Siguen los malos tiempos para el PSOE. Los socialistas sonríen porque
creyeron como todos en las encuestas. Sonríen por la distensión después del
miedo y le hacen rabia rabiña a Podemos porque se les escaparon y a los morados
se les quedó caruca. Pero antes o después tendrán que volver al trabajo. Los
datos son que cada nueva elección el PSOE tiene un mínimo histórico. Los datos
son que se fueron un millón largo de votos de IU (sobre todo) y de Podemos y
que no encontraron partido al que ir; el PSOE no recoge nada de su izquierda.
Los datos son que el PP está desprestigiado y que el PSOE no recoge nada del
centro. Con una izquierda encogida en más de un millón de votos y una derecha
desprestigiada, el PSOE baja cinco escaños sobre su mínimo histórico. De
momento, su supervivencia parece depender de la estabilidad interna de Unidos
Podemos.
El PSOE tiene que pensar muchas cosas, pero sobre todo una. Él es el
principal depositario de la pregunta más importante de estas elecciones: ¿por
qué la gente acepta lo que ella misma considera inaceptable? Nadie discute que
el PP viene cometiendo delitos a gran escala desde hace décadas. Nadie cree en
Rajoy, es un político desacreditado. Bramar contra los votantes no es un
análisis. La gente no quiere que le roben, pero votaron en gran número al PP a
sabiendas de todo. La gente acepta lo inaceptable cuando cree que hay cosas
peores que lo inaceptable. Cualquiera puede aceptar condiciones inaceptables de
trabajo antes que quedar en paro. Aznar inició la táctica de que sus votantes
le toleren lo intolerable a base de desquiciar las críticas a sus rivales. Por eso
trataba, por ejemplo, al PSOE como cómplice de ETA. Esa línea se proyecta ahora
sobre Podemos y sobre los independentistas. Contra Podemos se manejó una
propaganda delirante y enloquecida con Venezuela y una demagogia insufrible con
Grecia y hasta con el Brexit. La
etiqueta “populista” era un comodín que servía para colocar a Podemos en línea
con cualquier desaguisado. La proximidad con los nacionalistas se maneja como
una amenaza para España: entre un político serio y un nacionalista tiene que
haber un cortafuegos.
Durante toda la campaña me hizo reír todo este desvarío, porque pensaba con
razón que no podía convencer a nadie y que sólo puede servir para engrosar el
argumentario de los que ya estaban convencidos. Y la plana mayor de Podemos
debió pensar lo mismo. Pero no reparé en algo. Ciertamente, con la estupidez de
Venezuela no van a convencer más que al que ya estaba convencido, pero sí van a
conseguir que esos convencidos acepten lo inaceptable. Si lo que queda fuera
del PP es la ruptura de España y el caos de Venezuela, no importa lo que robe
el PP. Estas tácticas no aumentan los votantes pero petrifican el apoyo que ya
se tiene y lo hacen cerril y obcecado. El PSOE entró en estas tácticas del PP:
repitió la demagogia mema de Venezuela y Grecia, y mantiene ese discurso bobo
de que el roce con los nacionalistas quiebra España (sobre todo Susana Díaz,
que no pierde ocasión de inundar de ramplonería el debate político). El PSOE
puede criticar con la aspereza que quiera a Podemos y los nacionalistas, pero
tiene tres buenas razones para no incorporar esas soflamas que los colocan
fuera de España y de la democracia. Una ética, porque es falsa toda esa
fanfarria. Otra egoísta: porque es evidente que solidifica a prueba de balas el
apoyo al PP, pero no el del PSOE. Y otra de interés nacional: porque es el tipo
de discurso que hace que en España la gente esté aceptando lo inaceptable, el
PP. El PSOE puede hablar perfectamente con un independentista o con Podemos de educación,
sanidad, fiscalidad, transparencia y muchas otras cosas. Es el partido mejor
situado para normalizar el debate público y que las trastornadas apocalipsis
venezolanas o del fin de España dejen de hacer que gente normal mantenga en sus
poltronas a bandadas delincuentes.
Por su parte, Podemos está acusando algunas consecuencias de su ritmo
frenético. Si el Sol tuviera más masa y la gravedad fuera mucho mayor, a partir
de cierta distancia el tirón gravitatorio sería mayor que la fuerza que
mantiene unida la masa del planeta y la Tierra se despedazaría. Es lo que
llaman el límite de Roche. Una cadena se rompe si algo tira de ella con una
fuerza mayor que la que la une. Podemos corrió y corrió y la cabecera de la
manifestación estaba ya en la socialdemocracia pidiendo consejo a Zapatero mientras
la cola estaba aún en las acampadas del 15 M leyendo a Gramsci. Tal vez los
tiempos obligaban a ir deprisa. O tal vez lo mucho y bueno que consiguieron no
se puede conseguir más que con un ritmo enloquecido. Pero una cabecera
desbocada corre el riesgo de romper el cuerpo del que tira.
Para IU no fue simpática la aparición arrolladora de Podemos, que los
disolvía en un proceso que percibieron como injusto. Podemos siguió frenético
hacia delante dejando ánimos heridos en IU. Las cosas que se hacen rápido se
hacen con cierta falta de detalle. Llegó la confluencia y se lanzaron al
siguiente ecosistema, el del PSOE, dando por conquistado el de IU, un poco como
esos emperadores que se lanzan a más y más territorios sin asegurar debidamente
las plazas conquistadas. Los ánimos heridos de IU seguían heridos. El asalto a
las posiciones del PSOE fue aún más precipitado. A IU la disolvieron por su
propio impulso. En el caso del PSOE no quisieron esperar a que sus mensajes,
sus actos y sus políticas fueran calando. Directamente se lanzaron sobre sus
símbolos y buscaron ocupar su casa sin más demoras. Pablo Iglesias ganaba los
debates, Garzón ganaba en los índices de popularidad y las encuestas decían que
Podemos había conquistado un nuevo reino y llegaba al poder. Y casi sale. El asalto
al cuartel del PSOE había sido, sin embargo, demasiado impaciente, hirió y las
heridas crearon una costra que tapó la hemorragia de votos socialistas. Pero lo
peor fue que habían pasado demasiado deprisa por encima de IU y ni ellos ni las
encuestas percibieron que se habían dejado demasiados cadáveres. Se notaban
resistencias en el cuerpo y alma de IU para esa confluencia, algunos líderes
dejaron caer que les costaría ir a votar y finalmente muchos no votaron. A
falta de confirmación, podemos sospechar que ese millón de votos que lo
descolocó todo salen de esa tierra mal conquistada de IU.
Está claro que Podemos, como el PSOE, tiene mucho en qué pensar. Tal vez
tenga que tranquilizarse y cultivar el detalle que se pasó por alto. La
fijación con el territorio del PSOE fue tal, que no llegaron a hablar a fondo
de toda esa regeneración y toda esa alternativa a estas políticas que con razón
denuncian como fracasadas. En estas elecciones deberían haber sido más Podemos
y tomarse con más calma ser lo que el PSOE no fue. Y desde luego ahora toca ser
más Podemos. Podemos agitó para bien la turbia política española, con más
inteligencia y proyecto del que se les quiere reconocer. Tal tempestad no se
alcanza sin personajes excesivos y actitudes exuberantes. Pablo Iglesias pidió
una sonrisa al país y ahora es momento de pedirle a él y a Podemos que no la
pierdan ellos. Así desdeñaba S. Zweig la la mediocridad y falta de audacia por
la que Grouchy no pudo ayudar a Napoleón a que la batalla de Waterloo tuviera
otro final:
«Todas las virtudes burguesas —la prudencia, la obediencia, el ahínco y la
discreción—, todas ellas se funden impotentes en el ardor de uno de esos
grandes momentos del destino que reclaman siempre al genio y quedan plasmados
en una imagen duradera. Con desdén, ese momento decisivo rechaza al pusilánime.
Y con sus brazos ardientes, como otro dios sobre la Tierra, enaltece sólo al
audaz, elevándolo al firmamento de los héroes».
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