliran ideologías izquierdistas en las aulas para disfrazar sus oscuras presiones sectarias a los profesores de pin educativo y defensa de valores familiares. Fantasean leyendas remotas de quemas de conventos para que su hostilidad de otros tiempos parezca una réplica inevitable. Disfrazan su adhesión al dictador y muchas veces asesino Franco de reconciliación y comprensión cálida con la familia. Castigan la libertad de expresión impostando defensa de agresiones imaginarias. Ante los cadáveres de mujeres que se van amontonando amparan a los asesinos alucinando varones perseguidos en permanente toque de queda por acusaciones falsas de hordas de desaprensivas. Ortega Smith desbarra con crímenes y violaciones de las trece rosas, sus acólitos se agavillan en piaras para impedir que se vea una película imitando a quienes se defienden de una infamia o llevan furgonetas a las escuelas con mensajes llenos de rencor simulando que huyen de alguna amenaza. Fantasean patrias en peligro para hacer pasar por resistencia lo que es exclusión agresiva. Por todas partes el diablo se burla de Dios imitándolo. La gamberrada de la Junta durante la alocución de Berta Piñán es una más y será el nivel del debate que veamos a propósito del asturiano y su tratamiento legal.
Decía que no hablaba de Vox. Hablo de todo lo que ahora está a la derecha de Pedro Sánchez. Por supuesto que hay tejido conservador democrático y normal en España, pero no está representado políticamente. Y Pedro Sánchez debería hablar alto y claro por el lugar de frontera de la civilización en que lo colocó la actual geopolítica nacional. No puede dar ninguna credencial ni negociar nada con quienes sostienen la barbarie madrileña y andaluza. Cada pacto que haga con C’s, cada cuestión de estado que trate con ellos sin exigir la disolución de los gobiernos ultras en los que participa, es un avance en la normalización del veneno ultra y su intransigencia y es un paso más que hace a nuestra vida pública una imitación con la que el diablo se burla de la democracia y la tolerancia. El refuerzo de leyes que pudiera atajar determinados desafíos sería una buena carcajada de la democracia para sumarse al jolgorio facha. Cuando pareció que la indisciplina en las aulas se hacía preocupante, anduvieron barajándose leyes que dieran a los docentes la condición de autoridad pública en su recinto. Es una reacción a una situación. No estaría mal que, por reacción, el PSOE impulsara leyes que protejan la única libertad de enseñanza en peligro que es la del profesorado crecientemente acosado por el escrutinio reaccionario. Y tampoco estaría mal que se garantizara la libertad de expresión, incluida y sobre todo la odiosa, pero que se ilegalizara toda forma de homenaje grande o pequeño institucional, no privado, a la dictadura y sus actores. O que se hiciera un paquete de leyes para la laicidad del Estado normal en una democracia, incluida la financiación directa e indirecta de la Iglesia y la denuncia inmediata del Concordato; recordemos, por ejemplo, que por él los templos son inviolables y nuestros policías y jueces no pueden investigar en ellos la pederastia sistémica. Como digo, Sánchez haría bien en mostrar al diablo que Dios también puede carcajearse llevando la democracia a niveles difíciles de imitar por el Maligno.
Pedro Sánchez dio muestras preocupantes de frivolidad en la manera en que manejó las cartas para formar gobierno o dejar morir el parlamento de abril. El problema que más puede envilecer la vida pública está en la crisis catalana, que derribará todas las barreras del sentido común y hará naturales los peores contrabandos. Es difícil imaginar que en los cálculos ensimismados de Sánchez al buscar nuevas elecciones no tuviera en cuenta la sentencia inminente contra los independentistas y no haya elaborado una estrategia para sacar beneficio del tumulto. Ya está dando muestras de ello. Es muy de temer que se arrime a los tópicos patrioteros conservadores y que los gamberros ultras encuentren más espacio para sus infamias. Mientras, podríamos empezar aquí a reírnos del diablo cambiando el reglamento de la Junta para que a Lidia Fernández no le tiemblen las rodillas la próxima vez que Berta Piñán hable en asturiano sin más razón que porque le dé la real gana.