En el hoy y
mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto. (F. de Quevedo)
En Reikiavic, al empezar los meses oscuros, amanece cerca de las doce de la
mañana y media hora más tarde empieza el atardecer y el crepúsculo. El sol no
llega a levantarse. El ánimo de Quevedo le mostraba una imagen parecida de la
vida. Pasamos de los gorjeos infantiles a las fatigas de la vejez, la mortaja
de difunto sigue a los pañales de recién nacido, sin que la vida haya podido alcanzar
una verdadera plenitud. Quevedo tuvo sus cansancios y sus amarguras y veía así
las cosas. Y a lo mejor es algún tipo de cansancio el que me trajo su memoria a
propósito de algo tan cansino pero tan poco poético como este desgobierno
nuestro. Deberíamos haber presenciado tres fases tras las elecciones. Con tanto
grupo parlamentario nuevo y tanto aggiornamento
de los grupos “viejos”, era lógica una fase en la que cada uno se dedicara a
presentarse a los suyos y en sociedad y en la que hubiera más monólogos que
diálogo. La fase siguiente debería ser la del mediodía y plenitud política, la
del diálogo y búsqueda de gobierno. Y si falla, la tercera fase debería ser la
preelectoral, en la que cada grupo se desentendería de los demás y de la
formación de gobierno y se centraría en la imagen electoral que quería dar para
las elecciones inminentes. Pero nos pasó como al sol de Reikiavic. Pasamos del
postureo inicial para los propios a los aires electorales sin que una verdadera
fase de diálogo llegara a coronarse en el alto cielo. El proceso juntó sus
pañales con su mortaja con sus señorías a salvo y convencidas de la culpa del
de al lado. Nada de lo que se hizo tenía el convencimiento ni el propósito de
formar un gobierno. Al menos no plenamente.
Quizás estén en la retina las coloristas, y ciertamente brillantes,
intervenciones de Pablo Iglesias, en las que parecía que más bien exhibía sus
poderes y arengaba a los suyos que acercaba posiciones a quien debía
acercarlas, que es el PSOE. El momento de la cal viva puede recordar por su
contundencia a aquel en que Pedro Sánchez le dijo a Rajoy, a unos cuarenta
centímetros de su cara, que no era una persona decente. También está en el
recuerdo aquel gobierno progre ya hecho y acabado que hizo público Pablo
Iglesias, más como un órdago de macho alfa que como una verdadera propuesta
para hablar. Se puede decir, sin duda, que Podemos no hizo gran cosa para que
hubiera ya un acuerdo que pusiera a Pedro Sánchez en la Presidencia y hasta se
puede sospechar que en algún momento preferían unas nuevas elecciones en las
que pudiera mejorar sus resultados.
Pero, con todo, nadie debe caerse de un guindo. El PSOE profundo no quería
un pacto con Podemos; por desconfianza, por miedo a que su vecindad los
devorase o por simple choque cultural. O por intereses inconfesables en algún
caso. Los primeros pasos de Sánchez fueron en dirección a Podemos. Tenemos
también en la memoria aquel viaje a Portugal, bien aireado, que era toda una
declaración de intenciones. Y recordamos también el vocerío de los barones, las
arritmias de los veteranos y el crujido sordo de las entretelas del PSOE ante
un entendimiento con Podemos. Pedro Sánchez tenía muchas presiones contra la
coalición hacia la que había movido sus pasos. Por mucho que invoque ahora un
pretendido odio de los morados, y por lejana que haya sido la mano de Podemos,
estamos donde estamos también porque el PSOE no quiere gobernar con Podemos.
Así que el PSOE se instaló en su discurso habitual: la izquierda tiene que
votar su Presidencia por el imperativo moral de parar a la derecha, sin más
argumentos. Y luego, como siempre, ya harán la política que les convenga. De
hecho, no están pidiendo el voto de Podemos y la izquierda, sino su abstención,
que no bloqueen y que luego ya el gobierno rojo anaranjado en minoría buscará
apoyos para cada cosa. No es que suene mal. Aunque los argumentos
contrafácticos nunca son demostrativos, es humano conjeturar. Así que
supongamos que Podemos se abstiene y Sánchez es Presidente con PSOE y Ciudadanos.
Pensemos, por ejemplo, en el gran pacto nacional por la enseñanza. Podemos
e IU llevan en su programa la supresión gradual de los conciertos educativos,
hasta que no haya enseñanza privada pagada por el Estado. La enseñanza privada
concertada introduce dos problemas en el sistema educativo: la segregación y la
desregulación. El problema de la segregación no es la segregación por sexos,
como pretende ahora el PSOE. El problema es la segregación académica temprana,
por la que los casos que requieren atención especial se concentran en las aulas
públicas, mientras las concertadas, pagadas por el Estado, se los quitan de
encima. La segregación temprana es injusta individual y socialmente (estadísticamente,
el riesgo de fracaso se da más en familias de clase baja), es innecesaria (los
estudiantes aventajados no se retrasan por tener en el aula casos de atención
especial), es ineficiente (se saca más cualificación de toda la población que
de una parte) y produce una desagregación social potencialmente peligrosa. La
desregulación se produce porque, al ceder el Estado el servicio de educación a
empresas privadas, ese servicio quedará marcado por el ideario, principios y
maneras de esas empresas (casi siempre la Iglesia) y no por lo que las leyes
establecen. Recordemos que la LOMCE ya permite que el Estado no garantice una
plaza en la enseñanza pública a todo el mundo. En un pacto nacional, e
ideologías aparte, Podemos tiene derecho a decir que la enseñanza concertada
está perjudicando el servicio público de enseñanza y que debe considerarse su
desaparición si nadie propone una manera en que no introduzca segregación y
desregulación.
Y ahora viene la conjetura. El PSOE haría lo que ya está haciendo. Ya está
diciendo que sí pero que hay que conciliar y que basta con que la concertada no
segregue por sexos. Ciudadanos ya declaró cansinos los líos con la asignatura
de Religión y la enseñanza concertada, es decir, con los intereses de la
Iglesia, y que hay que ir a lo que importa. Que las cosas sean cansinas quiere
decir en boca de Rivera que queden como están. Y lo que está es la LOMCE. Y el
PP no se abstendría evidentemente. Defendería con uñas y dientes la presunta
libertad de enseñanza que defienden con uñas y dientes el obispado y el Opus
Dei. Se votaría en contra de la supresión de la enseñanza concertada y de
cualquier modificación de alcance en ella. Y eso, votado por PSOE, PP y
Ciudadanos, se presentaría como parte de un gran acuerdo nacional, del cual se
descolgarían por radicales y por odio Podemos e IU. Y este sería el patrón más
habitual. Podemos y la izquierda se encontrarían con una gran coalición de
facto que les dejaría, no en la oposición, sino fuera del sistema una y otra
vez. Una gran coalición que ellos habrían facilitado con su abstención.
Seamos claros. No debe haber elecciones y tiene que haber una manera en que
Podemos deje al PSOE en el poder. Pero esa manera no puede basarse en la
confianza. Podemos tiende a poner mucha energía en cosas secundarias (no es el
momento de hacer amigos o enemigos por el nombre del Congreso), pero el PSOE
tiende a no poner ninguna energía en las cosas principales. Los socialistas
piensan de la concertación de centros lo mismo que IU. Lo que cambia es el
énfasis en defender lo que se cree, en esta y otras cosas. El PSOE no puede
pedir confianza sin más, tiene que ofrecer algo más para que la abstención no
conduzca a una legislatura de gran coalición. Tiene que ofrecer garantías
(¿gobierno de coalición?) y comprometer puntos relevantes del programa. Lo
demás se parece más a un chantaje, de los señores de las arritmias y la cal a
Sánchez y de Sánchez a Podemos; y a una burla, de todos ellos a todos nosotros.
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