Para hacer frente a la crisis no era necesario que la nota de Religión contara
para entrar en Medicina. Tampoco era necesario que Gallardón pusiera tasas que
nos expulsaran de la administración de justicia. La crisis no obligaba a
convertir en delito la libertad de expresión ni a que Jorge Fernández fabricase
historias y pruebas falsas contra rivales políticos o que recibiese a Rodrigo
Rato en el ministerio para lo contrario. La gestión de una crisis no tiene por
qué incluir coches de lujo aparecidos de repente en los garajes de Ana Mato ni
que José Manuel Soria arremeta con impuestos contra la energía solar (a saber
quién de su interés estará en alguna compañía energética, o en qué cuál
aparecerá él mismo cualquier día de estos). Ninguna crisis obliga a que todo
Cristo tenga cuentas delincuentes en Panamá; la evasión fiscal nunca fue una
medida eficaz contra el déficit.
La cortedad de los políticos para formar gobierno es evidente. Pero es que
la situación política es muy difícil de gestionar. El PP es el partido más
votado y a la vez el principal problema para que España se normalice
políticamente y se vertebre como un país normal. Tomó medidas extremistas puramente
ideológicas y, como organización, fue el ecosistema en el que se dieron y protegieron
los mayores saqueos que conocemos de las arcas públicas. Ni muestran intención
de moderar ideológicamente las leyes más radicales ni ofrecen una mínima
disposición a la transparencia y la regeneración. Seguramente no pueden. El PP
es el partido de las oportunidades, donde tras vociferar unos pocos años se
consiguen embajadas en la India y todo tipo de chollos. Tratar de quitar del PP
las malas prácticas éticas puede parecerse a intentar hacer una versión de King Kong “sin la parte esa del mono”.
El PP tiene que formar gobierno pero es difícil pactar con él porque ni
quiere moderarse ni puede limpiarse. Los votos expresan resignación o miedo,
pero no inocencia, y ningún partido quiere zambullirse en la sentina de Alí
Babá. No sólo es la poca altura de los actuales políticos de cabecera. Es que
sencillamente una mayoría notable del país y de los escaños que lo representan
están contra el partido más votado. Aunque Rajoy consiguiera investirse porque
Felipe y Cebrián le dieran una colleja al cabo Sánchez, no habría un gobierno
con capacidad, por ejemplo, para sacar unos presupuestos. Pero es que este país
nuestro es una masa invertebrada difícil de coger con las manos sin que se nos
escurra por un sitio y otro. La propia situación de Cataluña, en su gravedad,
nos ayuda a intuir esta cuestión: no hay algo parecido a un proyecto colectivo
que ofrecer a los catalanes. Lo único que podemos hacer con ellos es lo que se
está haciendo: la vía negativa, intentar que se asocie la independencia con el
desamparo y la soledad. No es que no se pueda hacer nada. Se puede hacer todo y
razonablemente rápido. Una colectividad necesita, para actuar como tal, unas
líneas que marquen una trayectoria hacia delante y una memoria que la haga
reconocerse a sí misma como unidad. Todos somos muy distintos de como éramos de
niños o de adolescentes. La memoria es la que da continuidad y coherencia a las
piezas temporales y nos hace sentir nuestra niñez y nuestra vida adulta como
una vida y no como una acumulación inconexa de vidas a granel. España necesita
tocar algunas piezas para que tengamos una sensación clara de conjunto. Veamos
algunas.
Nunca hubo un debate serio y explícito sobre la Iglesia, su papel y su
financiación. Deberíamos saber claramente cuánto dinero público va de verdad a
esta institución, contando todos los sumandos y todas las partidas que se
cuelan por aquí y por allá. Los obispos y todas las administraciones
socialistas dijeron siempre que el Estado ahorra dinero financiando a la
Iglesia. ¿Será mucho pedir que alguien nos lo explique, que nos diga cuánto da
y en qué tendría que gastar de más si no lo diera? Lo que se ve a simple vista
es que en países tan religiosos como EEUU ni hay Concordato, ni financiación mastodóntica,
ni los obispos hacen de registradores de la propiedad; que la Iglesia destina
más dinero a costosos canales ultraderechistas que a Cáritas (en la que pone
mucho más dinero el Estado que la Iglesia); que Rouco Varela vive en un lujoso
piso de más de un millón de euros, sin que nadie nos explique qué encuentros en
la tercera fase lo justifican; que ni ese ni ningún inmueble paga el IBI que
soportamos los demás. A lo mejor todo tiene una explicación, pero me llena de
desconfianza que nadie la dé. No olvidemos, además, que la educación es uno de
los principales intereses de la Iglesia y que esto hace imposible que pueda
haber un sistema educativo estable en España. La relación entre la Iglesia y el
PP es prácticamente orgánica y las exigencias de la Iglesia en educación son
extremistas e imposibles de encajar como parte de una situación estable.
Nadie entiende cómo se gestiona en España la energía y las comunicaciones,
de las que tantas cosas dependen. Sólo sabemos que cuestan muy caras, que los
recibos son incomprensibles, que las compañías están llenas de antiguos
ministros y presidentes. Tenemos nuestra imaginación llena de mitos y
realidades de tantas opacidades que se mantienen. Es un secreto oficial si hubo
un banquero que favoreciera el 23F. Juan Carlos I sigue viviendo como un rey
sin que podamos saber cuánto dinero tiene ni cómo lo ganó. Mientras la que fue
su corte huele a podrido, a él se le aforó con una prisa histérica. Las
apariciones del colombiano señor González, seguidas siempre por la línea
editorial de El País, sugieren una
situación extravagante, como de bibliotecarios de monasterio medieval custodios
y guardianes de secretos que no nos conviene saber, porque nos liamos.
La investigación en España no está en sus líneas de futuro ni de presente.
No hace falta profundizar mucho en la cuestión, sólo observar lo que está a
simple vista. Con la crisis se cortaron de manera inmisericorde presupuestos y
organismos. Pero no olvidemos lo que ocurría en los años de presunta bonanza,
cuando llovían dineros para proyectos. Nuestros postgraduados se integraban en
equipos y proyectos multinacionales con eficacia y con el mismo éxito que sus
iguales europeos. Pero en España la mayoría de aquellos cualificadísimos
científicos y científicas llegaban casi a los cuarenta años encadenando becas
de proyectos, sin que la mayoría de las veces cuajaran plantillas punteras. El
ladrillo velaba por todos. En tiempos de bonanza, una vez más, que inventen
ellos.
Tenemos que poner claridad y orden en las relaciones con la Iglesia, porque
hay demasiado dinero en ese juego como para que sea todo tan misterioso.
Tenemos que definir la gestión de los sectores estratégicos y lijarlos bien de
tanto mamón. Tenemos que definir una línea estable de educación, desparasitando
el debate de los intereses mandones de los obispos y de los intereses espurios
de empresas y bancos miopes que sólo quieren especialistas de usar y tirar. Y
tenemos que levantar todos esos secretos que nos impiden tener una memoria colectiva
mínimamente funcional. Caiga quien caiga. Es lo mínimo para que percibamos con
claridad nuestra forma y aspecto como país, para que tengamos un ente claro que
ofrecer a los catalanes y para que pueda haber una patria nítida en la mente a
cuyo interés se sientan debidos los políticos en candelero. Hasta entonces, con
un partido ganador envuelto en escándalos y extremismos, con líderes que se
mueven a golpe de berrinche y tactismo de segunda b y con un país informe al que apelar como interés superior,
no podemos esperar más que lo que estamos viendo. Y no podemos limar asperezas
sin decírnoslas, aunque raspen.
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