“El dolor, o el recuerdo del
dolor, que en ese barrio era literalmente chupado por algo sin nombre y que se
convertía, tras este proceso, en vacío. […]”. R. Bolaño, 2666.
Si pronunciamos alta y clara la palabra «culo» y la gente oye «témporas»,
es que hay mucho ruido y es imposible distinguir unas palabras de otras. Si
dibujamos un huevo y la gente ve un saco de castañas, es que la lámina debe
estar llena de rayas y de suciedad. La cuestión es que hacer ruido o rayones de
cualquier manera es siempre más rápido y más fácil que componer ideas o hacer
trazos esmerados. Lo normal es que los ruidos y los manchurrones se extravíen
en el éter o en los basureros y lo que queden sean las palabras y las figuras.
Pero no siempre. A veces parece que algo nos encierra y los ruidos reverberan y
se apoderan de la situación, con la consecuencia de que los ruidosos son los
que se hacen oír y los sucios los que se hacen ver. Ya antes del Trump
presidencial estábamos viviendo algo de esto. Una cierta falta de horizontes
nos viene encapsulando desde hace tiempo y nuestra vida pública se fue llenando
de ruido y las palabras y las razones se fueron convirtiendo en chisporroteos
cada vez más dispersos.
La gente que vota a un partido u otro no tiene distinta salud mental, no
hay partidos apoyados por gente normal y partidos apoyados por mutantes. Pero
lo cierto es que el partido al que más vota la gente normal en España hace
cosas de las que la gente normal huye como de la peste. Y el partido que debe
hacerle frente se desgarra para permitir que siga gobernando aquel partido. La
situación es ruidosa y no se ven claras las cosas que son claras. El
desconcierto tiene la consecuencia de que se difuminan las referencias de la
coherencia y no hay afirmación o chascarrillo que no quepa. Javier Fernández,
el gestor de la abstención socialista, él precisamente, dice que es Podemos el
que puso a Rajoy en la Moncloa. Y Rajoy cree que los sms que lo relacionan con
una trama criminal son motivo de chanza con los que exhibir campechanía. Ninguna
memez queda fuera de sitio.
La trágica victoria de Trump succionó el presente y sumió a Europa en una
especie de silencio. Las débiles declaraciones de oficio, previsibles y mecánicas,
son más manifestación de vacío que reacciones. En España tenemos esos males que
en EEUU trajeron al monstruo. La nueva situación exige más claridad. Pero por
supuesto no pueden faltar ruidosos que sigan ensuciando el lienzo y
dificultando un mínimo discernimiento. Le faltó tiempo a Rivera (como dijo
Savater de Gabriel Rufián, lo del apellido es mala suerte; lo malo es la
conducta) para intentar sacar tajada relacionando a Podemos con Trump. Rivera
es un tipo de político corriente en la derecha española muy dado a utilizar lo
que nos es común para intensificar divisiones. En su boca, la constitución, la
unidad nacional o la lucha contra el terrorismo no son consignas de unidad,
sino de separación entre españoles de orden y españoles contra España. Por eso,
sólo puede ver esta nueva amenaza común como un elemento más de división. A
esta zafiedad, bien calificada por Pablo Iglesias como de desvergonzada e ignorante,
se apuntó entusiasta Susana Díaz, con esa actitud casposa que exhibe con
orgullo la vulgaridad y limitaciones propias. Y sólo necesitó dos días El País
para relacionar a Podemos con el nuevo energúmeno y llamar «defensa» a la
lógica repulsa de Iglesias por Trump. Cuanta más claridad se necesita, más
mequetrefes vociferan para que no se pueda distinguir nada. La palabra
«populismo» no significa nada para la mayoría de la gente, pero no por
desconocimiento. En boca de estos tribunos, «populismo» no significa nada. Por
eso esa palabra sirve para que Podemos sea cómplice de las penurias de Grecia,
del desorden de Venezuela, de la locura de Corea del Norte y ahora de la
amenaza de Trump. Deberían ponerse un límite a las sandeces que pueden llegar a
decir. El problema de este ruido malintencionado e ignorante no es lo que tenga
de justo o injusto con Podemos. El problema es que hay que trivializar hasta el
esperpento la gravedad de lo que dice y pretende Trump sobre razas, mujeres,
clima o política internacional para poder relacionar a Podemos con ellas. Es
una triste falta de compostura.
Todos los análisis y todas las razones de cómo pudo pasar convergen en una:
el sistema está débil. Es como coger frío y preguntarse por qué cogemos un
catarro. Los gérmenes, el mal, siempre acechan. Al coger frío baja la actividad
de lo que nos protege y el mal entra. El mal siempre acecha y el sistema
enferma de Trump porque está débil. Decía antes que España tiene esa misma
debilidad, porque es una debilidad del sistema. Tres cosas nos debilitan.
La primera es la corrupción de las élites. Hillary Clinton estaba muy lejos
de ser una referencia de honestidad y nadie creía que fuera a limpiar de
impurezas el sistema. Digamos ya de una vez que poner al frente del sistema a
Clinton o a Rajoy es como ponerse en una corriente de aire, es exponerse a
coger cualquier cosa. No se puede permitir por ningún pragmatismo esa
acumulación de complicidades, clientelismo y delitos. Y es una particular
desvergüenza que los políticos o no políticos que censuren la devaluación moral
de los gestores públicos sean después señalados como causantes de las
consecuencias de esa devaluación. El Partido Demócrata puso en riesgo el
sistema tolerando en Clinton lo que la población no toleraba. Y, crean lo que
crean, España está a la intemperie con un gobierno tan cargado de culpas,
inmoralidad y hasta delitos como el que tiene.
La segunda es el hundimiento de la clase media. La clase media era muy
larga, empezaba en sueldos muy humildes y terminaba en niveles de vida
altísimos, sin ser aún millonarios. La clase media es la depositaria del
bienestar, es decir, de ese estado en el que hay que gastar poco en las cosas
más importantes de las que no se puede prescindir. El bienestar consiste en
disponer de recursos para ocio, cultura o aficiones. El bienestar es la paz
social, porque estaba al alcance de la mayoría. El hundimiento significa que la
parte baja de la clase media ya es pobre y la parte alta paga muchos impuestos,
cada vez tiene que pagar más servicios y va viendo cómo cada vez tiene que
gastar más en las cosas necesarias, en la pura subsistencia, y se aleja de
viajes, conciertos, libros o aficiones. En el famoso acuerdo de PSOE y C’s, y
en letra nada pequeña, hay muchos elementos para este hundimiento, en el que de
hecho la socialdemocracia tuvo y tiene mucha responsabilidad, no lo olvidemos.
Y la tercera debilidad es la pérdida de soberanía de los estados en lo que
la soberanía afecta a la protección. En un alarde de ignorancia o mala fe,
Rivera señala el rechazo al TTIP como un rasgo que hace iguales a Podemos y
Trump; como si no fuéramos tantos los que rechazamos tal engendro que tuvieron
que hacerlo todo en secreto y pretendían no pasarlo ni siquiera a consulta
parlamentaria. Una cosa es el patrioterismo o los tics autárquicos y otra cosa
es al brutalidad con la que las grandes empresas pretenden estar por encima de
las leyes soberanas de los estados. Si un terremoto derribara nuestras casas,
no estaríamos en una ciudad global sino a la intemperie. Los procesos de
globalización impulsados por los grandes poderes económicos no están debilitando
los estados para hermanarnos en estructuras mayores, sino para dejarnos a la
intemperie. Mucha gente perdió mucho por deslocalizaciones o normas externas y
esto favorece la reacción viciosa del nacionalismo.
Con una corrupción estructural en las élites, con una pobreza creciente, un
bienestar cada vez más inalcanzable y un estado cada vez más incapaz de
protección, EEUU, España y Europa entera están cogiendo mucho frío. El mal
acecha y el monstruo ya entró en EEUU. Sobran zafiedades y ruidos de mequetrefes.
Eso es justo lo que se necesita para que se forme un barullo en el que quien
ataque las debilidades del sistema parezca antisistema.
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