Estos calores tardíos de septiembre parecen la pereza con la que el verano
quisiera acompañarnos a su manera. No sé si el verano se hace el remolón para
irse por pereza del inicio de curso escolar; o de que sea la política la que
siga su curso y empecemos a respirar aires electorales otra vez; o de que el
curso que siga la política sea el de seguir viendo a Rajoy en lo alto
chapoteando en escándalos y suciedades y dejando la imagen exterior de España a
la altura (cosas del idioma, en realidad no a la altura sino a la bajeza) de José
Manuel Soria, después de haber pretendido dejar al Parlamento a la bajeza de
Jorge Fernández. Si el verano fuera un ente con voluntad y capacidad de
desvelo, como una de esas vírgenes a las que pone medallas el tal Jorge
Fernández, en su bajeza, no podríamos reprocharle su pereza. Ante un ovillo de
cables enredados, todo el mundo tiene un primer momento contemplativo en que su
diligencia flaquea. Y el aspecto con el que el país llega al otoño es como para
permitirse un momento de inacción en jarras resoplando ante el ovillo.
No encontraremos explicación al enredo más que en el PP, por ser el partido
más votado, y en el PSOE, por ser el partido necesario para formar mayorías. A muchos les parece que Rivera es
dialogante y a otros nos parece cizañero, pero es hora de decir que es
irrelevante que sea una cosa u otra. Pablo Iglesias tuvo errores sonoros y, a
la vez, fue de los pocos que cedió explícitamente algo de su programa, pero de
poco hubiera valido mejor estilo o más cesiones. Se puede pensar con razón que
el independentismo desafiante y ensimismado de los nacionalistas es parte del
problema. Y lo es, pero tampoco explica estas aguas estancadas ya poco
saludables. Lo que ocurre ocurre por lo que pasa en el PP y en el PSOE.
Una situación en la que el partido más votado tiene casi tanta actividad
delictiva organizada como política es una situación de desenlace complicado ya desde
el punto de partida. El desparpajo con el que manifiesta su intención de no
modificar su conducta política ni moral hace difícil reconducir ese mal punto
de partida a un ambiente más acogedor para el entendimiento. No olvidemos la
paz interior con la que querían colocar a Jorge Fernández, en pleno huracán por
sus trapacerías, al frente del Parlamento justo antes de buscar confianza y
entendimiento. Y retengamos el desenfado con el que, siendo ya una evidencia las
desconfianzas, querían llevar al Banco Mundial al ministro que se había ido por
mentir y defraudar. Toda esta desenvoltura se debe a que la infiltración
política de la administración de justicia alcanza límites de escarnio. Se debe
también a que tomaron Televisión Española como un ente tan de su propiedad como
de su posesión consideraba Fabra aquel aeropuerto sin aviones, cuando le decía
a su nieto si le gustaba el aeropuerto del abuelo. La soltura del PP se explica
también por la creciente entrega de la prensa en papel y su creciente merma de
profesionalidad. Antes había una prensa derechona que se había ganado a pulso
el alias de «Caverna», mientras El País hacía de contrapunto profesional y
civilizado, más que izquierdista. Los dineros los hermanaron ya a todos en la
Caverna y Rajoy no tiene motivos para ocultar la basura. Con el sistema judicial
atrofiado, TVE haciéndole palmas hasta el sonrojo y los periódicos, ya sin
distinción, ofreciendo cada día portadas mellizas y cavernarias, le basta decir
que quiere seguir gobernando porque él lo vale para que el ciudadano sólo oiga
hablar de la irresponsabilidad de Pedro Sánchez. Sin ofrecer ninguna moderación
ni una mínima modificación de conducta, la Caverna clama contra Pedro Sánchez. Cómo
no va a ser difícil formar Gobierno.
El PSOE es un hervidero de presiones. Una parte suya, la que tiene el centro
en Felipe González y linda con Cebrián y la Caverna, la de líderes veteranos
que ahora se reivindican airados, quiere sobre todo sostener lo que muchos
llaman el régimen de la Transición. Aunque les moleste el término, es evidente
que quieren que una parte excesiva de nuestra vida pública sea «orgánica»,
inmune a vaivenes políticos e intocable. Es cierto que todo sistema funciona
sobre la base de principios de funcionamiento permanentes. El problema es que
Felipe González y compañía querrían que aspectos de la política ordinaria que
tocan ciertos intereses estuvieran fuera de lo discutible. Querrían una
alternancia con unos límites estrechos y prefijados, a la manera de la
Restauración. Y querrían que parte del funcionamiento orgánico del Estado
incluyera privilegios, amnesias e impunidades. Por eso, en sintonía con lo que
representa C’s, lo que hacen es tensar hasta el conflicto la pugna con las
fuerzas a las que ven poco cariñosas que esas formas políticas hormigonadas que
ellos pretenden. Estas fuerzas son todas las nacionalistas y Podemos (con o sin
Unidos o Mareas varias) y presionarán siempre a favor de la cohesión de lo que
queda dentro de su peculiar restauración, contra lo que ellos sitúan fuera de
España y el sistema. Le dirán a Pedro Sánchez que mejor están con ladrones de
casa que con esa gente de ahí fuera.
Esta sensibilidad encaja bien con una furia anti – Podemos que prendió en
el alma del PSOE por razones variadas. Algunos son contrarios a los morados por
razones francas, porque los ven irresponsables, aniñados y faltones, o porque
desconfían sin más. En otros casos se trata de boquitas hambrientas piando,
temerosas de perder posiciones ventajosas en el pesebre, en parte porque
Podemos debilita al PSOE y en parte porque llega precisamente con un programa
muy firme contra esas canonjías. En todo caso, hay en el cuerpo del PSOE un
recelo hacia Podemos que, sin ser lo mismo, puede encajar con la oposición
mucho más interesada que viene de González y su oscuro mundo. También encajan
los que empiezan a acusar la presión, como puede ser el caso de Fernández Vara
y sus propuestas cobardonas. Otros socialistas, sin embargo, ven en la relación
de Podemos lo que una situación más saludable debería ver: un campo para
trabajar, para fracasar, para acertar y para arriesgar como cualquier otro. El
peso mediático contra Podemos y el poder de los santones más beligerantes hace
que estos socialistas hablen, pero no insistan, proclamen pero no griten. Son
los casos obvios de Ximo Puig y García – Page, por ejemplo.
Los más fascinantes son los llamados barones, Susana Díaz y nuestro Javier
Fernández. Juntan dos actitudes que, dadas en los mismos individuos, son eso,
fascinantes. Por un lado, no son como Ximo y Page. Estos gritan, enarbolan y
pontifican. Por otro lado, suman tantas negativas que, sencillamente, no dejan
camino que tomar. No quieren pactos con el PP, vociferan contra cualquier
entendimiento con Podemos y claman contra unas terceras elecciones, tan
perjudiciales e inoportunas. Lo bonito es que lo digan todo con contundencia y
convencimiento vehemente. No es de extrañar que el efecto de tanta presión y
tan discordante sean estos intentos extravagantes de Pedro Sánchez. Primero fue
pedir a Podemos apoyo para un pacto al que no habían sido invitados y que no
podían tocar y para un Gobierno del que estaban excluidos; así llegó a querer
ser Presidente con 130 votos favorables. Ahora es un acuerdo con Podemos y C’s.
C’s proclama que uno de sus objetivos es impedir el paso de Podemos al poder.
Podemos dice que no pueden ir a ninguna parte con la hipoteca naranja.
Cualquier observador perezoso puede ver que son ciertas las dos cosas. Pero así
de excéntricos son los caminos que le dejan a Pedro Sánchez los consejos,
presiones y patadas de un PSOE invertebrado al que no se le ve más forma que la
que le dan las instituciones, es decir, el poder.
Iglesias de momento falló en su asalto a la centralidad. De momento, donde
se cuece el asunto es un PP tóxico que no puede ni quiere cambiar y en un PSOE
retorcido queriendo correr en todas direcciones y en ninguna. Diga lo que diga
la Caverna, los dos partidos mayores son el tapón del desagüe.
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