Las trapisondas que se traen el PP y Bárcenas
(militante diferido o aplazado) son como aquellas películas porno de Canal+ cuando
se veían en las teles sin descodificador. Entre rayas, sombras y distorsiones
se intuían cuerpos, bocas y movimientos que, por muy codificados que
estuvieran, no ofrecían duda de cuál era su tejemaneje. Y este circo que se
traen de desmentidos de cosas dichas a medias que luego resultan falsos y se
retuercen para aparentar haber sido dichos con el sentido contrario apenas
lograr codificar la orgía de maletines, sobres, cuentas opacas, trajes nuevos y
restaurantes caros. Pero este episodio no es más que un manchurrón en un lienzo
con muchas salpicaduras: líderes de la CEOE que roban a gran escala, saqueos
bancarios mayores y menores, alcades de aquí y de allí sobornados, cieeeentos de
políticos imputados que noooo dimiten, diputados que sisan dietas y sustraen
iPads para sus sobrinos, la Casa Real desmandada … Y llegamos a ese punto en
que la gente empieza a hablar con la primera del plural. Todo parece salpicado
y la gente rápidamente empieza a ver, no el comportamiento de determinados individuos
o malas prácticas generalizadas de los políticos, sino “lo que somos”, que no
“tenemos” remedio, que es una cuestión cultural, la picaresca hispana que no
cesa y los políticos sólo su expresión más visible y representativa.
Aitana Castaño emplea su prosa ágil y su
celebrado buen juicio (http://fundicionprincipedeastucias.com/mitos/#more-5649)
para recordarnos lo extendidos que están los mitos, esas mentiras que se
extienden sin control y que resisten toda evidencia por la tenacidad con que
nos gusta repetirlas. Pinker las llama casos de “estupidez convencional”,
definida como “una afirmación que se opone al
más elemental sentido común y que, no obstante, todo el mundo se cree porque
recuerda vagamente haberla oído mencionar” (deben ser como aquellas “estructuras
disipativas” de I. Prigogine). Lo cierto es que en esas fuentes míticas y convencionalmente
estúpidas beben estos convencimientos firmes de que somos inherentemente pícaros
y pendencieros y que los Bárcenas y Fabras siempre estuvieron aquí, que el aire
los remueve y hace remolinos con ellos, los esparce, pero que de esta piel de
toro no se van ni se irán y que vaya por dios somos incorregibles.
Hace unos años El País dio noticia de un amplio
estudio publicado en Science sobre
los estereotipos nacionales, la manifestación más estúpida de la mítica estupidez
convencional. Los españoles, además de pícaros e indisciplinados, nos consideramos
extravertidos y abiertos al ancho mundo, mientras los japoneses son los que más
retraídos se sienten. Hecha la investigación, resulta que somos igual de tímidos
o de descarados que nuestros semejantes del extremo Oriente. Y resulta también
que somos tan cumplidores como los alemanes o los alemanes tan badanas como
nosotros. Estamos en la lista negra de la piratería, aquí nadie compra un disco.
Pero el día D del negocio discográfico, el día en que nada volvió a ser igual,
fue el día que nació Napster, que era una empresa de California, no de
Albacete. En la película de La red social
el personaje de Sean Parker, creador de Napster, se vanagloria de que nadie
abriría hoy una tienda de discos, se entiende que en EEUU, de donde deduzco que
tampoco el amigo americano compra discos y prefiere descargarlos. Y, claro,
nuestras bankias están en el ADN hispano, pero habrá que recordar que todo
viene de las subprimes americanas.
Tras muchas legislaturas intentándolo, los grandes de EEUU por fin consiguieron
poner de Presidente al tonto del pueblo, que desreguló todo lo reglado y, sin
reglas, se dieron un buen baño de idiosincrasia del sur: ni Velázquez pintó tanto
rufián, pillo y pícaro como actuó a sus anchas en el imperio durante los locos
años en que estuvo de Presidente alguien a quien habia que sonarle la nariz y
limpiarle las babas mientras veía el béisbol.
Recuerdo cuando se fumaba en las bibliotecas y en las aulas. Aquí era imposible disciplinar a la gente y poner normas. Hasta que se pusieron. Tardamos muy poco en sentir ya como una rareza la idea de que alguien fume en un restaurante. También viví la época en que era imposible mentalizar a la gente para que tirara los papeles en la papelera, dejara de escupir en el suelo o cediera el paso a los peatones en los pasos de cebra. Todo lo llevábamos en la sangre y todo duró lo que se tardó en poner una norma y hacerla cumplir.
Recuerdo cuando se fumaba en las bibliotecas y en las aulas. Aquí era imposible disciplinar a la gente y poner normas. Hasta que se pusieron. Tardamos muy poco en sentir ya como una rareza la idea de que alguien fume en un restaurante. También viví la época en que era imposible mentalizar a la gente para que tirara los papeles en la papelera, dejara de escupir en el suelo o cediera el paso a los peatones en los pasos de cebra. Todo lo llevábamos en la sangre y todo duró lo que se tardó en poner una norma y hacerla cumplir.
La cuestión es que nos disciplinamos con las normas
tanto como se desmandan los americanos sin ellas. Y esto nos lleva a eliminar
la primera persona del plural de cualquier análisis que se quiera hacer de los
días que nos están siendo dados. Es todo cuestión de normas. Las normas son moldes
que conforman las situaciones y las conductas y son tiempos para recordar que
incluyen sanciones. Hay sanciones porque toda norma supone actuar sobre o
contra la conducta espontánea de la gente. Para qué se iba a hacer obligatorio
lo que la gente ya hace por sí misma. Y toda norma supone manejar con cuidado
el dial en el que se columpian la persuasión, la motivación y el castigo. Están
previstas sanciones para quien tire porquería al suelo o deje a su perro hacer
cacas en la acera, pero hay que manejarlas con cuidado porque la reiteración y
cualquier simbolismo que recuerde que hay una norma va modulando la comprensión
y la conducta y la aplicación simplona de castigos aleja precisamente la
complicidad con la norma. Otras veces no tenemos tanto tiempo. Cuando estábamos
ante un puente de fin de semana y sabíamos que iban a morir cerca de doscientas
personas, no había tiempo para convencer y educar. Se busque la expresión que
se quiera, había que amenazar para que la gente se disciplinara al volante y
cien de esos doscientos no murieran. Y claro que se disciplinó.
¿Y cuál es el caso en un país arruinado por una
deuda impagable de cientos, muchos cientos, de miles de millones de euros que
se acumuló a base de cacicadas, saqueos, corruptelas, incompetencia y malas
prácticas de gestión? Artur Mas, el príncipe del Derecho a Decidir, impulsa la
derogación de un pacto anticorrupción de 2001, al que calificó de “muy
potente”, por otro que ya dio sus primeros pasos y que presentó como
“tremendamente útil”: de medidas potentes pasamos a medidas tremendamente
útiles, un tremendo y potente avance. Y el Gobierno y el PSOE quieren hacer no
sé qué ley de transparencia, cuando los partidos están actuando invariablemente
como sindicatos de todos sus acusados (¿no oímos todavía al ex Presidente de
Asturias proteger la honorable trayectoria de su ex Consejero pillado en mil
latrocinios en beneficio de su hijo?). Este vodevil de Mª Dolores de Cospedal
balbuceando frases entrecortadas, de Rajoy y Soraya evitando pronunciar el nombre
de Bárcenas (¿es una táctica? ¿les dicen los suyos que es una hábil finta parlamentaria?),
esta catarata de mentiras tan indefensas que convierten en sainete cada declaración
gubernamental, toda esta actuación coral ante un país esquilmado que seguirá
sufriendo nos está gritando obviedades desnudas, sin adornos ni matices. Que Mª
Dolores de Cospedal no somos todos. Que no llevamos a Ana Mato ni a Bárcenas en
nuestra idiosincrasia. Que no hay un Undargarín en cada familia. Que no es culpa
de todos. Y que no es tiempo de leyes de transparencia. Es tiempo de sanción:
son cientos de miles de millones de euros, hay culpables de algo gordo, nada va
a cambiar porque se pacten leyes, tiene que ir gente importante a la cárcel
(así desaparecieron escuadrones armados por los gobiernos, con ministros y secretarios
de Estado en la cárcel por los GAL). Sin cabezas no hay cambio creíble. Con las
debidas sanciones los indisciplinados y pícaros gestores del sur cambiarán sus
hábitos igual que dejaron de fumar en los bares y dejaron de escupir en las
aceras. Claro que siempre está esa posibilidad que a veces se susurra: que no
hay culpables, que todo es legal, que es todo muy complejo. Si todo es legal de
tan complejo que es, siendo tozuda la evidencia del saqueo y el sufrimiento
colectivo, la conclusión lógica es sencillamente que no hay ley. Y las
situaciones sin ley sólo cambian con revueltas populares y protestas masivas.
Revueltas, desorden, bronca. Mira tú por dónde, muchos dicen que lo llevamos en
la sangre, que está en nuestro carácter …
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