Estamos en un momento verdaderamente raro. Al PP y sus babas mediáticas les gusta repetir que Sánchez es un usurpador que no pasó por las urnas. Ya lo habían dicho de Zapatero cuando ganó las elecciones. Aquella vez era que la gente no había votado bien. No tienen razón en lo esencial, pero sí en lo accesorio. Pedro Sánchez llegó a la Presidencia de una forma rara en una legislatura que ya había empezado rara. Quizá alguien debería recordar al PP que empezó rara esta legislatura porque se emplearon los votos del PSOE para poner a Rajoy en la Presidencia y resulta que a los militantes socialistas aquello sí que les pareció una usurpación. Sánchez llegó de una manera rara a la Presidencia porque, ciertamente, sus apoyos parlamentarios son heterogéneos y mal avenidos. Quizá convenga recordar al PP también que a esa extravagancia se llega por el estado de urgencia creado por los desmanes del propio PP. Pero también es rara esa llegada al poder porque las encuestas dicen que era más deseada fuera del PSOE que en el PSOE. La parte del PSOE que prefería más a Rajoy que al propio Sánchez no cambió sus afectos y Javier Fernández, Susana Díaz y sus compañeros de fatigas andan con la cara como entablillada de tanta circunspección que les produce que su partido haya alcanzado el poder. Así que Pedro Sánchez flota con un partido que lo quiere a medias sobre un parlamento que lo quiere sólo un poquito.
El PP contribuye a la rareza de la situación con su desmoronamiento. El montón de candidatos que se presenta a las primarias parecen los añicos de algo que se rompió. Los candidatos principales están más vistos que el tebeo y suenan más a psicofonías del difunto de Santa Pola que a renovación e impulso. En su día, cuando tocó el relevo de Felipe González en el PSOE, el partido no pudo reconducir la inercia de tanto tiempo y en vez de renovarse nombró a Joaquín Almunia, que era lo que quedaba de Felipe González cuando se le quitaba el tapón y se deshinchaba. El PP puede reproducir un episodio parecido, aunque nadie puede presumir de adivino en estos tiempos. Lo cierto es que el partido con más diputados y con mayoría absoluta en el Senado está fuera del Gobierno y chapoteando en su charca de delitos, faltas y traiciones completamente desnortado. En el Congreso Hernando sigue con sus bramidos y espumarajos de una manera mecánica, como los caballos del Grand National que siguen corriendo cuando ya no tienen jinete y como los espasmos de las colas de lagartija cuando ya no tienen lagartija.
Las emociones hacen más raro lo raro porque son como un vaho que nubla el buen juicio. Y de emociones andamos bien servidos. Hasta que en Cataluña pase algo o Marta Sánchez vuelva a perpetrar el adefesio que quiere hacer pasar por himno nacional, tenemos estos días tres frentes emocionales. Por un lado, unos majaderos que andan sueltos con toga de juez estimularon el efecto manada dejando libres a unos infames que crearon una alarma social nunca vista antes por violar con brutalidad a una chica. El efecto manada consiste en que, igual que hay gusanos aletargados que se agitan en el barro seco cuando caen las primera gotas de agua, así se agitarán los descerebrados más irrecuperables, llenarán lugares públicos de vítores y aplausos, harán colecta para los simios excarcelados y a lo mejor organizan cacerías sexuales para mandarle al señor Ricardo Javier González vídeos con gemidos de esos que le gustan.
Por otro lado, la memoria histórica vuelve a producir acidez en un país que sigue sin digerir como es debido su propia historia. Esta vez vuelve a propósito de ese monumento a la infamia del Valle de los Caídos. No sé por qué insisten columnistas y argumentadores en mencionar el recuerdo del holocausto nazi para hacerse entender. La gente entiende siempre mejor lo próximo. Y lo más próximo que tenemos en el desván de los malos recuerdos es ETA. ¿Es «abrir viejas heridas» cada acto en recuerdo de las víctimas? ¿Diría Pablo Casado que es andar todo el día «con la guerra del abuelo y con las fosas de no sé quién» cada símbolo en honor y reconocimiento de las víctimas de ETA? Si ETA además de matar hubiera culminado su ignominia tirando los cadáveres por cualquier sitio, ¿repetiría Hernando la infamia de que las víctimas se acuerdan «de desenterrar a su padre sólo cuando hay subvenciones»? Auswitch y Mauthausen nos quedan lejos. Quien no entienda qué es la memoria histórica sólo tiene que recordar a ETA y sus víctimas para tener una aproximación.
Y por otro lado, la crisis de los inmigrantes que se mueren por centenares a nuestras puertas con la mirada complacida del fascismo es la tercera pulsión emocional. Esta es compleja porque en ella se mezclan y se enfrentan la compasión, el miedo, la mentira, la civilización, el odio y el racismo. El ministro fascista que llama a gritos carne humana a quienes van a morir o el energúmeno de la Casa Blanca que mete en jaulas a niños crean inevitablemente estados emocionales marcados, que se hacen más intensos cuando la propaganda estimula el miedo y el miedo en el cuerpo se hace tierra fértil del odio. Es difícil mantener la templanza en controversias sobre niños enjaulados o ahogados.
La rareza de la situación y la neblina emocional que todo lo difumina puede tener a la izquierda despistada, después de la relajación por la caída del PP. La izquierda se enfrenta a los aires envenenados del neoliberalismo que debilitan los servicios esenciales y los mecanismos de corrección de las desigualdades. La propaganda busca la resignación con cada cosa que se nos quita haciéndonos temer por lo que aún nos queda. Afecta mucho más a la sostenibilidad del sistema que las empresas del Ibex tengan más beneficios y paguen menos impuestos y que las rentas altas cada vez contribuyan menos que la universalidad de la sanidad o las pensiones. La izquierda tiene que combatir esa propaganda insistente de que el gasto social es insostenible cuando la amenaza es la desigualdad en los ingresos y la impunidad de las malas prácticas financieras. El momento político no es benigno. Es raro y confuso. Y la izquierda no necesita confusión para enredarse sola. La izquierda tiene dos herramientas políticas a día de hoy: PSOE y Podemos. Lo demás son, en el mejor de los casos, colorantes de estos dos cauces o, en el peor, ocurrencias. En la izquierda funcionó siempre el mecanismo identitario por el cual líderes y votantes quieren ante todo reconocerse en un espacio político determinado y sólo secundariamente intervenir relevantemente en los acontecimientos. La debilidad de liderazgo y poca claridad de las dos fuerzas de izquierdas son otro ingrediente de la confusión del momento. Los líderes de la izquierda, los ocurrentes que creen que la unidad de la izquierda se logra multiplicando plataformas por la unidad de la izquierda y los votantes que se contentan con sentir que su voto expresa su ideología y luego que gobiernen otros, ninguno de ellos debería perderse en la confusión: el liberalismo radical y la impiedad social avanzan.
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