El autor del primer asesinato machista del año primero mató y después se entregó. Sin duda fue más planificado lo primero que lo segundo. No creo que consultara el código penal para ver si le era aplicable la cadena «permanente revisable» para decidir entregarse y mucho menos para decidir matar a su pareja. De hecho, muchos se suicidan después de matar a la chica. Los únicos que quieren corregir estos crímenes con la «permanente revisable» son los que se interesan por las mujeres sólo después de muertas. Quienes equiparan esta atrocidad con el «problema» de la violencia contra los hombres (no sólo de Vox; el programa de C’s decía lo mismo que Vox), se hacen los tontos. Un tiro terrorista en la sien es tan crimen como un crimen de delincuencia común y ninguna ley quiso decir nunca que unos fueran más asesinatos que otros. Pero el crimen terrorista se tipifica porque es sistémico y tiene un formato característico que obliga a acciones policiales específicas y a iniciativas legales particulares para el fenómeno. La diferencia de que sea la mujer la que mate al hombre no es sólo estadística. Es de formato. Tan crimen es un caso como otro, pero la muerte de un hombre por agresión femenina es delincuencia común. El crimen y agresión a las mujeres tiene un patrón sistémico (no el terrorista; otro más feroz), tiene una serie de prejuicios y conductas segregadoras como campo de cultivo y requiere acciones policiales, legales y educativas específicas. No es violencia doméstica ni familiar. Es violencia de género, violencia hacia las mujeres. El ámbito familiar o de pareja, por lo que tienen de célula cerrada, sólo multiplica el horror del mismo patrón. Sólo se engañan con esto quienes tienen prejuicios en estado sólido cubriéndole el pecho y el estómago.
Vox quiere colgar su machismo violento y rancio de una obviedad, que el crimen siempre es crimen cualquiera que sea el agresor y el agredido, y de una mentira, que los hombres son las verdaderas víctimas por su indefensión. La brutalidad de Vox sólo tensa prejuicios bien alimentados: la Iglesia utiliza la expresión «ideología de género» para la igualdad de sexos, como si afirmar la igualdad de negros y blancos fuera «ideología de raza»; la derecha política siempre fue reticente con las leyes igualitarias; hay un abanico interminable de ofendiditos que ven la Inquisición y la censura en cualquier cosa, literalmente cualquier cosa, que digan feministas: ex-políticos varones de cuando las cámaras eran masculinas (no miren a la derecha, por favor), académicos airados por giros expresivos y gente normal con más prejuicio que reflexión; y hay izquierdistas que deliran un pasado de unidad obrera roto ahora por reivindicaciones urbanas como las feministas. Pero no debemos engañarnos con la parte estratégica. Hay mucho de propaganda asesorada en la actitud de Vox y no es casualidad que hayan elegido el tema del género como cuña y palanca. A ello iremos.
Bernie Sanders y Varoufakis quieren una internacional progresista organizada. En su manifiesto se dice que hay una guerra global contra lo que entresacamos como título de este artículo: contra los trabajadores, contra el medio ambiente, contra la democracia y contra la decencia. El neoliberalismo y la extrema derecha siguen estrategias distintas, pero no son excluyentes. Al final se trata de lo que veremos en esta nueva crisis que se anuncia: que las grandes empresas y fortunas paguen menos impuestos, la gente pierda más derechos y renta, que baje la protección social y que los servicios básicos se entreguen al lucro privado. Los ultras están organizados y asesorados internacionalmente. Agitan emociones espurias contra inmigrantes o razas y tensan hasta la repugnancia los prejuicios para provocar reacciones, ser el centro y modificar la agenda y el frente del debate. Mienten con tanta rapidez que la réplica se hace errática. Y aún más importante, mienten con cinismo y ostentación de la mentira para desarmar cualquier intento de racionalidad. Que Trump dijera ante los datos severos del cambio climático «no me lo creo» no es una ocurrencia. Con la misma frescura quitan impuestos a los ricos y culpan a los inmigrantes del deterioro de los servicios, como si el catarro de un crío africano (cuya familia está incrementando nuestro PIB) costara más a la Seguridad Social que la creciente evasión fiscal. El PP sigue parte de esa estrategia. El Estado tiene que ser denigrado por la propaganda, porque es la sustancia de los servicios públicos y la protección social. La jerga de Dolores López, secretaria del PP andaluz, para ofrecer a Vox privatización y recorte de servicios, es característica y está en los manuales de Steve Bannon: «más transparencia, menos masa política, eliminación de burocracia». Eso pretende la propaganda que es el Estado.
Desde la socialdemocracia también se empieza a hablar de movilización europea izquierdista. Pero mal. La movilización es reactiva, esto es, consiste en indignarse todos a una como un coro con cada provocación ultra. Schulz repite que el populismo ultra tiene la ventaja de ofrecer ideas simples y que ellos tienen que «explicar» que las situaciones complejas requieren soluciones complejas. Se equivoca. Es cierta la necesidad de organización internacional, porque hay muchas medidas que no puede tomar el gobierno de un solo país. Pero hay que elaborar un discurso convincente que exprese la ideología que se ofrece. La ultraderecha no golpea el ambiente político porque sus ideas sean simples, sino porque su discurso está estudiado para ser expuesto con brevedad y claridad. La izquierda tiene que esforzarse en lo mismo. Un ejemplo. Malthus decía que toda especie se convertiría en una plaga si no tuviera un factor de mortalidad. De la misma forma, el lucro es necesario pero no hay lucro que no se haga una plaga si no se interviene sobre él. Airbnb es una buena idea para todos, pero al dejarlo crecer sin control se convierte en un tumor. Los precios se desbordarían si se pactaran y se pactarían si no hubiera intervención pública. Una idea simple: la intervención del Estado en la economía libre es necesaria para evitar que cada actividad lucrativa se convierta en una infección. Otra idea fácil: el Estado garantiza servicios y protección para todos y sólo es caro para los ricos, que de todas formas siguen siendo ricos. La sencillez no es tan difícil como cree Schulz. La socialdemocracia fue renunciando a su principios, hasta no tener sobre qué edificar ningún discurso. El «new deal» que intentan Sanders y Varoufakis está por ver cómo se articula.
Vox acierta al introducir el discurso ultra por la violencia de género. Consigue que la izquierda se reduzca a ser una reacción a ellos, en vez de una propuesta sustantiva. Consigue el objetivo alcanzable de hacer desaparecer el concepto de violencia de género, al aceptar el PP que el varón figure como víctima en la violencia doméstica. Logra ser el centro de atención, por ser el eje de la reacción izquierdista y el punto hacia el que se comba el programa y lenguaje de las derechas. Y además es un acierto ideológico. La igualdad efectiva de sexos revienta las costuras del liberalismo radical. No se pueden sacar del sistema todas esas asistentas gratuitas que forman la mitad de la población sin que de repente aparezca una cantidad inmanejable de ancianos desamparados, niños mal tutelados, varones con peor disponibilidad, ni pueden desaparecer todos esos trabajos asistenciales mal pagados y mal regulados sin que se resienta el sistema. Hasta las entregas a domicilio se adaptan mal al hecho de que ahora puede no haber nadie en casa, porque las mujeres trabajan o tienen ocio. La igualdad de sexos implica en sí misma una transformación social general. Es lógico que Vox la enfrente. Además de un acierto ideológico, es un acierto táctico, porque el feminismo es la única movilización progresista con discurso estructurado organizada internacionalmente y que está calando en la población.
La primera muerta del año nos debe recordar cuál es el frente de Vox y qué está en juego en ese frente: los trabajadores, el medio ambiente, la democracia y la decencia.