domingo, 6 de julio de 2014

PSOE, cuatro condiciones improbables

[Artículo semanal en Asturias24 (www.asturias24.es)].

“Todo lo que vemos en Júpiter está flotando en su cielo” (Carl Sagan, Cosmos.).
Tiempos nuevos en el PSOE. Para bien o para mal, tiempos nuevos. Para mal será si el nuevo líder es un episodio más en la deriva del partido hacia la irrelevancia, es decir, si todo sigue igual pero en manos más mediocres.
Hay, creo, cuatro condiciones para que el PSOE pueda lograr dos objetivos relacionados: uno, ser la fuerza política protagonista; y otro, retornar al punto en que todo o casi todo votante izquierdista, aunque prefiriera o votara a otro partido, tenía también una buena razón para votar al PSOE.
La primera condición es la obviedad de hacerse reconocible como partido de izquierdas, todo lo moderado o posibilista que se quiera. Lo que da la victoria en unas elecciones a los partidos políticos grandes es el llamado voto de centro, es decir, el voto de quienes no votan con prejuicio ideológico. Esto es tan cierto como que la canasta que da la victoria a un equipo de baloncesto muchas veces es la última, conseguida in extremis sobre el pitido final.
Pero ese equipo no ganó sólo por esa última canasta; tenía que haber metido otras muchas para que esa última marcase la diferencia. Y para que un partido político grande consiga ganar por el voto de centro tiene que ser primero un partido político grande. Y eso significa tener clientela natural, una base social de personas que se sienten parte de lo que ese partido representa de manera más o menos permanente. Es decir, significa tener una línea de pensamiento o ideología en la que se reconozca mucha gente. El PSOE sólo puede ser un partido grande si concentra una mayoría de los votos de izquierda. Si además de eso consigue crédito ante el electorado no ideológico, ganará las elecciones. Pero sin lo primero será lo que está siendo, una piedra de hielo en agua tibia.
Cualquiera entiende que, cuando se tiene el poder o la posibilidad de alcanzarlo, no se puede hablar y actuar sólo para los propios y hay que pensar en y para gente con ideas muy distintas, es decir, que hay que moderarse. Pero debe ser visible siempre esa línea de pensamiento sobre la manera justa de convivir, debe siempre ser reconocible la propuesta ideológica que es el móvil para que unas cuantas personas decidan agruparse en un partido político.
Al PSOE, según Rubalcaba, la condición de republicano le queda sólo en el alma. Pero no sólo esa condición. El alma debe ser el reducto del izquierdismo del PSOE y parece que habrá que esperar a la resurrección de los difuntos para volverla a ver. Júpiter es como un gigantesco océano, no tiene superficie firme. Buscar bajo el pragmatismo y moderación del PSOE el suelo de convicciones izquierdistas puede ser como buscar piso firme en Júpiter. Pasaremos capas y capas sin encontrar dónde apoyar nuestras inclinaciones ideológicas.
El PSOE debe hacer visible y firme su aspiración, y no su alma, republicana. Debe ser laico y firme frente a los privilegios trasnochados de la Iglesia. Debe marcar unas prioridades de gasto y recortes, donde los servicios del Estado sean intocables: quien no es extremista con la enseñanza pública, la sanidad, la administración de justicia y la atención a quienes no se valen por sí mismos no puede ser un izquierdista moderado. Sólo es moderado el que es radical en lo básico. Lo demás no es moderación es volubilidad.
La segunda condición es una relación saludable con su pasado. A ninguno le supone quebranto decir de sí mismo que de niño era un impertinente mimado o que de adolescente era un pedante o un matón. Sin renegar ni pedir perdón, todos tenemos un alejamiento de otros momentos de nosotros mismos suficiente para hablar desapasionadamente y con naturalidad.
El PSOE protagonizó sonoros casos de corrupción, prácticas irritantes de enriquecimiento, actitudes caciquiles y clientelistas prácticamente generalizadas. La segunda condición del nuevo líder es que pueda hablar de los éxitos del PSOE y de sus miserias con la normalidad con que cualquiera habla de su niñez o de otra etapa de sí mismo y no con el desconcierto de una mente traumatizada o la oscuridad de una memoria zurcida de tabús. Cuando tenga que hablar de conductas impropias, los nombres de aprovechados y golfos del PP y del PSOE deben entrar y salir del discurso como Pedro por su casa, sin ansiedad ni complejo.
Un líder lastrado por un respeto supuestamente debido a Felipe González o cualquier ex – mandón del PSOE es tan enfermo como un cincuentón que aún retenga en su ánimo la inquina por aquellos japos que le tiraron en los recreos de primaria. El derecho al olvido que se está ahora exigiendo a las multinacionales que tienen en sus discos duros toda nuestra existencia lo venimos practicando intuitivamente todos cuando sentimos que vamos cumpliendo etapas y ejercemos un indulgente extrañamiento de otros momentos de nosotros mismos. Ningún líder del PSOE será convincente sin un soplo regeneracionista y, en este momento de España, ese soplo ha de ser necesariamente un grito de denuncia. Y ningún líder del PSOE podrá transmitir esa sensibilidad sin observar ese prudente extrañamiento de otros momentos de su propio partido.
La tercera condición es la cacareada apertura a la población. Se preguntaba hace unos días en El Comercio Luis Arias Argüelles-Meres a propósito de la renovación del PSOE: “¿Se puede acabar de un plumazo con todo el caciquismo que se aloja en las casi innumerables agrupaciones locales de esta formación política? ¿Se puede desterrar de tantos y tantos dirigentes la convicción tan íntima como inconfesa de que ellos son casta privilegiada y pueden atesorar más derechos y riquezas que el resto de la ciudadanía?”. Me permito responder que no, no hay líder que pueda. Al menos no él solo. Pero sí si se apoya en esa mentada ciudadanía. Una vez más, si se pone el rumbo hacia las listas abiertas, si marca como estrategia que los representantes y cargos se deban a los administrados y no al aparatón del partido, sí se irán levantando todas esas capas oligárquicas.
Y la cuarta condición es incorporar a su discurso un trato y una apertura amable hacia las fuerzas que estén a su izquierda. A mi izquierda nadie, dijo Lenin y no es mala estrategia. Una torpeza notable del PSOE de los ochenta fue aquella dialéctica destemplada y torrencial contra IU y los sindicatos. Aquella aspereza con lo que estaba a su izquierda arañaba parte de esa utopía y ese latido que la izquierda no quiere dejar sentir aunque sólo sea en la intimidad antes de dormir y desplumaba al propio PSOE de su base natural.
Desde las elecciones europeas, el PSOE es parte de la extravagancia nerviosa que quiere asociar a Podemos con conspiraciones y financiaciones bolivarianas, antisistema y vaya usted a saber qué más (¿de dónde sacarán tanto pasado para un líder de 36 años?). Me pregunto si volverá a ser un concepto jurídico aquel de partidos “bajo disciplina internacional” de la transición. Un PSOE que no sea capaz de incorporar en su discurso a Podemos o IU como refuerzos de su sensibilidad seguirá siendo extraño para ese cuerpo izquierdista que se requiere para que vuelva a ser un partido grande.
Estas no son condiciones de extrema izquierda, sino, como diría Pablo Iglesias (con perdón), de extrema necesidad. Pero, nadie se va a caer ahora de un guindo, son improbables. Los tres candidatos del PSOE son ricos y los tres lo son más al amparo de su actividad política que de su actividad profesional y más por el triperío interno del partido que por la consideración directa de los ciudadanos. Madina es un par de años mayor que Pablo Iglesias y Pedro Sánchez poco más. La comparación de los réditos económicos de la actividad política de uno y otros es enojosa. Los candidatos socialistas son genuinos ejemplos de la “casta” de la que empezó hablando Podemos y ya habla todo el mundo.

No se puede prejuzgar, pero sí se puede ser optimista o pesimista. Salvo por un puñetazo en la mesa de la militancia, es poco probable que el PSOE cumpla condiciones de extrema necesidad próximamente.

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