[Columna semanal en Asturias24 (www.asturias24.es)]
“Cuando
la estructura rió, Case no lo sintió como risa sino como una puñalada de hielo
en la espalda.” “[…] en realidad sólo soy un puñado de ROM. Es una de esas…… mmm, cuestiones filosóficas, supongo…… — La sensación de la horrible risa recorrió la espalda de Case.” (William Gibson, Neuromante).
Hace unos días Montoro dijo entre
risas que no tenía remedio. Tras decirlo rio aún más complacido y repitió que
no tenía remedio más entrecortado de tanta risa y tanta dicha de sí mismo. La risa
de Montoro tiene algo de uñas chirriando sobre un cristal o de cuchilla
rechinando entre los dientes. Hace pensar en la risa helada del ROM que
codificaba la memoria de un muerto en el Neuromante de Gibson. Es una risa
póstuma en un gobierno lleno de cadáveres momificados. Celebran en la intimidad
su reforma educativa (quién sabe si en catalán), pero en público y en los
discursos triunfalistas ocultan la reforma y a Wert como se oculta la porquería
bajo la alfombra. Gallardón ya limpió de clases medias y mediocres los juzgados
con sus tasas y ya estableció minoría de edad permanente para las mujeres, pero
hace tiempo que parece un juguete con la cuerda rota que se mueve sin dirección
ni control. Sus palabras parecen ya psicofonías de espectro sin futuro político.
Ana Mato, con sus prebendas de la mafia Gürtel y su papel de esposa inocente
que no se metía en asuntos de hombres, más que cadáver es una nonata política.
Para qué hablar de Fátima Báñez y Jorge Fernández, que ponen siempre en manos
de santos y vírgenes nuestros asuntos, pero por si acaso no renuncian a recursos
tan terrenales como leyes que suprimen derechos la una, y uniformes y armas contra
la población propia y no propia el otro. Los dos parecen por momentos salidos
de alguna escena de Fray Escoba o aquellas santurronadas que nos amenizaban en
tiempos la Semana Santa.
Pero decíamos que Cristóbal Montoro
no tiene remedio. Hace poco Cáritas y Save the Children dieron las cifras de la
pobreza infantil en España y en el resto de Europa. Un tercio de los niños en
España nacen bajo ese umbral infame. El dato atenta contra la justicia, pero
también contra la vergüenza. Pero, como Montoro y el Gobierno no tienen remedio
ni vergüenza, el Ministro de Hacienda con su voz nasal y su sonrisa de hielo se
mofa de Cáritas, dice que es mentira y que eso son estadísticas (?), dejando a
los niños a su suerte y a los demás con su risa rechinándonos entre los dientes
(tal vez no a todos; ¿qué dijo de esto el incontinente señor Rouco? Puede que
al ser niños ya nacidos escapen de su competencia o puede que ande él
extraviado en alguna Cruzada y no se haya enterado. ¿Y qué dice su sustituto,
Blázquez el Bueno, puesto que de pobres y de Cáritas se trata? De momento y
para esto, más ausente que Messi). El dato, decíamos, no sólo habla de
injusticia, sino también de vergüenza y decoro. Ahora que Gallardón en su
desvarío da normas sobre vestimenta y decoro a los funcionarios de justicia y
que Cospedal hace lo propio con los hospitales de los que se siente señorona,
podría Montoro apuntarse a la moda del decoro. Ya que no hay justicia ni
humanidad que conmuevan a este cadáver tan risueño, podría al menos tener
vergüenza y darse cuenta de que cuando señalan a España como el segundo país
con más pobreza infantil de Europa es como si le señalaran a él en una reunión
de alto copete como autor de un eructo o una ventosidad improcedente y podría ponerse
un poco colorado. Pero él no tiene remedio.
Los niños que nacen pobres viven
efectivamente pobres si no se les ayuda. En Irlanda nacen pobres casi la mitad
de los niños, según esas paparruchas estadísticas que tanto hacen reír a
Montoro. Pero son efectivamente pobres sólo el diecisiete por ciento gracias a
los programas y ayudas sociales. En España nacen pobres el treinta y seis por
ciento y viven efectivamente pobres el treinta por ciento. Las ayudas sociales
sólo salvan de la pobreza a un seis por ciento. No sólo nacen muchos en
situación de pobreza. Es que además el Estado no les ayuda casi nada. Una
vergüenza. Irlanda consigue rebajar la pobreza real en treinta y dos puntos con
sus programas de atención. No hablamos de Alemania, Finlandia u Holanda. La
humilde Irlanda, más golpeada que nosotros por la crisis, no deja que los niños
que nacen pobres crezcan pobres. Aquí el Estado no tiene recursos. Una
interminable cohorte de pesebres del duopolio y de prioridades mezquinas llena
de grasa las arterias del Estado hasta hacernos un país sin corazón.
El problema es que el impulso del
voto no lo mueven este tipo de situaciones. El voto lo mueven modelos en los
que la gente se reconozca y pulsiones emocionales más ligadas a deseos que a
denuncias, salvo que se refieran a intereses directos. Poca gente cree tener en
casa niños pobres y poca gente cree conocer a niños pobres y por eso la pobreza
infantil es un estímulo muy débil para votar. Los niños no son pobres porque
sean negros, tengan la cabeza muy grande y tengan en la cara moscas y lágrimas
secas. Son pobres porque no tienen los recursos mínimos para ejercer sus
derechos mínimos. Pero, como digo, la mayoría de la gente pasa sus días sin
afecciones emocionales movidas por esta situación, por lo que no tendrá ningún
papel en su voto en las elecciones. Además la gente se moviliza más por lo que
desea que por lo que no desea. Le mueven más promesas de prosperidad o
grandonismo nacional que de mínimos para personas que están bajo mínimos. Es
inevitable. Por eso las sociedades civilizadas no lo confían todo al voto.
Tienen estructuras y mecanismos que, entre votación y votación, hacen difícil
que el dinero se desmande y las desatenciones lleguen al bochorno. Bien lo sabe
el Gobierno y por eso Montoro se troncha de risa helada y chirriante.
Mucho hay que hablar de las
izquierdas y quizá hablemos. Baste decir de momento dos evidencias. Sus
campañas electorales, sobre todo la de la izquierda que puede ganar, el PSOE,
omitirán todo aquello que tanto desdén le produce a Montoro. No buscarán una
estrategia comunicativa (que la hay; sólo hay que trabajarla) ni dedicarán
recursos a introducir contenidos justos sobre estas materias invisibles para
los impulsos del voto, de manera que no les perjudique electoralmente, pero que
contribuya a espesar una ética pública. No harán nada de eso (cómo no sentir
nostalgia de tantas citas generosas y de altura en las intervenciones públicas
como se recordaron en las redes sociales en esta semana del 14 de abril
republicano). La otra evidencia es que la alternancia entre mayorías
conservadoras y de izquierdas no afecta en absoluto a las prioridades del gasto
y, por tanto, de los recortes. El PSOE y el PP gastan el dinero parecido pero
no igual; y lo recaudan parecido pero no igual. En lo que son iguales es en las
prioridades. Podríamos pensar que el último sitio en el que hay que hacer
recortes de ningún tipo es allí donde el ciudadano se encuentra con el Estado:
en el aula, en el ambulatorio, en la administración de Justicia, en la ayuda
directa al que está por debajo de lo mínimo. Pero es justamente por donde
empiezan los recortes: menos médicos, menos profesores, tasas en la justicia y
desprotección de lo más débiles. Unos recortan mucho y con gusto. Otros un poco
menos y más a disgusto. Pero todos empiezan por el mismo sitio, las prioridades
son idénticas. Los pesebres siguen intocables, los funcionarios de libre
designación más libremente designados que nunca, cada bobo de cada cargo sigue
creando su cohorte particular. Con la corrupción y los desfalcos pasa como con
cualquier estímulo que se repita. A base de oír un ruido, nos insensibilizamos
y dejamos de oírlo. El robo y el fraude es ya un ruido de fondo que no se oye y
que ya no capta el mecanismo del voto. Tampoco aquí la izquierda está
diferenciándose de la derecha. Sólo se ataca la corrupción del otro. Ni un solo
caso fue denunciado por el partido donde se originara. Ni uno.
Irlanda nos recuerda que no es
cuestión de riqueza o de crisis que los niños que nacen pobres vivan pobres. Es
cuestión de justicia y de vergüenza. Tengamos nosotros corazón y vergüenza y echemos
a esta gente de una vez. El día de votación y los demás días. Cuando Montoro
tiene razón hay que dársela. No tienen remedio. Echémoslos.
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