Ana Botella había sido tan literalmente impresentable que, efectivamente,
el PP no se atrevió a presentarla nunca a nada. La hicieron alcaldesa de la
única forma posible: para el pueblo sin el pueblo. Gobernó Madrid como esas
novias de gánster que, bajo la protección del matón, creen que tienen talento y
se empeñan en ser cantantes martirizando los oídos de todo el mundo. La ruptura
de Aznar con Rajoy se consumó cuando Rajoy se atrevió a no presentarla a las
elecciones, como insinuando que cantaba como un molinillo de café. Aznar los
llamó desagradecidos y ese fue el primero de un largo goteo de mensajes de
desafección que fue dejando el Presidente de Honor. Rajoy, que circula por la
vida pública untado en vaselina, le aplicó ese silencio que le deja al agresor la
disyuntiva de callarse y dar la sensación de no haber dicho nada o intensificar
el acoso y dar sensación de rencor. Hasta que se cansó y decide irse de la
presidencia honorífica con el honor a otra parte.
En este momento debe tener envidia de González. Cuando González se pone
serio todo el mundo en el partido se agita tratando de saber cuál es la cola
buena y esperando tensos lo que diga El País. Aznar sólo consiguió un titular
ahogado por la lotería de Navidad. Pero quién sabe. Se dijo en algún momento en
ambientes conservadores que hacía falta un Podemos de derechas. Entendieron
equivocadamente que eso era C’s. Acertaron en que C’s podía ser un cortafuegos
a la expansión de Podemos. Pero un Podemos de derechas, para ser como Podemos,
tiene que ser un partido que dé textura política compacta y orientada a
movimientos sociales dispersos y movilizados por fines sociales o políticos
diferentes, pero susceptibles de complicidad y hermanamiento táctico:
ultracatólicos contra la influencia LGBT, movimientos sectarios de la enseñanza
concertada, extremistas por la unidad de España y contra los nacionalismos,
movimientos radicales anclados en las víctimas del terrorismo, Iglesia y
aledaños … Eso sería el Podemos de derechas y las piezas desde luego están ahí,
en organizaciones fanáticas, libelos digitales y oráculos católicos.
Aznar dejó dos mentiras imperdonables. La mentira de la guerra de Irak
incluía niños mutilados y vidas en pedazos. El beneficio era que Bush posara
con la mano sobre su hombro dando señal al mundo de su altura internacional
para futuros negocios. La otra mentira, la del 11 M, si hubiera tenido el éxito
de la de Irak, incluía la liberación de los asesinos de 191 personas, a
sabiendas de que ellos eran los asesinos. El beneficio era mantener el discurso
de que sólo el PP estaba contra ETA y sólo contra el PP actuaba ETA, además de
la bendición explícita de Rouco Varela. Dejó también las peores tramas
delictivas que se dieron en nuestra vida pública. Y alimentó hasta la náusea el
huevo de la serpiente que había dejado el PSOE, por el que ahora el país debe
más de lo que es capaz de producir. Mal bagaje parece para protagonizar esa
catálisis que crearía el Podemos facha o cualquier otra cosa. Pero no nos
quedemos con las apariencias.
Aznar cultivó un estilo indeformable que tiende a permanecer como
permanecen en los caminos los pedruscos más duros. Ese estilo incluye las
versiones más viciosas de la transparencia, la coherencia y la simplicidad. La
transparencia es una virtud que deja de serlo cuando se hace desafiante e
invasiva. Todos dedicamos a la convivencia ordinaria nuestra parte más superficial.
Si hasta para tomar una caña todos hiciéramos explícito («transparente») nuestro
pensamiento, chocaríamos constantemente sencillamente porque estaríamos
desafiando. A partir de cierto nivel de explicitud, mi pensamiento incluye una
desconsideración de planteamientos conservadores, por lo que cualquier persona
de esa tendencia estaría notando permanentemente que la pincho. Esa transparencia
desafiante que pincha y divide es la que cultivó Aznar. La coherencia es un
vicio cuando se hace inflexibilidad y hermetismo. En estos días la calderilla
más barata del PP aprovecha el calor de los muertos para cargar contra los
refugiados. Se agita la gente, ruge la red social, y Esperanza Aguirre dice de
un subordinado que sólo dijo lo que había dicho Merkel, que sólo contaba con
los datos insinuados por la Canciller. No, esa no es la coherencia de Aznar.
Aznar mantiene como un martillo indeformable sus mentiras o simplezas, sin
quitar una coma y sin concesión a ninguna duda, como aconsejaba Goebbels.
Seguirá diciendo hoy que ETA es autora del 11 M con la misma inflexibilidad que
hace doce años, ignorando investigaciones y fallos judiciales sin arrugarse. Él
no hubiera matizado nada de los refugiados por ningún aullido de la red social,
como no matiza la honorabilidad de Rita Barberá. Y la simplicidad es un vicio
cuando se basa en la confusión y es maligna cuando la confusión que le sirve de
fundamento es inducida por estados emocionales. El que tiene miedo a los
reptiles confunde fácilmente una cuerda con una culebra. Después de un
atentado, todo se simplifica porque hay ira y hay miedo. Sobre esos estados,
Aznar confundió todo lo que no sea él en un solo enemigo, como también
recomendaba Goebbels, de manera que Zapatero era ETA y humillaba a las
víctimas.
Con esas maneras indeformables, Aznar es muy reconocible y las pautas de
actuación se hacen claras en medio de la confusión. Él dejó al electorado
conservador crispado, siempre enfadado y con sensación de urgencia en su voto. Este
voto siempre fue movido por el aquí y ahora y siempre se focalizó sobre unos
pocos temas, económicos y de seguridad sobre todo (el deshielo de los polos ya
se verá en su momento). La relativa tolerancia a malas prácticas de gobierno,
corrupción incluida, está hasta cierto punto en la naturaleza práctica y ceñida
a pocos asuntos del voto conservador. Pero en España Aznar dejó particularmente
petrificado y enfurruñado el voto de derechas, hasta hacerlo inmune a los
peores contrabandos. Con la aparición de Podemos, la parte más interesada y
grosera del PSOE consiguió que el partido esté reforzando esta secuela de
Aznar. Podemos y el Mal están en Venezuela, y en Grecia, y en Trump, y en el
Brexit, todo es uno. Educan la sensación de amenaza y caos, con lo que el apoyo
al PP se hace más rocoso mientras paradójicamente el PSOE se desangra. A esto
hay que añadir una mala secuela de la transición, que fue el hábito de no
revolver, de mirar para adelante, olvidar y no complicar las cosas. Las
prácticas inadmisibles se suceden por la facilidad con que aprendimos a
concentrarnos en lo que importa y no ajustar cuentas. Por qué no va a burlarse
el ministro de exteriores de quienes se tienen que ir de su país para tener una
vida normal. Enseguida nos dirán que el paro y la pobreza agudizan el ingenio y
la creatividad y nos pedirán que veamos otra vez Titanic para recordar cómo las fiestas de los pobres son más
auténticas y más sanas.
En España crecen por separado y a su aire gérmenes ultraderechistas y Aznar
puede catalizarlos y dar lugar a un movimiento influyente. Con un PP inmoral y
sin principios; con un PSOE descabezado que se mueve como el rabo cortado de
una lagartija, sin pauta, sin orientación, sin memoria y sin estilo; con un
Podemos que en el Parlamento de momento rasca donde no pica; y con un Rivera
derrochando mediocridad, el terreno está abonado para que haga fortuna la
transparencia, coherencia y simplicidad pétreas del antiguo presidente
honorario. El honor, desde luego, no se lo lleva consigo porque nunca usó de
eso. Y tampoco parece que tenga donde asentarse tal atributo de la vida
pública. El único que mira el escenario con placidez es Rajoy: el PP se le
vacía de enemigos, el PSOE hace de camorrista de lo que pueda venir por la
izquierda y se hizo tan pequeño que lo lleva de llavero, el niño Rivera sigue
cara a la pared con orejones y Podemos está todavía muy lejos de sus murallas.
Ni siquiera tiene que intervenir personalmente en los líos y puede dedicarse a
lo que realmente le gusta: leer el Marca y no meterse en política.