“¿Qué es un beso?
Hablábamos de un
beso
La palabra es
dulce
En realidad un
beso, ¿qué expresa?
Un juramento
cercano
Una promesa
sellada
Un amor que se quiere
confirmar
Un acento
invisible sobre el verbo amar
Un secreto que
confunde la boca con las orejas
Un instante
infinito, un murmullo de abejas
Un sabor
dulcísimo, una comunión
Una nueva forma de
abrir el corazón
De circuncidar el
borde de los labios
Hasta llegar al
alma.”
Las palabras que oímos o leemos, una vez enviadas a nuestro
cerebro, son tan reactivas como cualquier elemento químico. No se limitan a
referirse a las cosas. Llegan como con carga eléctrica a nuestra mente y allí
conectan las cosas con nuestras emociones, con nuestros miedos y esperanzas.
Bien elegidas, pueden convocar fantasmas o producir distanciamentos de manera
que la cosa a la que se refieren puede vivirse como una pesadilla, sentirse
como el aire que se respira, separarse de nosotros como si nos fuera ajena, o
engalanarse como un sueño. Y todo ello sin mentir. Basta que la palabra
verdadera se haya elegido de tal forma que las sombras y luces de nuestra
memoria atraídas por ella hagan el trabajo de ocultar, transformar, encantar o
envenenar.
Cyrano quería besar a la bella y lejana Roxanne. En su clase
y en su época, besar era entregar demasiado de sí misma. En lo que el amor
tiene de juego y, por tanto, de simulación de combate, era demasiada rendición,
su estima interna y su honra pública se quedarían en esa cesión. Cyrano busca
las palabras que desconecten el beso del temor al paso mal dado. Quiere que el
lance del beso se asocie dentro de ella con lo intrascendente y con la dulzura inocente.
Apenas un acento invisible en el verbo amar, sólo un murmullo de abejas. Quién
podría reprochar a Cyrano el intento. Buscar las palabras que oculten y
embriaguen y que desvíen la atención y trivialicen cualquier gravedad para
lograr el contacto de unos labios que se desean parece humano, muy humano.
Otra cosa es la pérdida de compostura ante el sufrimiento y la
falta de circunspección ante el dolor. En un funeral nadie le daría al recién
viudo o huérfana la enhorabuena por la mejora económica que supone la nueva
situación. No se trata de si las palabras son o no verdaderas. Puede que la
muerte de alguien suponga dinero para sus próximos. Pero el ángulo elegido para
la expresión es insensible y, si se saca algún provecho de ello, canalla.
Y es que cuando la búsqueda de la palabra eficaz pasa de ser
la manera de acercarnos a los labios que nos hieren a la manera de tratar
ventajosamente con el dolor de muchos empezamos a recorrer los contornos de la
miseria.
Parecidas noticias dio Rajoy el 11-J a las que dio hace unos
meses Elsa Fornero en Italia, malas noticias que hablaban de problemas y de
cómo va a cambiar para mal la vida de mucha gente en el país. Pero en las redes
sociales se está recordando el contraste de las lágrimas de Elsa con la
sonrisa, euforia, aplausos y apretones de manos de Rajoy y los suyos en
parecidas circunstancias. Y ni Elsa Fornero pareció desequilibrada cuando
lloraba ante la nación ni Rajoy cuando reía aliviado y recibía vítores de los
suyos (el inefable “que se jodan” de Andrea Fabra fue la única señal de
demencia en la sala). La reacción de cada uno era la manifestación emocional
coherente con lo que se había dicho. Una lloró porque había dicho cosas muy tristes.
Otro se mostró eufórico porque había expuesto grandes logros. Aunque los dos
habían dicho lo mismo. Lo distinto fueron las palabras, es decir, con qué
esperanzas o temores se conectaban los mismos hechos. Y, por eso mismo, distinta
fue la calidad ética y la humanidad de los dos. Veamos algunas lindezas de las
maneras expresivas de Rajoy y su partido.
Reformas. Cada
palabra abre un discurso y cierra otros, encaja con unas conductas y disuena de
otras. En los años 80 el PSOE cambió el nombre de los profesores universitarios
que se venían llamando Adjuntos y Agregados por el de Titulares. Siempre sospeché
que se cambió la palabra para bloquear el posesivo. Los catedráticos que
gustaban de hablar de “sus” adjuntos tuvieron que dejar esa costumbre, porque
lo de “mis” titulares sonaba raro. Así son las palabras. Hay que elegirlas bien
para legitimar lo que quieras decir a continuación. Rajoy había empezado a
hacer cosas que la gente no quiere: había subido impuestos, congelado salarios,
perdonado fraudes fiscales, metido dinero público, el que faltaba para todo y
para todos, en bancos que habían sido saqueados con impunidad, había subido las
horas de quienes atienden los servicios del Estado, había dispuesto el despido
de profesores y médicos, aumentado el número de alumnos en cada aula, bajado
las becas, había encarecido las matrículas de la Universidad, … Pero después
había que decir lo que dijo: “hemos hecho muchas cosas, pero vamos a hacer
mucho más” y que no sonase a amenaza o cinismo. Cómo llamar a lo que se había
hecho que lo conectase con algo bueno, de manera que lo de hacer mucho más sonase
a promesa y no a amenaza. Cómo besar a Roxanne no con un beso sino con el
acento invisible del verbo amar. Así que, mirando el manual de Lunzt, apareció
la palabra adecuada: “reforma”. Reforma es siempre acción, es lo contrario de
inmovilismo, tiene algo de creación y algo de corrección de lo errado. Así que
los recortes, los despidos y los aumentos de impuestos serían reformas. Decir
que vamos a pisar el acelerador de los despidos, bajadas de sueldos y subidas
de tasas es una declaración de guerra. Pero pisar el acelerador de las
reformas, embarcar a España en un proyecto reformista sin precedentes, eso
suena a arremangarse la camisa. La cuestión es que aquí no se buscaba el beso
de la bella Roxanne. Aquí se iba a dejar por millares de millares a la gente
sin trabajo, se iba a quitar la ayuda a quienes ya no lo tenían y se iban a
encarecer los estudios de sus hijos y los medicamentos de los abuelos. No se intentaba
explicar a muchos por qué se les hacía daño, ni dolerse del daño que tenían que
infligir. Aquí se buscaba el dolor ajeno sin reconocerlo para no estar obligados
a ninguna forma de compasión o a la debilidad que acaba en lágrimas. Se buscaba
el dolor sin merma del beneficio propio. El llanto de Elsa Fornero es el estado
emocional que casi todos consideramos correcto para el dolor que se estaba
anunciando. Rajoy prefirió buscar el tipo de discurso en el que el anuncio del
dolor fuera coherente con las risas, los aplausos y los abrazos. Para el que
padece la situación, el daño viene así con dos compañeros: la soledad y cierta
forma de humillación. Quienes escuchaban el discurso de vez en cuando dejaban
de mirar la televisión y se miraban unos a otros. Buscaban compañía.
Desequilibrio.
Como España tiene una deuda privada inmanejable, la conclusión desquiciada es
que hay demasiados funcionarios públicos. En los dos últimos años, dice Rajoy,
se destruyeron no sé cuántos puestos de trabajo en la empresa privada, mientras
se contrataron a no sé cuántos funcionarios. Podríamos pensar que lo segundo es
un pequeño alivio: se pierden puestos de trabajo en la privada y menos mal que alguien
consiguió trabajo en los servicios públicos. Pero el mensaje del Gobierno es
que, además de lo que se pierde cada día en la actividad privada, ellos van a
despedir a profesores, médicos e interinos de la administración. Y hay que
decirlo de manera que al final no parezcan dementes las risas y los aplausos.
Busquemos la palabra que abra el discurso. En el sector público hubo empleo y
en el privado desempleo. Eso es una diferencia. Y diferencia es casi lo
contrario de equilibrio. Así que entre el empleo privado y el público hay un “desequilibrio”.
Apareció lo que necesitábamos. Los desequilibrios son malos y piden acciones de
reequilibrio. Así que despedir profesores, médicos e interinos no aumenta el
paro, sino que corrige un desequilibrio. Y así lo expresó en su nefando
discurso. Buscando siempre conectar la desgracia con la risa y el entusiasmo.
Incentivar, estimular.
Suprimir la ayuda a los parados sobrecoge especialmente. Por un lado, nadie
sabe qué se hace cuando no se tiene trabajo y ya no recibe ningún dinero. Un
parado sin subsidio es un pobre de solemnidad. Por otro lado, chirría en
cualquier conciencia que pague la crisis quien sólo necesita perder lo siguiente
para ser pobre de solemnidad. Busquemos la palabra que conecte la situación con
las emociones. Lo que realmente quiere un parado es tener trabajo. Y su ansia
de trabajo será desesperada si ya no tiene ningún tipo de ayuda. Una persona
así gastará las energías que le queden para ganar algo de dinero como sea.
Hasta cierto punto, la situación avivará la intensidad de su búsqueda de
sustento. “Incentivar”, “estimular” son palabras positivas. Quien incentive o
estimule algo puede decirlo en voz alta y con alegría, porque siempre está
poniendo viveza en algo, insuflando energía en algún proceso. No queremos
quitar el dinero a quien ya casi es pobre y poner la cara de dolor o de culpa
correspondiente. Eso nos obliga a reconocer una falta o a admitir un problema.
Vamos a “estimular” que busque trabajo. Eso es justo, casi alegre y ni siquiera
hay que arreglarlo. Más aplausos. Andrea Fabra estaba exultante. No se pudo contener
de puro gozo.
Grandes fortunas,
Iglesia. El silencio es parte de la propaganda. Rajoy nunca habla de
grandes fortunas. Para nada. Cuando habla de que paguen medicamentos “los que
más tienen” se refiere a los tresmileuristas (¿o alguien cree que Botín va a la
farmacia con recetas de la Seguridad Social?). En el discurso del 11-J tampoco
habló de grandes fortunas, ni de fraudes fiscales. No tenía nada que decir: a
ellos no les pide nada. Ni a la Iglesia. Pero de la Iglesia sí hablan cuando
hablan del IBI que no pagan y de los recortes que a tal institución no le
hacen. La Iglesia hace una importante “labor social”. Cuando se habla de la
labor social de la Iglesia, a uno se le vienen a la cabeza algunas expresiones
relacionadas con países pobres y a veces con barrios pobres de países ricos:
orfanatos, hospitales, escuelas, centros de ancianos, … Mmm. ¿Se quita el
dinero de la sanidad, pero se mantiene el dinero de la Iglesia porque mantiene
hospitales? ¿Se cierran aulas y escuelas pero se mantiene el dinero de la
Iglesia porque abren escuelas pobres en sitios pobres? ¿Se quita toda
asistencia social, sanitaria y educativa a los inmigrantes africanos ilegales y
pobres pero se mantiene el dinero de la Iglesia porque atiende a africanos
pobres? No me cuadra. A la Iglesia se le mantiene el dinero y la exención del
IBI, vaya que sí, pero eso de su labor social … no creo que sea por eso. Diez
minutos de COPE dan mejores pistas del porqué.
Guardemos ternura para las lágrimas de Elsa Fornero.
Sintamos nostalgia del deseo y el rubor de Roxanne ante las palabras de Cyrano.
Y que siempre nos pillen con los puños apretados las palabras que matan.