Diré dos cosas desconectadas para luego conectarlas. La primera es que,
como cualquiera, siempre intento no sentirme un tonto útil (lo que en la
izquierda no es tan fácil). El tonto útil
es el que expresa con alto concepto de sí mismo sus opiniones de manera
insobornable, pero no ve cuándo su voz no se oye y sólo se confunde en un
griterío ajeno y hace el juego a intereses que no son los suyos. Por ejemplo, cuando
apareció la asignatura de Educación para la Ciudadanía, yo arrugué la cara. Me
parecía que en las materias básicas se iba con la lengua fuera porque había
materias prescindibles y que esta era otro adorno más. La Iglesia desató una
campaña contra esta materia en la que pretendió hacer pasar por sesgo
ideológico lo que eran contenidos democráticos básicos sobre la igualdad y
dignidad de todos; y pretendió que sólo ella tenía legitimidad natural para el
adoctrinamiento moral en las aulas. Pura caverna. En tal contexto, hubiera
callado mis reticencias sobre la asignatura, porque me hubiera sentido un tonto
útil de la oscura campaña eclesiástica. Hubiera sido como aplaudir en el Nou
Camp después del 6-1 con todos los culés, pero imaginando que mi aplauso en
particular iba para Verratti y no para el Barça.
La segunda cosa es que siempre desconfié de las reacciones viscerales y
ruidosas porque las suelo percibir como el rubor de quien se pone colorado: un
índice involuntario de algo que querrían ocultar. Por ejemplo, hace un tiempo
que aparecen escritos en los que se doblan las desinencias de género (los
famosos –os/–as) o se ponen arrobas. No tiene nada de raro que haya escritos en
los que se argumente contra esta práctica. Pero, cuando más que argumentar,
desenvainan la espada de Alatriste en nombre de todos los oprimidos de la Tierra
que heroicamente siguen usando el masculino genérico, tanta indignación me hace
sentir que el problema del opinante no era gramatical. Si le lloran los ojos y
le salen granos por leer arrobas es que le duele algo más que la gramática.
Dicho esto, ya puedo añadir que a veces me gustaría hablar mal de Podemos
en esta columna y no autocensurarme. Me gustaría decir a mis anchas que está
bien que una persona normal entre en una tienda y compre jamón de York. Pero si
esa persona graba el lance en un vídeo y pone en off una voz diciendo de sí
misma que es gente normal comprando jamón de York, todo deja de ser normal.
Pero la reacción hacia Podemos tuvo siempre ese desquiciamiento que me lleva a
la desconfianza y a la sospecha. La vaguedad del populismo, concepto él mismo confuso
y populista, ya permitió asimilar a Podemos con Venezuela, con Trump, con Cuba,
con el Brexit, con Le Pen, con Tsipras, con Corea o con Mussolini. No es que
unos lo relacionen con Trump y otros con Tsipras; es que un mismo individuo puede
estar convencido de todo a la vez. Esta semana Areces mezcló a Podemos con
Trump y Vargas Llosa con ETA. Los oigo hablar y me vienen las palabras burlonas
de Jep Gambardella: «¡Cuántas certezas, Estefanía!». Con tal desmesura, cuesta distinguir
en qué punto lo que uno pueda decir de Podemos se disuelve en este griterío zafio
y ajeno.
El contexto ya es de por sí ruidoso. El periodismo fue una profesión muy
castigada por despidos y condiciones cada vez más precarias (enseguida pasará
con la enseñanza). El deterioro en la forma de tratar y divulgar la información
es evidente. Además el Algoritmo de la red social (con mayúscula en señal de
respeto) hace que sólo veamos a quienes piensan como nosotros y cuando la gente
pasa demasiado tiempo entre iguales, las ideas se convierten en piedras, los
razonamientos en rutinas trilladas y las conductas en espasmos. Los grupos de
opinión son ahora filosos y cortantes.
El comunicado de la APM sobre el acoso de Podemos a periodistas llega con el
ruido que rodea a los morados. El comunicado me provoca reticencias en la
menor, pero también en la mayor; y más aún el estruendo subsiguiente. En la
menor, porque suenan mal las palabras acoso y amenaza sin datos. El comunicado
insta a los periodistas a «que resistan» y dice que sólo una prensa «sin miedo»
puede controlar al poder. ¿Por qué no va a decir Vargas Llosa que Podemos es
como ETA? Con tanta vaguedad, el comunicado da pie a todo.
También tengo problemas con la mayor. Es normal y, léase esto con
generosidad, bueno que haya malos modos de políticos con la prensa. Alguien de
este periódico, con motivo de una cierta disputa política, me dijo que las dos
partes le habían reprochado su información. «Algo debemos estar haciendo bien»,
añadió. Efectivamente, no es que sea bueno que haya destemplanzas y ordinariez.
Pero es bueno como síntoma. Es muy saludable que el tratamiento profesional de
la información y su divulgación sean una preocupación para los políticos y son
esperables las groserías. Como en el caso de los árbitros o los jueces, eso va
en el sueldo. ¿Son insultos, mofas tuiteras y ofensas cargantes de lo que
estamos hablando? Si es así, es normal que la APM ampare contra vejaciones
gratuitas y también que no demos especial importancia al roce. ¿O hablamos de
bombas, como sugiere Vargas Llosa? Leyendo el comunicado podemos pensar igual
en bocazas maleducados que en activistas violentos. El nombre de Podemos sale
en este comunicado siete veces, en una de las cuales se aclara que es el
partido encabezado por Pablo Iglesias. Cuando el PP en tromba dijo que a Rita
Barberá la había matado la prensa, el comunicado de la APM sólo nombra dos
veces al PP y ninguna a Rajoy, a pesar de que aquí, y no en Podemos, sí está el
poder.
Todo esto tendría menos importancia si no fuera por la barahúnda
informativa que vino después y que entra en esta histeria tan sospechosa sobre
Podemos. La APM silenció muchos ataques y acosos a periodistas, pero no todos.
Publicó un comunicado hace un año reprobando la actitud de Cebrián hacia la
Sexta y Eldiario. En ese comunicado no se habla de insultos. Se habla de
despidos y represalias (recuérdese la patada a Ignacio Escobar). Decía Jabois
que los insultos o amenazas de groseros maleducados molestan, pero no dan miedo
al periodista. Pero la amenaza de despido desde dentro sí da miedo. Las
maniobras de Cebrián señaladas por la APM son de las que dan miedo y, por
tanto, de las que sí amenazan la libertad de expresión e independencia
informativa. Pero ni Areces, ni Vargas Llosa, ni demás predicadores vieron ahí
a ETA ni a Trump, ni hubo tanto barullo. Vimos no hace tanto tiempo caer tres
directores de periódico en una semana (La Vanguardia, El Mundo y El País).
Vimos el giro de línea editorial en El País, tras charlar Cebrián con Soraya.
Escuchamos a Esperanza Aguirre tronar contra la Sexta y exigir que les aprieten
las tuercas. Pero a la democracia la ponen en peligro algunos tuiteros morados.
¡Desde las tribunas de Cebrián y desde las bancadas del PP! De nuevo, la
desmesura sospechosa.
La grosería de los diputados de Podemos, si tal es el caso, merece
denuncia, como todo lo que hace chirriar la convivencia, pero en sus términos.
Los típicos curas de pueblo eran muy cargantes relacionando todo el rato
aspectos menores de la conducta con grandes preceptos (con la Iglesia y los
toros me pasó algo parecido; antes de tener moral o ideología sobre ellos, ya
me aburrían). Estos plomazos de editoriales y columnas que se están despachando
sobre las grandes cosas (libertad, democracia) a propósito de lo que como mucho
parece mala educación son como los sermones de los curas de antes, pero con esa
exageración que apenas oculta intereses espurios. Dice el tópico que los
hablantes de euskera los tacos los dicen en castellano. Un castellano parlante
sólo oye retahílas ininteligibles, salpicadas cada tanto por «hostias» o
«joder». En la defensa de la información libre la mención a los «políticos» es
como un murmullo continuo, en el que sólo chisporrotea, como bichos en una
lámpara insecticida o tacos en una cháchara en euskera, el nombre de Podemos.
Demasiado ruido. No me fío.
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