La democracia es como polvos pica pica para el fascismo. Todo les irrita y les da escozor. Gente echando papeles de caramelos en una papelera les saca ronchas. No es que sean guarros y quieran papeles por el suelo. Es la actitud de la gente, esa sensación de que, igual que se tragaron lo de llevar papeles de caramelos pegañosos en la mano hasta encontrar una papelera, seguro que también se comieron lo de la solidaridad, el planeta y lo de los maricones. Tienen tres razones para querer censurar contenidos en las escuelas. La primera es que son fascistas y la escuela no lo es. La democracia es una constelación de extremismos para un fascista. El consenso progre del que se burlan es lo que los demás llamamos convivencia libre. Nadie admite ser un autoritario. La imposición intolerante pretende ser siempre una defensa a ataques imaginarios. La segunda razón es que el fascismo es una subversión del sistema. Tienen que normalizar el desafío. No pueden gobernar en una sociedad sana. La necesitan enferma y por eso mienten, envenenan y envilecen. Y la tercera es que son de natural gamberro. La brutalidad es componente de todos los sabores del fascismo. En la escuela los profesores repetían con ñoñería que la higiene decía mucho de nosotros y entonces, si unos gamberros te veían lavándote las manos, vociferaban risotadas y repetían con retintín que la higiene decía mucho de nosotros. Hay cosas de la extrema derecha que no se explican por sus verdaderos intereses sino solo por pura macarrería.
Esto es lo obvio sobre la censura escolar pretendida por Vox. No sé si tienen algún valor las palabras que llevo dichas, pero me voy a atribuir un acierto. En el formato en que veo el texto en pantalla, escribí diecisiete líneas sobre la censura escolar y no usé las palabras niño, niña, hijos, padres, profesor, familia o estado. Y digo que es un acierto porque es lo que hay que hacer. Vox no monta este circo para que le den la razón. Lo monta para que se discuta lo indiscutible, se dude de lo evidente y parezca confuso lo meridiano. Quiere crear vacilaciones en los profesores y cizañar a los padres. Quieren que debatamos sobre una alucinación. Los riesgos educativos están en lo que pueden ver con el teléfono móvil que les compramos a los nueve años y no en la escuela, donde se les equipa para esquivar esos riesgos. Lo saben de sobra. El problema es que muchas veces la gente comprometida tiene convicciones y principios muy a flor de piel y siempre listos para sustanciarse en palabras y argumentos. No pueden oír lo de la censura parental sin que salgan de sus bocas en tropel las dignísimas razones que tienen para abominar de semejante bodrio. Pero no siempre es saludable debatir y argumentar. Razonar que negros y blancos deban tener los mismos derechos es barbarie, porque es debatir lo que se debe tener como certeza.
Claro que hay que contraargumentar, a eso me aplico, pero no poniendo el debate donde lo quiere el fascismo, sino donde lo reclama la civilización. El tema es simple: un partido de ultraderecha quiere imponer ideología en los colegios y sembrar desconcierto en la enseñanza pública como expresión que es de una sociedad democrática a la que son alérgicos. No hay debate sobre si los niños son de su familia o del estado. Los padres y las madres saben lo que conviene a su hija, pero si se rompe un brazo saben que lo que le conviene es la atención de un médico. Y también saben que para su formación, oportunidades y felicidad les conviene el profesorado cualificado que la atiende cada día. No hay tensión entre la escuela y la familia. A veces los principios burbujean en nuestra boca, nos queman en la lengua y pugnan por salir y expresarse, es comprensible. Pero es un grave error de la izquierda, de los enseñantes y hasta de periodistas de buena intención entrar al trapo. Solo estaremos respondiendo bien a Vox si no decimos palabras como estado, familia, profesores o niños, y sí palabras como extremismo o censura. O palabras como adoctrinamiento: quienes buscan adoctrinar siempre inventan un adoctrinamiento del que dicen defenderse. No debe dejarse fuera del debate el papel de la cúpula eclesial. El debido respeto a las creencias y culto católico no debe suponer un asentimiento temeroso al activismo de los obispos. La Iglesia lleva tiempo predicando esta intolerancia autoritaria y creando la neolengua, ahora asumida por Vox, con la que quieren aprovecharse de la (buena) fe de los creyentes para intoxicar y confundir, con expresiones como ideología de estado para referirse a la condición abierta y tolerante de la escuela pública; o como ideología de género, para referirse a la igualdad de hombres y mujeres.
Pero además de errores también hay dos cosas buenas. Una es que el error de Casado es el mayor de todos. Empieza a hacer con Vox un dúo como aquellos hermanos Hernández y Fernández de Tintín, cuando uno decía una cosa y otro añadía una repetición de lo mismo. Vox dice al Gobierno «pin parental» y Casado añade «saca tus manos de mi familia». Este sucursalismo hace al PP un terrón de azúcar en la taza de la extrema derecha y además lo aleja de lo que realmente está pasando. Es chistoso que patronal y sindicatos pacten una subida del salario mínimo y el PP ande extraviado buscando si en las escuelas enseñan a los niños a penetrar a su hermanito, como delira el tarado de Tertsch. Pero en el PP hay gente que sí hizo la carrera y sabe hacer la o con un canuto y que empieza a poner muecas. Es bueno que el fascismo sea una carga para la derecha. Casado es el PP reflejado en un espejo deformante, como los esperpentos de Valle Inclán. Ya deben estar pensando en ello.
La otra cosa buena es que el país real sigue siendo diferente y ajeno a las oscuras ensoñaciones de la ultraderecha, de su vicario Casado y del obispado. De momento el Gobierno transmite la sensación de estar en el mundo real, mientras la oposición se consume en sus demonios. No es que no hagan daño, es evidente el empeoramiento de la vida pública con una ultraderecha tan fortalecida. Pero no van a poder replicar todo el tiempo a políticas sociales o de impulso a la investigación con penes y vulvas. Cataluña es su mejor baza, porque sigue afectando al voto de la cuarta parte de la población. Será la única fisura por la que puedan colar sus vapores mefíticos en nuestra vida pública.
La hoja de ruta del Gobierno con respecto a la censura escolar es sencilla: ni caso. No debe agitar el debate que propone la ultraderecha. Debe referirse al caso como una muestra de lo que es la ultraderecha: un grupo montaraz que quiere introducir censuras fundamentalistas en la escuela pública y proteger el adoctrinamiento religioso en la escuela privada. El Gobierno debe mantener una línea reconocible y cercana, como está haciendo, y no ser reactivo a cada desbarro de la oposición. La historias de patrias vendidas, niños prostituidos y estalinismos de cómic rebotarán en desorden con un gobierno cohesionado y anclado en la vida real de la gente. El episodio del pin parental debe dejar como rebufo a Casado ridiculizado, un PP extraviado y una extrema derecha retratada. Y una escuela pública orgullosa y a lo suyo.
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