Nuestro
cerebro funciona, según para qué cosas, bastante bien. A su favor tiene lo
fácil que encaja en prótesis culturales que lo multiplican. En su contra tiene
su accesibilidad, es fácilmente pirateable para quien se dedique a ello. En
conjunto tiene su encanto. Pero hay que saber convivir con él.
Música y letra.
La
repeteción es la materia prima de la gramática, la poesía, la música, el
método, la resonancia, toda forma de seguridad y el disfrute infantil. Y es la
base de la empatía y la persuasión. Hablemos de extraterrestres, niños y
animales, tres tipos de seres con una mente irreproducible en la nuestra
(“¿Cómo es ser un murciélago?”, se preguntaba Nagel en aquel profundísimo
artículo). La muestra mínima de conexión con esas existencias tan ajenas es la
repetición. Si el alien, el bebé o el rinoceronte respondieran a un movimiento
oscilante de nuestra cabeza haciendo oscilar la suya, pasaríamos largos ratos
moviendo como tontos la cabeza, dilatando el encuentro en la tercera fase y
demorándonos en la conexión alcanzada. Lo que solemos llamar “química” con una
persona, se asienta en la empatía, en la reveberación que percibimos de
nuestros estados en los suyos (hartazgos compartidos, perplejidades
simultáneas, carcajadas sincronizadas, réplica en gestos de distensión). Los
mamíferos no hablan de las cosas, no hablan de nada. Sólo se aceptan, se
amenazan, se subordinan, se cortejan, … como cuando saludamos a alguien en el
pasillo: nuestro hola no quiere decir nada, sólo es un gesto de reconocimiento
y disposición favorable. Y hasta cuando hablamos de filosofía analítica
seguimos siendo tan mamíferos como el roedor nocturno que éramos en la época de
los dinosaurios. Lo que nos une a la gente es la música de su conducta hacia
nosotros, no la letra de lo que nos dice. La cháchara no se inventó para
contarnos cosas. Se inventó porque ya dejamos de pasar horas juntos
despiojándonos y arreglándonos el pelo, como los primates. Lo que crea adhesiones
es el eco, aquello en lo que nos vemos. No importa lo sesudos, públicos y
mediados que sean los discursos. Bien saben los estrategas de comunicación lo
mamíferos que somos y bien hizo su trabajo el ala derecha del Partido
Republicano (valga la redundancia).
Pasemos
a Esperanza Aguirre y La Razón, a
modo de ejemplos. Hace poco Aguirre dijo que no debería celebrarse en público
la final de la Copa del Rey de fútbol, que enfrentaba al equipo histórico de
Cataluña con el histórico del País Vasco. Pendía sobre el evento la amenaza de
silbidos y cuchufletas al himno nacional. Qué desmesura, decía no sé cuánta
prensa y nos decíamos. Libertad de expresión, a ver si no vamos a poder silbar
lo que nos plazca. Ahora me apetece silbar a mí también, rugíamos en el chigre.
Parece una metedura de pata, porque el efecto es contraproducente, ahora más
gente aprobará el silbido al himno, cuando antes de la bravata era antipático
ese gesto. Y análisis finos en la prensa progre y educada. Y bla bla. Esperanza
Aguirre no metió la pata. Según parece, le tienen calculadas estas presuntas
salidas de tono cada diez o doce días. Aguirre no quería proteger el himno sino
ganar imagen. La letra es un horror, como la de la mayoría de las óperas de
Mozart, no nos engañemos. Pero no la música. No importa lo que compartamos. ¿A
qué suena su intervención? Su intervención suena rebelde: ya está bien que estos señores nos tengan siempre en jaque
y denigren nuestros símbolos. Suena humilde:
ella sola, pequeña, contra el mundo, pero no se arredra; sola porque sabe que
el campo no se va a cerrar (eso la haría poderosa,
y eso no era parte de la música). Suena valiente:
no importan las consecuencias, no puedo callarme. Suena espontáneo y auténtico:
no parece estratégico ni consigna de partido; es una salida personal al ruedo,
hago esto porque así es como soy y no estoy calculando las consecuencias. Suena
enérgico: nadie me va a hacer callar,
plantaré cara. Suena claro: yo sé lo
que es un país, lo que necesitamos y las rémoras que nos sobran. Rebeldía,
humildad, valentía, espontaneidad, autenticidad, energía, claridad: esta música
es buena o mala según para qué momento. Ahora parecen comernos las orejas la
corrupción y el despilfarro. Parece haber desorientación y falta de modelo de
lo que se quiere. No hay valores claros, no se acaba de condenar o rechazar lo
injustificable. Parece que uno queda mal defendiendo lo obvio. Hay
melindrosidad y culebreo, todo se dice a medias porque hay que calcular a quién
se molesta y con quién hay que pactar. La música que le compusieron a Esperanza
Aguirre es fresca para estos tiempos. Y funciona. Cuando se anime a ocupar el
sitio de Rajoy, …, luego hablamos de esto. Mientras tanto, intentad poner música
a Rubalcaba. Para estos tiempos.
Digamos
algo de La Razón, de AQUELLA PORTADA,
los líderes estudiantiles, o lo que ellos tienen por tales, mostrados como
poniendo precio a sus cabezas, señalando con el dedo a la nación dónde estamos,
adónde llegamos. De nuevo la catarata de bla bla izquierdista, urbana,
civilizada y reflexiva. Hace unos años era evidente que el periódico
conservador pujante era El Mundo. No
tenía ideología, sólo posiciones e intereses. Entraba a trapo y mantuvo
escándalos en el imaginario colectivo todo el tiempo que hizo falta. El ABC tenía principios: católico,
monárquico, conservador. Un aburrimiento. Estaba claro que el que excitaba era El Mundo. Pero ya no. Vende mucho, pero
da poco que hablar. Quiso montar y mantener el “escándalo” del 11 M, erre que
erre. Pero ya no funciona. Lo que funciona es la música. La gente está harta,
asombrada. Sólo ve pusilánimes, zampones y mediocres. Cuando hay picos
emocionales, lo que empatiza, como siempre es el eco. Como el de Esperanza
Aguirre y La Razón. Desde aquella
portada encontraron su camino: simplicidad, brevedad, la claridad de la
brutalidad, el dedo señalando, sin dudas y sin hipótesis. ¿O no entré yo mismo
en La Razón últimamente más veces que
en los dos últimos años? Van bien, llevan el camino correcto para estos
tiempos.
Una vez más: “¿Qué hacer?”
Oigamos
a David Foster Wallace (“El Presentador”, Hablemos
de langostas), a propósito del trabajo de uno de los animadores de
tertulias radiofónicas conservadoras americanas. Oigámosle:
“Ya se acerca al final
de su «rajada» […] cuyo propósito es […] estimular emocionalmente a los
oyentes” [Una parte de la rajada en cuestión: —No somos perfectos, la cagamos
muchas veces, pero somos mejores que
ellos (los árabes) como pueblo, como cultura y como sociedad, y necesitamos
reconocer eso, a fin de ser capaces de empezar
a tratar con el mal que estamos afrontando.]
“Las
emociones a las que se llega con mayor facilidad son la furia, el escándalo, la
indignación, el miedo, la desesperación, el asco y una especie de regocijo
apocalíptico”.
“Cuesta
entender coletillas de Fox News como «Justos y ecuánimes», «Zona neutral» y
«Nosotros informamos, tú decides» como algo más que humor negro, bromas que
deleitan al público conservador de la cadena precisamente porque su alarde de
objetividad enfurece sobremanera a los liberales, cuya interpretación literal
de dichas coletillas hace que la izquierda parezca corta de luces, carente de
sentido de humor y cargante.”
“…
una de las frases marca de la casa que al señor Ziegler le gusta decir: «… el
programa donde examinamos las noticias del día, les ofrecemos a ustedes los
datos y luego les contamos la verdad.” [Esta frase me encanta. Creo que la diré
cada noche antes de dormir.]
“Un
modo evidente mediante el que las tertulias radiofónicas y las cadenas por
cable conservadoras influyen en la política: por repetición. Que es algo que se
les da muy, muy bien.”
“El
misterio de por qué ahora la derecha ocupa el lugar donde esta la verdadera
energía de la vida política estadounidense, de por qué el mensaje conservador
parece mucho más franco y estimulante, de por qué todos ellos se están divirtiendo muchísimo más que la
izquierda”.
Si
la réplica a un mensaje claro, directo y brutal conservador es un recuerdo
llorica de las reglas de convivencia, parecemos inseguros y débiles y además
discurseamos a remolque. Si la réplica es serena y reflexiva, caemos en el bla
bla de los universitarios educados y perdemos claridad (¿alguien puede asociar
un mensaje claro con la última campaña del PSOE? ¿O con sus posiciones
políticas actuales que son … cuáles?). La cuestión es que el mensaje breve,
incorrecto y franco conservador altera a los izquierdistas educados (ya
mencionaremos al 15 M) y no reaccionan como indignados, sino como
escandalizados. Y claro que Esperanza Aguirre se divierte. Ahora la crisis
ahoga demasiado para diversiones, pero podemos recordar la hilaridad del caso
de Tamayo y Sáez, aquel delirio maníaco religioso del Severo Ochoa y el via
crucis del doctor Luis Montes, aquella desternillante comisión de investigación
del espionaje interno del PP. Exhibían provocación y cinismo, la izquierda
rugía indignación y atropellaba argumentos y principios, mientras Esperanza
reía y la derecha espesaba su complicidad. En el episodio de la final del Copa
del Rey, cada vez que alguien habló de libertad de expresión, recordó a Franco
o arengó a silbar, petrificó la presencia de la señora y subrayó su rebeldía,
franqueza y energía. Y vale más ir pensando en ello porque el actual presidente
está lejos de ser el líder de la derecha ni de ninguna otra cosa. Pero, como
semejante mayoría caiga en manos de Aguirre, Rouco y demás, más les vale a los
progres haber dejado rezos y estupores. De hecho, según parece, debe faltar
poco para la siguiente perla de Esperanza. Un artículo reciente explicó la impresionante
cohorte de comunicación que la rodea. Lo que no me extraña. Me imagino el
séquito de especialistas que necesitaría yo para no llamar la atención entre
surferos rubios de veinte años. Conseguir que Esperanza Aguirre sea realmente
eficaz como comunicadora requiere mucha ciencia.
¿Debería
hacer la izquierda algo parecido? No en esta vida, pero no es de lo que hablamos
ahora. De lo que hablamos es de qué hacer ante las perlas conservadoras de La Razón o de la señora presidenta. Pues
hay que hacer lo único que disuelve su estrategia, lo que no fue capaz de hacer
la izquierda americana (valga la paradoja): sentido de humor, trivializar. Dos
ejemplos. Rajoy quiso entrar en esa estrategia del disparate claro, simplón y
populista y de escandalizar a la izquierda educada. En las últimas elecciones
que perdió saco el tema de la inmigración y de un contrato que debían firmar quienes
lleguen al suelo patrio comprometiéndose a respetar nuestros valores y nuestra
cultura. El Jueves dedicó al asunto
una memorable portada donde se veía, en una viñeta, a un grupo de africanos en
una patera, uno de los cuales mirando al horizonte grita: “¡La Patrulla!”. En
la viñeta siguiente se les ve a todos de pie cantando voz en grito: “Soooy
mineeerooo”. Otro ejemplo. Tras la famosa portada de La Razón la intuitiva Gallota del inteligente Ángel Heredia
simulaba una portada de ese periódico con un titular en letras grandes:
“Nuestro director necesita un cerebro ya”, con un antetítulo que dice: “Se nos
va la pinza”. Seguro que no se rio Rajoy con El Jueves ni La Razón con
la Gallota. Al contrario la frescura y el buen rollo circularon por el otro lado.
Cualquiera puede ver cómo les crispan los indignados del 15 M. Las actividades
y proclamas de este movimiento no son reacciones puntuales a las apariciones
estelares de provocadores conservadores. No van a remolque, sino que llevan su
propio ritmo. Son ellos los que escandalizan. Son los conservadores los que
rugen que qué quieren, que no tienen programa, que qué piensan. Y que cómo
huelen.
La
risa tiene una cualidad desconcertante. Todas nuestras respuestas
fisiológicamente estereotipadas y más o menos automáticas son ajenas al
pensamiento complejo. Suelen ser respuestas simples a cierto tipo de estímulos.
La risa tiene todo esto, pero sorprendentemente es deudora de una operación
cognitiva compleja, que exige desdoblarse y salir de la propia experiencia para
verse en ella. Es decir, un cierto alejamiento que permita la distensión súbita
que se requiere para reír. Por su simplicidad fue considerada siempre una
manifestación poco educada. La creciente valoración de su sofisticado
componente intelectual hace que haya crecido su estima hasta llegar al curioso
dato que figura en el Diccionario Oxford
de la Mente: la mayoría de la población cree de sí misma que tiene un sentido
de humor superior a la media, lo que es estadísticamente imposible; simplemente
ahora la gente cree decir algo bueno de sí mismo cuando dice que tiene sentido
de humor.
Así
sea. Úsese en la parte de la propaganda que se requiere. Si Esperanza o La Razón o Rouco nos sorprenden con
alguna perla, no hay que decir nada … que no tenga algo de gracia. Siempre
atención a la música, no a la letra. Eso es el mundo real.
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