[Publicado en el blog del diario de próxima aparición Asturias24, http://blogasturias24.es/?p=848]
Tengo una amiga
de siete años que vino con sus padres un día de diario a ver una actuación en
un café – pub (lo que sea eso). Llegada la hora en que una niña de siete años
tiene que irse a su casa un día de diario, la pequeña se contrarió porque
quería seguir en aquel desorden. Mientras sus padres preparaban las chaquetas,
se puso de espaldas a ellos y enfrente de mí quieta, tensa, con la cabeza tan
metida en los hombros como pudo, y me decía riendo en voz baja, en referencia a
sus padres: “¿se fueron ya?” Yo le decía que no, pero que si se quedaba muy
quieta igual no se daban cuenta y se marchaban dejándola allí de juerga.
Inocente puericie.
Creo que la
imagen de mi pequeña amiga quieta quietísima esperando pasar inadvertida para
quedarse donde se cuecen las habas es la imagen de nuestra cansina clase
política. Cómo no recordarla oyendo y leyendo el reciente Debate sobre el
Estado de la Región. Las listas cerradas y la manera de entender "la
confianza" en los cargos fueron una bola de nieve que creció hasta
convertirse en la tenaza que estranguló este país nuestro. Creo que fue en los
ochenta cuando se cimentó la cultura de que todos los cargos "de
confianza" eran cargos de militancia, de manera que no sólo los puestos
obviamente políticos fueran ocupados por militantes del partido de turno, sino que
también pasaron a la disciplina de partido la Fiscalía General del Estado, las
vocalías del Consejo General de Poder Judicial, el Tribunal de Cuentas, RTVE,
... todo acabó con abuso de confianza. Además, y esta era la otra pata de la
tenaza, las listas electorales fueron siempre cerradas, con lo que quien
mandaba en el partido de turno mandaba en todas las instituciones. Así se llegó
a esa situación en la que Pepiños y Cospedales sacados de cualquier cuchitril
podían dar órdenes a un Fiscal General del Estado con no sé cuánto currículum
encima. Y así se parasitaron las entidades financieras y los órganos de control
y por ahí llegó el delirio por el que España adeuda todo lo que produce en un
año. Además, como el país se llenó de importantes, esos cargos "de
confianza" crecieron como las setas en otoño. Cualquier bobo necesitaba
gente de confianza a la que pudiera nombrar y cualquier bobo estaba en
situación de nombrar a alguien si estaba en las listas cerradas o en las
camarillas aledañas, para lo que no se necesitaba más mérito que el que decía
Woody Allen: estar ahí.
Es lógico que el
nivel de los gestores públicos haya ido a menos. Ya en la sucesión de González
se vio lo que iba a pasar. Felipe González quería a Solana, que era Felipe
González en pequeño. Y acabó siendo Almunia, que era Solana en triste. Así
llegaron a líderes dos fontaneros, Rajoy y Rubalcaba, sólo a base de quedarse
quietos quietos, como mi amiga, mientras sus partidos se secaban y encogían,
hasta llegar a sobresalir por consunción de lo que les rodeaba. Y lo que es
verdad de España lo es de Asturias por partida doble.
Será cosa mía, y
no pretendo que sea más que eso, pero en su día me pareció bien la candidatura
de Javier Fernández por lo mismo que me había parecido bien en su momento la de
Zapatero: porque no los había oído hablar nunca. Tras el empacho y revoltura de
tanta Marea y tanto Areces, y tras el sindiós de Cascos haciendo eses por las
consejerías rompiéndolo todo, sonaba casi fresco un desconocido (casi). A esto
llegamos. El que más quieto se quede, el que menos moleste, acaba pareciendo
bueno. Y ahí seguimos, con Rajoy quieto quieto a ver si pasa lo de Bárcenas, y
el Gobierno de Javier Fernández quieto quieto de perplejidad con el hilillo de
baba pingando por la comisura, mientras se va Tenneco, se nos excluye a
perpetuidad del AVE y se evapora la inversión pública en Asturias y de paso la
propia Asturias.
Todos sabemos
que España necesita una regeneración política. Y una vez más, esto es verdad de
Asturias por partida doble. Nuestros gobernantes no tendrán crédito mirando
sólo hacia delante. Mientras el pasado no se filtre en sus discursos con palabras
parecidas a las que usamos en la calle nadie creerá en sus intenciones y harán
bien en no creer. El Papa desliza en sus intervenciones expresiones como
“servidumbre” para referirse al papel de la mujer en la Iglesia, o “vergüenza”
para hablar del suceso de Lampedusa, y dice que la Iglesia tiene más cosas que
hacer que pensar en gays, aborto o divorcio. Será marketing, seguro. Pero es más de lo que acostumbran nuestros
representantes. Las malas prácticas acumuladas hacen que los nombrados, los de
“confianza”, sean los que tengan salarios de entre dos mil quinientos y cuatro
mil euros, mientras decimos a nuestros ingenieros y científicos que emigren,
que no es tan mala la movilidad exterior, a nuestros juristas de nueva hornada
que no se den prisa en cobrar por trabajar, que es bueno aprender gratis, a
nuestros médicos que paciencia, que con el tiempo vendrá la estabilidad, y a
nuestros profesores que trabajen por horas o directamente que se dediquen a
otra cosa. ¿Y cuántos hay de esos de confianza, sólo en ayuntamientos? Estas no
son palabras mías, están en nuestras conversaciones y se oyen en la pescadería
y en los chigres. Y deben resonar en los discursos de Javier Fernández o de
quien de verdad quiera regenerar algo, con la carga de autoinculpación que
corresponda. No hay regeneración sin contrición y sin claridad.
Por supuesto, esto
es hablar por hablar. Es evidente que Javier Fernández no es el Papa y no lo
fue en este debate. Tan evidente como que Cascos no es nuevo en política lo es
que el PSOE no es nuevo en Asturias. Sus socios de IU y UPyD quieren ver la
regeneración democrática en el cambio de la puñetera ley electoral y quieren
romper el pacto por semejante prioridad. Parece humor negro, mejor se quedaban
quietos quietos. Y el PP de Asturias sigue siendo inexistente, una copia
torpona de parvulitos de lo que oyen de Madrid (tampoco voy a llorar por esto,
porque me pasa como al Papa; nunca fui de derechas). El sistema representativo
está tan atascado que apetece más ir al Congreso a enseñar las tetas que
tomárselo en serio. Y atención, señorías, a Francia y Le Pen. Pueden ustedes estar
jugando con algo peor que la vuelta de Cascos.
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