Monstserrat Bassa dijo que le importaba un comino la gobernabilidad de España. Si empezara a contar uno, tres, cinco, siete, habría quien diría que empecé la serie de números impares y quien diría que empecé la de los números primos. Los datos fragmentarios sirven para construir el relato que uno quiera. Así que la derecha y la izquierda confirmaron su relato con la llamativa frase de Bassa. La derecha, convencida de que los españoles dimos un golpe de estado en las elecciones de noviembre, encuentra en la frase la confirmación de que nos gobiernan quienes les importa un comino España. La izquierda, tan perdedora que no nota cuándo gana, confirma con esa frase su sensación temerosa de que el gobierno es un náufrago agarrado a una madera a merced de la tempestad. Lo cierto es que lo único especial de esa frase es que se haya pronunciado. No hicieron nada por la gobernabilidad ni C’s ni el PP en este ciclo maravilloso. No importó la gobernabilidad a PSOE y Podemos cada vez que uno o los dos rompían la única alianza viable calculando cuánto le ganaban al otro, y además calculando mal. No llevamos cuatro años dando tumbos porque la ley electoral sea defectuosa ni porque el Parlamento fuera inmanejable. Sencillamente a todo el mundo le importó un comino la gobernabilidad. ¿Y no fue el señor Montoro, el ministro de los dineros del PP, el que dijo que dejaran hundirse a España, que ya la levantarían ellos?
Sí, la legislatura se presenta complicada, pero sobre todo para la oposición. A pesar de la melancolía izquierdista, siempre dispuesta a decepcionarse cuanto antes de los suyos para sentirse coherente e íntegra, la legislatura es complicada para la oposición. El PP parece una casa con dos puertas malas de guardar. Si va hacia la moderación, le ocupa Vox la retaguardia, y si va hacia la radicalización, el PSOE inunda todo el territorio del sentido común, ese campo en el que no están las izquierdas, ni los independentistas, ni los gritones fachas. Hubo aberraciones institucionales, como decir que es ilegítimo el Presidente elegido por el Parlamento, a su vez elegido por los ciudadanos. Y no es un error de lectura constitucional. Menudean columnas clamando por que el ejército cumpla «su misión constitucional», Tertsch invoca a las Fuerzas Armadas, Vox se deja ver con Tejero y pide que «los poderes del Estado» impidan la investidura de Sánchez y el arzobispo Sanz Montes pide a la Santina que salve a España (Santina, ¿ahora se llama así?). Y en el Parlamento Casado dice que el Presidente electo es ilegítimo. Cada uno es libre de pensar si uno, tres, cinco inicia la serie de los impares o de los primos y cada no uno puede ver en todo esto una serie coherente o una acumulación fortuita de casualidades. Por cierto, la locuacidad de los veteranos y barones del PSOE hace muy sonoro su silencio al respecto.
Casado no solo se mimetiza con la ultraderecha en mensajes de este calibre. También en la mentira permanente. El PP no puede prometer abiertamente eliminar las jubilaciones, entregar la enseñanza a la Iglesia, hacer pagar la asistencia médica y disparar la desigualdad. Es lógico que mienta y distraiga. Todos lo hacen, pero más lo debe hacer quien pretende lo que perjudica a la mayoría. Pero la mentira de los alborotadores ultras se distingue por intentar dibujar siempre falsas emergencias, por negar toda convicción acumulada como si en todo hubiera que empezar por el principio y por una densidad de embustes tal que el ruido haga inaudibles las verdades, que serían parte de una maraña confusa. Casado miente siempre. Suelta en retahíla cifras inventadas de paro, números ficticios de votantes a favor y en contra de Sánchez o fábulas de conspiraciones con bandas terroristas inexistentes.
El PP también le disputó a Vox el espacio de la brutalidad formal. Las maneras de las derechas desaconsejan emitir las sesiones parlamentarias en horario infantil. Acabarán creyendo los niños que el que va para político es el macarra del recreo y no el empollón educado. Hubo gritos, insultos y zafiedad. El extremismo y la moderación no se distinguen solo en cómo son las ideas de concordantes o disruptivas con la situación, sino también en el punto en el que se desfigura al contrario y se respeta al público. Todo fue una farsa. Somos una especie empática, tendemos a mimetizar el estado emocional de los demás. Tiene su lógica evolutiva, porque eso acentúa la cohesión grupal y permite que la experiencia de uno afecte a la conducta del conjunto. Pero eso mismo hace que los grupos humanos se puedan convertir en turbas. Por eso fue una farsa. Los ultras necesitan ganado en desorden alejado del razonamiento. Gritan ira y alarma para contagiar ese estado emocional y tener a la gente crispada y en alerta por emergencias inexistentes. La prensa conservadora hizo su lamentable papel de caverna y se aplicó a amplificar esa estrategia. No es lamentable ni caverna por conservadora; lo es por falta de independencia y profesionalidad elemental. Los modales de las derechas fueron los mismos.
El panorama no es fácil para el PP. Empezará a gobernar el Gobierno y cuando empiecen a tomar medidas no valdrá repetir vivas al Rey ni reiterar gracietas sobre el currículum de Adriana Lastra. Vox es una compañía difícil. Enseguida saldrán por las calles en algaradas descerebradas en las que será difícil seguirles. Su actitud ante la violencia machista es solo el principio. Su ideología contiene una especie de derecho natural de los ricos sobre los pobres, los hombres sobre las mujeres y unas razas sobre otras razas. Son clasistas, machistas y racistas y es difícil no parecer una derechita cobarde a su lado. Acercándose a Vox corren más riesgo de confundirse en ellos que de asimilarlos. La vía moderada es también complicada como oposición. Tendrían que empezar por cambiar de líderes, porque Casado retiene la moderación en sus gestos con la misma dificultad con que se puede retener un trozo de flan en la boca. Se desliza enseguida a la mentira y el disparate. Y es complicada porque los independentistas pondrán difícil que haya una oposición circunspecta.
El Gobierno sin duda lo tiene complicado también, pero menos. Solo tiene que hacer una cosa: aguantar. Ojalá lo hagan gobernando bien y con una justicia olvidada hace tiempo. Pero sobre todo tienen que aguantar. La oposición no va a resistir mucho tiempo antes de hacerse pedazos. Solo tienen que mantenerse. Aguantar es ya un acto de servicio, porque urge que esta oposición de vivas a España en el Parlamento, de sotanas y espadones militares se consuma cuanto antes. Lo principal está en manos del Gobierno: consiste en no quebrar la unidad de izquierdas alcanzada. Los primeros pasos fueron titubeantes y el nivel político y de miras mostrados antes fueron muy bajos, pero quizá la responsabilidad de gobernar les dé el hervor que parecen necesitar. Rajoy hizo un enorme daño a las instituciones politizando la justicia hasta límites insoportables y el Gobierno tendrá que vérselas continuamente con el pesebre de jueces y tribunos palmeros que dejó. Ya les pasó con la actuación extemporánea de la JEC y les seguirá pasando. La cuestión catalana no tiene arreglo próximo. Se requiere altura moral sostenida, aguantando los vaivenes alucinados que soplan en distintas direcciones. Se requiere porque se necesita crédito político y moral ante la población. Hay una actitud que debería ser obvia pero que no se dio en las distintas sacudidas económicas y políticas de estos últimos años: dirigirse y actuar para los representados, no para los representantes. Se puede hablar en serio con Junqueras o con Tardà, mientras que Torra es un racista de deshecho. Pero lo que importa es ver a su través a los representados y buscar crédito y su entendimiento, por encima de lo que merezcan los actores de primera plana. Nada mejorará en Cataluña de golpe.
De momento, los que piden al ejército que cumpla su papel constitucional y el señor Sanz Montes, que pide a la Santina que salve a España, pueden estar tranquilos. El ejército ya está cumpliendo su papel constitucional y la Santina ya nos salvó por dos votos.