En cada elección europea tocan a difunto para la socialdemocracia. No se
culpe a Pedro Sánchez de ser como todos. Nadie pensó nunca que fuera más listo
que la media. Los sondeos no dicen que el PSOE esté bajando, pero el instinto
nos dice que está en peligro, como si en cada elección se jugase ir a la
prórroga. Es algo que está en el ánimo de los socialistas. La candidatura de Sánchez
fue circunstancial, no fue la causa de nada.
El vídeo de Susana Díaz que anda revoloteando por las redes es un
concentrado de desdichas que mueve a la repulsa. Pero deberíamos excusar a la
protagonista tanto como debemos disculpar a Pedro Sánchez por la ruina
electoral. Ciertamente el texto del vídeo es innoble y provocador. Decir que el
malestar y la indignación que se vienen manifestando en España es una perreta
de niñatos que ponen pucheros por no tener una casita en la playa es propio de
fachas demasiado francos, de insensibles bocazas o de malas personas en pleno
ejercicio. Sólo una marquesa destemplada puede llenarse la boca de estupor
porque la gente pretenda salir una vez por semana, como si fuera un lujo que a
uno le dé el aire el fin de semana. Y comparar los estudios universitarios de
los hijos con una casita en la playa es ya como una de esas varillas con las
que se tantea el nivel de aceite de los coches. Lo anterior era insensibilidad
y simpleza, pero esto es ideología. El nivel ideológico que marca la varilla
queda lejos de la izquierda y del centro, y seguramente de la decencia.
Como digo, en el texto no caben más infortunios, pero la interpretación de
Díaz siempre lo empeora todo. Cuando quiere ser enérgica, sólo grita y
simplifica lo que ya de por sí era simplón. Su demagogia es demasiado tombolera
y ruidosa. Lo peor es cuando se quiere poner entre pedagógica, cariñosa y
condescendiente, como en el vídeo de marras. Su gesto entonces cruje de puro
cartón piedra, como cuando Esperanza Aguirre intentaba ser irónica o Ana
Botella intentaba cualquier cosa.
El vídeo parece hecho por el enemigo, pero no se culpe a Susana Díaz de ser
como los demás, de participar de la misma ceguera en lo inmediato y de las
mismas claudicaciones en lo sustancial. La socialdemocracia europea, valga la
redundancia, desaparece ante sus narices; el bipartidismo habitual en toda
Europa, con matices según el sistema electoral, está en quiebra; crece el voto
disconforme con los partidos conocidos, que son ahora percibidos como una
oligarquía enquistada. Pero en el PSOE parecen creer que volverán banderas
victoriosas al paso alegre de la paz. Piensan que sólo están en boxes, que lo
de ahí fuera es suyo y que sólo tienen que cambiar neumáticos y salir a
recogerlo. Es como si alguien hubiera puesto una carga de dinamita en una
estatua y ellos creyeran que poniendo nuevas cargas los cascotes se
reordenarían y reconstruirían la estatua original. El PSOE no tendrá más
incidencia en la vida pública que las actuaciones que consiga pactar con otras
formaciones ni más apoyo electoral que el que consiga por su incidencia en la
vida pública. El ensimismamiento ciego de estas primarias será recordado. Es
más visible y estridente en Susana Díaz, pero no más real.
Como decía, Díaz tampoco tiene más culpa que la media en la evolución
ideológica del PSOE, que consiste básicamente en huir de su propia sombra.
Ojalá fuera Susana Díaz el problema. La socialdemocracia se hunde porque, a
base de defenderse de la indignación que le llega por la izquierda, se fue
haciendo cada vez más liberal y menos socialdemocracia. A base de autoafirmarse
frente a los discursos antisistema, se fue haciendo cada vez más sistema y más
oligarquía. La sensación de que da lo mismo el partido socialdemócrata de turno
que el correspondiente partido conservador produce apatía, aleja el ánimo de la
gente de las instituciones y alimenta las actitudes poco matizadas sobre la
clase política. Y lo paga más la socialdemocracia, porque es la que abandonó su
sitio.
En el vídeo y en otras actuaciones de Susana Díaz asoman las renuncias que
hacen irreconocible, y por tanto innecesaria, a la socialdemocracia. Hay que
dar referencias claras. Lo primero que deberían hacer es señalar sin ambigüedad
cuáles son los servicios públicos esenciales. Pongamos que estos fueran la
educación, la sanidad, la justicia y la dependencia, para empezar. Lo segundo
es una afirmación tajante de que en aquello que se considere servicio esencial
la igualdad de trato y de oportunidades debe ser radical. No basta con
garantizar asistencia sanitaria y educación para todo el mundo. Tiene que
garantizarse el mismo nivel sanitario y educativo para todo el mundo. La
universidad y los másteres de los que habla Díaz no son lujos como la casita en
la playa. No debe haber más límite en el nivel de estudios de la gente que el
que marque su valía y su actitud, sin tasas disuasorias para las clases bajas,
ni tasas abusivas para la clase media que ya pagó con sus elevados impuestos el
servicio. En los servicios básicos, la palabra «básico» califica al tipo de
servicio, no al nivel con el que la gente debe recibirlo, que debe ser el
máximo que se pueda permitir el país. Lo tercero es marcar con claridad cuál es
el nivel de vida que se considera un derecho. Mi sentido común me dice que una
casita en la playa no es un derecho que debamos garantizar a todo el mundo,
pero sí salir una vez por semana. Los derechos de la gente son los propios de
su condición humana y los que tienen que ver con la participación justa en la
riqueza del país. Puede que en un país muy pobre el derecho que el gobierno
quiera garantizar sea el de la alimentación, la alfabetización completa y la
atención sanitaria universal. Pero si ese país crece y se hace económicamente
fuerte, no es justo que ese crecimiento se lo quede una minoría y los demás
sigan teniendo derecho sólo a la subsistencia. En un país del nivel económico
de España, es un derecho algún grado de bienestar. El bienestar es que todo el
mundo tenga una atención igualitaria y máxima en los servicios básicos. Pero
también, y sobre todo, que los servicios básicos le cuesten una parte pequeña o
moderada de su renta. El bienestar es que la gente no trabaje sólo para comer y
curarse. El vídeo de Díaz nos recuerda el planteamiento liberal del PSOE. El
apartar a la clase baja del bienestar y los servicios básicos y el hacer pesar
estos servicios en impuestos y tasas a la clase media es la propuesta liberal
conservadora cada vez más asumida por la socialdemocracia. La socialdemocracia
debería ser combativa en su país y en los foros internacionales en la
financiación solidaria de los servicios básicos y en que sea un derecho el
grado de bienestar que se corresponda con una participación justa de la riqueza
nacional. En vez de eso, se hacen liberales y se ofenden con quien reclame ese
derecho.
Si algún despistado cree que el problema es Susana Díaz, que lea lo que
Pedro Sánchez había firmado con Rivera. La socialdemocracia se va porque no
defiende su ideario y cree que es adaptación a los nuevos tiempos la pura
sumisión a un liberalismo más visto que el tebeo. La ceguera de los líderes del
PSOE les oculta que la distribución de edades y votos indica que su raíz está
seca y que no hacen más alejarse de los nuevos votantes (¡qué cosas decían el
otro día conspicuos cargos socialistas asturianos a unos estudiantes que
protestaban!). Al PSOE le irrita más el roce por su izquierda que por su
derecha y esa picazón los petrifica en ese discurso liberal que los diluye.
Podemos va a inscribir su muy oportuna moción de censura. La reacción del PSOE
fue imprudente porque dijeron cosas difíciles de modular cuando todavía no
saben qué toro es el que tienen enfrente. Pero ya fueron más peperos que el PP
en la primera reacción. Ellos pusieron a Rajoy en la Moncloa y en el debate
corren el riesgo de ser su falange en la embestida de la moción de censura.
Susana Díaz sólo añade a la situación antipatía y ramplonería. Pero ella no es
el problema.
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