miércoles, 30 de enero de 2013

LA REFORMA EDUCATIVA Y SU PRESENTACIÓN




Los protagonistas de Deep Blue Sea casi al final tienen que nadar hacia arriba unos veinte metros y evitar que un gran tiburón inteligente y mutante los atrape. Para ello, al abrir la escotilla e iniciar su desenfrenada carrera, lanzan unos salvavidas de colores vivos que llamarán la atención del depredador el tiempo suficiente para alcanzar la superficie. Así presentó Wert el borrador de la ley educativa que ahora intenta ser ley. La ley que se pretende es muy muy conservadora, casi extremista. Los ministerios de educación y justicia son las entrañas de una involución conservadora radical que burbujea bajo la nata espesa y opaca de la crisis económica y el paro. Wert lanzó su reforma educativa con un par de figuritas de colores chillones para distraer al progrerío del Congreso y a la prensa crítica como si fueran tiburones en el océano azul y profundo. Sabedor de que los progres universitarios y urbanos de poco pedigrí, sin más bagaje que algunas asambleas y un par de lecturas urgentes, reaccionan más rápidamente ante la incorrección política que ante los desajustes sociales, lanzó hacia la superficie su reforma educativa con artículos provocadores sobre el catalán y demás lenguas cooficiales y sobre la educación para la ciudadanía. Con un poco de suerte la atención se centraría en esos señuelos y se asentaría en la médula del estado un buen bocado de esa involución conservadora tanto tiempo esperada en curias eclesiásticas y mentideros derechones sin ni siquiera debate público. En una reforma educativa es secundario todo lo que sea demasiado pequeño o demasiado grande para la enseñanza. La educación para la ciudadanía es una asignatura emblemática, pero relativamente accesoria. Es demasiado pequeña para ser lo que diferencie el éxito o el fracaso, la justicia o la injusticia de un sistema educativo. El catalán que acompaña a sus hablantes desde los primeros cuchicuchis de la cuna empieza antes de una ley educativa y sigue después de ella. Es demasiado grande y transversal como para ser lo esencial de una ley de enseñanza. Lo cierto es que la incorrección política de andar queriendo españolizar a los catalanes y de si hay que hablar o no de gays y divorcios en la escuela desplegaron sus colores chillones y allá se fueron las dentelladas de parlamentarios de oposición, titulares de prensa y columnistas sesudos, mientras Wert se abría paso con su catecismo hacia la superficie sin que apenas le moleste nadie.
No se puede hablar de todo a la vez ni reaccionar a todo y a todo al mismo tiempo. Claro que hay que decir y hacer sobre la educación para la ciudadanía y sobre el catalán. Pero a su tiempo, en su foro y en su ambiente. La ley de Wert tiene muchas cosas y hay que ir a las esenciales. Siempre supuse que los faquires que se acuestan sobre un colchón de clavos no serían capaces de hacerlo sobre un solo clavo. Un solo clavo hace más presión que muchos a la vez. Es una cuestión física. Muchos temas a la vez en los debates públicos producen barullo y ruido. Hablemos de lo esencial. Y lo esencial es lo básico que la gente tiene que comprender sobre la enseñanza para entender todo lo demás. Centrémonos en tres cosas.
1. Segregación de alumnos.
Reválidas a los doce, dieciséis y dieciocho años; ránkings de centros; especialización de centros; centros de excelencia; … Todo está orientado a que los estudiantes con distinto rendimiento estudien en sitios distintos. Los estudiantes de alto rendimiento deben estar juntos para progresar más y los de bajo rendimiento también juntos para tratar “su caso” de manera más específica. Se dice que mezclar churras con merinas en las aulas sólo produce un igualitarismo ramplón y una caída bien visible del nivel.
Hablemos de deporte. Si dijéramos que España tiene un problema de nivel deportivo por abajo, estaríamos diciendo que la actividad física media de la población es baja, que estamos gordos y torpones. Si dijéramos que el problema lo tenemos por arriba, lo que diríamos es que nuestros mejores deportistas no son demasiado buenos. Seguramente España tiene un problema por arriba. La población hace footing, va a gimnasios y en enero hace dietas, pero nuestros atletas de élite en las olimpiadas son invisibles. Y ahora hablemos de enseñanza. España tiene un problema por abajo: hay demasiado fracaso, demasiada gente que no alcanza los mínimos. Pero no hay un problema por arriba. ES FALSO que haya caído el nivel, que haya que hacer centros “de excelencia” porque si no los hacemos “no competimos”. Todo el mundo oyó hablar de Erasmus. Miles de estudiantes españoles van cada año a estudiar un año de su carrera al extranjero. ¿Oyó alguien que nuestros estudiantes de Química que van a Alemania encontrasen imposible el nivel y tuvieran que darse la vuelta? ¿O que nuestros estudiantes de Derecho no pudiesen con el ritmo de las universidades francesas? ¿O que nuestros alumnos de Biología, Exactas o Filosofía no pudieran seguir las clases en Holanda? Los becarios doctorales que van a Estados Unidos o a Finlandia no tienen que hacer allí más esfuerzo del que tienen que hacer los propios americanos o finlandeses. Nuestros cerebritos no son como nuestros atletas. Nuestros matrículas de honor, y los tenemos en todos los centros, tienen nivel de sobra “para competir”. Como digo, el problema es por abajo, no por arriba. La tenaz insistencia en separar a unos estudiantes de otros es IDEOLÓGICA, no existe el problema que pretende solucionar. Simplemente, está en la impronta conservadora la segregación y está en los intereses privados que haya esa criba para tener juntos y separados a los estudiantes que les interesan.
Lógicamente, llega un momento en que hay quien no alcanza cierto nivel de estudios y quien sí lo alcanza y quien estudia en un centro y quien deja de estudiar o estudia en otro, pero eso no debe ser antes del Bachillerato y no necesitamos bachilleratos de excelencia y bachilleratos de andar por casa. La manera políticamente correcta de expresar esto es que la segregación prematura perjudica a los de menor rendimiento y que manteniendo la mezcla se ayuda más a “los de abajo”. Pero Foster Wallace (no sé por qué me acuerdo de él mucho últimamente) advirtió la parte de impostura que tienen estas maneras progresistas y correctas de hablar que rezuman siempre superioridad ética y que dejan siempre a los conservadores el monopolio de la lucha por el interés propio tan fácil de asimilar. No es una cuestión sólo de solidaridad o de ayuda al desaventajado. Es una cuestión del bien común. Es cierto que mi hijo tonto es un poco menos tonto si le dejan estudiar en clases donde haya chicos listos. Pero también es cierto que mi hijo lumbrera se atonta un poco si sólo está entre lumbreras sabiendo todo el día lo listo que es y que domina más situaciones, madura más y entiende más cosas cuando el tejido que lo rodea es variado. Es el bien común.

2. Enseñanza concertada.
La libertad de los padres para elegir centro ha de ser lo primero y fundamental de cualquier ley educativa, llegó a decir en su día Durán i Lleida. Y así dicho parece justo. Pensemos un momento en todos los fruteros de Gijón. Sería lógico que se reunieran y decidieran que en el municipio no se vendiera ninguna fruta por menos de doce euros el kilo. ¿Por qué no? Eso garantizaría buenas ganancias con poco esfuerzo. Es humano. Y esperable. Es el legítimo egoísmo de cualquiera. Y porque lo sabemos se establecen leyes que regulen ese lógico y humano egoísmo y que impidan que se puedan pactar precios y sería necio decir que tal regulación limita la libertad de mercado. Los padres y las madres son parte interesada y egoísta en la enseñanza. No quieren el bien general. Quieren el bien de su hijo. Como yo. Si me preguntan si estoy de acuerdo con escolarizar a africanos que apenas saben español, yo diría que sí. Si me preguntan después dónde querría que estudiaran, si en el aula de mi hija o en el aula de al lado, yo pondría la cruz en la de al lado. Lo haría cualquiera. No se trata de discutir la libertad de nadie. Se trata de la obviedad de que los poderes públicos tienen que regular el lógico egoísmo de la gente. Las estadísticas son obstinadas. Con pocas excepciones (aunque las hay), los casos complicados (malos estudiantes, minusválidos, extranjeros de bajo nivel educativo, población marginal, …) están en la enseñanza pública, porque tiene obligación de aceptarlos, y se concentran en la concertada los casos que ya están resueltos por sí mismos, porque se las arreglan para que esos casos difíciles decidan libremente no escoger sus colegios (como Don Corleone se las arreglaba para que nadie rechazara sus “ofertas”). Que muchos padres quieran que sus hijos estudien allí donde no haya casos problemáticos es tan natural como que los fruteros pacten los precios. Pero si se quiere que haya una enseñanza concertada, la actuación del estado debe moverse por algo más que la mera e interesada voluntad de los padres. Al menos la administración debe garantizar que se reparten esos casos más complejos entre los centros pagados con nuestros impuestos, QUIERAN O NO LOS PADRES, porque los derechos de algunos no pueden depender de que el libre albedrío de otros se los quiera reconocer. Mi hija sorda no puede estar en un aula donde haya diez repetidores y cuatro rumanos simplemente porque haya muchos padres que demanden para sus hijos aulas sin sordos ni rumanos recién llegados. Esto no es coartar la libertad, es parte de ese conjunto de regulaciones que llamamos civilización. El mecanismo que quiere poner en marcha Wert podría llevar a tal saturación de casos difíciles en la enseñanza pública (que aún hoy sigue siendo de calidad) que la población “normal” no tuviera más oferta de aulas “normales” que las tuteladas por iglesias y particulares con fuertes intereses y credos muy respetables pero muy marcados. Quien tenga dudas que sólo piense si de verdad creen que es por la libertad por lo que luchan … ¿Esperanza Aguirre? ¡¡¿¿La Iglesia??!! ¡¡¡¿El Opus?!!!
3. Las materias.
En su día ya Xandru Fernández (http://xandrufernandez.wordpress.com/2012/11/04/el-sueno-de-la-razon-produce-software-educativo/) analizó con finura y fundamento la declaración de intenciones y principios del preámbulo de esta ley. Competitividad, competir, éxito, crecimiento, prosperidad, economía, ganar, llegar. Las materias que se estudien, dicen, han de ser las que sirvan visiblemente para oficios y para cosas que se hagan en la vida adulta. La última ocurrencia es educación fiscal y tributaria. Y por qué no el código de circulación, limpieza de tuberías o reciclaje de ropas viejas, que es bien útil todo ello. Naturalmente que las enseñanzas tienen que ser útiles para la vida y el trabajo. Pero no se estudian cosas INMEDIATAMENTE útiles, como si los estudios tuvieran que ser un conjunto de cursillos prácticos para cosas variadas de este mundo. A un ordenador le pedimos que haga cosas útiles. Pero primero hay que cargarle programas. Aunque la operación de carga no sea INMEDIATAMENTE útil y nos lleve algún tiempo, es la que capacita al ordenador para hacer cosas. La enseñanza primaria y secundaria tiene que buscar “cargar” recursos, capacidades y sensibilidades en los sujetos para que entiendan a las personas y al mundo, se adapten a las situaciones, disfruten de sus cosas y, sí, puedan acceder a destrezas profesionales complejas. La supresión de las humanidades y saberes históricos y formativos básicos y la pretendida orientación “práctica” de las asignaturas tienen más que ver con la formación de mano de obra que de personas autónomas y conscientes. No se llega a ese deseado alto rendimiento con un cuadro miope de asignaturas que tienen tanta prisa en ser útiles que quieren que el ordenador imprima antes de cargarle el procesador de textos.
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Y luego están, sí, las discutibles atribuciones a los directores, que pueden llevar la gangrena de los partidos a las escuelas; y el acceso a la universidad; y el catalán; y la religión; y la educación para la ciudadanía. Y todo. Pero dejemos de embestir como bobos los salvavidas de colores que el lenguaraz señor Wert lanza para que nos mareemos en giros y gritos mientras se abandona en silencio nuestra querida enseñanza universal y gratuita. Pinchan más tres clavos que veinte.

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