viernes, 18 de abril de 2014

Corazón. Izquierdas

[Columna semanal en Asturias24 (www.asturias24.es)]
“Cuando la estructura rió, Case no lo sintió como risa sino como una puñalada de hielo en la espalda.” “[…] en realidad sólo soy un puñado de ROM. Es una de esas… mmm, cuestiones filosóficas, supongo… — La sensación de la horrible risa recorrió la espalda de Case.” (William Gibson, Neuromante).

Hace unos días Montoro dijo entre risas que no tenía remedio. Tras decirlo rio aún más complacido y repitió que no tenía remedio más entrecortado de tanta risa y tanta dicha de sí mismo. La risa de Montoro tiene algo de uñas chirriando sobre un cristal o de cuchilla rechinando entre los dientes. Hace pensar en la risa helada del ROM que codificaba la memoria de un muerto en el Neuromante de Gibson. Es una risa póstuma en un gobierno lleno de cadáveres momificados. Celebran en la intimidad su reforma educativa (quién sabe si en catalán), pero en público y en los discursos triunfalistas ocultan la reforma y a Wert como se oculta la porquería bajo la alfombra. Gallardón ya limpió de clases medias y mediocres los juzgados con sus tasas y ya estableció minoría de edad permanente para las mujeres, pero hace tiempo que parece un juguete con la cuerda rota que se mueve sin dirección ni control. Sus palabras parecen ya psicofonías de espectro sin futuro político. Ana Mato, con sus prebendas de la mafia Gürtel y su papel de esposa inocente que no se metía en asuntos de hombres, más que cadáver es una nonata política. Para qué hablar de Fátima Báñez y Jorge Fernández, que ponen siempre en manos de santos y vírgenes nuestros asuntos, pero por si acaso no renuncian a recursos tan terrenales como leyes que suprimen derechos la una, y uniformes y armas contra la población propia y no propia el otro. Los dos parecen por momentos salidos de alguna escena de Fray Escoba o aquellas santurronadas que nos amenizaban en tiempos la Semana Santa.
Pero decíamos que Cristóbal Montoro no tiene remedio. Hace poco Cáritas y Save the Children dieron las cifras de la pobreza infantil en España y en el resto de Europa. Un tercio de los niños en España nacen bajo ese umbral infame. El dato atenta contra la justicia, pero también contra la vergüenza. Pero, como Montoro y el Gobierno no tienen remedio ni vergüenza, el Ministro de Hacienda con su voz nasal y su sonrisa de hielo se mofa de Cáritas, dice que es mentira y que eso son estadísticas (?), dejando a los niños a su suerte y a los demás con su risa rechinándonos entre los dientes (tal vez no a todos; ¿qué dijo de esto el incontinente señor Rouco? Puede que al ser niños ya nacidos escapen de su competencia o puede que ande él extraviado en alguna Cruzada y no se haya enterado. ¿Y qué dice su sustituto, Blázquez el Bueno, puesto que de pobres y de Cáritas se trata? De momento y para esto, más ausente que Messi). El dato, decíamos, no sólo habla de injusticia, sino también de vergüenza y decoro. Ahora que Gallardón en su desvarío da normas sobre vestimenta y decoro a los funcionarios de justicia y que Cospedal hace lo propio con los hospitales de los que se siente señorona, podría Montoro apuntarse a la moda del decoro. Ya que no hay justicia ni humanidad que conmuevan a este cadáver tan risueño, podría al menos tener vergüenza y darse cuenta de que cuando señalan a España como el segundo país con más pobreza infantil de Europa es como si le señalaran a él en una reunión de alto copete como autor de un eructo o una ventosidad improcedente y podría ponerse un poco colorado. Pero él no tiene remedio.
Los niños que nacen pobres viven efectivamente pobres si no se les ayuda. En Irlanda nacen pobres casi la mitad de los niños, según esas paparruchas estadísticas que tanto hacen reír a Montoro. Pero son efectivamente pobres sólo el diecisiete por ciento gracias a los programas y ayudas sociales. En España nacen pobres el treinta y seis por ciento y viven efectivamente pobres el treinta por ciento. Las ayudas sociales sólo salvan de la pobreza a un seis por ciento. No sólo nacen muchos en situación de pobreza. Es que además el Estado no les ayuda casi nada. Una vergüenza. Irlanda consigue rebajar la pobreza real en treinta y dos puntos con sus programas de atención. No hablamos de Alemania, Finlandia u Holanda. La humilde Irlanda, más golpeada que nosotros por la crisis, no deja que los niños que nacen pobres crezcan pobres. Aquí el Estado no tiene recursos. Una interminable cohorte de pesebres del duopolio y de prioridades mezquinas llena de grasa las arterias del Estado hasta hacernos un país sin corazón.
El problema es que el impulso del voto no lo mueven este tipo de situaciones. El voto lo mueven modelos en los que la gente se reconozca y pulsiones emocionales más ligadas a deseos que a denuncias, salvo que se refieran a intereses directos. Poca gente cree tener en casa niños pobres y poca gente cree conocer a niños pobres y por eso la pobreza infantil es un estímulo muy débil para votar. Los niños no son pobres porque sean negros, tengan la cabeza muy grande y tengan en la cara moscas y lágrimas secas. Son pobres porque no tienen los recursos mínimos para ejercer sus derechos mínimos. Pero, como digo, la mayoría de la gente pasa sus días sin afecciones emocionales movidas por esta situación, por lo que no tendrá ningún papel en su voto en las elecciones. Además la gente se moviliza más por lo que desea que por lo que no desea. Le mueven más promesas de prosperidad o grandonismo nacional que de mínimos para personas que están bajo mínimos. Es inevitable. Por eso las sociedades civilizadas no lo confían todo al voto. Tienen estructuras y mecanismos que, entre votación y votación, hacen difícil que el dinero se desmande y las desatenciones lleguen al bochorno. Bien lo sabe el Gobierno y por eso Montoro se troncha de risa helada y chirriante.
Mucho hay que hablar de las izquierdas y quizá hablemos. Baste decir de momento dos evidencias. Sus campañas electorales, sobre todo la de la izquierda que puede ganar, el PSOE, omitirán todo aquello que tanto desdén le produce a Montoro. No buscarán una estrategia comunicativa (que la hay; sólo hay que trabajarla) ni dedicarán recursos a introducir contenidos justos sobre estas materias invisibles para los impulsos del voto, de manera que no les perjudique electoralmente, pero que contribuya a espesar una ética pública. No harán nada de eso (cómo no sentir nostalgia de tantas citas generosas y de altura en las intervenciones públicas como se recordaron en las redes sociales en esta semana del 14 de abril republicano). La otra evidencia es que la alternancia entre mayorías conservadoras y de izquierdas no afecta en absoluto a las prioridades del gasto y, por tanto, de los recortes. El PSOE y el PP gastan el dinero parecido pero no igual; y lo recaudan parecido pero no igual. En lo que son iguales es en las prioridades. Podríamos pensar que el último sitio en el que hay que hacer recortes de ningún tipo es allí donde el ciudadano se encuentra con el Estado: en el aula, en el ambulatorio, en la administración de Justicia, en la ayuda directa al que está por debajo de lo mínimo. Pero es justamente por donde empiezan los recortes: menos médicos, menos profesores, tasas en la justicia y desprotección de lo más débiles. Unos recortan mucho y con gusto. Otros un poco menos y más a disgusto. Pero todos empiezan por el mismo sitio, las prioridades son idénticas. Los pesebres siguen intocables, los funcionarios de libre designación más libremente designados que nunca, cada bobo de cada cargo sigue creando su cohorte particular. Con la corrupción y los desfalcos pasa como con cualquier estímulo que se repita. A base de oír un ruido, nos insensibilizamos y dejamos de oírlo. El robo y el fraude es ya un ruido de fondo que no se oye y que ya no capta el mecanismo del voto. Tampoco aquí la izquierda está diferenciándose de la derecha. Sólo se ataca la corrupción del otro. Ni un solo caso fue denunciado por el partido donde se originara. Ni uno.
Irlanda nos recuerda que no es cuestión de riqueza o de crisis que los niños que nacen pobres vivan pobres. Es cuestión de justicia y de vergüenza. Tengamos nosotros corazón y vergüenza y echemos a esta gente de una vez. El día de votación y los demás días. Cuando Montoro tiene razón hay que dársela. No tienen remedio. Echémoslos.

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