Hace años, uno de aquellos humoristas de cucharón que desfilaban por la
tele en blanco y negro decía haber pintado un cuadro bíblico que representaba
la huida de los israelitas perseguidos por los egipcios. Su cuadro estaba en
blanco. Decía que era el momento en que Dios ya había retirado las aguas del
mar Rojo y todavía no habían llegado los israelitas. El cuadro de aquel
gracioso podría representar el actual momento de la izquierda: la izquierda es
ahora un espacio del que una cosa se retiró y otra cosa todavía no llegó.
El momento del PSOE es el de su apoyo a la investidura de Rajoy y Pedro
Sánchez como una acidez de estómago. Se suele decir de la gente no muy
avispada, y tal es el caso de Sánchez, que tiene talento para lo obvio. Pero
cuando su entorno es incapaz de distinguir lo evidente, el talento para lo
obvio es ciertamente un talento. Y Sánchez ve claras tres obviedades: 1. el
PSOE se diluirá si no es percibido como una herramienta contra la política del
PP; 2. el PSOE no llegará a ninguna parte si no encuentra manera de entenderse
con Podemos; 3. los políticos nacionalistas son como los demás, si tienen que
elegir entre no ganar nada y ganar algo, eligen ganar algo. Hablar con ellos no
es dar pasos hacia la secesión.
Tales evidencias son ahora mismo anatemas en el PSOE y por eso sucedieron aquellas
delirantes escenas para echar a patadas a Pedro Sánchez. La escenografía para
poner a Rajoy en el poder queriendo parecer socialistas de raza fue indefensa y
ridícula. Cuando parecía que la idiotez no daba más de sí, Adriana Lastra y
González de Veracruz, izquierdistas irreductibles, nos deleitaron absteniéndose
“por imperativo”. Me las imagino en la cervecería después perorando a los
amigos progres con el dedo índice apuntando al techo y enfatizando que se
habían abstenido p-o-r i-m-p-e-r-a-t-i-vo. Pero, tonterías aparte, en el PSOE
se llegó a la abstención por un cóctel de razones diferentes. Los distintos
actores, Felipe González y Cebrián, Susana Díaz, los barones, los “veteranos” y
la gestora tenían razones dominantes distintas para forzar la abstención. Que
todas las razones fueran armónicas entre sí no significa que no fueran
distintas.
La prioridad de Felipe González y Cebrián es que Podemos no ande cerca los
materiales clasificados. Pujol ya dejó claro que si él cae caen todos. Los
morados no deben saber los secretos que Pujol sabe. A González y Cebrián no les
importa que gobierne Rajoy ni que hubiera terceras elecciones, pero sí que
Sánchez acercara a Podemos al poder y sus secretos. Susana Díaz simplemente es
una maniobrera sin escrúpulos ni ideas que quiere la secretaría del partido.
Los veteranos (Ibarra, Pepiño, Corcuera, …) tienen un problema generacional y
cultural y sólo son capaces de pensar con los materiales que sean repetición de
los materiales que había en su época, y les rechinan en las neuronas materiales
distintos como rechina la arena en el mecanismo de un reloj. Son fósiles
políticos y su chirrido cerebral es el de la chochez. Los barones son esos
segundones que estiran el pescuezo tratando de ver sólo cuál es la cola buena y
qué hay que votar para no quedar fuera. Y la gestora tiene una motivación más
política: la abstención sería simplemente táctica. Con ella el PSOE retiene sus
85 escaños y con nuevas elecciones perdería la mayoría de ellos.
Mala táctica. Nadie en el PSOE es mejor estratega que Rajoy. Él sabe que
una mayoría más amplia no es una posibilidad que tenga ahora y vaya a
desaparecer más tarde. Unas nuevas elecciones le darían la mayoría en cualquier
momento y puede administrar ese recurso cuando quiera. A C’s y PSOE los
destrozaría una nueva convocatoria electoral. Es como si Rajoy tuviera un botón
que pudiera pulsar cuando se pusieran necios. El problema de esta abstención
táctica es que con ella el PSOE en parte nos engaña y en parte se engaña. Nos
engaña porque su coincidencia con el PP es mayor de lo que quiere aparentar.
Detrás del no en primera votación y de tanta abstención «por imperativo» hay concordancias
con el PP que se revelarán enseguida. Pero en parte se engaña creyendo que
tiene más autonomía como oposición de la que tiene. Rajoy ya los puso en su
sitio en la segunda sesión. Ahí les dijo que no va a cambiar, que no se
derogarán leyes y que no le vale la abstención, y lo dijo todo con el dedo
puesto en el botón de nuevas elecciones. Con la composición del Gobierno, Rajoy
deja claro que no le llevó ni un segundo pensar en el apoyo del PSOE.
Rajoy no actúa así para ahorrarnos unas terceras elecciones, sino porque
así hace más daño al PSOE. Gobierna con la misma libertad que si tuviera más
diputados, pero destrozará al PSOE arrastrándolo enganchado a sus políticas. El
PSOE asistirá impotente al ninguneo del gobierno que él asentó y hará el triste
servicio añadido de que se perciba a Podemos como radical. El PSOE es emocionalmente
más sensible por su izquierda que por su derecha. Rufián no fue más insultante
con el PSOE que el PP. ¿Recuerdan que el PSOE «humillaba» a las víctimas de
ETA? Y fue más injurioso el desdén humillante al que Rajoy sometió al infeliz
Hernando. Pero el cabreo fue con Rufián porque las heridas por la izquierda
sangran más. Los veremos más veces iracundos con Podemos que con el PP. En el
amor y en la política el autoengaño lleva a la infelicidad. El PSOE de
diciembre era la mitad que el PSOE que podía gobernar y el de ahora mucho menos
que el de diciembre haga lo que haga. La única baza que le queda es que la
gente quiere que haya PSOE, que la escena política sin PSOE es desasosegante. Se
hubiera administrado mejor esa nostalgia con el honrado no a Rajoy que con las
tácticas dinamiteras que siguen madurando.
Lo que pueda ser el PSOE no llegó y Podemos tampoco. Podemos tiene también
problemas tácticos. En primer lugar, tiene que desplegarse en propuestas
legislativas y técnicas como un partido capaz y a la vez llevar la frescura de
la calle al Parlamento. Pero una actitud ensordece a la otra y las dos deben
ser audibles. A ello debe aplicarse el aparato de propaganda. En segundo lugar,
nunca crecerán si se les percibe como radicales. El problema táctico es que la
percepción popular del extremismo no tiene que ver con lo que se dice o hace,
sino con el ruido que produce. Por ejemplo, es más radical subirnos el IBI y no
cobrárselo a la Iglesia, que poner IBI a la Iglesia para no subírnoslo a los
demás. Pero esto segundo sería lo que armaría ruido y sería complejo de hacer
porque rompe una inercia vigorosa. El PSOE suele huir de esas complejidades y
tendería a agruparse con la derecha y a justificar su posición llamando airadamente
radical y populista a quien le esté obligando a agruparse con la derecha. El
problema es que molestar a los poderosos siempre hace ruido, por lo que no se
les puede incomodar sin ser percibidos como radicales. No hay más que ver lo
que pasa si alguien se mete con Cebrián. Enseguida le llueven columnas
ensalzando el valor de la palabra y el diálogo y denostando el odio y la
sinrazón del ruido colectivo y a lo mejor le cae un editorial tan repleto de
bromas como el del día 2 de El País. Podemos no es un partido extremista, pero
está en su naturaleza la quiebra de inercias y la tensión con grupos de poder.
El periodismo en España está bajo mínimos, está muy debilitado el colchón de
profesionales que median entre los hechos y su divulgación, y sin profesión ni
profesionales el campo está abierto a todo tipo de desmanes y desvergüenzas. La
prensa más influyente hará el ruido que haga falta para que sea radical todo lo
que se enfrente a cualquier cosa.
El PSOE puede ser la referencia para señalar a Podemos como radical y, por
tanto, mantener en blanco ese lienzo de la izquierda donde ni está lo que había
ni llegó lo que puede haber. Dejará de estar en blanco si el PSOE deja de
dinamitar sus restos y si Podemos acierta con su estrategia. Sin izquierda
mordiendo el poder, España será como el cielo de Amanece que no es poco, donde el sol sale por el oeste. Un sindiós.
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