sábado, 23 de abril de 2016

¿Hay vida inteligente entre los votantes del PP?

Yo creo más en el estilo que en los principios. Las dos cosas se refieren a constancias que imponemos a nuestra conducta. Lo más importante deberían ser los principios, los convencimientos en torno a los cuales una persona manifiesta ética y moralidad y alguna pulsión hacia el bien. Pero los principios son más un criterio negativo que positivo para actuar, más prohibiciones que pautas. Los principios son convencimientos que nuestra conducta no debe quebrar más que indicaciones de cómo actuar y comportarse. El estilo es el grado de automatismo sin beneficio que nos gusta a dar nuestra conducta cotidiana y cuidarlo es una buena manera de ponerse a salvo de malas prácticas y malos contrabandos.
Mala cosa es entonces que los principios afloren en discursos y análisis. A veces oímos principios explícitos porque nuestro interlocutor es un plasta en alguna de sus versiones. Pero a veces la explicitud de los principios no es la tabarra de un moralista pesado, sino la manera de recuperar la orientación cuando se acumulan quiebras en una situación. Por eso digo que mala cosa es que los principios se hagan muy visibles en los discursos: o te están aburriendo o estás viviendo un mal momento. Y creo que tenemos que ir a cuestiones de principio porque estamos en un mal momento.
El partido más votado en España fue descrito por un juez como una organización criminal, practica el robo sistemático y organizado, protege a delincuentes, mintió y engañó y se financia ilegalmente. La cuestión de principio surge porque los seis o siete millones de personas dispuestas a votar al PP tienen por verdadero todo esto. No es que los voten porque crean que todo esto es falso. Aceptan que, mientras Rajoy dejaba en el desamparo a los parados y Andrea Fabra gritaba como una demente “¡que se jodan!”, ellos robaban. Saben que Rajoy sale en los papeles de Bárcenas y saben que le daba su calor al bandido con aquel “sé fuerte”. Ningún votante del PP dice que sea falso todo esto. Y lo votan. Esto nos lleva, como digo, a las cuestiones de principio. Si una misma organización puede robar sin disimulo, puede hacer leyes que dejan impunes las golferías, y sigue recibiendo los votos de la gente, es que los votos no sancionan la responsabilidad de los gobiernos y, por tanto, que no sirven como control democrático. En suma, que la democracia no funciona, porque no hay nada por lo que en este caso el PP deba dejar sus prácticas corruptas. Lo dijo con impecable realismo Rita Barberá: “no veo motivo alguno para dimitir”. Sólo podemos darle la razón. ¿Acaso no es senadora? El sentido común nos dice que quien hace lo que hace el PP no debería ganar elecciones y creo que, ideologías y preferencias aparte, debemos considerar un problema del sistema que pueda seguir ganándolas. Hay tres factores que pueden estar contribuyendo a este desaguisado, dos débiles y uno fuerte.
El factor fuerte es la parasitación partidaria de los mecanismos institucionales de control. Es evidente que el voto de los ciudadanos no puede sancionarlo todo. Por ejemplo, no podemos confiar en que las empresas no pacten precios y dañen la libre competencia porque ya se encargarán los ciudadanos de no votar al gobierno que lo permita. Tiene que haber, además de división de poderes, contrapesos institucionales que impidan las malas prácticas. Por eso hay órganos reguladores, tribunales de cuentas o comisiones de la competencia. El problema es que desde el mismísimo Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Supremo o el Tribunal Constitucional, hasta el Tribunal de Cuentas o la Fiscalía General del Estado están apolillados por la presencia y control de militantes de los partidos grandes que deben su cargo a la lealtad al partido que los nombra. La erosión de estos mecanismos convierte a la democracia en un cacicazgo, donde la gente tiende a aceptar al que manda porque no cree que haya otro remedio.
El primer factor débil es la manera ineficaz de incorporar en los argumentarios la crítica a la corrupción. Los políticos del cambio deben entender que cuando la gente vota a un partido a sabiendas de que roba es porque tienen una razón superior para votarlos que trivializa los desmanes. La razón superior es que ese partido puede protegerlos y llevar el timón y los demás no. La idea clave que deben trasladar es que ningún gobierno arruina a su país (lo de que Zapatero arruinó a España es un chascarrillo zafio): nadie gobierna sin calculadora y nunca al poder le faltan economistas o lo que necesite. Pero sí hay gobiernos que no roban. La idea es paradójica, pero es la que debe entender el electorado: donde mi programa esté gravemente equivocado seguro que no lo cumplo, porque eso no ocurre en ninguna parte; y yo no robaré y eso sí que ocurre muchas veces. Cuando Tsipras creyó no tener fuerza para seguir su programa (con razón o sin ella), no lo aplicó. Grecia no empeoró y tiene un gobierno que no le roba. Es decir, no hay que tener miedo a ningún partido y, por tanto, no hay que tener miedo a echar a ningún partido.
El segundo factor débil es la manera frívola en que la prensa trata el problema de la corrupción. Siento el tufo a topicazo que tiene esto, pero cada cual debe cargar con lo suyo. Los informadores tienen todo el derecho a tener su línea editorial, pero no deben contribuir a la desorientación ética de la gente. Pongamos un ejemplo. En los tiempos del terrorismo de ETA hubo quien quería comparar la muerte de quien recibió un tiro con sucedáneos tan grotescos como la “muerte civil” de un partido ilegalizado. La prensa tiene derecho a protestar y combatir la ilegalización de un partido, pero nunca confundir el estado del militante ilegalizado con el estado del concejal con tiro en la nuca, porque semejante fárrago contribuye a relajar en la moralidad pública sobre la extrema gravedad de un asesinato. Y la prensa no hizo tal cosa, es sólo un ejemplo. Ahora tenemos un grave problema de corrupción y saqueo del Estado. Muy grave. La prensa puede tener la línea que quiera. Pero dedicar en su día titulares a Errejón por tonterías de su beca que ni eran ilegales ni dañinas en ningún sentido mezclándolas con las tarjetas de Cajamadrid; comparar el caso de Monedero con el de Bárcenas y darle más focos que el más significativo caso Aznar; delirar una financiación internacional de Podemos, que no tiene ni locales, como si hubiera ahí algo similar a los gigantescos fraudes y tráficos de la financiación del PP; en definitiva, trivializar los gravísimos casos del PP a base comparaciones enloquecidas para sustentar una línea editorial es contribuir a la confusión moral y ética hacia esas conductas. Así se puede robar y tener votos, por la cosa de que todo es un lío y todos son iguales. Cito algunos casos de Podemos porque es donde las líneas editoriales son más rígidas y donde la ley del embudo está llegando a niveles más grotescos.

Apetece decir que los votantes del PP son estúpidos y que gana las elecciones porque hay millones de estúpidos. Pero no sólo son estériles los análisis que echan la culpa a las masas; es que además son equivocados. Los votantes del PP son algo más lentos en reaccionar que otros y quizás algo más temerosos. Y muchos simplemente tienen su ideología y tienen la esperanza de que la corrupción sea cosa del pasado. Como los votantes socialistas andaluces o asturianos, que sólo viven del mantra de que hay que mirar el futuro. Ese voto resistente a los más graves desmanes indica que en España tenemos una estructura caciquil por la perversión de las instituciones. Por ahí deben venir los cambios. Y mientras tanto los partidos tienen que ser más eficaces en la manera de tratar electoralmente la corrupción y los medios tener más escrúpulos antes de usar esta lacra al servicio de sus líneas editoriales. Faltó nivel para que se formara gobierno en estos meses. Pero es que hay que tener mucho nivel para llegar a algo viable si el partido más votado puede ser referido por un juez como una organización criminal. Que no se nos oculte el nudo del problema.

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