Le decía yo a un
amigo hace algún tiempo que, cuando se dan esas situaciones de menoscabo
social, fugaces pero incómodas: un estornudo imprevisto que te saca mocos antes
de que puedas sacar tú el pañuelo, un acceso de tos cuando tienes bebida o
comida en la boca, un trozo de sobrasada que se te cae al suelo y al que no
quieres renunciar (era el caso), …, cuando se dan esas situaciones digo, lo
mejor es actuar rápido, sin titubeos ni complejos, y no alterar el gesto. Si se
te cae la sobrasada al suelo y la recoges con el cuchillo para untarla,
mientras sigues hablando como si tal cosa sin modificar la compostura, la
persona que está contigo no estará segura de si realmente vio lo que vio o si
no vio bien. Tu estima pública está a salvo porque ni lo comentará ni pensará a
fondo sobre ello, será para ella como una imagen apenas entrevista en los
humores de la siesta. Y es que cuando dimita Rajoy mañana o salga del Gobierno
dentro de unos años sospecho que no estaremos seguros de si realmente vimos lo
que vimos y si oímos bien. No descarto que se haga general el convencimiento de
que Rajoy no existió y que se lean tesis doctorales tratando de demostrar que
Rajoy sí existió y que los rumores al respecto tienen fundamento.
En algún momento
nos preguntaremos si realmente oímos al presidente decir tras cada mentira que
lo seguirá haciendo cada vez que lo requiera el bien del país, como si cada
engaño fuera un doloroso acto de servicio. Nos pediremos confirmación unos a
otros sobre si de verdad, antes de su alocución por el asunto Bárcenas, reunió a su
gabinete para que le explicaran si estaba vivo o muerto, si llevaba mucho
tiempo fiambre o si el futuro era suyo, o si estaba en la superposición de los
dos estados, como el gran Xandru Fernández explicó para los profanos (fundicionprincipedeastucias.com/el-gato-de-schrodinger-el-perro-de-zeeman-y-los-papeles-de-barcenas/#more-4301)
y si estando vivo y muerto a la vez se podía ir al fútbol. Nos negaremos unos a
otros que dio una rueda de prensa a través de una pantalla de vídeo, como el
malo de Freejack (que llevaba, ese
sí, varios días muerto), y que dijo que la prueba de que no había recibido
dinero deshonesto es que él era registrador de la propiedad. Nunca estaremos
seguros de si tuvimos una ministra de sanidad póstuma cuyo momento más feliz de
cada día era por las mañanas “cuando veo cómo visten a mis niños” (sic), que
viajaba, a veces con su marido, en clase A con dinero B; o que a un ex ministro
de Economía evacuado de la Gerencia del FMI como si alguien hubiera apretado un
grano tras un reguero de subprimes explosivas no detectadas, dirige hacia la
quiebra a un monstruito bancario y como premio se le regala un cargo indemostrable
en telefónica (todo a nuestro cargo), mientras el obispo de Córdoba teme un
plan de la UNESCO para hacer homosexual a la mitad de la población. Pensaremos
que Ana Botella, Guindos o Montoro eran creaciones para asustar a los niños, a
los que ya reñiremos diciendo: “¿lo tienes claro? ¿lo tienes claro?”. Y nos
convenceremos unos a otros de que Wert y Gallardón eran títulos de películas
del Festival de Cine de Gijón, de la sección “Crueldad Francesa”.
Señor Rajoy, si
se puede recoger la sobrasada del suelo sin que se note, se puede dimitir sin
que parezca que pasó nada, se puede salir de la historia sin que parezca que
había entrado en ella, sin que nadie esté seguro de si vio lo que vio y sin
dejar más rastro que un dejà vu. Anímese.
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