domingo, 26 de junio de 2016

Más patria o más Europa. Razones para la confusión

El ultraliberalismo viene tensando la UE y, como una sábana vieja, se rompió por el sitio más débil: se juntó ser un país rezongón que siempre había estado en la UE como no estando, que prendiera en él el temor y el rencor al extranjero y que tocara como Primer Ministro un imbécil. Podría haber pasado en España.
Decía Popper que sólo se enuncia una verdad científica si queda indicado qué hechos demostrarían su falsedad. Lógicamente, el científico desea que los experimentos muestren que no suceden esos hechos que demostrarían que su teoría es equivocada, pero eso no está en su mano. No hay forma de hacer ciencia sin negar que ocurran ciertas cosas y arriesgarse a que el experimento diga que ocurren y nos chafen. Y, como es humano querer tener razón por encima de todo, es habitual lo que Popper llamaba «estratagemas inmunizadoras», es decir, hablar de manera que los hechos no nos quiten nunca la razón. Si negamos valor a la experimentación, por ejemplo, la homeopatía o la teología valen tanto como la física. Si hablamos sin decir nada, los hechos nunca nos contradicen.
Tomemos una vez más la horma de Popper para examinar asuntos públicos. El equivalente de la verdad científica en la vida pública es el compromiso. Se dice o se hace algo en política cuando hay compromiso y el compromiso supone enfrentarse a lo que dicen o hacen otros. Hay compromiso si hay roce y controversia. Lo demás es paja. En política también abundan las afirmaciones con estratagemas inmunizadoras, caracterizadas porque no se enfrentan con nadie y, por ello, no comprometen a nada. Por ejemplo, las mujeres de la realeza desempeñan tareas públicas de compromiso nulo. Presiden honoríficamente asociaciones contra las drogas, entregan premios de la Cruz Roja, inauguran exposiciones y cosas así. Su actividad pública nunca llega a ese punto en que se entra en controversia con otros. Lo que dicen es irrefutable: hay que ayudar a los drogadictos. Y lo que hacen es incuestionable: es bueno dar soporte a una asociación contra la droga. Es decir, ni dicen nada ni hacen nada; el papel de la mujer en la realeza es la banalidad (qué papelón el de Sofía todos estos años).
Cuando la Iglesia habla de pobreza, igualdad o egoísmo de los poderosos, lo hace sin compromiso, rebosando de estratagemas inmunizadoras. No dicen nada que choque con nadie: ni siquiera los poderosos le quitan la razón a los obispos cuando dicen que deberíamos ser menos egoístas. No compromete a nada darles la razón. Sí hay compromiso en la Iglesia cuando habla de homosexuales, igualdad de la mujer, el aborto, enseñanza concertada o financiación de la Iglesia. Ahí sí entran en controversia y se comprometen.
Llegados a este punto, ¿qué hacemos con Europa y la patria? ¿Queremos más nación o más Europa? Antes de que se nos caliente la boca con una palabra u otra, debemos pensar que a qué se oponen esas palabras, con qué se comprometen. En ciertos discursos, la patria se opone a la convivencia con los inmigrantes. Se quiere más patria porque el compromiso son muros más altos y quitar derechos a los de fuera. El patrioterismo identitario es ensimismado, egoísta y cerrado. La experiencia dice además que a quienes hablan mucho de la patria no sólo les sobran los de fuera, sino también muchos de dentro. Quienes se envuelven en la bandera española (o cualquier otra) no aman a España, sino a una especie de España quintaesenciada a la que sólo pertenecen los españoles buenos. Recordemos, sólo por no despistarnos, que nada menos que 96 escaños del último parlamento eran considerados por la derechona, la derechina y las tripas bajas del PSOE como ajenos a España y la democracia; 96. Así dicho apetece más Europa y menos patria. Al menos el que escribe, prefiere integración, tolerancia y solidaridad humana. Apetece más Europa, porque Europa diluye esa emoción nacional que hace de la patria un pedrusco cerrado.
Pero la nación también es otra cosa. En la películas del Oeste vimos muchas veces al poderoso al que le estorba ese engorro de papeles que dicen que las tierras que él quiere no son suyas y se quiere liar a tiros con los pequeños propietarios. En el liberalismo desbocado que estamos viviendo las grandes empresas no quieren límites. Los estados, las naciones, son el engorro. En cada país hay un sistema legal que regula la convivencia garantizando que el aire sea respirable para todos (más o menos). Las grandes multinacionales se encuentran con los estados y sus dichosas leyes y prohibiciones como los caciques del oeste se encontraban con aquellas casuchas llenas de cacerolas. Le pasó a Adelson cuando quiso que su Eurovegas tuviera en suelo español sus propias leyes. Aunque la expresión más descarnada sea el TTIP, arrecian las iniciativas y presiones para dar poder y capacidad de pleito a las empresas contra los estados. Desde este punto de vista, la invocación a la soberanía nacional se opone a la intemperie liberal. La nación es el ámbito en el que hay estado de derecho y derechos básicos. El desmantelamiento de las naciones no se hace en nombre de la hermandad universal sin fronteras; lo que se desmantelan son los espacios en los que caben derechos y protección social.
La Europa actual no está actuando como una estructura superior de convivencia y derecho. Aparte de su debilidad democrática y del gigantesco parasitismo que hay en sus instituciones, está debilitando la estructura nacional de sus miembros, pero para convertirse en un espacio desregulado donde las grandes multinacionales y las grandes fortunas tienen cada vez más posibilidades de abuso. Más soberanía supone hoy también compromiso con más servicios públicos, más derechos y más igualdad.
Para apoyar discursos europeístas o patriotas, no olvidemos lo fundamental: lo que dice cada discurso lo marca aquello a lo que se enfrenta ese discurso. El nacionalismo británico que logró el Brexit se enfrenta a la libre circulación de personas y al reconocimiento de derechos a los extranjeros. Quien quiso patria en el Reino Unido quiso cerrar y excluir y quien quiso Europa quiso integrar. Pero las encuestas dicen que si hoy se repitiera en España aquel referéndum para unificar políticamente Europa con una constitución, puede que el resultado fuera negativo. Es decir, que, a diferencia de 2005, la gente votaría patria y no Europa. Pero aquí, en contraste con el Reino Unido, ahora mismo a lo que se opone la idea de Europa es a la regulación laboral, a los servicios públicos y a la protección social. No hay ni una sola medida social que pueda hacer sufrir a la población (bajar pensiones, imponer pagos en sanidad, privatizar la educación, bajar la dependencia, …) que no fuera a ser saludada por Europa como valiente, enérgica y bien encaminada. La idea de soberanía y patria también combate la barbarie ultraliberal.

Por eso debemos cuidarnos de abrazar como una opción estable la soberanía nacional o el europeísmo. Debemos dejar que bailoteen en nuestra cabeza el europeísmo y la pulsión nacional, porque es distinto a qué nos oponemos, y por tanto con qué nos comprometemos, en según qué sitios y en qué momentos. Si hacemos de Europa o la nación una militancia estable, podemos encontrarnos inesperados compañeros de viaje. Si nos instalamos en la soberanía para frenar la barbarie liberal de las multinacionales, un buen día nos podemos encontrar en manifestación con xenófobos indeseables y patrioteros de garrafón. Si lo nuestro es el europeísmo, para superar prejuicios nacionales, integrar y unir, un día podemos encontrarnos en la mesa del TTIP comiendo con Adelson y las bestias liberales eliminando soberanías nacionales para llevarse con ellas los estados de bienestar y los derechos sociales. En tiempos de confusión, hay que cuidar las certezas con las que nos movemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario