domingo, 10 de julio de 2016

Esa transición interminable, abandonada y sin podar

Confieso ser uno de esos desagradecidos a la Transición que tantas lecciones de historia no solicitadas viene recibiendo en estos tiempos. Mi problema con la Transición es que en demasiados aspectos no hizo honor a su nombre. A veces, cuando el autobús va lleno, arqueamos la espalda para dejar pasar a alguien y eso está bien, porque es un desarreglo transitorio que permite que otra persona busque su sitio. Pero otras veces uno arquea la espalda y el parroquiano, en vez de pasar al fondo, se acomoda en el hueco que le abrimos y nos quedamos con la espalda en un incómodo escorzo para el resto del viaje. Y no es lo mismo. Lo que es bueno transitoriamente puede ser una rigidez inaceptable cuando se hace permanente. Algunos no acaban de entender que el problema no fue arquear la espalda, sino que la espalda ya nos duele de tanto mantener la postura forzada, de tanta inercia de aquella Transición que no se acaba. Y a base de no tocar el jardín por lo bien que lo habíamos hecho entre todos, lo tenemos lleno de maleza y de zarzas. Si hubiera de reducirlo al mínimo, diría que hay dos rigideces principales de la Transición que, por su riqueza de consecuencias, van deformando cada vez más el país. Una es tan constante que llega a no notarse como llegan a no oírse los ruidos continuos. La otra aparece y desaparece en pulsiones y retracciones, como el Guadiana, y ahora está de actualidad.
La primera se refiere al funcionamiento de los partidos en las instituciones. Era lógico que, transitoriamente, se ideasen procedimientos que hicieran fuertes a los partidos, para que la sustancia de la democracia no fueran agrupaciones volátiles. Pero esos procedimientos, sostenidos por décadas, no hicieron fuertes a los partidos, sino que los convirtieron en colesterol malo del sistema, por los recursos que consumen y por la atrofia institucional que inducen. El caso Bárcenas mostró las cuentas B del PP, pero también las cuentas A, aquellos sueldos millonarios legales, como si realmente la democracia necesitara multimillonarios a costa del Estado en la cúpula de los partidos. Instituciones clave para el control y equilibrio de poderes en el Estado (Fiscalía General del Estado, Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo, RTVE, Tribunal de Cuentas, órganos reguladores de todo tipo, Consejo General del Poder Judicial, consejos de administración de empresas públicas, …) quedaron en manos de militantes y a las órdenes de los órganos internos de los partidos dominantes. Proliferaron entes públicos, cargos indemostrables y funcionarios de libre designación que convirtieron a los partidos mayoritarios en agencias de colocación. Con el aparato institucional atrofiado, el descontrol fue la norma y la corrupción y el delito camparon a sus anchas. La baba del clientelismo partidario inundó el sistema financiero público y de ahí vino el principal aporte a esta deuda impagable que nos asfixia. Los partidos se hicieron (perdón, pero es que me gusta esta palabra) una casta oligárquica bien avenida que protegía a los suyos y siguen siendo el ecosistema más fértil para tener trabajos bien remunerados antes de los treinta años. Hace mucho tiempo que este aspecto de la Transición pide a gritos ser liquidado como transitorio, desparasitar las instituciones (hay modelos legales abundantes en los que beber) y replantear los recursos que consumen, incluido tanto pesebre disfrazado de ente público.
El otro aspecto es el de actualidad, el miedo. La Transición, siempre temerosa del olor de la dictadura, nos educó en la convicción de que hay que proteger a España de los españoles. En los alborotos y en los fondos cenagosos está la materia que nos hace resbalar hacia nuestra Historia. Mejor evitar estridencias, mirar hacia delante y no agitar las aguas, no vuelva a caer España en manos de los españoles. El temor a lo confuso y a lo incierto hipertrofia el apego a lo seguro, fortalece la impunidad de lo malo conocido y normaliza en la convivencia al monstruo y la extravagancia. La Transición dejó secretos, muchos secretos, de tan educados como estamos en no revolver las aguas. La injusticia extrema con que se generó y se gestionó la crisis creó el estado de ánimo que hizo posible la emergencia de Podemos, un grupo ajeno a ese «espíritu de la transición» que podía revolver todos esos secretos y convertir a la Transición en transitoria. Así que se agitó ese miedo, se hizo esa propaganda enloquecida de Venezuela, se invocó un populismo confuso que mezclaba churras con merinas. El PSOE depende orgánica y financieramente de su posición ortodoxa dentro del sistema, pero es el PP quien determina cuál es la ortodoxia. Agitado por emociones encontradas, el PSOE entró en este juego propagandístico del caos y ayudó a que el miedo a los españoles hiciera impune a un PP que viene funcionando, a plena luz del día y sin necesidad de ocultarlo, como un grupo delincuente y mafioso (mientras el PSOE sigue bajando porque él no tiene agua que sacar de la impunidad).
Si un día vemos en nuestra cocina ranas y sapos o corretear de vez en cuando una rata por la sala, debemos pensar si no tendremos ya demasiado descuidado el jardín. Y algunos síntomas de esos desarreglos tenemos. El día de las elecciones nos dio los resultados Jorge Fernández, el tipejo que conspira y engaña desde el Ministerio, que recibe a ladrones de alto standing y baja estofa como Rodrigo Rato, que ampara disparar y matar a inmigrantes que están en el agua, que otorga medallas fanáticas a vírgenes. Y ahí sigue. El informe Chilcot británico nos recuerda que en el Reino Unido las cosas se investigan y las verdades se hacen públicas. Este informe nos recuerda por contraste que aquí el Borbón emérito está aforado con siete llaves y no se puede saber ni el dinero que tiene ni menos cómo lo ganó; que no podemos saber qué pasó el 23F, ni los detalles de España en la guerra de Irak. Pero además el informe señala que Aznar fue uno de esos rufianes que engañaron y manipularon para esa actividad de muerte. Aznar entró en la alta política con la desconfianza del mediocre acomplejado. Tanto le dijeron lo hombre de Estado que era que quiso entrar en la historia como suelen los mediocres: lamiendo el culo al matón del recreo. En el Reino Unido Blair tendrá que hacer algo más serio que pedir perdón. La inercia de la Transición en España, sin embargo, apuntará a no aplicar la ley y que el infame mentiroso disfrute del botín. Y ya puestos, y como cabe todo en esta casa de jardín tan descuidado, ¿por qué no habría de aparecer Federico Trillo? Este señor fue responsable del accidente del Yaq-42 en el que murieron 75 personas; la gestión que hizo de los cadáveres fue la de coger de cualquier manera sus restos y repartirlos en bolsas, para después insultar y menospreciar a los familiares. Años después nos lo encontramos en Londres disfrutando de una Embajada y cobrando comisiones indignas como un truhan, tras haber sido el encargado de entafarrar la investigación de la financiación ilegal de su partido. Este desvergonzado sabe que está en un país donde no tiene por qué ocultarse y nos sale con que España no estuvo en la guerra de Irak. Como digo, cuando es tan normal que personajes tan de desecho campen por nuestra cocina y correteen por nuestra sala, algún arreglo tenemos que hacer en el jardín.

Felipe González, desde El País (que son dos cosas, no una), y desde los intereses económicos que protege y de los que cobra, nos recuerda que el huerto tiene guardianes que siguen cuidando que España no quede en manos de los españoles. La mejor manera que tienen de protegerse y protegernos de Podemos es hacerlo innecesario y cerrar de una vez esta Transición perezosa que lleva cuarenta años, entender que los españoles no tenemos y no queremos secretos y que España somos los españoles.

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