Hace años le explicaba al hijo de unos amigos que para aminorar las broncas
caseras era buena estrategia negar las evidencias. Si la riña es por romper un
vaso, hay que negar que se haya roto ningún vaso. Mientras la autoridad se
desgañita señalando los vidrios esparcidos, no pasa a la fase de aplicar el
castigo, y cuando finalmente llegue a esa fase ya se habrá desgañitado y dejado
munición en el camino. Nada mejor que hacerles escurrir la ira para apuntalar
lo que ya era evidente. Lo malo es que más gente debió darse cuenta de esto y
todos los que estamos en el ajo debimos en algún momento decirlo en voz
demasiado alta y ya lo sabe todo el mundo, incluidos los que llegaron a
presidentes o ministros.
Ahora mismo deberíamos tener la cabeza, la conducta y la indignación en los
asuntos relevantes. La sanidad pública sigue con cifras de crisis. Ya sabemos
que la privatización de su gestión en Madrid fue un saqueo organizado para
beneficio de algunos y para financiar el PP. Pero ahí sigue todo, nadie está
deshaciendo desmanes. La LOMCE está haciendo todo el daño que puede hacer, como
se hace daño en la enseñanza: poco a poco. En la educación nada es inmediato,
ni bueno ni malo. Lo que se hace bien y mal da sus frutos o su podredumbre con
el paso del tiempo. Se mandaron al limbo las espinas que producían las
raspaduras más inmediatas, las reválidas, pero sigue todo lo demás. Las cifras
de paro empiezan a ser irrelevantes porque tener trabajo ya no significa tener sustento.
Los dependientes y sus familias están al aire libre. El dinero que quitaron de
nuestra salud y nuestro futuro para rescatar el saqueo de las Cajas se da por
perdido con la tranquilidad con que se anuncia una helada. Se presenta el gasto
social como insostenible a la vez que se sube el de Defensa sin explicaciones. Los
salarios están por los suelos, los derechos en entredicho y las instituciones
más corroídas que nunca. El franquismo, que estaba bajo la alfombra retirado con
desgana, ahora asoma cada poco su pestilencia para recordarnos que siempre
estuvo ahí. La Iglesia y la emoción religiosa siguen incrustadas en las
instituciones, en el gasto público y en la convivencia como un cuerpo extraño
que produce infección, por haber ido permitiendo las hebras que la ligaban a la
dictadura en vez de normalizarla en un sistema tolerante. Lo que sabemos de la
financiación delictiva de las campañas del PP ponen los resultados electorales
casi tan entredicho como si nos enterásemos de que había habido pucherazos.
Esto es lo que deberíamos tener en la cabeza y en los actos. Pero se acaban
de aprobar los presupuestos generales sin que hayamos hablado gran cosa de
impuestos o deuda, de educación o de sanidad. El PP lleva el cinismo al límite
que yo recomendaba al hijo de mis amigos. Ni siquiera su hipocresía es
verdadera hipocresía. El hipócrita finge lo que no es y lo que no siente. El
cínico no oculta su culpa sino que la exhibe con desprecio a las normas y la
moralidad de los demás. Cuando Soraya o Rafael Hernando dicen que el caso Moix
no es un asunto del Gobierno sino de la Fiscalía General del Estado y que
respetan la independencia de la institución, no mienten hipócritamente. Si ese
fuera el caso, intentarían que no pareciera mentira. Ni creen que Moix no fuera
asunto del Gobierno ni se les pasa por la cabeza que la Fiscalía General no sea
un juguete de la banda del PP para dar cobertura a sus fechorías. Pero tampoco quieren
aparentar otra cosa. Lo suyo es la ostentación cínica y desvergonzada de su
desprecio a la convivencia, la ley y la democracia. Esto hace que todos los
días nos desgañitemos gritando lo obvio y que volquemos nuestra indignación
sobre los cristales rotos porque el PP insiste en que el vaso siempre fue así y
no está roto. La provocación de Hernando y Lezo sobre las actuaciones de Moix
nos convierten en el capitán Ahab frente a Moby Dick y en la confusión de tanta
batalla perdemos el sentido general de la guerra.
La democracia está dañada en dos aspectos que sencillamente la anulan. Uno
es que se hace trampa en las elecciones. Se hace de dos maneras. Por un lado,
las estructuras caciquiles que tienen bolsas de votos cautivos, especialmente evidentes
en Galicia y Andalucía. Y por otro, porque la estructura delictiva que da
ventaja al PP es de tal dimensión que ya figura el propio partido referido en
autos judiciales como una organización criminal. Como dije, sólo necesitamos el
pucherazo para que deslegitimar definitivamente las elecciones. El otro aspecto
que daña la democracia es la ocupación parásita de las instituciones por los
partidos, que en el caso del PP está llegando a socavar la propia existencia
del poder judicial. Una democracia funciona porque la gente vota y sanciona lo
que percibe de la gestión pública. Y porque además del sufragio hay una serie
de contrapoderes institucionales mecánicos que hacen que ningún feudo de poder
se desmande burlando la sanción, necesariamente selectiva y parcial, del pueblo
que vota. Si las votaciones son tramposas y los contrapesos institucionales no
funcionan, la democracia no funciona. Y donde no hay democracia cabe un
promedio de más de un escándalo por mes, que tal es la penosa estadística que
se le señala al PP, con toda impunidad.
Se necesita activar lo único que socava esa impunidad, además de la
actuación paciente y serena de los jueces: la opinión pública. La situación
demanda ofrecer al país una visión global del momento y obligar al Gobierno y a
todos los partidos a mostrarse. La moción de censura es un trámite idóneo
porque obliga a votar y a explicarse a todo el mundo. Y el momento requiere
claridad y definición ante la opinión pública. Podemos debe entender la
responsabilidad del paso que dio y ofrecer a esa opinión pública un diagnóstico
creíble que impida cualquier apoyo gratuito al Gobierno sin la correspondiente
carga de responsabilidad. El PSOE tiene también una importante responsabilidad.
En primer lugar, es ya indiscutible que la abstención para dejar a Rajoy fue
una calamidad. Ni arrancó nada para abstenerse, ni consiguió moderar nunca al
Gobierno. Ahora además queda claro que ni siquiera podía determinar que el PP
no pudiera formar una mayoría para gobernar. Quienes batallaron para poner a Rajoy
en la Moncloa no tienen discurso posible y sencillamente deben dimitir de
inmediato. En segundo lugar, el PSOE tiene buenas razones para considerar esta
moción de censura como algo ligado a la estrategia de otro partido y por tanto
ajeno a ellos. Pero se equivoca gravemente si piensa que no tiene partida que
jugar en este envite. Si para Pablo Iglesias es una oportunidad de acaparar la
atención, para el PSOE también. Y está muy necesitado de mostrar su nuevo
rumbo. Tiene sentido que se abstengan por no haber participado en la gestación
de la moción. Esa no es la cuestión. La cuestión es que sus cañones tienen que
apuntar hacia quien está corroyendo la democracia y degradando la vida pública.
El PSOE tiene derecho a subrayar su propio rumbo, pero deberíamos quedar todos
con la sensación de que la izquierda (Unidos Podemos y PSOE) serán un bloque en
los temas en que sus votantes piensan igual y que sean C’s, PNV y Nueva Canaria
los que den la cara por la corrupción y la desvergüenza. El PSOE no debe equivocar
el frente. La moción de censura lo cogió con el paso cambiado, como cualquier
cosa que se hubiera hecho por la torpeza de la gestora en mantener una
situación interina durante tantos meses. El debate se va a producir y el PSOE debe
verlo como una oportunidad. El PP ganará la moción de censura, pero debe salir
de ella preocupado por percibir un frente de oposición fuerte. La democracia
necesita que alguien ponga una moción de censura y que el Gobierno sienta un
puñetazo en la mesa. Porque ya está bien de tanta desfachatez.
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