Javier Fernández se queja en su carta a Pablo Iglesias de los juegos de
apariencias en política. Y hace bien en renegar de las apariencias: el PSOE puso
a Rajoy en La Moncloa; la prensa de derechas y de extrema derecha no deja de ovacionar
su actuación en la Gestora, siempre al servicio de Susana Díaz; la misma prensa
católica y conservadora que afeaba a Susana Díaz no tener más oficio que la
militancia ni más especialidad que «el aparato», presenta ahora su foto «por el
PSOE y por España»; la propia carta a Pablo Iglesias, nada memorable y escrita
con desgana, es celebrada por esa misma prensa como «demoledora». Es lógico que
el Presidente desdeñe las apariencias, porque lo que aparentan la Gestora y el
PSOE de Susana Díaz es que son con C’s respecto al PP lo que para los
americanos eran Cuba y Puerto Rico respecto a EEUU: dos alas de la misma
paloma. Sólo en apariencia.
Podemos pasar por alto las faltas y erratas de la carta con las que se
están divirtiendo las redes sociales. Desde luego, descuidar en una
manifestación pública la acentuación, la puntuación y el léxico da una
sensación parecida a la de dar una rueda de prensa masticando un bocadillo o a
la que uno tenía en la Biblioteca Pública de Gijón en los años setenta, cuando
el presunto bibliotecario era un guardia civil retirado que te atendía pelando
una naranja. Es mejor cuidar las formas, por si son algo más que apariencias.
Pero pasemos por alto la cuestión formal. Lo que divide sin arreglo al PSOE es que,
dado su peso electoral, tiene que entrar en pactos y unos no soportan al PP y
otros no soportan a Podemos. La fractura es profunda porque la marcan
sentimientos negativos. No es lo que les guste a unos o a otros, sino lo que no
tragan unos y lo que no tragan otros. Javier Fernández se distinguió en todos
los frentes contra los morados, en Asturias y en España. Sus razones tendrá. Todos
estuvimos alguna vez enfadados con alguien y sabemos que en tal estado sentimos
una superioridad moral singular. Una vez, un camarero de Lugo, con una hermosa
merluza en sus brazos tensos, inflamado porque un altivo matrimonio de Luarca había
dudado de la frescura de la mercancía, me decía al pasar a mi lado: «yo es que
cuando sé que tengo razón me pongo fenómeno. ¡Fenómeno!». Así es como somos
cuando nos enfadamos: nos ponemos fenómenos y arrogantes. Es difícil estar
enfadado u ofendido con alguien y no sentir la certeza de tener toda la razón.
Esa superioridad moral hace que sintamos legítimas las faltas de nuestra
conducta. Si alguna vez nos parece aceptable la mala educación o la frase soez
o insultante es cuando tenemos esa superioridad moral que la justifica. El
problema de la animadversión de la Gestora y Susana Díaz hacia Podemos no es lo
atinado o injusto que sea su juicio sobre los morados. Es lo que están dispuestos
a tolerarse a sí mismos; lo que de hecho se están tolerando a sí mismos.
Javier Fernández no necesitaba a Pablo Iglesias para vivir la política como
un juego de apariencias. Se echó a patadas a Pedro Sánchez aparentemente para
evitar unas terceras elecciones, pero en realidad para evitar un gobierno
presidido por él y apoyado por Podemos. Constituida la Gestora, Fernández
convocó reuniones aparentemente para decidir qué se hacía con la investidura de
Rajoy, cuando ya se había echado a Sánchez para abstenerse. Y la legislatura
empezó con pactos del PSOE con el PP, en los que aparentemente el PSOE le
sacaba las muelas al PP. En realidad, le sacaba calderilla, dejaban fuera de
foco a C’s y a Podemos, y Cebrián y la prensa más de derechas les acariciaba el
lomo y les regalaba titulares como azucarillos. El PSOE no se prestaría al
juego de ser oposición amaestrada si no fuera por esa legitimidad que se siente
cuando uno está muy enfadado. Si no fuera por el frente político y electoral
que tiene con Podemos y si no fuera por la irritación que produce ese frente,
el PSOE no hubiera tenido razones ni vísceras para compadrear con un gobierno
como el de Rajoy. De no ser por esa autoindulgencia que todos tenemos en el
cabreo, hubieran oído a Rajoy decir desde el principio que no iba a cambiar
nada esencial de su política; se habrían fijado en que querían poner al infame
Jorge Fernández al frente del Parlamento; habrían contado diputados y se
habrían dado cuenta de que, una vez puesto a Rajoy en la Presidencia, Rajoy
tenía sin ellos votos suficientes para que no le echaran abajo los
presupuestos, porque el apoyo del PNV estaba cantado (sin ETA, el PNV es más
PNV que nunca, interesados, insolidarios y a lo suyo); habrían sentido, como
sentimos los demás, su responsabilidad en los delitos y actividades mafiosas
del PP. Todo se lo toleraron a sí mismos por tanta razón que tenían frente al
acoso de Podemos. Y ya se sabe cómo es uno cuando tiene razón: se pone
fenómeno.
Las primarias del PSOE tienen pinta también de ser un juego de apariencias.
No imagino ninguna de las dos partes tolerando la victoria de la otra parte. No
imagino a Susana Díaz o Felipe González de buen rollo mientras Sánchez negocia con
Podemos y nacionalistas su propia moción de censura. Ni imagino a Pedro Sánchez
aplaudiendo a Susana Díaz mientras repite el gran servicio a la patria que fue
abstenerse y no dar bola a los populistas. Aparentan ser unas primarias para
elegir líder, pero la realidad es que es un combate para ver qué mitad se queda
con el partido y qué mitad tiene que largarse. La lucha entre los socialistas
que no soportan al PP y los que no soportan a Podemos hizo mucho daño al PSOE,
y con él a España, antes de las primarias. Y después de las primarias también.
Javier Fernández debería dejar de ofuscarse con Podemos y mirar con rayos X
a través de él y ver a la gente que los vota. Acaba de acordar aquí en Asturias
los presupuestos con el PP. Subió hasta 300.000 € el mínimo exento del Impuesto
de Sucesiones. Cherines ya había dicho que ese impuesto era su pieza y que
estaba dispuesta a hacerse la rubia, en plan Cifuentes, para todo lo demás.
Tres malas noticias en esta cesión: una fiscal y dos políticas. La mala noticia
fiscal es que ahora una familia con dos hijos y un patrimonio de un millón
doscientos mil euros no pagará ni un duro cuando se produzca la herencia. Cada
hijo trincará cien millones de pesetas libres de impuestos. Un avance más en la
desigualdad. Es una mala noticia política la enésima constatación de cómo son
las cesiones del PSOE. No llegó a un acuerdo con Podemos e IU porque, se
supone, le imponían condiciones que no podía aceptar. Ahí están siempre las
líneas rojas del PSOE: a su izquierda. Por la derecha siempre es negociable
todo. Y hay otra mala noticia política. Las grandes injusticias sólo consiguen
respaldo popular con un elemento sensible de enganche por donde se puede
infiltrar la demagogia y empezar a trinchar el pavo de la barbarie. ¿Cómo se
llega a quitar el médico a un extranjero? Hay que empezar por una idea simple
que pinche en algo sensible: puede ser la criminalidad, el paro, el idioma o lo
que sea que esté alterando la convivencia. Pinchamos por ahí y acabamos
dejándolos retorcerse con una apendicitis sin atenderlos. La derecha quiere una
cruzada contra los impuestos. Y se están organizando en toda España a partir de
un elemento débil por la poca información de la gente: el Impuesto de
Sucesiones. El PSOE no debería ceder nada, ni un euro, en este tema. Pero Javier
Fernández cedió y ejerció de «mudu». Sólo Llamazares se prodiga en defensa de
tan justo y civilizado impuesto. El Presidente de la Gestora sólo denuncia la
demagogia de Podemos y no este casposo frente Tea Party que avanza. Para una
cuestión tan ligada a los principios políticos como este impuesto, calla. De Podemos
no soporta ni siquiera que haga política. Si Podemos es una apariencia, que
mire a través de él a la gente real y piense en lo que la gente real no puede entender.
Y que piense en lo que no se toleraría a sí mismo si no fuera porque Podemos lo
pone fenómeno.
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