«Te duelen mis riñones / y yo tengo fríos tus pies / […] Tú tienes cicatrices
/ allí donde yo tuve herida». Cantados por Georges Moustaki, desde luego, estos
versos son de amor. Probemos con nuestras propias palabras y nuestra propia
voz. Se arrepienten y avergüenzan de la inmundicia y ofensa del PP quienes no
lo votan. Donde dejan cicatrices y desgaste las mentiras y deshonra del PP es
en los demás partidos: parece que sin la música y acentos de Moustaki esto no
suena a amor. Igual que todo el mundo cada primero de enero se empeña en
imaginar que el tabaco, la obesidad y la ignorancia del inglés quedaron atrás y
que el nuevo año entra limpio de viejas limitaciones, así puede parecer que varios
millones de españoles se empeñan en creer que cada infamia del PP es pasada y
es la última, que la suciedad queda atrás como un mal traspié. Curiosamente los
que se hartan de la política y los políticos son los que no votaron a los
delincuentes. Los que se convencen de que nada ni nadie va a cambiar esto son
los que no votan al PP. Sorprendentemente, Bárcenas o Rita Barberá acaban
siendo un molde en el que los que no votan al PP acaban viendo la forma de
aquellos a los que sí votaron. Cuanto más sepamos de Rita o Jaume Matas, más
indicios de ser igual que ellos verán los votantes de Unidos Podemos en los
líderes a los que apoyaron o más sonoro será el carpetazo al PSOE que tantos
antiguos votantes le dieron. Los que votaron al PP, sin embargo, de lo que se
hartan es del ruido y la furia, quieren tranquilidad. Y, conocedores de su
clientela, los dirigentes del PP, con toda su TVE y toda la prensa en papel
para repetir el mensaje con todas sus variantes y acentos, lo que pregonan es
mirar hacia delante y hacia lo que importa, siembran el miedo al ruido y la
furia y se sientan a esperar tranquilamente que sus rivales hagan ruido y
aúllen furia.
El PP nunca se pareció más a España que cuando una abatida Rita Barberá
dijo aquello de «¡qué hostia!», mientras sentía con razón que su existencia se
tambaleaba. Rascada por los votantes la costra del poder, lo que había debajo
era todo b, todo impronunciable, todo ilegal. Qué hostia para un país con más
deuda que producción que se le ponga ante sus ojos cómo lo saquearon en
Valencia, cómo le robaba Pujol, qué impunidad sentían en Andalucía los señores
de los EREs que ni precauciones tomaban, qué desenfreno en el pillaje de Madrid
y tantos otros. Quizá la primera hostia que sacudió y despertó al país fue
aquella rotura de cadera en Botswana que hizo caer de culo al Rey, a la familia
real, a la Monarquía y al relato entero de la Transición y convirtió el cuadro
de Antonio López en un sarcasmo. Y qué hostia comprobar que, donde más
organizado y persistente fue el delito (Valencia, Madrid, Andalucía, …) más
firme es el apoyo al partido delincuente de turno, en lo que parece una
estructura caciquil en blanco y negro.
Es difícil saber cuál es la salida a todo esto, pero es fácil cuáles han de
ser algunos ingredientes. Uno esencial es la firmeza y radicalidad en los
mínimos que definen las buenas prácticas en política. No se puede poner en el
Gobierno, por ningún pragmatismo, a un partido culpable de graves delitos
continuados que da señales inequívocas de no ceder nada en sus prácticas.
Separaron a Soria del Banco Mundial y a Rita del partido como el juglar decía
que el Cid se separaba de su mujer e hijas: como la uña se separa de la carne, a
la fuerza y a regañadientes. La insistencia de la prensa en papel en que el
PSOE «deje gobernar» al PP se explica por su ideología, por sus intereses y
sobre todo por las deudas y deudores de esa prensa. El batiburrillo interno del
PSOE, esas voces desafinadas que llegan desde la tierra y crianza de los EREs
diciendo quién y con cuánto hay que gobernar, o ese ataque de defensa a la
libertad de expresión de todo el que pida que gobierne el PP, esa barahúnda y
estrépito de presiones y dimes y diretes de líderes de ayer y hoy, todo ese
follón sólo es efecto de la historia de estas últimas décadas del PSOE. De
tanto pragmatismo y tanto gato que cace ratones, sea blanco o negro, el PSOE
fue en todas direcciones, en lo ideológico, en lo territorial y en lo moral.
Hoy es una masa sin forma y muy necesitada de tomarla, como toman forma las
cosas: tallando y asumiendo que quedarán virutas fuera.
El PSOE y Podemos se convencieron a fuego de que el otro estaba a punto de
desaparecer. El PSOE cree que Podemos es un suflé que se deshinchará en
cualquier momento y no entiende que no puede llegar a ninguna parte sin él.
Podemos cree que de forma automática y natural el PSOE seguirá el curso del
PASOK, porque ese el curso natural de la historia. Hoy por hoy, Podemos tampoco
puede llegar a ninguna parte sin el PSOE. El PSOE quiere abrazarse a C’s porque
es el espacio que le deja la presión mediática y los intereses de algún viejo
líder. Pero toda la firmeza de C’s es hacia el nacionalismo y Podemos. Quieren
limpieza, pero ahí son pragmáticos u obligados: tienen que aguantar al PP
aunque se desboque. C’s fue el cortafuegos eficaz de Podemos que auparon
ciertos medios de comunicación, cuando Podemos asustaba en las encuestas y
crecía líquido rodeando a los demás partidos y entrando por sus fisuras. C’s fue
el dique que lo confinó en la izquierda y tuvo mucho que ver en que las
prácticas de los morados tuvieran referencias más reconocibles en la política
convencional. El papel de contener a Podemos lo recuerda siempre que puede Rivera.
El PSOE pierde el tiempo esperando que baje el suflé o buscando un hilo entre
Podemos y quien tiene su razón de ser y su apoyo vertical en parar a Podemos. Y
que el PSOE colabore con tabuizar a los nacionalistas no hace más que alimentar
ese miedo al ruido y la furia que hace impenetrable al PP y que le arranca a él
jirones de votos en cada elección.
No hay más volantazo posible que el que se dio en Madrid, Valencia u
Oviedo. Es poco probable que Pedro Sánchez pueda formar gobierno, aunque no
imposible. Lo que sí puede hacer es que las piezas del tablero lleguen
colocadas de otra manera en caso de nuevas elecciones. Que fracase un intento
de gobierno de izquierdas tendría mucho valor en el supuesto de elecciones y en
el supuesto de que el PP se entienda con el PNV y gobierne. Y tendría mucho
valor para lo fundamental: para que Rita, Griñán y demás cofradías tengan
motivos cada día para exclamar abatidos «¡qué hostia!», pero que dejen de
parecerse a España cuando lo digan.
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