Unas líneas afortunadas de Xandru
Fernández en su Príncipe derviche me
hicieron recordar que eso que llamamos sonrisa triste es cosa de adultos. En la
sonrisa triste hay dos cosas ajenas al mundo reciente de los niños. Una es la
mezcla de emociones. Los niños están encantados, hambrientos, ofuscados o
ansiosos en estado puro, desconocen la química y mezclas complejas de la
madurez. Ni en medio de la peor desdicha un niño es capaz de sobreponer la
sonrisa a la pena. Si sonríe, por un segundo o por una hora, la alegría que
haya provocado ese gesto es dueña completa de su momento. La otra es la
persistencia de una emoción. En una sonrisa triste, la recién llegada y puntual
es la sonrisa. La persistente es la tristeza. Quien manifiesta una sonrisa
triste está básicamente triste y algo ocasional le produce un contento momentáneo.
Cosas de adultos. Los niños son emocionalmente amnésicos. El estado de cada
momento depende de cada momento, no de un momento anterior ni de una expectativa
para algo posterior. Por eso pueden pasar en segundos de la carcajada al berrinche
estentóreo. Una alegría de toda una tarde es la suma de cada alegría sentida en
cada minuto.
La Fundición Príncipe de Astucias hizo
una simbólica y afilada entrega de premios a algunos de los personajes públicos
que estaríamos encantados de no conocer. El formato parodiaba la entrega de los
Premios Príncipe de Asturias (se pronuncia casi igual, pero no es lo mismo),
una farsa. Fue la sonrisa triste y colectiva de algunos adultos. Los tiempos
son de desmesura, de hinchazón, de deformación grotesca. Hablemos de la gestión
de investigación, de la organización autonómica, de la ITV o de la cultura,
escuchemos a Ana Botella, a Mouriño o al arzobispo de turno, tenemos siempre la
sensación de estar viendo al país reflejado en un espejo de feria de esos que
retuercen y caricaturizan de manera bufona al original, como deliraba aquel
inolvidable Máximo Estrella de Valle-Inclán. La coincidencia mental y emocional
de unos cuantos crea siempre un espacio de distensión y la distensión es la
materia prima de esa manifestación tan humana que es la risa y su hermana
pequeña la sonrisa. Y además, por lo que la risa supone de alejamiento y empequeñecimiento
de aquello que la motiva, tiene un potencial ofensivo e irritante notable. La palabra
irrisorio es de la raíz de risa y se aplica a lo que consideramos
insignificante por pequeño. También está emparentada con risa la palabra ridículo,
que usamos para lo que causa risa por su extravagancia y baja consideración. El
acto de reírse de una conducta o un inidividuo señala, entonces, a esa conducta
o individuo como algo irrisorio o como algo ridículo y por eso la risa puede
ser una protesta tan contundente como rodear el Congreso. No olvidemos que la
risa procede del gesto agresivo de enseñar los dientes. Pruebe cualquiera a ir
a un funeral a reírse de la situación y notará en la cara de los asistentes el
valor bélico de ese gesto tan de nuestra especie. Por eso algunos adultos básicamente
indignados con el momento presente, aprovecharon el privilegio de ser adultos y,
superponiendo la risa a la irritación y mezclando el ataque con el divertimento,
mostraron en una farsa pública su sonrisa triste.
… que a lo mejor era más infantil de lo
que parecía. La complicidad y la inmersión del momento llega a desconectarnos
de otras cosas de la manera en que los niños aíslan cada minuto del anterior y
el siguiente. A lo mejor estos espasmos de complicidad nos devuelven algo parecido
a la inocencia, como esas células madre que aún no son oreja ni uña y están a
tiempo de ser programadas para ser lo que queramos que sean …