Seguramente la consecuencia más aburrida de la aparición de Podemos fue la
cantidad de lecciones de historia no solicitadas que tuvimos que padecer. Los
críticos podrían haberse conformado con decir que sus propuestas eran necias o sus
líderes vacíos. Pero no les bastaba y quisieron ilustrarnos con perspectiva
histórica hablando de Hitler, el fascismo, Perón y Corea del Norte, y combinando
pretenciosidad y simpleza en una pasta realmente soporífera. Era inevitable que
la victoria de Trump llegara con otra morralla de vaciedades sobre historia
contemporánea y que el establishment
nos explicara por qué necesitamos tanto al establishment
y qué peligroso es el populismo. A pesar de la sarta de artículos (con alguna
honrosa excepción) que intentan aclararnos qué es eso del populismo, es
evidente que la palabra circula vacía de contenido y con pura intención de
propaganda, en lo que la propaganda se parece a la charlatanería de feria y
ruido de tómbola. Porque a eso suena la memez de asociar a Trump con Podemos. Precisamente
cuando más falta hace la serenidad y el análisis más levantan la voz los que
menos tienen que decir.
Y hace falta claridad porque el momento es complicado en el mundo y en
España. Algunos llevan tanto tiempo haciendo de EEUU un catecismo que no dejan
de decirnos que el sistema americano, de tan sólido, es inmune a cualquier
forma de totalitarismo, que es cosa de europeos poco viajados tanta alarma, que
el santuario de la democracia y sus habitantes siguen firmes en sus valores,
que Trump no es para tanto. A lo mejor son ellos los que tendrían que viajar
más a menudo. Hillary Clinton dice que pensó en no salir más de casa. Los
americanos están tensos e incrédulos. Las autoridades de algunas universidades
mandaron correos a los profesores pidiéndoles calma y respeto y pusieron a su
disposición «consejeros», ayuda psicológica para adaptarse a situaciones
adversas y súbitas. Hay colegios que mandaron correos a los padres diciéndoles
cómo tienen que explicar a los niños lo que ocurre, porque los pequeños perciben
que está pasando algo grave y empiezan a decirse chismes sobre si los
compañeros de tal o cual etnia podrán seguir estudiando con ellos. No importa
lo que tenga esto de exagerado o de «americano». El país no está en calma. Las
grandes empresas tecnológicas ya cancelaron pedidos de peso por precaución. Sí
está ocurriendo algo confuso en EEUU y los americanos no ven tan clara la
fortaleza de su sistema. En España el Gobierno mintió sobre la recuperación,
porque vendrán más recortes, la deuda crece y el paro sólo se contiene con
subempleos. Diga lo que diga el Rey, ni la economía ni la corrupción están bajo
control. Por eso sobran los gritos de tómbola.
El discurso público se está llenando de esa palabra, «populismo», para
hacer un racimo con Trump, Le Pen, Podemos y todo lo que convenga, por lo que
quizá no esté de más recordar aclarar algunas cosas. Cuando populismo significa
algo, se refiere básicamente a dos cosas que suelen ir juntas: a la entrada en
política de gente y maneras que normalmente están fuera de la política; y a
establecer para los problemas diagnósticos y soluciones simples que encajan bien
con el estado emocional de la población. El populismo tiene éxito cuando la
población está frustrada, asustada, enfadada o en algún estado emocional
negativo y marcado. El populismo no es algo que esté en tal o cual partido, es
un aspecto del estilo de determinados líderes o partidos que se mezcla en
distintas dosis con otros aspectos de estilo. Algo de populismo hubo en el
nacimiento del Foro en Asturias. Cascos, aunque era un veterano de la política,
vino como desde fuera, como harto de donde había estado, y apeló a gentes de
fuera de la política con recetas simples: con honestidad, trabajo y firmeza
Asturias sería Finlandia enseguida. Pero no estaría bien descrito el Foro
diciendo que fue una fuerza populista. El Foro fue sobre todo un partido
conservador y asturianista y secundariamente tenía sabor populista. Esperanza
Aguirre siempre fue populista, siempre dio mensaje simples, tipo Tea Party, y siempre como si viniera de
fuera, como si fuera rebelde en el PP y recién llegada en la política y a punto
de marchar con un portazo.
Debemos recordar que, así como la simpleza es un atributo de la necedad, la
simplicidad es un atributo del buen juicio. La simpleza no soluciona los
problemas porque nos convence de que las soluciones han de ser simples. La
simplicidad, sin embargo, es condición necesaria para solucionar los problemas
porque es lo que se necesita para dar los primeros pasos y que esos primeros
pasos vayan bien encaminados. El primer movimiento para desenredar una madeja
de cables ha de ser necesariamente un movimiento sencillo. El primer paso para
resolver una ecuación complicada es resolver alguna variable fácil. Para
avanzar con el cubo de Rubik se empieza con alineamientos fáciles de ver. De
hecho, el mantener complicadas las cosas es la mejor forma de no hacer nunca
nada. Cuando decimos que algo es muy complicado, es que no tenemos la menor
intención de abordarlo. Decir, por ejemplo, que los políticos forman una casta oligárquica
y que hay que echarlos es una simpleza populista si pretendemos que en eso
consiste el cambio y la solución de los problemas. Pero no lo es si decimos que
la eliminación de las prácticas oligárquicas es el punto de arranque para el
cambio y la solución de los problemas. La corrupción no puede dejar de ser
estructural si los organismos que se encargan de controlar las cuentas están en
manos de militantes a las órdenes de los partidos, que son las entidades propensas
a la corrupción si no tienen control; la Fiscalía General del Estado no puede
ser independiente si el Gobierno puede destituir al Fiscal con la misma facilidad
con que lo nombra; es lógico que las Cajas de Ahorro oscilaran entre la
incompetencia y el clientelismo si los órganos de dirección eran juguetes de
los partidos, que no son organizaciones pensadas para la gestión bancaria; y es
esperable que los diputados sean marionetas si las listas no son abiertas para
que den la cara ante sus electores, y no ante el aparto de su partido. Eso son
las prácticas oligárquicas y la regeneración que las eliminaría no es la
solución única a ningún problema, pero sí el primer paso y todas las soluciones
empiezan en ese primer paso que es mejorar las herramientas de gestión y
gobierno. Esto es sencillo, pero no una simpleza populista. Es la simplicidad
necesaria para saber por dónde empezar a desenredar la madeja y no quedarnos en
jarras diciendo que todo es muy complicado.
Lo que es una simpleza populista es decir que, como todo populismo critica
al poder, aquel que critique a las élites políticas es populista y se parece a
Trump. Lo que es una simpleza de necio es la clasificación simplona que hace
Rivera entre políticas «abiertas» y «cerradas», como si no hubiera más
posibilidades que elegir entre el liberalismo salvaje que pone los intereses de
las empresas por encima de las leyes de los estados y el ensimismamiento
nacionalista predicado por Trump, o incluso la cerrazón autárquica de Corea del
Norte. O es un ignorante que realmente es incapaz de ver que para tener
mercados abiertos no hace falta que venga el señor de Eurovegas imponiendo que
en sus recintos no rige la constitución, o es un demagogo mentiroso que no duda
en mezclar churras con merinas si se trata de agraviar a Podemos o poner a
Rajoy en el gobierno. Simpleza populista es el ideario proclamado por Esperanza
Aguirre: patria, cristianismo y toros. Y sin duda en el discurso de Podemos hay
disueltos muchos materiales populistas y simplones: Xixón Sí Puede, por
ejemplo, sigue diciendo que hizo lo que quiso «la gente» y que habían hecho
historia. No es el populismo lo que trae Trump ni lo que amenaza a España o
Europa. Eso es sólo el sabor de sus maneras. Es el racismo, la xenofobia, el
machismo, la mentira, la desigualdad y la corrupción ostentosa. Y toda esa
morralla no entra porque haya populistas. Entra porque hay corruptos y castas
oligárquicas.
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