sábado, 3 de septiembre de 2016

Pedro, sé fuerte

Zapatero había dicho en su día, con notable agudeza, que el PSOE ganaría porque es el partido que más se parece a España. En estos meses Rajoy no consiguió que el PP se pareciera a España, pero sí que España se parezca a él. El país bosteza. Las fases de la modorra se perciben muy bien cuando uno cae en el sopor leyendo: hay que releer varias veces la misma frase porque la memoria desfallece y cada línea parece caída de algún limbo ajeno, nos vemos juntando palabras leídas con otras no leídas venidas de no se sabe dónde y nuestro pensamiento se descompone en hilos transeúntes de recuerdos inconexos e ideas erráticas sin relación con las líneas que aún creemos estar leyendo. El país presenta los síntomas de la modorra de verano de después de una comida pesada con tinto y gaseosa, de las que dejan ese sudor grueso pegajoso que no arroya. La memoria languidece y empezamos a mezclar la ley mordaza, los recortes inmisericordes y la protección mafiosa a los ladrones con el morreo de Pablo Iglesias y Domènec, Pedro Sánchez llamando indecente a Rajoy, Iglesias llamándolo estupendo y Rivera volviendo contento de Venezuela porque una voz perdida lo había llamado hombre de estado. Con estos plomizos amagos de negociación, la gente ya no sabe qué hechos son los que sanciona con su voto. El aburrimiento siempre llega con una neblina fina de amnesia.
Con la memoria y el rumbo extraviados, parece que los principios se enredan de la manera en que se enredan las ideas en la flojera. Los desvaríos que se vienen atropellando para hacer a Pedro Sánchez responsable de unas terceras elecciones sólo se explican como efecto de esa inconsistencia de la modorra. El Gobierno de Rajoy llevó el contraste que pueda darse entre el PP y el resto del mundo, PSOE incluido, al punto más irreconciliable. Simplemente fue un gobierno extremista, ensimismado y deshonesto. Sólo la amenaza de Podemos aturdió al PSOE como una bofetada que le hiciera mirar para un lado y para otro, pero su trayectoria parlamentaria en esta legislatura no tiene más desenlace lógico que el rechazo a Rajoy. Este es el punto de partida obvio. La lógica de las negociaciones dicta que sea el partido más votado el que deba buscar apoyos porque es el que tiene la responsabilidad de conseguir una mayoría. Como el concurso del PSOE es necesario, parecería lógico que Rajoy buscase su apoyo como se buscan los apoyos: ofreciendo cesiones, rectificando, aceptando propuestas. Rajoy sin embargo cree que la carga de la prueba la tiene Sánchez y que es él el que tiene que explicar por qué no le gusta su investidura. Y hace la broma a la nación de provocar que la fecha de unas posibles elecciones sea el día de Navidad. Para que no falte nada, suelta su bocaza el xenófobo e imbécil irrecuperable de Albiol balbuciendo entre risotadas lo de a ver si se atreve Sánchez a hacernos ir a votar en Navidad. Una negociación de altura.
El frente interesado en esta presión tiene manifestaciones múltiples, no sólo parlamentarias. Algunos editoriales, queriendo disimular sus intereses en esa baba de la responsabilidad de Estado almibarada con la condescendencia al soldado Sánchez, aleccionan que es honesto y necesario que a Pedro Sánchez no le guste el PP, pero que el pueblo ya expresó lo que piensa de sus ideas y de las del PP y que le debe dejar gobernar. Como digo, será por la canícula, pero parece que olvidan que nuestro sistema es proporcional y tenemos buenas razones para que así sea. Aquí el que gana no se lleva todos los escaños, sino sólo los que corresponden al apoyo que tienen. Y los que tienen menos apoyo, tienen menos escaños. Pero la base del sistema proporcional es precisamente que ese que tiene menos escaños haga oír sus ideas en el Parlamento y sea consecuente con ellas. Lo que se le sugiere a Sánchez es que corrija el sistema y se porte como si fuera un sistema mayoritario y no proporcional: si el otro tiene más escaños, las que valen son sus ideas y Sánchez debe sumar sus escaños al vencedor, que para eso perdió. La monda.
Sin embargo, las evidencias son firmes: Rajoy no puede ser investido porque la mayoría del país está en su contra y por eso hay una mayoría parlamentaria en su contra. Y no puede corregir este punto de partida, porque no le da la real gana rectificar y aceptar algo de los demás. Sólo le echa el órdago de Navidad expresado por el más tonto de los suyos. Es evidente que Rajoy es un problema para conseguir apoyos, pero este curioso frente político y mediático insinúa todos los días que es Pedro Sánchez el que debería ser sustituido. Rajoy, según parece, dirigiendo el partido más votado y sin mayoría, tiene derecho a hacer lo que mejor hace: nada. Es evidente que unas terceras elecciones podrían fortalecer la posición del PP, pero no se trata de quién gana o pierde, sino de que la democracia funcione como debe. Si se fortalece el PP porque lo vota más gente, el juego es correcto. Lo que daña el juego democrático es que un partido tenga que abandonar las posiciones que representa, por las que fue elegido y que el sistema proporcional le da derecho a mantener, porque un frente de intereses le presione para que ceda su representación al partido mayoritario.
Sin embargo, en algo tienen razón los editorialistas que lo atosigan. Entendidas las razones del no, debe dar pistas de qué es lo que quiere. El PP no tiene que nada que cambiar, pero el PSOE y Podemos sí deben interiorizar algunas evidencias: 1. En España sólo hay ahora un partido con tamaño para gobernar: el PP; sólo puede gobernar el PP o una coalición. 2. No hay mayoría posible que excluya a la vez al PP y a Podemos. 3. El PSOE no puede gobernar sin entendimiento con Podemos; en cualquier combinación con el PP, el PSOE sería el chico de los recados. 4. Podemos no puede llegar a posiciones de poder, como fuerza mayor o como fuerza menor, sin el PSOE. 5. Todas las opciones tensan internamente al PSOE: entenderse con el PP, entenderse con Podemos y no entenderse con nadie. 6. Mientras el PP no tenga mayoría y PSOE y Podemos no se entiendan, la situación seguirá bloqueada. Todo esto apunta a algunas conclusiones lógicas: 1. Nunca habrá alternativa al PP sin pacto entre PSOE y Podemos. 2. Aquellos del PSOE que crean imposible un pacto con Podemos (porque son populistas, porque están muy enfadados, porque no los soportan o porque por las noches sueñan con pinzas) deberían pensar en jubilarse o hacer con Cebrián, González y Rivera un partido de centro (no es ironía). 3. Aquellos de Podemos que sinceramente crean que el cielo sólo se consigue por asalto o no es cielo, deberían pensar en jubilarse o en fundar otro partido de más fundamento (no es ironía).

Como digo, todas las posibilidades crean crisis en el PSOE. El dirigente de turno sólo tiene que elegir qué crisis quiere. Y todas las posibilidades amenazan la supervivencia del PSOE. Podemos tiene más margen para recorridos largos. Al PSOE, sin identidad reconocible, sólo lo sostiene el poder. La intimidad con Podemos sería una amenaza evidente que pondría a prueba su capacidad de discurso propio, pero sólo es un riesgo. Hay otras dos posibilidades en las que el daño sería seguro. Por un lado, la genuflexión ante el PP que se le está exigiendo lo haría ya irreconocible como espacio electoral. Por otro lado, que el PP crezca hasta que el PSOE ya no sea matemáticamente necesario para formar una mayoría sería el primer paso para la irrelevancia. Rajoy y Rivera no se pueden ver, pero no confunden sus prioridades. Lo dijo el Presidente: creo que vamos a llevarnos bien, porque no nos queda otra. La izquierda no necesita que Podemos y PSOE se caigan bien. La izquierda y seguramente el país necesita sólo que se lleven bien porque no les queda otra. Esto es política, en el buen sentido.

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