En Andalucía la educación fue una prioridad en los acuerdos de las tres derechas (Vox exigió a gritos libertad educativa; cuanto más de extrema derecha sea un partido u organización más grande se hace la palabra libertad en su boca cuando hablan de educación; qué raro). No es verdad que la política se ocupe sólo del corto plazo. En educación se trabaja mucho en el largo plazo, porque no mueve votos pero sí intereses. Por supuesto, es un campo que conoce muy bien la miopía del corto plazo (a quién se le ocurre creer que en una legislatura se puede generalizar la enseñanza bilingüe rebañando el inglés que pueda flotar en los rincones de las salas de profesores y llevando a unos cuantos a Toronto a hacer un cursillo). Pero la educación es una prioridad porque tiene tres aspectos que la hacen golosa. En primer lugar, es un ámbito muy apetecible de influencia, adoctrinamiento ideológico y relaciones sociales. En segundo lugar, al ser un servicio universalmente requerido, es un espacio muy lucrativo de negocio si se privatiza. Y en tercer lugar, la enorme masa de software que se instala en el cerebro de los jóvenes es muy provechosa si se puede modificar y derivar para fines sólo económicos. Pero no se puede conseguir adoctrinamiento, negocio e instrumentalización económica sin invertir y planificar en el largo plazo.
Hay entonces una triple presión sobre la educación. En primer lugar, se pretende que la educación no tenga más finalidad que dotar al individuo de una ventaja competitiva en el mercado laboral; y dotar a las empresas de los especialistas de usar y tirar que vayan necesitando (el representante de una multinacional ponía como ejemplo de la desadaptación de nuestro sistema educativo la falta que hacían pilotos de drones). En segundo lugar, se pretende que el individuo empiece a conseguir esa ventaja competitiva diferenciándose en su formación; para eso se requiere que a su vez haya ofertas diversas de formación en libre competencia, es decir: privatización, por un lado, y gestión competitiva de los centros públicos, por otro. Y en tercer lugar, se pretende que los centros demandados por los padres tengan financiación pública, aunque sean privados y con sesgo ideológico; en este juego de diferenciarse, los padres tienen derecho a que el Estado pague el tipo de adoctrinamiento acorde con sus ideas. Desde hace tiempo hay una gran cantidad de think tanks educativos vinculados a los bancos. Si repasamos los artículos de prensa que analizan el sistema educativo, veremos que muchos proceden de entidades financieras. Los organismos económicos, como la OCDE, son los que más energía y dinero invierten en influir en la educación. A través de informes, órganos, estudios y presencia en los medios sostenida van dejando huella en las leyes y en las decisiones políticas. La LOMCE es paradigmática. Como toda propaganda, la triple presión se basa en mentir o mezclar verdades con falsedades.
Respecto al primer aspecto, es indudable el impacto de la educación en las posibilidades económicas del individuo y el país. Lo que lo hace sólo medio verdad es que ese sea el único interés de la educación. La mejor forma de entender el valor de la educación es que cada uno lo haga con sus propias palabras. Decir que tiene que ver con la felicidad, la convivencia, la capacidad de análisis, el sentido crítico, la autonomía y cosas así suena bien, pero son expresiones manidas y como de disco rayado. Para que las palabras digan algo, lo mejor es que cada uno lo diga con las suyas a partir de un par de preguntas. Si fueras tan rico que no tuvieras la menor duda de que tu hijo y tu hija serán muy ricos toda su vida, trabajen o no, ¿querrías de todas formas que estudiaran? ¿Por qué, si no les hace falta? Que cada uno proyecte sus palabras al conjunto de la sociedad. Si nuestras palabras son que, aunque sean ricos, no queremos que sean unos zoquetes, pues bien, generalícense: la educación sirve para no vivir en un país de zoquetes. Si no queremos que, por ignorantes, los manipulen los listillos, proyéctese: la educación sirve para que los ciudadanos no sean ignorantes manipulables. Si nos parece que estando formados disfrutarán de más cosas, aplíquese: la educación sirve para que la gente disfrute de la vida. Todos intuimos que la educación, además de servir para tener mejores empleos, sirve para algo más que cada uno entiende mejor con sus propias palabras. Esta reducción neoliberal está provocando errores de diagnóstico: se alarma con una tragedia de formación que no hay, nuestros jóvenes estudian o trabajan con solvencia fuera de España; se distorsionan problemas: no hay paro juvenil por falta o inadecuación de formación; se distorsionan los currículos, porque se percibe como despilfarro lo que no tiene traducción empresarial evidente (filosofía y formación artística y musical, por ejemplo) y pasan inadvertidos los problemas profundos, como la injusta y peligrosa segregación creciente de la población. Respecto del segundo aspecto, la privatización y competitividad educativa no fomentan la búsqueda de calidad sino de exclusividad. Y respecto de la tercera, es una falsedad palmaria que la única educación con obligación legal de no adoctrinar, la pública, sea precisamente la sectaria y que la ideologizada, en manos de la Iglesia, sea la enseñanza libre a la que deban aplicarse más dineros públicos.
En ausencia de un entorno amenazante la gente está serena y domina la conformidad. Así la propaganda ultraliberal no funciona. La serenidad sólo da paso a la ansiedad cuando se perciben amenazas fuera de nuestro control. Es muy de padres y madres: la ansiedad por amenazas difusas en el entorno de la prole. Por eso, en sanidad no se nos dice que estamos todos cancerosos, pero en educación sí se nos dice que nuestros hijos no aprenden lo que deben y que ese mundo de ahí fuera sólo tiene sitio para los que se ponen en la fila buena. La ansiedad activa la alerta, pero provoca conductas de evitación de los riesgos. En ese estado somos más receptivos a los cambios y sacrificios que no dejen a los hijos fuera. Es además un estado propicio para que la propaganda nos haga percibir a los sistemas públicos como la intemperie y a los privados como los refugios. La triple presión educativa necesita el desasosiego y la ansiedad de los padres. El sesgado y en muchos sentidos fraudulento informe PISA presenta sus resultados en forma muy mediática de clasificación de países. Reduce toda la educación a unas mediciones parciales, en las que sólo intervienen especialistas en psicometría, estadística y economía, que dejan fuera todo lo no medible y que además lo que miden son parámetros cuyo valor depende de muchas más cosas que el sistema educativo y su eficiencia. Este influyente informe nos asegura titulares catastróficos durante varios días. Desde ahí hacia abajo, es un goteo permanente y nada inocente para mantener la ansiedad de los padres. La ansiedad limita por una arista con el miedo, pero por la otra con la ira. Esta ya no es una emoción que lleve a la evitación sino a enfrentar el problema, pero de manera compulsiva e imprudente. Con la debida agitación, los padres pueden movilizarse y exigir una impracticable enseñanza bilingüe para todos, antes de que tal cosa sea posible. O pueden convertir su convencimiento de que un colegio religioso determinado es mejor para su hijo en la exigencia airada, movilizada y alentada de que se le pague una plaza en ese colegio, sin atender a razones de planificación y como si la vida le fuera en ello. Con las dosis adecuadas y bien alimentadas de ira y ansiedad, la propaganda neoliberal se va abriendo camino para cambiar el sistema educativo.
Y no para bien. Que cada uno busque sus palabras para decir lo que debe ser el sistema educativo. A mí me gustan las que dije: felicidad, convivencia, análisis, sentido crítico, autonomía. No me gustan porque suenen bien. Me gustan porque son la verdad.
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