Cuando cogemos un catarro la causa no está en las características y efectos del virus que nos ataca. Ese y otros virus y bacterias están más o menos siempre ahí rondándonos, por lo que no puede ser su presencia lo que provocara el catarro. Lo que hay que buscar es qué provocó que las defensas que lo contienen normalmente no funcionaran. El médico no va a explicarnos cómo es el virus que nos puso enfermos. Nos dirá que nos abriguemos y no cojamos frío, porque el frío paraliza las defensas y el virus que siempre está ahí entonces entra. Cuando estamos en medio de una corriente de aire, aunque estemos sanos, estamos en riesgo. Quien permanezca en ella suponiendo que siendo verano sus defensas no tienen mucho trabajo acabará con mocos, porque la insidia de ciertos microorganismos está siempre ahí. La moción de censura de Pedro Sánchez se produjo por un estado de alarma provocado por el PP. El cambio de gobierno produjo un efecto sedante y el acierto psicológico en los ministros elegidos inició un tiempo vaporoso y cálido en el que parece que flotamos con suavidad en vez de dirigirnos a algún sitio. Eso no quiere decir que hayamos dejado de estar en medio de la corriente y que la asechanza de malas infecciones no nos esté rondando. De hecho, nos puede dar un aire en cualquier momento.
Hazte Oír publicó unas coordenadas cartesianas con criterios de buen gobierno en el eje de ordenadas y los candidatos a la presidencia del PP en el eje de abscisas, con unas marcas en las casillas resultantes que daban una valoración cuantitativa de quién merecía más respaldo. Es ya un mal síntoma que los fanáticos de Hazte Oír, que no van a la puerta de los colegios a vender droga sino a regalar odio, se sientan concernidos por las primarias del partido con más representación parlamentaria. Pero son peor síntoma los criterios de buen gobierno con los que se hace el perfil de los candidatos: vida, familia y unidad de España. Parece que Casado puntúa bien en los tres conceptos y que Sáenz de Santamaría suspende en el primero y el tercero y ofrece dudas en el segundo. Son un mal síntoma porque estas organizaciones sectarias y fogosas representan el tuétano de las derechas, aquello sin lo que un partido de derechas en España sería insípido y como un nenúfar flotando sin raíz. Las organizaciones estrafalarias de extrema derecha son el mal aliento que provocan las tripas bajas del PP (y C’s). Es decir, estos espantajos nos dicen algo de lo que se cuece en las atahonas del PP (y C’s) y por tanto algo de la corriente que amenaza con acatarrarnos.
Vida, familia y unidad de España, dicho con unas u otras palabras, es una obviedad en el ánimo de cualquiera y, por supuesto, de las fuerzas políticas. Buscar el contraste y la identidad a partir de lo que es obvio es siempre señal de sectarismo. Es lo que hace quien señala a otras fuerzas políticas como agentes de la muerte, corrosivas de la estructura familiar en la que nos criamos y vivimos la mayoría y hostiles al país en el que vivimos. Es decir, asumir estas señas de identidad (vida, familia y unidad de España) es situar el debate político en un estado de urgencia y riesgo nacional, el tipo de situaciones que oscurece la relevancia de todo lo demás. Si, como pregona Aznar (que, por cierto, me está recordando a Maradona estos días, con esa ansiedad de quien se siente un valor disponible para salvar lo que naufraga) estamos en medio de un golpe de estado aún sin desarticular, no es momento en enredar con la sanidad ni la corrupción. La única situación de emergencia que vivimos últimamente lo produjeron los jueces con sentencias en las que se decía que España estaba tomada por un partido con estructura y funciones de una banda. Y esa emergencia no necesitó ninguna soflama patriótica de defensa de la nación. Un mecanismo parlamentario perfectamente reglado, el de la moción de censura, fue más que suficiente.
Del virus de la vida y la muerte parece que estamos razonablemente protegidos. La gente no cree que unos políticos quieran la vida y otros la muerte y tampoco cree que la mayoría de sus vecinos sean criminales. La cuestión del aborto funciona como un mecanismo identitario, más o menos como un pin, pero la gente no se la toma en serio. El virus de la familia acecha algo más, pero de momento también es benigno. Para mucha gente es una perturbación pensar en lesbianas casadas criando niños o en transexuales, pero no sienten amenazado su espacio y su familia, como denodadamente pretenden los obispos y sus canales de radio y televisión y las organizaciones ultraderechistas. No es un elemento movilizador, aunque sea un componente del ambiente. El de la unidad de España es el más peligroso ahora mismo, porque es el más capaz de crear estados emocionales intensos y, con la razón paralizada por la emoción como se paralizan las defensas con el frío, no sólo es movilizador, sino que puede franquear el paso a los otros dos virus más perezosos.
La derecha se prepara para una confrontación basada en lo que comparte con la extrema derecha y, por tanto, se contrastará a sí misma como lo obvio frente al caos. Las derechas no tienen más enganche para mejorar su apoyo electoral que la ofensa del independentismo, por lo que señalarán permanentemente las políticas de sus rivales como afrentas al país. La mayor garantía que tuvimos en España de estabilidad vino de fuera. Europa vino funcionando como una escayola que nos aseguraba forma de democracia occidental. El problema es que esa Europa tiene agujeros por los que silban algunos de los malos vientos que conocemos de aquí y otros peores. Y además parece evidente que la extrema derecha americana en el poder quiere disolver bloques como la UE que ya no le hacen falta. Europa sigue siendo nuestra mejor garantía, como bien saben los independentistas y pareció ignorar Rajoy, porque es de donde vienen las legitimaciones más sólidas. Pero la voz europea se está adelgazando y acercándose a un graznido.
El suave balanceo en que nos mecemos ahora no debería ocultar a Pedro Sánchez y sus apoyos la seriedad del momento. Se necesita un discurso más sólido del que se está emitiendo. Sobre Cataluña se requiere un discurso coherente y sostenido. Sostener un discurso constante supone siempre ir contracorriente en según qué momentos, pero los momentos pasan y al final la gente sólo reconoce a lo reconocible. El PSOE no lo fue en los momentos más críticos por arrugarse ante provocaciones de unos y autoritarismos de otros. En una comunidad donde la mitad quiere ser independiente, donde más del ochenta por ciento quiere un referéndum y donde la convivencia está quebrada, quien diga que no se puede hablar de ningún referéndum es un charlatán o un camorrista. Un referéndum es una bomba en la convivencia y debe ser visto como un fracaso, pero no es el peor fracaso ni puede fingirse que no existen los conflictos con los que no estamos de acuerdo. No puede andar el Estado poniendo del revés al poder judicial para introducir delitos previstos para alzamientos militares que ni siquiera se le imputaron a ETA. No se puede judicializar la política con astracanadas, pero tampoco politizar la justicia y pretender que ciertos delitos (que los hubo, aunque no los que pretenden los camorristas) se disuelvan en nombre de procesos políticos. El pulso tiene que ser firme y no ondulante. Al final los aprovechateguis que decía Rajoy se desinflan más rápido de lo que parece y no quedan más que los discursos coherentes y, como digo, reconocibles. De momento, Cataluña está como el resto del país, meciéndose. Es pronto para alarmarse, pero la manera como mínimo frívola con que PSOE y Podemos llevaron la reforma de los órganos de RTVE hace temer que tienen poco impulso regeneracionista, poca actitud ante los riesgos que acechan y seguramente poca comprensión y poco discurso. Los virus están ahí como siempre. Y sin liderazgo y referencias claras nos puede dar un aire antes de que acabe el año.
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