Los
protagonistas de Deep Blue Sea casi
al final tienen que nadar hacia arriba unos veinte metros y evitar que un gran
tiburón inteligente y mutante los atrape. Para ello, al abrir la escotilla e
iniciar su desenfrenada carrera, lanzan unos salvavidas de colores vivos que llamarán
la atención del depredador el tiempo suficiente para alcanzar la superficie.
Así presentó Wert el borrador de la ley educativa que ahora intenta ser ley. La
ley que se pretende es muy muy conservadora, casi extremista. Los ministerios
de educación y justicia son las entrañas de una involución conservadora radical
que burbujea bajo la nata espesa y opaca de la crisis económica y el paro. Wert
lanzó su reforma educativa con un par de figuritas de colores chillones para
distraer al progrerío del Congreso y a la prensa crítica como si fueran
tiburones en el océano azul y profundo. Sabedor de que los progres universitarios
y urbanos de poco pedigrí, sin más bagaje que algunas asambleas y un par de lecturas
urgentes, reaccionan más rápidamente ante la incorrección política que ante los
desajustes sociales, lanzó hacia la superficie su reforma educativa con
artículos provocadores sobre el catalán y demás lenguas cooficiales y sobre la
educación para la ciudadanía. Con un poco de suerte la atención se centraría en
esos señuelos y se asentaría en la médula del estado un buen bocado de esa
involución conservadora tanto tiempo esperada en curias eclesiásticas y
mentideros derechones sin ni siquiera debate público. En una reforma educativa
es secundario todo lo que sea demasiado pequeño o demasiado grande para la
enseñanza. La educación para la ciudadanía es una asignatura emblemática, pero
relativamente accesoria. Es demasiado pequeña para ser lo que diferencie el
éxito o el fracaso, la justicia o la injusticia de un sistema educativo. El
catalán que acompaña a sus hablantes desde los primeros cuchicuchis de la cuna
empieza antes de una ley educativa y sigue después de ella. Es demasiado grande
y transversal como para ser lo esencial de una ley de enseñanza. Lo cierto es
que la incorrección política de andar queriendo españolizar a los catalanes y
de si hay que hablar o no de gays y divorcios en la escuela desplegaron sus colores
chillones y allá se fueron las dentelladas de parlamentarios de oposición,
titulares de prensa y columnistas sesudos, mientras Wert se abría paso con su
catecismo hacia la superficie sin que apenas le moleste nadie.
No se puede
hablar de todo a la vez ni reaccionar a todo y a todo al mismo tiempo. Claro
que hay que decir y hacer sobre la educación para la ciudadanía y sobre el
catalán. Pero a su tiempo, en su foro y en su ambiente. La ley de Wert tiene
muchas cosas y hay que ir a las esenciales. Siempre supuse que los faquires que
se acuestan sobre un colchón de clavos no serían capaces de hacerlo sobre un
solo clavo. Un solo clavo hace más presión que muchos a la vez. Es una cuestión
física. Muchos temas a la vez en los debates públicos producen barullo y ruido.
Hablemos de lo esencial. Y lo esencial es lo básico que la gente tiene que
comprender sobre la enseñanza para entender todo lo demás. Centrémonos en tres
cosas.
1.
Segregación de alumnos.
Reválidas a los
doce, dieciséis y dieciocho años; ránkings
de centros; especialización de centros; centros de excelencia; … Todo está
orientado a que los estudiantes con distinto rendimiento estudien en sitios distintos.
Los estudiantes de alto rendimiento deben estar juntos para progresar más y los
de bajo rendimiento también juntos para tratar “su caso” de manera más
específica. Se dice que mezclar churras con merinas en las aulas sólo produce
un igualitarismo ramplón y una caída bien visible del nivel.
Hablemos de
deporte. Si dijéramos que España tiene un problema de nivel deportivo por abajo, estaríamos diciendo que la
actividad física media de la población es baja, que estamos gordos y torpones.
Si dijéramos que el problema lo tenemos por
arriba, lo que diríamos es que nuestros mejores deportistas no son
demasiado buenos. Seguramente España tiene un problema por arriba. La población
hace footing, va a gimnasios y en
enero hace dietas, pero nuestros atletas de élite en las olimpiadas son
invisibles. Y ahora hablemos de enseñanza. España tiene un problema por abajo:
hay demasiado fracaso, demasiada gente que no alcanza los mínimos. Pero no hay
un problema por arriba. ES FALSO que haya caído el nivel, que haya que hacer
centros “de excelencia” porque si no los hacemos “no competimos”. Todo el mundo
oyó hablar de Erasmus. Miles de estudiantes españoles van cada año a estudiar
un año de su carrera al extranjero. ¿Oyó alguien que nuestros estudiantes de
Química que van a Alemania encontrasen imposible el nivel y tuvieran que darse
la vuelta? ¿O que nuestros estudiantes de Derecho no pudiesen con el ritmo de
las universidades francesas? ¿O que nuestros alumnos de Biología, Exactas o
Filosofía no pudieran seguir las clases en Holanda? Los becarios doctorales que
van a Estados Unidos o a Finlandia no tienen que hacer allí más esfuerzo del
que tienen que hacer los propios americanos o finlandeses. Nuestros cerebritos
no son como nuestros atletas. Nuestros matrículas de honor, y los tenemos en
todos los centros, tienen nivel de sobra “para competir”. Como digo, el
problema es por abajo, no por arriba. La tenaz insistencia en separar a unos
estudiantes de otros es IDEOLÓGICA, no existe el problema que pretende
solucionar. Simplemente, está en la impronta conservadora la segregación y está
en los intereses privados que haya esa criba para tener juntos y separados a
los estudiantes que les interesan.
Lógicamente, llega
un momento en que hay quien no alcanza cierto nivel de estudios y quien sí lo
alcanza y quien estudia en un centro y quien deja de estudiar o estudia en otro, pero eso no debe ser antes del Bachillerato y no necesitamos bachilleratos
de excelencia y bachilleratos de andar por casa. La manera políticamente
correcta de expresar esto es que la segregación prematura perjudica a los de
menor rendimiento y que manteniendo la mezcla se ayuda más a “los de abajo”.
Pero Foster Wallace (no sé por qué me acuerdo de él mucho últimamente) advirtió
la parte de impostura que tienen estas maneras progresistas y correctas de
hablar que rezuman siempre superioridad ética y que dejan siempre a los
conservadores el monopolio de la lucha por el interés propio tan fácil de
asimilar. No es una cuestión sólo de solidaridad o de ayuda al desaventajado.
Es una cuestión del bien común. Es cierto que mi hijo tonto es un poco menos
tonto si le dejan estudiar en clases donde haya chicos listos. Pero también es
cierto que mi hijo lumbrera se atonta un poco si sólo está entre lumbreras sabiendo
todo el día lo listo que es y que domina más situaciones, madura más y entiende
más cosas cuando el tejido que lo rodea es variado. Es el bien común.
2. Enseñanza concertada.
La libertad de
los padres para elegir centro ha de ser lo primero y fundamental de cualquier
ley educativa, llegó a decir en su día Durán i Lleida. Y así dicho parece
justo. Pensemos un momento en todos los fruteros de Gijón. Sería lógico que se
reunieran y decidieran que en el municipio no se vendiera ninguna fruta por
menos de doce euros el kilo. ¿Por qué no? Eso garantizaría buenas ganancias con
poco esfuerzo. Es humano. Y esperable. Es el legítimo egoísmo de cualquiera. Y
porque lo sabemos se establecen leyes que regulen ese lógico y humano egoísmo y
que impidan que se puedan pactar precios y sería necio decir que tal regulación
limita la libertad de mercado. Los padres y las madres son parte interesada y
egoísta en la enseñanza. No quieren el bien general. Quieren el bien de su
hijo. Como yo. Si me preguntan si estoy de acuerdo con escolarizar a africanos
que apenas saben español, yo diría que sí. Si me preguntan después dónde
querría que estudiaran, si en el aula de mi hija o en el aula de al lado, yo
pondría la cruz en la de al lado. Lo haría cualquiera. No se trata de discutir
la libertad de nadie. Se trata de la obviedad de que los poderes públicos
tienen que regular el lógico egoísmo de la gente. Las estadísticas son
obstinadas. Con pocas excepciones (aunque las hay), los casos complicados (malos
estudiantes, minusválidos, extranjeros de bajo nivel educativo, población
marginal, …) están en la enseñanza pública, porque tiene obligación de
aceptarlos, y se concentran en la concertada los casos que ya están resueltos
por sí mismos, porque se las arreglan para que esos casos difíciles decidan
libremente no escoger sus colegios (como Don Corleone se las arreglaba para que
nadie rechazara sus “ofertas”). Que muchos padres quieran que sus hijos
estudien allí donde no haya casos problemáticos es tan natural como que los
fruteros pacten los precios. Pero si se quiere que haya una enseñanza
concertada, la actuación del estado debe moverse por algo más que la mera e
interesada voluntad de los padres. Al menos la administración debe garantizar
que se reparten esos casos más complejos entre los centros pagados con nuestros
impuestos, QUIERAN O NO LOS PADRES, porque los derechos de algunos no pueden
depender de que el libre albedrío de otros se los quiera reconocer. Mi hija
sorda no puede estar en un aula donde haya diez repetidores y cuatro rumanos
simplemente porque haya muchos padres que demanden para sus hijos aulas sin
sordos ni rumanos recién llegados. Esto no es coartar la libertad, es parte de
ese conjunto de regulaciones que llamamos civilización. El mecanismo que quiere
poner en marcha Wert podría llevar a tal saturación de casos difíciles en la
enseñanza pública (que aún hoy sigue siendo de calidad) que la población
“normal” no tuviera más oferta de aulas “normales” que las tuteladas por
iglesias y particulares con fuertes intereses y credos muy respetables pero muy
marcados. Quien tenga dudas que sólo piense si de verdad creen que es por la
libertad por lo que luchan … ¿Esperanza Aguirre? ¡¡¿¿La Iglesia??!! ¡¡¡¿El
Opus?!!!
3.
Las materias.
En su día ya
Xandru Fernández (http://xandrufernandez.wordpress.com/2012/11/04/el-sueno-de-la-razon-produce-software-educativo/)
analizó con finura y fundamento la declaración de intenciones y principios del
preámbulo de esta ley. Competitividad, competir, éxito, crecimiento,
prosperidad, economía, ganar, llegar. Las materias que se estudien, dicen, han
de ser las que sirvan visiblemente para oficios y para cosas que se hagan en la
vida adulta. La última ocurrencia es educación fiscal y tributaria. Y por qué
no el código de circulación, limpieza de tuberías o reciclaje de ropas viejas,
que es bien útil todo ello. Naturalmente que las enseñanzas tienen que ser
útiles para la vida y el trabajo. Pero no se estudian cosas INMEDIATAMENTE
útiles, como si los estudios tuvieran que ser un conjunto de cursillos
prácticos para cosas variadas de este mundo. A un ordenador le pedimos que haga
cosas útiles. Pero primero hay que cargarle programas. Aunque la operación de
carga no sea INMEDIATAMENTE útil y nos lleve algún tiempo, es la que capacita
al ordenador para hacer cosas. La enseñanza primaria y secundaria tiene que
buscar “cargar” recursos, capacidades y sensibilidades en los sujetos para que
entiendan a las personas y al mundo, se adapten a las situaciones, disfruten de
sus cosas y, sí, puedan acceder a destrezas profesionales complejas. La
supresión de las humanidades y saberes históricos y formativos básicos y la
pretendida orientación “práctica” de las asignaturas tienen más que ver con la
formación de mano de obra que de personas autónomas y conscientes. No se llega
a ese deseado alto rendimiento con un cuadro miope de asignaturas que tienen
tanta prisa en ser útiles que quieren que el ordenador imprima antes de
cargarle el procesador de textos.
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Y luego están,
sí, las discutibles atribuciones a los directores, que pueden llevar la gangrena
de los partidos a las escuelas; y el acceso a la universidad; y el catalán; y
la religión; y la educación para la ciudadanía. Y todo. Pero dejemos de
embestir como bobos los salvavidas de colores que el lenguaraz señor Wert lanza
para que nos mareemos en giros y gritos mientras se abandona en silencio
nuestra querida enseñanza universal y gratuita. Pinchan más tres clavos que
veinte.
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