“Con estas razones perdía el
pobre caballero el juicio y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el
sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mismo Aristóteles, si
resucitara para solo ello.” (M. de Cervantes, Don Quijote de la Mancha).
Hace tres años Jorge Fernández le dio la medalla al mérito policial a
Nuestra Señora del Amor. «Desvelo, sacrificio y dedicación»: tales eran los
merecimientos del ser que recibía la distinción. Aquel acto fanático fue sólo
una de las escoceduras que la democracia tuvo que padecer de aquel personaje
funesto. Hubo un pleito legal acerca de si se podía dar una medalla a un ser
inanimado y creo que sigue abierto. Reconozco que la naturaleza jurídica de un
ser que no tiene vida, pero que es capaz de desvelo, sacrificio y dedicación,
me aburría y sólo pude pensar en zombis. Imaginé que la destinataria de aquella
distinción sólo cabía en la figura del no–muerto, porque aquel ministro de la
ley mordaza, que recibía a Rato en el Ministerio y que decía en Europa que
salvar a la gente que se ahogaba creaba «efecto llamada», había agotado mis
reservas de respeto debido.
Imagino que a Kichi le pasaba algo parecido a mí. Y le habrá parecido que
la propuesta del PP de dar una medalla a la Virgen del Rosario de Cádiz no
tenía nada que ver con aquello. Después de todo, no es raro que se digan las
mismas cosas por motivos muy diferentes. Falange e IU se opusieron a la entrada
de España en la OTAN por razones muy distintas. Trump combate el TTIP en una
guerra muy distinta de la que libran los movimientos de izquierdas. Pero antes
de que Monedero, Pablo Iglesias, Espinar o Teresa Rodríguez nos expliquen el extraño
caso de la concesión de la medalla, con razones por momentos tan abstrusas como
las que enloquecían a Alonso Quijano (¿construcción de sociabilidad? ¿gestión
laica de una condecoración mariana?), deberían pensar tres cosas: 1. ¿cuál es
el mensaje de esa condecoración?; 2. ¿cuál es el contexto del acto?; y 3. ¿cuál
es el efecto?
Respecto del mensaje, la audiencia de la comunicación pública es
exactamente lo opuesto a un juez. Ante un juez lo que importa es lo que
decimos. Pero en los actos públicos no importa lo que se dice, sólo importa lo
que el público entiende. Si un titular dice que fulanito está acusado de
agresión sexual, no importa que efectivamente esté acusado de agresión sexual y
que eso sea lo que dice el titular. Lo que importa es que la gente entenderá
que cometió una agresión sexual y, si no es eso lo que el periodista quería
decir, no debe poner ese titular. Según parece, Kichi y Podemos de Cádiz (y el
PSOE, no lo olvidemos) entienden que condecorar a la Virgen del Rosario es un
gesto de respeto al pueblo al que representan y de refuerzo de símbolos de la
gente sencilla, de su dignidad y hasta de su lucha. Pero lo que importa no es
su intención, sino lo que se entiende. Y yo lo que entendí es que se
condecoraba a una Virgen. Recordemos que con la condecoración se adjuntan los
méritos de la condecorada (debería decir «lo condecorado»): rogativas que se le
hicieron durante la peste, procesiones con su imagen durante un maremoto y
otras manifestaciones de evidente superstición y atraso. Y no olvidemos que la
iniciativa es del PP. Recuerdo cuando en 1988 se pretendió el primer gran
recorte de derechos con una reforma laboral. La hizo Chaves, siendo ministro de
Felipe González. La patronal derrochaba entusiasmo y Jiménez Aguilar, dirigente
empresarial, se desgañitaba diciendo que era la ley más socialista de Europa.
Un circunspecto Nicolás Redondo le respondía: claro, será por eso por lo que
tanto la apoyáis, por socialista. Se condecora el símbolo de la dignidad de los
pobres, su consuelo y su lucha: como diría Nicolás Redondo, será por eso por lo
que la proposición fue del PP, por los pobres y su lucha. Lo que se entiende es
que se condecoró a una Virgen. Lo que se entiende es que triunfó un cierto tipo
de fanatismo e intolerancia, porque los partidos que no participan de eso no
creyeron que fuera una batalla que mereciera la pena dar. Teresa Rodríguez pisa
un terreno resbaladizo cuando dice que el laicismo no tiene que venir de
Madrid, insinuando una cierta idiosincrasia andaluza que no se puede entender
desde más al norte. Me alegré mucho de no ser andaluz al oír esto. Me ahorré el
berrinche.
En cuanto al contexto, se confunden cuando creen que el contexto son las
seis mil firmas populares, el alma de Cádiz y el sentir de sus gentes. El
contexto es más amplio que Cádiz. El contexto es un país que salió de una
dictadura de puntillas, intentando no despertar a las bichas, y que dejó con
desgana algunas estructuras casi sin tocar. La Iglesia es un cordón con el
pasado por el que siguen bombeándose en nuestra convivencia materiales rancios
y tóxicos de épocas más oscuras. Los privilegios contables y fiscales de la
Iglesia son residuos de su simbiosis con la dictadura y se están empleando en
una intensa actividad ideológica y política (forma de hecho un cuerpo con el
PP) que no tienen derecho a desarrollar con nuestros impuestos. Sus intereses
en la educación impiden cualquier gran acuerdo nacional que no sea una
claudicación imposible. Ese es el contexto y en ese contexto y por esos
intereses el PP viene condecorando vírgenes y poniendo banderas a media asta en
Semana Santa. Y en ese contexto la medalla de Kichi es una resignación. El
respeto al pueblo al que se representa y a sus sentimientos no obliga a sacar
santos en procesión para rogar que se calme el mar ni a condecorar a la Virgen
invocada en semejante superstición.
Y, por último, los efectos son evidentes. No hay más que ver cómo Ramón
Espinar ya no encuentra palabras con las que condenar la medalla de Jorge
Fernández. Apenas pudo decir un lánguido «me cuesta más entenderlo» para
referirse a aquel atropello sectario, porque ahora tiene una mordaza que no le
deja ser más enérgico. El propio Garzón dice no ser fan de dar medallas a seres
inanimados: muy tibio. La medalla de Kichi hace difícil una parte del discurso
de Unidos Podemos, pero en este caso la mordaza no viene de fuera. Es el
impedimento que tiene para hablar quien tiene la boca llena con un buen marrón.
Podemos es un territorio. Por encima y por debajo de sus mensajes, afinados
o extraviados, se abrió un espacio que hay que entender como un campo de juego.
La distribución de edades sugiere que es el territorio que conecta a la mayoría
de los jóvenes con la política y que, por eso y por no estar enredado en
complicidades paralizantes de todo tipo, el juego que se juega en ese espacio
es de futuro, bajo la forma de Podemos o cualquier otra. La gente quiere ver
precisamente otro juego con otras reglas. Personalmente, me da una sensación
saludable esa especie de desconexión de Carmena con parte de su equipo y de
Podemos con ella. Me suena bien que hablen distinto quienes realmente no
piensan igual y que trabajen juntos con razonable eficacia sin obligarse a
uniformidades grises. Me hubiera gustado oír a Pablo Iglesias o Teresa
Rodríguez que no entienden nada el gesto de Kichi y a la vez mantener toda su
confianza en él, en vez del galimatías de razonamientos abstrusos en el que se
metieron para dar un mensaje imposible. Muchos circunspectos entendemos sin
alboroto que no se puede levantar un territorio como Podemos en tan poco tiempo
sin liderazgos icónicos y sin conductas excesivas. Hay cambios que requieren
momentos excesivos. Pero en este caso no hay truco de politólogo que pueda
convertir las intenciones en mensaje efectivo. Lo único que se va a entender es
que en Cádiz se condecoró a la Virgen por su intervención en pestes y maremotos.
Mientras una Virgen está donde tiene que estar en los templos o en las
procesiones siento respeto y a veces hasta cariño. Pero, cuando la condecora y
le atribuye desvelo un estado democrático, sólo veo un zombi. Será que tengo
indigestión de tanto esperpento en el Valle de los Caídos, tanta cruz de la
División Azul en el desfile de las Fuerzas Armadas, tanta arenga
ultraderechista desde púlpitos episcopales y tanta condecoración a tanta
Virgen, que ni siquiera sé si es siempre la misma o es una franquicia.
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