viernes, 31 de agosto de 2018

El PP ha vuelto y la izquierda está contenta

La izquierda está contenta y seguramente se equivoca. El PSOE siguió las primarias del PP como quien va a una pelea de gallos. Tenía su punto ver a los peperos pellizcarse y darse golpes bajos cuando el árbitro no miraba. Desde la grada Zapatero gritaba que Casado era el pasado, no se sabe si para jorobar a Santamaría o si era uno de esos gritos sin finalidad que el público enardecido se permite en los espectáculos públicos. Los socialistas sonrieron. Había ganado el ultra, el PP se echaba a la derecha y el PSOE tenía el centro libre para estirar las piernas y desentumecerse. Podemos no se sintió concernido por este asunto de las primarias, fiel al supuesto tácito y erróneo de que no se disputan ningún voto con el PP. Es cierto que no tienen frontera electoral con el PP. Es un error creer que eso es natural y que así debe ser. Mientras Podemos no le dispute votos al PP, no será una alternativa de poder. Eso no requiere derechizar a Podemos. Requiere comunicar y percibir los temas que movilizan. Requiere, sin más, hacer las cosas bien. Pero en este asunto de las primarias es más interesante la posición del PSOE y si sale o no fortalecido, como medio callando creen.
La letra de Casado suena mal. Todo eso de familia y vida, España unida y en orden como querían los Reyes Católicos y su loa a los balcones con banderas nacionales suena añejo y sabe rancio. Pero no creo que haya sido un error. Lo de que el PP ha vuelto es eficaz. No sólo fue el revolcón de la moción de censura. El PP culebreaba ya desde hace tiempo sin rumbo. Se mantuvo en el poder de mala manera porque una secta del PSOE le regaló los votos socialistas. Los escándalos llegaron a ser ruido de fondo de tan frecuentes. Ya no podían dar golpes ultras audaces porque no había fuelle para aguantar una polémica más. El PP ha vuelto es una forma de empaquetar todo eso, fingir que se le homenajea pero en realidad ponerlo en el cubo de desperdicios y mostrar con fuerza que ya pasó todo ese barullo. Eso no se puede hacer sin cambiar a un lenguaje enérgico que inyecte estímulo. El verdadero efecto de ese lenguaje rancio no es hacer más rancio al PP. Los expertos en comunicación pública buscan el vocabulario que necesitan con técnicas más sofisticadas que los sondeos, como los grupos focales de investigación. Para sacar el meollo de lo que la gente piensa y siente de verdad no hay que confrontarlos con rivales, sino juntarlos con los afines. Si juntamos media docena de hinchas del Madrid, les sacamos el jugo de lo que realmente piensan del Barça y oiremos las palabras que les movilizan las vísceras, las palabras que conectarán con ellos. La uniformidad exprime los hollejos más profundos.
Cuando un grupo está desmovilizado, sólo se le puede movilizar con el lenguaje que se permiten cuando están a solas con los afines, que siempre es un lenguaje más simple, directo y faltón. Vox no es el tono medio del PP, pero es el tono de la derecha española cuando se desahogan estando solos. La letra de Casado suena mal y además es tramposa. El PP no puede volver porque con Rajoy no se había ido a ninguna parte. No regresa a sus esencias, como dice el nuevo líder, ni se derechiza, como recitan en la izquierda, porque Rajoy estuvo más a la derecha que Fraga. Recordemos la ley mordaza única en Europa, la ley de educación más segregadora y más ideológica del continente, las tasas universitarias más altas, la eliminación de la atención sanitaria universal, aquellas actuaciones policiales de las que ya no nos acordábamos, el asalto inmisericorde a la justicia, la eliminación de derechos y protección social, la reforma laboral y sus sueldos de hambre, la creciente confesionalidad del Estado, … La diferencia es que todo eso se hacía negando que se hacía y ahora Casado dice que no hay que tener complejos y estar escondiéndose siempre. Rajoy y Santamaría hacían una política muy de derechas pero la expresaban con asepsia ideológica: no se trata de ser de derechas, sino de ser moderado y tener sentido común, decían. Casado dice a los suyos que son de derechas y a mucha honra, que no quieren el aborto, que familia no hay más que una y que España tiene que estar en cada balcón y en cada taza de desayuno. Esto es lo que moviliza a los suyos, lo que produce electricidad: decir en voz alta lo que nos decimos a solas.
La movilización interna de un partido es a la vez síntoma y causa de buenas perspectivas. Algunos recuerdos nos ayudarán a entender esto. La última vez que ganó Felipe González cambió la tendencia cuando se anunció el fichaje del juez Garzón. Garzón no aportó nada al PSOE. Pero en aquel momento era un intocable y movilizó a la militancia. Zapatero ganó sus primarias sin que nadie supiera nunca qué era aquello de la tercera vía. Pero entre tanta cara triste fue el único que dijo que no estaban tan mal. Casado no buscó contenidos, buscó movilización. Y el PP está más movilizado ahora que con los chirridos de Hernando. Y además movilizó a las organizaciones próximas, púlpitos incluidos. Por ahí se empieza.
Hacia dentro el efecto de la campaña de Casado es bueno. Pero hacia fuera también. Aunque parezca que tanta derechización aleja al PP de la media de la población, no es así. Para empezar, el cambio brusco de lenguaje sirvió, esta vez sí, para que se sienta como pasado todo lo que el PP sigue teniendo encima. Vuelve a ser una trampa. Sigue siendo la misma gente. Pero la radicalización transmite sensación de tiempo nuevo y los terribles fallos judiciales que todavía faltan pueden no tener un efecto tan demoledor como el del caso Gürtel. Por otra parte, creer que la cuestión es la letra es tan ingenuo como creer que la efectividad de un anuncio depende de su contenido racional: si te duchas con este jabón, ascenderás en la empresa. Podemos convencer diciendo tonterías. La gente está confusa y descontenta. En España manda mucho Europa. Europa era una idea clara de civilización, progreso y seguridad. Todo lo que nos europeizaba nos tenía tranquilos porque por ahí iban siempre los tiros. Ahora Europa es una entidad rara, con países democráticos que se van y países cada vez menos democráticos que se quedan, con una asimetría económica que cada vez cruje más, con fascistas confesos dando alaridos y líderes nuevos que no se sabe qué son. Además, el caso de Cataluña añade incertidumbre, hastío y enfado. La corrupción que merodea la monarquía es demasiado estridente para mirar para otro lado y la sustitución de la monarquía es más bruma sobre la bruma. No nos distraigamos de la música de Casado. La letra es infame y hasta ridícula. Pero el buqué emocional tiene tres componentes: autenticidad, energía y claridad. En el contexto actual nadie puede influir sólo con datos y vericuetos argumentativos como Santamaría. Tiene que ser percibido como auténtico y no maleable por apaños o por debilidad. Tiene que ser enérgico, porque cuando hay confusión la gente confía más en la firmeza que en la honradez. Y tiene que ser claro, porque la gente necesita más certezas que profundidad para confiar en alguien. Si Casado gestiona bien sus pufos académicos y es mínimamente simpático y no cae en ese gesto pellejudo de Hernando, aunque la gente no se sienta identificada con un grupo patriotero y ultracatólico, sí puede confiar en él para que gestione con seriedad sus cosas. Si la moderación resulta confusa, débil, cambiante y poco reconocible, la gente mirará a quien le transmite autenticidad, energía y claridad.
No olvidemos que C’s no le estaba quitando al PP la clientela como opción moderada y limpia, sino como opción radical y clara. No olvidemos cómo había subido a los altares Podemos en su día y cómo ganó Pedro Sánchez a la secta del PSOE que puso a Rajoy en la Moncloa. La izquierda no debería sonreír y no sólo porque puede perder. Al final la música de los anuncios sí consigue que la gente compre. Y con la música acertada de Casado sí masticará la gente su letra enloquecida y sí podrá llegar a la vida pública su sabor agrio de pasado revenido.

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