El Foro.
El Foro ganó hace unos meses, sin partido y sin historia. Ganó por una concurrencia variada de ímpetus:
· Los votantes conservadores vieron con una pizca de alegría la posibilidad de mudar esa sábana ajada, reusada y llena de rotos que era la plana mayor del PP regional. Y, según la feliz expresión de Gracia Noriega, echaron su cana al aire con el Foro.
· Los mismos votantes y otros más, se supone que el bulto gordo del apoyo forista, votaron por el impacto de su líder y capital político único, Álvarez Cascos. No hay que quedarse en la epidermis de esta pulsión. Álvarez Cascos no fue un ministro ni vicepresidente de gestión celebrada. Ni era especialmente eficaz (ni ineficaz tampoco) ni era simpático. Muchos nos sonreímos en su día cuando dijo que también Jovellanos había sido un ministro impopular, encontrando por fin una analogía indiscutible con la figura con la que tiene el curioso empeño de que se le asocie. Ni por tecnócrata, como Boyer o Rodrigo Rato, ni por popular, como Borrell o Pimentel, ni por punzante, como Alfonso Guerra, pasó a la historia. Pero fue importante, peso pesado, y hay un convencimiento no pequeño de que es bueno para una autonomía tener al frente a alguien conocido, alguien que pinte mucho. Mucha gente piensa que fue bueno para Galicia que estuviera allí Manuel Fraga, el ex – todo. La imagen que parece tenerse de esta espaciosa España es una imagen de combate, donde conviene tener a alguien fuerte, que intimide, que consiga. (Quizá yo mismo tuve este perfil el par de días que siguieron a la destitución de Preciado en el Sporting. Recuerdo haber comentado con mi hijo que, si lo destituyen, sea para traer a alguien que salga en la tele y sea buscado por los periodistas, que se hable de nosotros para recuperar la moral. No estuvo mal. Clemente estuvo tres días seguidos de portada en el Marca).
· El vago asturianismo y ese aire de no partido fue también el agarradero para que algunos por fin pudieran votar contra la izquierda sin decir ni decirse que votaron a la derecha. Algunos personajes con cierta visibilidad pública, que nacieron en y de la izquierda, se desgajaron del racimo en el que se puede pintar algo y llevan rebotando de tanto en tanto en la vida pública como esas canicas que rebotan en el piso de arriba de todos los pisos del mundo. Y aquí, en el asturianismo, la memoria de Jovellanos y la inocencia de ese estado fundacional de no partido encontraron cobijo y coartada.
Y entraron a gobernar con tres vicios capitales.
· La inactividad. Justos o injustos, a muchos, a muchísimos, nos parece que se trabajó a medio turno. La inocencia resultó ser simplicidad y bobería, hermanas de la incompetencia que ya conocíamos. Cierres sonados sin proyectos ni nuevas ideas. Si tuviera que dibujar una metáfora de la sensación que me produce el Gobierno de estos meses sería la de una mano intentando apresar el agua de un torrente. Pura incapacidad.
· Resentimiento y bronca. Gritos, cierres y no. Lo más visible del Gobierno fue la manía que tenía a ciertas cosas y las ganas que tenían de decir ahora me toca a mí. Ni un solo ajuste mesurado y en sus términos. Sólo griterío sin sustancia.
· Prepotencia en la debilidad. Según parece Álvarez Cascos supuso que, a partir de ser él investido Presidente, era obligación de todos los demás ayudarle y hacerle las cosas fáciles. Interiorizó aquel dicho de Margaret Thatcher de trabajar sin desmayo para llegar a acuerdos con todo el mundo sobre mis posiciones. Sólo había una forma estable de gobernar en Asturias que fuera respetuosa con los evidentes resultados electorales, que era un acuerdo entre el Foro y el PP. La izquierda no tenía diputados suficientes y cualquier otra combinación hubiera sido un Frankenstein de piezas sueltas listas para desmembrarse. Todo un sindiós. Cascos era el Presidente y el que tiene obligación de buscar apoyos para su gestión. No hizo más que cortes de manga e higas al PP al que había desplazado. No hizo ni un gesto ni una gestión de ningún tipo para concebir proyectos y políticas conjuntas con nadie. Apoyar unos presupuestos generales es, de facto, apoyar a un Gobierno y es el Gobierno el que tiene que buscar apoyos, no obligación de los demás a tener altura de miras.
Lo cierto es que ya no hay manera estética ni digerible, aunque sí aritmética, de que sea otra vez Presidente. Gana las elecciones y disuelve la Junta porque no puede llegar a acuerdos con el PP. ¿Nos dirán ahora que, habiendo perdido las elecciones y teniendo menos diputados, sí se pueden entender con el PP? ¿Fue por el interés general la disolución de la Junta, o porque había que ventilar este asuntillo personal entre nosotros?
El PP.
El PP de Asturias es transparente, como lo es la tela desvaída y propensa a deshilacharse que deja ver a su través de puro vieja. Es un partido acéfalo, contento con lo que le da su matriz de Madrid y el Principado como eterno segundo. Sin ideas y sin presencia. El PP nacional debería tomar medidas sobre el roto escandaloso que tienen en Asturias.
El PSOE.
El PSOE en Asturias es, fue en estas elecciones, un bajorrelieve. Tiene la forma que le dan los demás. Es un partido fiable, en la medida en que la inconsistencia de los otros haya llegado a lo risible. Parece un partido serio, porque el elemento de contraste es histriónico. Se hace moderado al lado de la intemperancia y desmesura de episodios inolvidables de estos meses. Es un partido capaz, mientras los demás sigan dando muestras de perderse en la tabla del nueve. Si el Foro
y la Junta hubieran afinado los gastos, el PSOE sería el partido de los michelines, los gastos y los fastos sin sentido. Si hubieran afinado las maneras, el recuerdo de las migoyas no nos haría percibir aho
ra al PSOE como un partido dialogante. Como digo, es lo que los demás hagan de él. El PSOE es como esos refugios anticiclones, donde se guarda lo mínimo imprescindible. Sin discurso, sin historia a la que agarrarse y sin innovación ni garra, es todo lo que ofrece: mínimos, subsistencia en la tempestad.
IU.
Izquierda Unida tiene algo de notario circunspecto en medio de un guateque. Pero no consigue pasar de telón de fondo. Repiten su ideario constantemente, se adhieren a todos los movimientos “majos” (como se decía en tiempos), así sean ecologistas, sindicalistas o brotes espontáneos de indignación, sin ser verdadero nervio de nada. Si en el barroco hubo quien fue capaz de escribir un cuento entero sin usar la letra “a”, Izquierda Unida debería ser capaz de hablar de los asuntos públicos sin usar la palabra “izquierda”. No se puede decir de uno mismo que es gracioso, hay que hacer gracia. Tampoco sirve de nada decir cada día que uno es de izquierdas. Simplemente hay que serlo. Falta chispa y sobra inercia.
UPyD.
Es un partido de relleno que cabe en cualquier sitio que le dejen. Oportunista desde su nacimiento. Lo mismo rellena el hueco de no partido, cuando cunde el hastío por la grosería de los grandes partidos, que el espacio de españolísimo que se deja ver cuando ciertos discursos independentistas llegan a morralla ideológica, o incluso rellenan el hueco irrellenable de una madre, como en aquellas penosas escenas de Rosa Díez con los hijos de Aminatu Haidar durante su huelga de hambre. Ahora piden gobierno de concentración en Asturias, venid y vamos todos, saquemos lo mejor que llevamos dentro. Una nota más en una orquesta desafinada.
Gijón.
Uno no puede dejar de hablar del aire que respira. Y más si ese aire es una ciudad tan poblada y más si la caída del partido que gobierna es tan llamativa. Gijón tiene unas décimas. Lleva dentro un cuerpo extraño, con lo difícil que es ser extraño aquí. Siempre oí desde pequeño que no existe el gijonés de pura cepa, que aquí todos venimos de fuera en una generación. No sé si esta es la verdad o la contraria, que aquí todo es de pura cepa al día siguiente. Mis hijos creían de pequeños que la Semana Negra era una época del año, como la Navidad, y que la había en todas partes. También creían que el carbón salía del mar, porque no conocieron la playa sin el Castillo de Salas expulsando cada poco esa interminable cantidad de carbón que tiene en sus entrañas. Y aquí todo se naturaliza como familiar enseguida. Tenemos el carbón que afea las mareas como ese pariente lleno de defectos del que de todas formas hablamos con indulgencia a los de fuera (“es limpio, no mancha”, decimos). Tenemos el hijo que no alcanza el nivel y nos da disgustos, pero al que queremos, como nuestro Sporting. También tenemos el hijo excesivo, que merece castigo y al que querríamos meter en cintura, pero popular y del que también estamos orgullosos, como nuestra Semana Negra. Y el hijo listo, el que llegó a lo más alto, y con el que aburrimos a nuestros vecinos, nuestro Festival de Cine, versión 1.0. El Gobierno Municipal de estos meses no sólo tuvo vistosos errores políticos e infligió evidentes heridas al ambiente cultural. El Gobierno Municipal tuvo una notable falta de sintonía y casi de cariño con la ciudad que gobiernan. El recuento de votos aquí fue como sacar de la boca el termómetro un día de gripe. El recuento dice que Gijón tiene unas décimas, que algo actúa como cuerpo extraño. La caída de votos del Foro en Gijón tiene causas específicas en la ciudad añadidas a las causas generales de su caída en el resto de Asturias (los números a veces lo dicen todo). Que alguien tome nota en el Foro. ¿Y a qué más esperan en el PP?
Inspiración.
Y no olvidemos la actitud votante mayoritaria: la abstención. Hace poco, cenando con unos amigos, decía yo en broma, pero no mucho, que debería haber una ley gamberra por la que, cuando no se alcanzase más del sesenta por ciento de participación en unas elecciones, se metiese en la cárcel a todos los candidatos. No vamos otra vez a llorar sobre el nivel de nuestros políticos. Sólo hagámonos una pregunta después de recordar la añoranza que Foster Wallace sentía de la inspiración por los otros, así fuese por la tenista Tracy Austin o por el candidato republicano McCain (a él, hombre culto en el sentido europeo e inteligencia guerrillera sobre una personalidad grunge). La inspiración es algo más noble que el liderazgo. El liderazgo supone que la fuerza está fuera de ti, en otra persona excepcional a la que sigues. La inspiración, recuerda Wallace, “anima la mente o las emociones de uno”. Las personas que inspiran lo hacen siendo ejemplo real de lo que sin ellas es sólo abstracto. La inspiración nos hace nítido lo que queremos y nos hace sentirnos capaces de intentarlo, agita algo en nosotros que nos hace ser mejores. La pregunta es, entre tanto y tanto político y política ¿no habrá alguien a quien realmente le guste y se deba a su oficio?