El cambio de
estación siempre invita al balance y al pronóstico. El otoño es muy dado a masajearnos con aire caliente y cielos
inocentes, mientras un burbuja de baja presión sube para desatar tempestades y
desastres. Y este otoño parece que quieren darnos unas friegas con datos económicos
maquillados, mientras se preparan nuevas tempestades y pedriscos (para los
aspirantes a profeta, véase Argentina 2000 o Portugal y Grecia 2011 y siguientes).
Lo cierto es
que, si uno mira desde abajo los sucesivos ámbitos de poder que rigen nuestros días,
como círculos concéntricos sucesivamente más pequeños, podría creer estar
viendo una versión infantil de los círculos del infierno de Dante.
Unión Europea (hecha una pasta con el FMI, Banco
Central, ignotos mercados y todo lo demás). La Unión Europea nos trae la cuatro
erres, tres para ella y una para nosotros. Las suyas son Recortes, Recesión y
Represión. Y a nosotros nos queda Resistencia. Ni una sola de las medidas que
puedan hacer sufrir a la población dejaría de tener el aplauso y el
reconocimiento exterior. Cualquier reducción en la atención médica, en la
dedicación a la enseñanza, en la jubilación, en los salarios, cualquier
supresión en la gratuidad o subvención de medicamentos, libros o asistencia
judicial, cualquier cosa de esas será saludada como una medida valiente y
necesaria en la dirección adecuada. De hecho, los mercados llevan ya un par de
años haciendo sonar la campanilla para avisar de que vayamos recogiendo que van
a cerrar el Estado, el de bienestar y el de derecho.
España (marca registrada). Lleva dos años y pico en la cama con un
ictus de los malos. La gente espera que se recupere, porque no entiende bien lo
que son los ictus malos. Cuando uno deja de poder mover una pierna porque se le
murió un trocito de cerebro, se recupera del ataque, pero el trocito muerto
está muerto, la pierna no vuelve a su sitio. No es una crisis lo que nos está
quitando el médico, los maestros y la dignidad. Es necrosis, es tejido que se
muere, no volverá después de la crisis la situación en que se podía vivir del
salario y en que la sociedad te daba los fármacos para el cáncer, ni hay intención
de que esa sea la salida de la crisis. La corrupción descarnada, la gangrena de
las instituciones, el crecimiento de esa oligarquía parásita, que lo cubre todo
como el moho al queso que empieza a pudrirse, son las señales del estado, el de
bienestar y el de derecho, en descomposición. Ahí tenemos nuestra capital, que
pasó de ser regida por el traductor del Tractatus
de Wittgenstein, debidamente elegido, a ser gobernada por una analfabeta ridícula puesta por su
marido, que cultiva la religión con extravagancia y extremismo porque su débil
razonamiento necesita mampostería simplona y recia. No, no se hace el ridículo
por no saber inglés. Ni por tener barriga. Se hace el ridículo por marcar los
michelines con una camiseta ceñida de lycra, de manera que las dignas curvas de
la normalidad se exhiban como lorzas de carne bufas. Se hace el ridículo por
marcar el desconocimiento del inglés con una desenvoltura impostada y boba que
quiere parecer frescura, autenticidad y campechanía. Se hace el ridículo por
ser idiota.
Asturias. Asturias parece un edificio en
demolición rodeado de curiosos intentando cotillear y el Gobierno parece esos
señores con casco y chaleco que mandan a la gente que no se acerque y que no
tenga todo el mundo tanta prisa. Y que en realidad no cuentan nada porque tampoco saben
nada. Qué harán. De qué hablarán ahora que ya fijaron los sueldos.
Gijón. Hace unos años un candidato a Rector, que con los años
acabó siéndolo, decía en su campaña que tan malo era no hacer nada como hacer
cualquier cosa. Y en eso el Foro nunca quiso pillarse los dedos. Por si acaso
hace las dos cosas. Se dedica a no hacer nada y, cuando hace algo, a hacer
cualquier cosa. Si hacen un carril bici lo hacen a su manera: no haciendo nada;
abracadabra, por aquí pasaban coches y ahora pasan bicis, queda inaugurado; y
luego despliegue de uniformados por la acera de El Muro para sacar por la oreja
al que deslice su bicicleta por la acera, con el aplauso de los cuatro
escocidos gruñones que siempre hay por allí. Si tienen que intervenir en esos
roces de sábado por la noche entre quienes tienen sueño y quienes andan de
farándula, hacen cualquier cosa. Declaran botellón de lesa patria el consumo de
alcohol en la calle, siempre que sea un lugar frecuentado por los jóvenes (no
en el Carmen o en las zonas sidreras de gente más provecta). Si uno tiene una
caña en la mano y da un traspiés que le haga poner los pies en la calle, a lo
mejor le cae una multa de cientos de euros (no exagero). Se hace una movilización
policial infantil y necia que mueve al asombro y casi a la risa a la caza del
alcohol callejero. En la gestión cultural, Gijón venía jugando a ser el pequeño
San Sebastián, de bolsillo y apañadín. Ahora parece que quieren que sea la gran
Colunga, distorsionando y caricaturizando el valor de lo local. Y en todo lo
demás, la misma receta: o parálisis y no hacer nada, o el esperpento y hacer
cualquier cosa.
Y así empieza el
otoño, removiéndose nuestros asuntos en los círculos de Dante sobre nuestras
cabezas. Qué pereza.
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