jueves, 1 de noviembre de 2012

WERT Y LOS BORG. LECCIONES DE STAR TREK.




Los Borg eran humanos “asimilados” e infiltrados de cables y circuitos que los convertían en una especie de zombies humanoides sin expresión ni emociones. Su mente era colectiva y única. Cada sujeto, carente de voluntad individual, se limitaba a ser parte de la colmena.  Y se “adaptaban” a las armas del capitán Picard y los muchachos del Enterprise. Cuando disparaban, los humanoides morían, pero sólo las tres o cuatro primeras veces. De repente alguno de los buenos decía “se han adaptado” y todos sabían ya que era inútil dispararles, porque sus pistolas de rayos ya no les afectaban. Tenía que pasar al cuerpo a cuerpo.
En el Congreso muchos grupos propusieron reprobar al ministro Ignacio Wert. Lo llamaron antiguo, altanero, provocador y sectario. Dijeron que su gestión era ideológica, excluyente y segregadora. Le gritaron que era hostil e incapaz, insensible y arrogante. El ministro no fue a la votación, porque dijo que era aburrida. La parte divertida había sido, dijo, la de los insultos. “Se ha adaptado”, pensé yo. Como los Borg, los insultos no le afectan, ¿por qué siguen gritándole? Deberían hacer como el capitán Picard y los suyos, guardar esas armas y pasar a otras.
Wert está crecido, como todo el que está conectado a la colmena. La irritación de los contarios siempre te enfucha a la colmena. El más tonto parece algo cuando es aceptado y coreado por un grupo. El grupo, la peña, la colmena te da, como diría Roth, un ello que se nota en tu audacia, en la seguridad que te hace crecer mientras provoque el júbilo de una colmena que, eso sí, va reduciéndote a lo que le produce contento y aplauso, y vas siendo cada vez más “asimilado”, tu individualidad se va diluyendo y eres cada vez más secuaz que persona. Pero a cambio tienes ese ello que hace que los demás se aparten cuando tú pasas. Y el ello de Wert es indomable. La colmena lo está haciendo un ministro excesivo, como los personajes travestidos de las películas de Almodóvar.
Pero que no se engañen los diputados izquierdistas. Los insultos no le hacen mella porque se ha “adaptado”. Y sus demorados razonamientos progresistas y ciudadanos los hacen parecer un poco cortos. Tienen que pasar a otra batalla. La propaganda. Deben seguir dos pautas. Una es no hacer nunca caso de lo que él diga, llevar un discurso autista que no haga aprecio de nada de lo que él diga. Y otra es que ese discurso sea breve y con un par de frases, sólo un par, que se puedan repetir una y otra vez y que contengan algo que le moleste. Insultos no, que está adaptado. Pero las palabras “opus” y “esposa”, en frases debidamente reiteradas, y bien combinadas con una impertinente sordera estratégica para cualquier cosa que diga, igual minan ese ello irresistible del ministro. Porque, además de molestas, son palabras ciertas y certeras. Y retumban.

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