Mala cosa es que, en un país con tantos renglones torcidos y tanta maleza,
lo más prominente del acto de investidura haya sido la cara de Guindos ante el
morreo fugaz de Pablo Iglesias con Domènech y que el mismo Pablo Iglesias le
haya mentado a sus muertos a Pedro Sánchez (o lo que es lo mismo, mentara a Felipe
González y la cal viva). O quizá no es tan mala cosa. Esta fue una legislatura
de hachazos, de injusticia y de reacciones convulsas. Hay truenos dentro de
cada uno y mucho y severo que decirse unos a otros. Era difícil que el primer
momento público no fuera estridente. En la Universidad suele crear tensión la
elaboración de planes de estudio. Las veces que me tocó este trance teniendo
algún cargo, siempre intenté que el primer rifirrafe no fuera en el órgano que
tenía que tomar decisiones. Como es inevitable ese momento entrañable de
posiciones sumarias y enérgicas, mejor que ese momento no sea el de la Junta de
Facultad que tiene que votar para llegar a ella un poco más atemperados. A poco
representativo que sea el Parlamento de lo que realmente pasa en el país, hay
mucha tensión acumulada y algún momento de espumarajos teníamos que vivir.
La sesión del miércoles era un buen momento porque era sólo un ensayo, no
era de verdad una sesión para investir a nadie. Nadie había hecho nada para que
de allí saliera un presidente. El miércoles fue el día para que cada uno
saludara a los suyos y les dijera, cada uno en su lenguaje, que allí estaban,
en el Parlamento. Hubo muchos cantos al entendimiento y a la bondad de que haya
acuerdos. Se pidió nobleza, comprensión del oponente, acercamiento. Y, por bien
que suene, esa no es una buena base para los acuerdos que, ahora sí, tienen que
empezar a negociarse en serio.
Los acuerdos no se basan en caerse bien y fiarse unos de otros. ¿Por qué
había de fiarse Podemos del PSOE, si surgió precisamente como reacción contra
ese tipo de partido? ¿Por qué iba a fiarse el PSOE de Podemos, si tiene que
defenderse cada día de sus acometidas? ¿Por qué nadie va a fiarse de Albert
Rivera ni Rivera fiarse de nadie? No creo que el llamado proyecto europeo, que
se inició con aquel lejano Mercado Común, se basara en la confianza y buen
rollito de países que habían pasado toda su historia en guerra. Y no acordamos
cosas en nuestras reuniones de portal porque nuestros vecinos sean nuestra
familia, nos caigan bien o siquiera los conozcamos de algo. Hay motivos
objetivos para que en España haya fuertes recelos de unos con otros, es
evidente que no es un país estable y en calma. En las comunidades de vecinos se
gestionan acuerdos sencillamente porque hay tarea, porque hay cosas que hacer.
Lo que mueve los acuerdos, en el portal o en el país, es la necesidad de hacer
cosas que no se pueden hacer más que conjuntamente y la responsabilidad de
hacerlas. Por eso alguien tiene que buscar puntos en común con alguien para
hacer un programa de gobierno. Y si no se caen bien y no se fían, que el
acuerdo sea por escrito y con muchos puntos, de manera que sea manifiesta la
lealtad de la que cada uno se hace responsable. Las maneras tienen que ser las
justas para que las piezas del rompecabezas fluyan y para que cada cual sea
reconocible para quienes lo votaron. Y el punto de cruce de las dos cosas no
siempre es apacible ni amable. A todos nos toca trabajar a veces con quien no
nos apetece y nos aguantamos. No debería haber tanta alma perturbada por la
ofensa del otro en el Parlamento.
El episodio de las manos de manchadas de cal de Felipe González puede ser
un problema o una vacuna, según se mire. Hay dos razones por las que Pablo
Iglesias no debió decir eso, pero también hay razones para que tanta crítica
apunte también a otra parte. La primera razón es que Pablo Iglesias creó ruido
sobre su propio mensaje. Lo más importante que dijo y quería decir lo dijo en
su más que notable intervención inicial de media hora. La mención de la cal
viva atrapó la atención y las reacciones, de manera que él mismo creó el ruido
por el que no se oyó ni se recuerda debidamente lo demás que dijo. La segunda
razón es que el episodio aludido es doloroso para el PSOE y es justo decir que
superado. No se trata de si González merece esa alusión, sino si la estaba
mereciendo el PSOE y Pedro Sánchez. Es una piedra en el entendimiento de la que
no se saca provecho. Hay que dejarle un margen a Sánchez para que sea aceptable
en su partido gobernar con Podemos.
Pero, como dije, no es sólo la intervención de Pablo Iglesias la que
debería concitar tantos comentarios. En la vida pública española parecen
haberse desatado dos virus de mal rostro. Uno es el de “y tú más”, por el que
cada uno cree que puede hacer cualquier tropelía mientras tenga mierda que
echar a la cara a quien le censure. Y el otro es el que quiere evitar el “y tú
más” haciéndonos tragar la ley del embudo y las dobles varas de medir hasta
donde las tragaderas no alcanzan. Pedro Sánchez recordó a Isaías Carrasco,
socialista asesinado por ETA hace ocho años, y empleó una solemnidad funeraria
para relacionar aquella atrocidad con el comentario de Pablo Iglesias sobre la
salida de la cárcel de Otegi (que están diciendo muchos otros sin relación con
el terrorismo; lo de Otegi es un caso complejo). En plata, Sánchez relacionó la
sensibilidad de Iglesias con el crimen. Da la sensación de que de Pablo
Iglesias se puede decir cualquier cosa, así pase por Irán, Venezuela o el tiro
en la nuca. Como lleva coleta, parece que cualquier cosa que se diga sonará
sensata. La cuestión es que lo de ETA pasa ya de castaño a oscuro. El que se
estén multiplicando las denuncias y condenas por apología del terrorismo desde
que desapareció la banda demuestra para qué se está utilizando el recuerdo del
dolor compartido: para que algunos tengan la potestad de acusar, acosar y
restringir la libertad de expresión de otros. Debería saberlo el PSOE mejor que
nadie. Quizá recuerden todavía aquella demencia con la que los Acebes y los
Zaplanas, desde el gobierno y desde la oposición, tenían la bajeza de
aprovechar cada crimen de ETA para señalar a Zapatero como causante. Y Pedro
Sánchez debe saber también que un insulto (y relacionar ya al PSOE con la cal
viva lo es) tiene más grados de mezquindad cuando a la vejación se le suma la
falsedad: la cal viva es una verdad abusivamente traída a colación, pero una
verdad; la relación de Pablo Iglesias con el crimen de Isaías o cualquier otro
es una mentira. Y es un mentira dicha desde una emoción compartida, el dolor e
indignación por aquellos crímenes, de manera que la empatía con esa emoción
disfrace de aceptable la infamia y haga más tóxica la falsedad. El episodio de
la cal habrá acabado aquí, pero el fantasma de ETA seguirá alimentando a
aprendices de Torquemada para que nos impongan sus límites de la fe y el
sistema.
No merece la pena dar vueltas a si se le deben perdones a Susana Díaz de
tanta afrenta o si es el oscurísimo Felipe González quien nos los debe por
tantas otras. Lo que debe preocupar es que, según la ortodoxia del PP y la
sensibilidad que representa Susana Díaz en el PSOE, 94 diputados actuales son
ajenos a España y la democracia (hagan la cuenta). Es demasiado trozo de
soberanía popular para ser indigno de participar en el gobierno del país y
demasiados españoles excluidos, siempre desde emociones compartidas. Alguien
tiene que revisar sus tácticas.
Como dije, es mejor que deje de haber tantos vahídos de indignación y
ofensa en el Parlamento y se pongan a componer un gobierno. En el momento de
acabar este artículo, no se había producido la segunda votación, pero me atrevo
a imaginar el resultado. Ahora ya echaron la bilis y ya se vacunaron contra los
decibelios del otro. Ahora les toca recordar lo fundamental: que hay tarea que
hacer y responsabilidades que asumir.
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