miércoles, 23 de julio de 2014

¿Qué fue de Felipe VI? Dos condiciones improbables

[Artículo semanal en Asturias24 (www.asturias24.es)].
Volvamos a las condiciones improbables. Hace veintidós días que fue coronado Felipe VI. La sucesión se hizo rápida y de tapadillo, casi nerviosa, con sensación de barrido bajo la alfombra. Y de tapadillo lleva reinando veintidós días el nuevo monarca. Podríamos pensar que es muy pronto para decir algo sobre su gestión, si cabe llamar “gestión” a lo que tiene que hacer un rey. Pero los reyes tienen algo de calendario, las etapas en que luego se estudia la historia llevan sus nombres. Llevamos veintidós días de lo que los libros llamarán el reinado de Felipe VI. Debería ir presentándose o haberlo hecho ya. Cabía esperar algún gesto que indique una nueva etapa, algún rasgo de estilo, algún propósito que acompañe a los tiempos. El nuevo rey apenas tuvo desde su coronación palabras o gestos públicos, como no fuera la misa privada, pero profusamente publicada, con Rouco Varela y el besamanos al Papa.
Podría pensarse que, en cualquier reflexión sobre el papel de un monarca, los republicanos tienen (tenemos) la obligación de negar la mayor, sostener que ser republicano implica el convencimiento de que no hay papel que valga para un rey y mantenerse fuera de la discusión. Sí y no. La lógica difusa de Zadeh nos enseña que no siempre la afirmación de una cosa y su contraria es una contradicción. Así que sí y no. La mayoría de los republicanos aceptarían, y de hecho lo exigen, que se decidiera en referéndum la forma de la Jefatura del Estado. Esto supone que un republicano normal aceptaría legitimidad democrática en una monarquía si eso fue lo que la mayoría votó y si el asunto no se zanja para los siglos de los siglos. Y esto a su vez implica que un republicano puede imaginarse, por un referéndum adverso, con un rey sin dejar de estar en una democracia saludable.
Así pues, a la par que exige la república o una monarquía legitimada y bendecida por el pueblo y no por Rouco Varela, cualquier republicano tiene que formarse una idea de las funciones del rey, de lo que lo hace más aceptable o menos, como piensa en cualquier otra cosa pública. Pensemos entonces en ello, mientras discrepamos de la monarquía y denunciamos su falta de legitimidad.
Entiendo que el rey puede cumplir dos funciones que son dos condiciones para resultar un Jefe de Estado más aceptable para monárquicos y republicanos. El rey no interviene en el debate político. No habla de aquello en lo que discrepan los partidos (salvo los partidos que rompen el sistema por alguna de sus aristas, como los independentistas), no toma posición en lo que se discute. De ahí la primera de sus funciones. Lo que sea que diga el rey o manifieste con su conducta ha de ser de aceptación general o al menos de aceptación común o normal. Lo que quiere decir que el rey normalizará en la sociedad lo que sus palabras digan o lo que su conducta exprese.
Por decir algo inocente de momento, los piercings y los tatuajes son adornos transgresores, muy habituales, pero ajenos al aspecto con el que no se llama la atención de nadie. Si Letizia se pusiera un piercing en la ceja, se normalizaría tal aditamento como un adorno común y no transgresor. Digamos que aumentaría la tolerancia social hacia él. Así pues, una posible función de una figura regia a la que no se discute lo que dice y hace, porque tiene el papel de no decir y hacer cosas discutibles, es ayudar a hacer normales e indiscutibles las cosas que diga o haga (perdón por el trabalenguas) y a aumentar la tolerancia social hacia ellas.
La segunda función o condición de aceptabilidad tiene que ver con el papel de representación sin gestión que también se le atribuye. Todo el mundo recuerda a Sandro Pertini, presidente de Italia en aquel momento, en la final de la copa del mundo de fútbol de 1982, que ganó su país. Se levantaba y sentaba de su asiento con nerviosismo, se le iban los brazos y las manos en las jugadas tensas, saltó como un resorte con el gol de su selección. Era la imagen de cualquier italiano que estuviera viendo el partido. Esto es anecdótico y prescindible. Pero también lo recuerdo con motivo de unas inundaciones catastróficas con muertos (no recuerdo exactamente dónde), declarando ante la calamidad, con el gesto tenso del que contiene el llanto o la ira blasfema, “estoy amargado”. Era realmente la imagen de la amargura de Italia ante aquel espanto.
A veces el país está consternado, iracundo, esperanzado o pesimista. Pero el país no tiene cara ni gesto. El monarca puede ser, y esta es su segunda función, algo así como el avatar del país, el que ponga el gesto o la mueca nacional. Juntemos ahora las dos funciones.
Las dos funciones juntas pueden hacer un papel no desdeñable. Si el rey deslizara en algún discurso, con esa campechanía de los Borbones, alguna anécdota de lo que le dijo tal señor a su marido un día de Navidad, su discurso ayudaría a normalizar el hecho de que dos varones estén casados y a mejorar la tolerancia hacia un tipo de amor que resulta indistinguible de cualquier otro tipo de amor. Podría dejarse ver en algún acto militar, sólo alguno, atendiendo a sus hijas mientras Letizia dice las palabras protocolarias que correspondan a los uniformados, para normalizar así la situación en que la mujer tiene protagonismo mientras él se encarga de los arrumacos a la prole. O podría mostrarse cuando le explican el funcionamiento de algún trasto bélico, con esa cara de interés que ponen, pero donde el militar que da las explicaciones sea una mujer.
Un rey así debería ser un fanático del CIS. Ahora mismo vería que en un país con el veintimucho por ciento de paro y sin esperanzas en el horizonte, el problema número uno para los españoles, el que más migrañas le levanta, es la corrupción y singularmente la corrupción de los dirigentes. Como digo, el país no tiene cara ni gesto. El rey podría ser su avatar. Podría ser un Pertini que hiciera una aparición pública en que se dijera amargado por la incapacidad de nuestro sistema para garantizar conductas honestas. Al país le haría bien la cara amargada del rey, ver su propio gesto en quien lo representa al pronunciar las siglas SICAV.
Por muchas veces que nos lo repitan, cada vez que lo oigamos pondremos la misma cara de estupefacción y pasmo cuando nos recuerden los aeropuertos sin aviones que se hacían en época electoral (¡y que ahora se inauguran en época electoral aún sin aviones!). También nos haría bien ver a un rey pasmado y estupefacto aludiendo a tal desatino en alguno de sus discursos llenos de cosas indiscutibles. Que nadie dude de la utilidad del estupor real para que dejen de tirarse nuestros dineros en tales desbarros. El rey, como digo, haría un favor al país leyendo los datos del CIS y siendo él la mueca nacional, el gesto del país.
Son dos condiciones factibles, pero, como dije de otras condiciones hace unos días, improbables. Algunos creen que una cosa buena de la monarquía es tener al frente a alguien específicamente preparado para representar al país. No hay tal destreza. Igual que no se puede formar a nadie para ser aceptado o para ser buena gente, tampoco se puede formar a nadie para representar a un país. El único gesto del entorno del rey fue el de aforar a quienes no lo estaban y espesar la opacidad sobre las andanzas del anterior rey y, con ellas, las que vengan del nuevo.

De momento, la época de Felipe VI se deslinda de la de Juan Carlos I como se deslinda un barrio de otro en una ciudad. Nadie sabe el punto exacto donde empieza uno y acaba otro. Pocas funciones podemos esperar del rey que no hayamos visto ya. Esas por las que acaban urgiendo aforamientos irregulares.

lunes, 14 de julio de 2014

Siesta de verano con zombis




Dice Alberto Manguel que leemos distinto en verano y en invierno. Seguro que sí, porque lo hacemos casi todo distinto. Incluso la siesta. Uno lee y las historias se aíslan como esferas sueltas y luego se mezclan improvisadamente al hilo del sopor y el calor que todo lo desordena.
Así que uno lee que Esperanza Aguirre dice que Pablo Iglesias tiene que demostrar que no es de ETA haciendo donaciones a las víctimas. Ella señala “con apasionada intensidad” quién puede ser de ETA y el señalado tiene que demostrar que no lo es. Con razón se viene diciendo en las redes sociales si será ella culpable de todos los delitos y tráficos a cuyos afectados ella misma no socorra económicamente. Pero se puede dar la vuelta al argumento. Cabe pensar que un etarra dejará de serlo y quedará libre de culpa si hace donaciones a las asociaciones de víctimas que diga Esperanza. La deducción es demasiado obvia para que ella no haya percibido que se infería de sus palabras, siendo ella como es mujer de olfato y fundamento, columnista y conferenciante de altura. Dando por hecho entonces que ve con diafanidad las consecuencias lógicas de sus palabras, seguro que ya estaba previsto lo que podamos inferir de ellas y me pregunto entonces si eran una manera de sutileza suprema para dejar caer una oferta de diálogo con ETA: done usted donde yo diga y su condición terrorista queda disuelta por mi mano valiente y torera. Qué raro. Por qué querrá ahora Esperanza Aguirre dialogar con ETA y ofrecerles una vía para el perdón de sus pecados, con lo que tiene ella dicho y vivido.
Mientras esta historia intrigante flota autónoma en la modorra veraniega, pasa a ocupar los restos que me quedan de consciencia la alegría franca de Wert diciendo que la corrupción está ya superada, que todo lo que sale en los medios son cosas anteriores a esta legislatura. Las de esta, me digo, saldrán a la luz en la próxima. Pero, como dice Wert, muy dotado para lo obvio (¿no fue él el que dijo para subir las matrículas que “estaba demostrado” que cuando se ayudaba a alguien el ayudado sacaba más beneficio de la ayuda que la sociedad?), como dice Wert, digo, seguramente las corruptelas de esta legislatura tengan un tono más bajo que las anteriores. Es obvio. Los hilos inesperados de la siesta en trance y el temblor de la canícula me traen una película en la que hay una especie de guerra mundial contra los zombis. Cada humano mordido por un no-muerto se convierte en zombi ávido de morder y así convertir a otro humano. La progresión de zombis es geométrica, menos en Corea del Norte, cómo son estos guionistas de películas b. Allí el gobierno obliga a toda la población a sacarse los dientes. Así, cuando un zombi muerde a un desdentado, este ya no puede morder y convertir a otro, por lo que el enemigo se hace estable y no creciente. Sin dientes no hay epidemia. La corrupción también, como ve Wert antes que nadie, tiene un muro de contención: el dinero. Sencillamente ya no hay dinero para hacer aeropuertos sin aviones ni licitar urbanizaciones en medio de la nada. Sin dinero, como sin dientes, no hay epidemia. Regeneración en marcha.
En la semiinconsciencia, las historias recién leídas se deshacen como regueros de sudor en hilillos que se juntan y se separan caprichosamente. Los zombis me llevan otra vez a ETA. Ya no mata, no puede. Estar está muerta. Claro, pero aunque no mata puede hacer terroristas adeptos en diferido, como un sueldo del PP. ETA es un no-muerto y Pablo Iglesias tiene que demostrar que no está mordido por una organización zombi, muerta pero viva mientras Esperanza diga que lo está. Quizá digo que está muerta porque estoy mordido y estoy con el chavismo, el castrismo y ETA y lo demás es palabrería. Quizá no haga falta que Pablo Iglesias haga donaciones a las asociaciones de víctimas y baste con que se saque los dientes, como los norcoreanos de la película.
Y vaya usted a saber por qué la caída libre hacia el sueño ausente de la siesta me trae la evocación de la Virgen, en concreto de Nuestra Señora María Santísima del Amor, advocación de la Virgen que venera la Cofradía de Nuestro Padre Jesús El Rico. Es la que recibió la medalla de oro al mérito policial y parece que hay lío jurídico al respecto. Según Jorge Fernández la Virgen es un ente capaz de desvelo, sacrificio y dedicación, pero los de Europa Laica dicen que no es persona y que no tiene obligaciones ni derechos. Otra no-muerta. Cosa complicada debe ser el tinglado legal de los zombis. Habrá que sacarse los dientes como si fuéramos comunistas.
En la siesta es mejor no dejarse dormir mucho tiempo y mantenerse en la apacible fase no-REM. Se evita uno aturdimientos al despertarse y la erección que acompaña al sueño profundo. No conviene acompañar erecciones con ensoñaciones de Esperanza Aguirre sin dientes, vírgenes zombis con medallas al mérito policial y reflexiones regeneracionistas de Wert. El batiburrillo podría dejar secuelas.

Siestas antiguas de verano …

domingo, 6 de julio de 2014

PSOE, cuatro condiciones improbables

[Artículo semanal en Asturias24 (www.asturias24.es)].

“Todo lo que vemos en Júpiter está flotando en su cielo” (Carl Sagan, Cosmos.).
Tiempos nuevos en el PSOE. Para bien o para mal, tiempos nuevos. Para mal será si el nuevo líder es un episodio más en la deriva del partido hacia la irrelevancia, es decir, si todo sigue igual pero en manos más mediocres.
Hay, creo, cuatro condiciones para que el PSOE pueda lograr dos objetivos relacionados: uno, ser la fuerza política protagonista; y otro, retornar al punto en que todo o casi todo votante izquierdista, aunque prefiriera o votara a otro partido, tenía también una buena razón para votar al PSOE.
La primera condición es la obviedad de hacerse reconocible como partido de izquierdas, todo lo moderado o posibilista que se quiera. Lo que da la victoria en unas elecciones a los partidos políticos grandes es el llamado voto de centro, es decir, el voto de quienes no votan con prejuicio ideológico. Esto es tan cierto como que la canasta que da la victoria a un equipo de baloncesto muchas veces es la última, conseguida in extremis sobre el pitido final.
Pero ese equipo no ganó sólo por esa última canasta; tenía que haber metido otras muchas para que esa última marcase la diferencia. Y para que un partido político grande consiga ganar por el voto de centro tiene que ser primero un partido político grande. Y eso significa tener clientela natural, una base social de personas que se sienten parte de lo que ese partido representa de manera más o menos permanente. Es decir, significa tener una línea de pensamiento o ideología en la que se reconozca mucha gente. El PSOE sólo puede ser un partido grande si concentra una mayoría de los votos de izquierda. Si además de eso consigue crédito ante el electorado no ideológico, ganará las elecciones. Pero sin lo primero será lo que está siendo, una piedra de hielo en agua tibia.
Cualquiera entiende que, cuando se tiene el poder o la posibilidad de alcanzarlo, no se puede hablar y actuar sólo para los propios y hay que pensar en y para gente con ideas muy distintas, es decir, que hay que moderarse. Pero debe ser visible siempre esa línea de pensamiento sobre la manera justa de convivir, debe siempre ser reconocible la propuesta ideológica que es el móvil para que unas cuantas personas decidan agruparse en un partido político.
Al PSOE, según Rubalcaba, la condición de republicano le queda sólo en el alma. Pero no sólo esa condición. El alma debe ser el reducto del izquierdismo del PSOE y parece que habrá que esperar a la resurrección de los difuntos para volverla a ver. Júpiter es como un gigantesco océano, no tiene superficie firme. Buscar bajo el pragmatismo y moderación del PSOE el suelo de convicciones izquierdistas puede ser como buscar piso firme en Júpiter. Pasaremos capas y capas sin encontrar dónde apoyar nuestras inclinaciones ideológicas.
El PSOE debe hacer visible y firme su aspiración, y no su alma, republicana. Debe ser laico y firme frente a los privilegios trasnochados de la Iglesia. Debe marcar unas prioridades de gasto y recortes, donde los servicios del Estado sean intocables: quien no es extremista con la enseñanza pública, la sanidad, la administración de justicia y la atención a quienes no se valen por sí mismos no puede ser un izquierdista moderado. Sólo es moderado el que es radical en lo básico. Lo demás no es moderación es volubilidad.
La segunda condición es una relación saludable con su pasado. A ninguno le supone quebranto decir de sí mismo que de niño era un impertinente mimado o que de adolescente era un pedante o un matón. Sin renegar ni pedir perdón, todos tenemos un alejamiento de otros momentos de nosotros mismos suficiente para hablar desapasionadamente y con naturalidad.
El PSOE protagonizó sonoros casos de corrupción, prácticas irritantes de enriquecimiento, actitudes caciquiles y clientelistas prácticamente generalizadas. La segunda condición del nuevo líder es que pueda hablar de los éxitos del PSOE y de sus miserias con la normalidad con que cualquiera habla de su niñez o de otra etapa de sí mismo y no con el desconcierto de una mente traumatizada o la oscuridad de una memoria zurcida de tabús. Cuando tenga que hablar de conductas impropias, los nombres de aprovechados y golfos del PP y del PSOE deben entrar y salir del discurso como Pedro por su casa, sin ansiedad ni complejo.
Un líder lastrado por un respeto supuestamente debido a Felipe González o cualquier ex – mandón del PSOE es tan enfermo como un cincuentón que aún retenga en su ánimo la inquina por aquellos japos que le tiraron en los recreos de primaria. El derecho al olvido que se está ahora exigiendo a las multinacionales que tienen en sus discos duros toda nuestra existencia lo venimos practicando intuitivamente todos cuando sentimos que vamos cumpliendo etapas y ejercemos un indulgente extrañamiento de otros momentos de nosotros mismos. Ningún líder del PSOE será convincente sin un soplo regeneracionista y, en este momento de España, ese soplo ha de ser necesariamente un grito de denuncia. Y ningún líder del PSOE podrá transmitir esa sensibilidad sin observar ese prudente extrañamiento de otros momentos de su propio partido.
La tercera condición es la cacareada apertura a la población. Se preguntaba hace unos días en El Comercio Luis Arias Argüelles-Meres a propósito de la renovación del PSOE: “¿Se puede acabar de un plumazo con todo el caciquismo que se aloja en las casi innumerables agrupaciones locales de esta formación política? ¿Se puede desterrar de tantos y tantos dirigentes la convicción tan íntima como inconfesa de que ellos son casta privilegiada y pueden atesorar más derechos y riquezas que el resto de la ciudadanía?”. Me permito responder que no, no hay líder que pueda. Al menos no él solo. Pero sí si se apoya en esa mentada ciudadanía. Una vez más, si se pone el rumbo hacia las listas abiertas, si marca como estrategia que los representantes y cargos se deban a los administrados y no al aparatón del partido, sí se irán levantando todas esas capas oligárquicas.
Y la cuarta condición es incorporar a su discurso un trato y una apertura amable hacia las fuerzas que estén a su izquierda. A mi izquierda nadie, dijo Lenin y no es mala estrategia. Una torpeza notable del PSOE de los ochenta fue aquella dialéctica destemplada y torrencial contra IU y los sindicatos. Aquella aspereza con lo que estaba a su izquierda arañaba parte de esa utopía y ese latido que la izquierda no quiere dejar sentir aunque sólo sea en la intimidad antes de dormir y desplumaba al propio PSOE de su base natural.
Desde las elecciones europeas, el PSOE es parte de la extravagancia nerviosa que quiere asociar a Podemos con conspiraciones y financiaciones bolivarianas, antisistema y vaya usted a saber qué más (¿de dónde sacarán tanto pasado para un líder de 36 años?). Me pregunto si volverá a ser un concepto jurídico aquel de partidos “bajo disciplina internacional” de la transición. Un PSOE que no sea capaz de incorporar en su discurso a Podemos o IU como refuerzos de su sensibilidad seguirá siendo extraño para ese cuerpo izquierdista que se requiere para que vuelva a ser un partido grande.
Estas no son condiciones de extrema izquierda, sino, como diría Pablo Iglesias (con perdón), de extrema necesidad. Pero, nadie se va a caer ahora de un guindo, son improbables. Los tres candidatos del PSOE son ricos y los tres lo son más al amparo de su actividad política que de su actividad profesional y más por el triperío interno del partido que por la consideración directa de los ciudadanos. Madina es un par de años mayor que Pablo Iglesias y Pedro Sánchez poco más. La comparación de los réditos económicos de la actividad política de uno y otros es enojosa. Los candidatos socialistas son genuinos ejemplos de la “casta” de la que empezó hablando Podemos y ya habla todo el mundo.

No se puede prejuzgar, pero sí se puede ser optimista o pesimista. Salvo por un puñetazo en la mesa de la militancia, es poco probable que el PSOE cumpla condiciones de extrema necesidad próximamente.