Hace unos días El País publicó un artículo muy divertido en el que se daban
consejos para parecer inteligente en una reunión. Uno de ellos era decir seriamente
alguna obviedad, del tipo: «tenemos que centrar los esfuerzos en las
prioridades». Con la misma táctica, quien quiera parecer inteligente hablando
de educación tiene que decir obviedades como que España necesita «un gran pacto
por la educación» (y centrar los esfuerzos en las prioridades, supongo). Y todo
el mundo quiere parecer inteligente hablando de educación.
Lo único real que hay en los actuales aires de pacto por la educación es lo
que tienen de obvio y, por tanto, de vacuo. Es decir, nada. No hay nada en el
contexto político y social que haga pensar que estamos ante una verdadera
empresa nacional. El propio ministro de educación es seguramente la única
persona que nunca quiso parecer inteligente hablando de educación. Llegó al
ministerio retirando el cuadro de Unamuno y diciendo que no sabía mucho de
educación, pero que sus secretarios eran unos hachas. Es cierto que el Gobierno
deja sin efecto las reválidas, que son la espina más superficial de la LOMCE
porque es la que primero y de manera más inmediata pincha y daña. Pero sólo es
una espina. Y su derogación no es señal de que alguien quiera un gran acuerdo.
Es señal de abandono. Wert y Gomendio hicieron un estropicio insuperable, a sus
anchas y sin templanzas: en el Parlamento mayoría absoluta y al Gobierno de la educación
sólo le importaba recortar gastos y los intereses de la Iglesia. Se fueron a
sus canonjías europeas y dejaron una de las leyes más denostadas de la
democracia como flotando y sin que nadie quiera ni derogarla ni batirse el
cobre por aplicarla. La supresión de las reválidas es más apatía y desinterés
por la educación que aires de apertura y ganas de entendimiento.
Aunque no tenga relación con la enseñanza, el boicot a Trueba dice mucho del
contexto en el que se pretende ese acuerdo. No importa si el fracaso de su
película se debe a que sea mediocre y ni siquiera importa si el boicot fue real.
Lo que importa, y eso sí fue real, es el arrebato de ultraje y dolor patrio
porque el cineasta dijera no sentir la españolidad en sus venas «ni cinco
minutos». El nombre de la nación y sus símbolos no se usan hacia fuera como una
forma de afirmación identitaria orgullosa, ni como expresión de unidad interna.
Se usan hacia dentro como una forma de exclusión y como un límite de la
discusión racional. Se dice alto y fuerte «España» para señalar españoles y
excluirlos. Lo expresó de manera insuperable Ronald Reagan en su debate contra
el candidato demócrata W. Mondale: «se ha ido usted tan a la izquierda que se
ha salido del país». La Constitución, la bandera, la defensa frente al
terrorismo o el nombre de España se gritan y se sobreactúan para ahorrarse el
razonamiento y atribuirse una legitimidad natural y dogmática. Así se pretende
excluir y prohibir porque sí.
Esto viene a propósito porque hay una tendencia a entender que España es el
PP, C’s y el PSOE (versión Susana Díaz, mousse
de socialismo con la consistencia del papel bajo el agua). Los demás, Unidos
Podemos y nacionalismos varios, son «los otros», los salvajes de Juego de
Tronos. Todo indica que un acuerdo entre el PSOE deconstruido, PP y C’s sería
considerado como «un gran acuerdo nacional». Los disconformes estarían tan
fuera del país como Mondale y no sería necesario razonar, sólo protegerse de
ellos. Ya en la creación de esa comisión para el Gran Acuerdo se abstuvieron
Podemos y los nacionalistas. El gran acuerdo nacional engloba sólo a los
españoles propiamente dichos.
Hay decisiones de Estado que tomar sobre la educación y no se ve que
lleguen siquiera a ser planteadas en esta versión jíbara de España que se
adivina. Recordemos algunas:
· En esta legislatura se despidió a una
media de un profesor por hora. Se subieron tasas y desaparecieron becas. Ningún
pacto debe firmarse sin un compromiso de recapitalización de la educación.
· Debe establecerse con criterio la relación
entre la enseñanza y el sistema productivo. De los estudios de los bancos y de
la estupidez sólo se deduce que la enseñanza debe formar especialistas de usar
y tirar, a golpe de demanda empresarial. El papel de la enseñanza media, sin
embargo, es dotar a los sujetos de capacidades de adaptación a situaciones
complejas y a niveles superiores de formación. En la enseñanza media no puede
tener un papel central la economía (ni el derecho civil o los rudimentos de
cirugía). Y sí la filosofía.
· El sistema debe evitar segregaciones
tempranas. La segregación por rendimiento académico es injusta socialmente,
porque relega a los alumnos con peor apoyo familiar, los de clase baja, e injusta
individualmente, porque niega oportunidades a quien pierde el ritmo; es
ineficiente, porque el país saca más competencia de toda su población que sólo de
una parte; y es dañina, porque desagrega socialmente a la población y crea
guetos.
· La presencia de la Iglesia en la educación
tiene que ser la que resulte congruente con la Constitución y las prioridades
de un pacto realmente nacional. La concertación de centros está produciendo esa
segregación que el sistema debe evitar. Está además introduciendo desregulación
en el sistema, es decir, situaciones de hecho que se apartan de las previsiones
del derecho. Que además se legalice la cesión gratuita de suelo público para
levantar centros privados concertados es sencillamente un escándalo y suelo
fértil para nuevas corruptelas. Todo esto se discutiría con calma si no fuera
la Iglesia la dueña de esa enseñanza concertada y el PP no tuviera un interés
ideológico espurio en asegurar su influencia. Ningún pacto educativo puede estar
lastrado por obligaciones previas con la Iglesia. Expresiones como «rémora
laicista» o «laicismo radical» son vacías y de intención antidemocrática. El
laicismo no es una ideología, sino una de las condiciones para que una sociedad
sea democrática.
· La «competencia» entre centros también
llevará a una mayor segregación, porque supone concentrar recursos en unos
centros y castigar a otros. Todo lo que sea competir les suena a eficiencia a
los bobos neoliberales y a los bobos a secas. En Finlandia los centros forman
redes cooperativas y en EEUU hay universidades que forman redes de ese tipo con
excelentes resultados.
· La estructura de la enseñanza tiene que
encajar en una estructura del Estado estable, cualquier que esta sea. Siempre
es una mala señal que los partidos nacionalistas no formen parte del pacto.
Los aires de pacto huelen mal. No eran sólo las
reválidas. No hay nada que indique que va a haber un esfuerzo económico que
repare el desastre del PP, ni hay un cuerpo de reflexión sobre el papel de la
enseñanza y sus objetivos La jerarquía que se da a los intereses de la Iglesia
es tal, que es el mayor obstáculo para llegar a un acuerdo nacional. La
presencia del PSOE no nivela la balanza para prever un resultado equilibrado,
pero no porque sus ideas no sean válidas. El problema del PSOE no son sus
ideas, sino el bajísimo compromiso que tiene con ellas y su poca disposición a
entrar en conflicto por ellas. Un mal entendido pragmatismo le lleva a
considerar radical todo lo que haga ruido, y siempre hay más ruido rozando con
la Iglesia que con la izquierda. Por eso, el PSOE roza más con su izquierda. Y
por eso, ese pacto de España Minor estaría abocado a ser sustituido por otro.
Sin la izquierda y los nacionalistas España está incompleta y ningún pacto por
la educación será un gran pacto por la educación.
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